El abuelo de Raúl está en nuna residencia, porque necesita atención médica constante. Es autónomo, pero a la mínima se asfixia. La tía de Raúl tenía que salir corriendo al hospital cada dos por tres. Así que el propio abuelo decidió mudarse a una residencia muy cercana a la casa de su hija y así vivir con menos sobresaltos.
Daniel le va a visitar de vez en cuando para alegrarle el día. Aunque me parece que en realidad lo que hace es marearle porque es imposible que se quede quieto dos segundos. Lo quiere tocar todo, se apropia de su bastón, le da a la manivela de la cama, se le pone entre ceja y ceja que la máquina de oxígeno es un juguete de los más curioso, que los pasillo son pistas de carreras.. En fin, lo normal en un niño de su edad, pero que en una residencia de ancianos retumba como el trueno.
Menos mal que los vecinos del abuelo miran a mi chiqui con ternura y no le regañan. A las enfermeras también les gusta verlo por ahí. Supongo que rompe su rutina, pero a mi me deja baldada de tanto perseguirlo. Lo bueno es que el abuelo se ríe de sus travesuras. Dice mucho que hay que meterlo en cintura y que ¡vaya demonio de chico!, pero luego Daniel se echa en sus brazos le da unos besitos babosos y tan amigos. Si es que se hace querer este trastito.
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