jueves, 28 de julio de 2022

De aventura senderista por Covarrubias y alrededores

Cuando propuse madrugar para hacer una ruta de senderismo sin sufrir el tremendo calor que nos está asolando este verano, el único que me secundó fue mi maridín, así que con él me fui al día siguiente a seguir el camino de encinas que lleva a la ermita de San Olav.

Los peques se quedaron en cada roncando a pierna suelta. ¡Ellos se lo perdieron! Porque el paseo moló un montón.

El camino estaba protegido del sol con muchos tramos de sombra y gozaba de unas vistas magnífica desde mucho puntos. Al llegar a lo alto de una colina vi a lo lejos la torre de San Olav y le dije a Raúl, "Mira, ahí está nuestro destino". Pero resulta que mi media naranja había cambiado la ruta y se le había olvidado informarme. Iba engañadísima. "Oh, ¿no te había dicho que mejor íbamos a fuente azul? ¡Uy! Que despiste".

No me importó porque fuente azul es muy bonito también y el caso era disfrutar del paseo, así que seguí camino adelante con la misma ilusión que al inicio y diciendo adiós a la ermita, que pasamos de largo.

En otro punto del camino, el costillo volvió a cambiar de opinión, pero esta me lo consultó. Algo es algo, pensé. Pero, en realidad, me daba igual un camino u otro mientras hubiera sombrita, y así se lo hice saber. Con lo que volvimos a cambiar de rumbo para evitar cuestas costosas. En vez de por al camino que ascendía, bajamos al río.

No habíamos andado mucho cuando nos encontramos súbitamente con un impresionante campo de cebada que teñía de amarillo una buena parte del paisaje. ¡Qué preciosidad! Fue lo que más me impresionó de todo el recorrido. 

Por un momento pensamos que ahí acababa nuestra aventura, pero descubrimos un pequeño paso entre las espigas, muy probablemente, hecho por el paso de senderistas aventureros como no nosotros. O mas bien, más arriesgados y tenaces, porque nosotros nos pensábamos dar la vuelta sin atravesar el campo sembrado hasta que vinos el hueco abierto.

Un poco más allá estaba el río pintado con sombras y brillos por el efecto de los árboles y el sol. La verdad es que parecía un cuadro de experiencia inmersiva 360 porque los juegos de luz le daban un aire de irrealidad muy chulo de esos que la cámara de mi móvil no puede captar, pero se queda grabado en la retina y espero que en la memoria, aunque mi memoria no es muy de fiar. Habrá que volver de vez en cuando para disfrutarlo de nuevo.

Nos hubiera gustado quedarnos un rato más contemplando el paisaje y meter los pies en el río, pero no queríamos llegar muy tarde a casa por dos razones. La más importante, porque cuanto más subía el sol por el cielo más apretaba el calor, y la segunda razón, porque queríamos llegar antes de que se despertaran las fieras.

Al final conseguimos nuestros objetivos a medias, porque el último tramo de la vuelta casi nos derretimos del calor, y al llegar nos encontramos con que Iván ya estaba despierto y en marcha, pero el otro seguía roncando plácidamente.

Lo despertamos y les contamos nuestras correrías a los dos durante el desayuno. Se notaba que nos tenían un poco de envidia, pero no tanta como para hacer el esfuerzo de acompañarnos en otra ocasión.

Sólo por un impresionante campo de cebada no madrugan ni andan tanto estos churumbeles.




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