Ya hemos jubilado la cuna. Hacía tiempo que el niño se acurrucaba en la cama cuando llegaba la hora de ir a dormir y lloraba cuando le metíamos entre barrotes. Además, teniamos que devolverla en un mes o así porque su dueña iba a tener otro hijo. Así que no vimos excusa mejor y lo preparamos todo para que nuestro Danielito diera otro paso de gigante en su carrera infantil. Le sacamos la cama nido a ras de suelo para minimizar el riesgo de caída gorda y le compramos un estupendo edredón nórdico.
Raúl se encargó de llevarlo a dormir esa noche. Pensamos que se tumbaría y se quedaría frito, como muchas otras veces. Lo habíamos cansado a conciencia para que así fuera. Pero la novedad pudo con su cansancio y al minuto había abierto la puerta y salido al pasillo tan sonriente. Raúl lo volvió a meter en la cama y el niño volvió a salir. Así estuvieron un rato para deleite del pequeñajo, hasta que mi marido se cansó y lo inmovilizó en la cama con un abrazo de oso. Eso ya no le hizo gracia al chiquillo que empezó a llorar como un descosido hasta que al final le venció el cansancio.
A partir de entonces no es fácil conseguir que el niño permanezca en su cama el tiempo suficiente para que se duerma. Ultimamente hemos vuelto a meterle en el saquito porque ha refrescado por las noches y tenemos más probabilidades de éxito porque así le cuesta mucho más moverse. A ver qué pasa cuando vuelva el calor y tenga las piernitas libres. Espero que para entonces se haya acostumbrado ya a quedarse tumbado en su cama.
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