Hoy hemos pasado un día estupendo y me apetece contarlo. Al principio no se auguraba nada bueno. Raúl se ocupó del tempranero de Daniel, pero Iván tenía otros planes y a los quince minutos de prometermelas yo muy felices ha empezado a protestar, así que me ha tocado levantarme para llenar su pancita.
Mi marido me ha visto la cara de vinagre y se propuso alegrarme el día con unas deliciosas tortitas con chocolate. Al peque mayor le encantan. Fue un desayuno en familia con algún que otro tropiezo, pero el día que nos sentemos los tres a la mesa y no haya derramamientos, caída libre de cubierto y comida o escalada peligrosa a la mesa, será cuando Daniel llegue a la mayoría de edad (o un poco antes, espero). Las tortitas estaban buenísimas y cuando terminamos la cocina estaba llena de pequeñas huellas de chocolate por todas partes.
Una vez desayunados, procedimos a la locura de la higiene a cuatro bandas. Yo me ducho mientras tu cambias a Iván, ahora me encargo de sentar a Daniel a hacer pis, mientras tú te vistes, preparamos la mochila de pañales, biberones, juguetes... En fin, que en un par de horitas estábamos listos para salir por la puerta.
Nos fuimos al parque a disfrutar del estupendo día soleado que nos había tocado en suerte. Allí Daniel se lo pasó en grande jugando en la zona de ejercicio de mayores, con su papá a la pelota, intentando tirarse de cabeza a la fuente, corriendo de una lado a otro como un loco... Por supuesto, no volvimos a casa sin el chichón de rigor. Me metió un trastazo fenomenal contra un pilón de granito. Casi acaba con nuestro arsenal de abrazos, besitos y caricias para que dejara de llorar como un loco. Le salió un buen chichón al pobre. Todo el ruido que hizo Daniel y lo poco que se hizo notar el pequeño Iván. Se pasó todo el tiempo roncando en el cochecito. Aprovechamos para hacer fotos familiares. Hay que ver lo bien que posa Daniel. Le encanta decir "Patata".
Agotados volvimos a casa haciendo las paradas pertinentes: en el coche de las monedas, en la obra para ver la grúa "gande", en la panadería para ir tomando una aperitivito de pan por el camino... Ya en casa comimos comida precalentada porque no nos apetecía cocinar. El pobre niño estaba cansadísimo de tanto moverse, así que, sin terminar de comer, me pididó "mir". Ojoplática y alucinada pensé que no había que desaprovechar la oportunidad y le llevé rauda y veloz a la cama. Ni pis, ni lavarse los dientes ni nada. ¡A la cama! Se dió la vuelta y se quedó dormido. ¡Milagro, milagro!
Ahora a aprovechar para rellenar la prematrícula de Iván (con paradita para dar de comer al susodicho) y quedarme frita con mi bebé y mi marido a mi lado. Me desperté sobresaltada. ¡Las cuatro y media! El chiquitín ya lleva tres horas de siesta. ¡Esta noche no me duerme! A despertarlo. El papi se encargó de levantarle, ponerle en el orinal y darle la merienda, mientras la mami enchufaba al otro a la teta.
Ahora a jugar. A ver si por un día logramos alejarle de la tele. El papi quería hacer con él una nave espacial con los Legos y la mami decidió que había que hacer los deberes de la guardería antes (había que colorear un dibujo para la fiesta del otoño). El chiquillo se sentó a pintar conmigo con los gruñidos del padre de fondo. "Ya me has hecho el lío" "Estábamos con la nave tan felices" "No podía esperara el dibujito" "Cómo son las mujeres, siempre te la lían"... Y más cosas por el estilo. Afotunadamente Daniel tiene pilas para rato y contentó a los dos progenitores. De hecho la nave acabó destrozada en uno de sus viajes interestelares por una mano infantil y bestiaja.
A eso de las seis vinieron a ver a los niños las abuelas y el tío Luis, con lo que los papis tuvimos un respiro. En mi caso para recoger la cocina. Raúl también estaba liado con alguna cosa, pero no me paré apreguntarle que es lo que estaba haciendo. En un momento dado me encontré al peque vestido de médico con la bata y las zapatillas verdes que le habían dado a Raúl el día del parto para que pudiera entrar a verme. EStaba graciosísimo. Le encantó su disfgraz improvisado.
Con las abuelas todavía allí llegó la hora de los baños. Yo metí en el agua calentita a Iván y luego Raúl se encargó de Daniel con la ayuda de su madre. Nos despedimos de las consentidoras de nietos (Y qué abuelo no lo es) y sentamos a Danielillo a cenar con la inestimable compañía de "Dora la exploradora".
Entonces se torció el día perfecto. Ninguno de mis dos retoños quería dormir y nos lo hicieron pasar mal durante un buen rato. Daniel cayó primero, pero Iván tenía cólicos y lloraba sin consuelo el pobre. Finalmente logramos, tras mucho menearlo, que soltara algunos gasecillos y tras un poco de pecho y un jugoso biberón se quedó frito.
¡Ale! Todos a la cama, hay que aprovechar los escasos momentos de tranquilidad.
Lo dicho: un día de domingo estupendo.
guaauuu!! que domingo más completo!! espero que el chichón no duela mucho... que gracioso está Daniel con la bata de médico jajajaja muy bueno, muy bueno
ResponderEliminarJaja, parece un duende. Y los chichones se le olvidan pronto a este terremoto. No sé si eso es bueno o malo porque luego va a por más ;)
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