martes, 12 de abril de 2011

Daniel y los perros

Lo de Daniel con los perros es amor a primera vista. Ve uno y corre hacia él gritando "guo guo", que quiere decir "guau guau". Afortunadamente su madre suele estar cerca para salvaguardar el pobre canino de sus garras. Los dueños suelen malinterpretar mi gesto y aseguran ofendidos que sus perros son totalmente inofensivos. No lo dudo, pero es que Daniel sí que muerde. Y arranca pelos. Hay que tener un cuidado...

El otro día en el parque atemorizó a un pequeño animalito. Su dueño me aseguraba que le tenía miedo a los niños, pero aún así animaba a Daniel a perseguirle. Al final el perro se lo tomaba como un juego e incluso esperaba a que el niño estuviera muy cerca para salir corriendo escopetado. Mi chico agarró decidido la correa y lo paseó de una forma poco ortodoxa. Así estuvimos un buen rato provocando las risas del dueño, hasta que entró en escena un mastodonte peludo. En cuanto lo vió a Daniel se le iluminaron los ojos. Le agarré presta, pero ya estaba la dueña con el consabido: "Es muy manso".

Cansada de forcejear dejé al chiquitín que lo acariciara. El pequeño no se contentó con eso y se abrazó al perrazo con ansia para mayor babeo de la dueña, que encontró el gesto muy tierno. El animal que no entendía nada siguió con su paseo como si tal cosa con un niño agarrado como una lapa a su lomo. La verdad es que el perro era un santo. Vaya lagrimones soltó Daniel cuando se fue. "Se tiene que ir a su casa, cielo" intenté consolarlo yo con escaso éxito. Menos mal que siempre hay otra cosa de su interés que logra captar su atención y le despista.

Lo de los perros suele ser general en todos los bebés. Siempre hay alguno en el parque despidiendo desconsolado a uno, mientras su madre lo agarra para que no se acerque demasiado.

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