Esta mañana ha sido una explosión de nervios. Por lo menos por mi parte. Quería hacerlo todo a la vez: preparar la maleta con mis cosas para pasar la noche en el hospital, vestir a Daniel y estar con él un ratito, ya que no le voy a ver el pelo en un tiempo, atender a Iván ... Y todo con la negra idea de la operación en la cabeza.
Salí de casa acelerada. Raúl, por su parte, hacía gala de su tranquilidad de siempre. Llegamos a urgencias y nos acercamos a la ventanilla de admisión. Dimos el nombre del niño y empezaron los problemas. No estaba en la lista. Tuvimos que esperar una rato hasta que otra auxiliar se acercó con una lista diferente. Ahí estaba nuestro pequeño. Menos mal.
Llamaron a una celadora que nos acompañó a la habitación que le habían asignado a Iván. Pero una vez en la planta le comunicaron a nuestra guía que era imposible que le hubieran dado habitación allí porque pertenecía a otra sección. Fuimos al departamento pertinente y allí nos dijeron que estaban completos y que tampoco era el lugar adecuado. Al final, la celadora, con un enfado de tres pares de narices, llamó a la auxiliar que hizo el ingreso y le pidió de buenas maneras que solucionara el enredo. Por fin nos dieron habitación en el primer sitio al que fuimos.
Nos la prometiamos muy felices cuando. Sorpresa! en la habitación de Iván sólo había una estupenda cama. "Y la cuna?" pregunté yo. Se les había pasado cambiar la cama por una cuna, así que nos hicieron salir y esperar nuestra buena hora larga hasta que la habitación estuvo preparada de verdad. Qué desastre de hospital.
Una vez ya instalados vinieron a hacerle la analítica. Nos hicieron salir y desde fuera nos comíamos las uñas oyendo llorar a nuestro pequeñín. No tardaron mucho en dejarme pasar. Una enfermera mecía amorosamente a Iván. Me lo dió enseguida para ir a hacerle un jugoso biberón que lo consolara y le quitara el hambre. Le habían pinchado en el cuello, porque, según la enfermera, era el mejor sitio para sacarle sangre.
Durante el resto del día estuvo dormitando o dando patadas y manotazos tan contento. De vez en cuando jugábamos con él y le decíamos cositas. Las enfermeras le tomaron la tensión y poco más. A eso de las nueve y media Raúl se fue a casa porque sólo podía quedarse uno en la habitación por la noche.
Con los ruidos propios de un hospital el peque no durmió muy bien, pero tampoco lloró mucho. Ni siquiera cuando empezó su ayuno, a las tres de la madrugada. Se portó realmente bien.
Salí de casa acelerada. Raúl, por su parte, hacía gala de su tranquilidad de siempre. Llegamos a urgencias y nos acercamos a la ventanilla de admisión. Dimos el nombre del niño y empezaron los problemas. No estaba en la lista. Tuvimos que esperar una rato hasta que otra auxiliar se acercó con una lista diferente. Ahí estaba nuestro pequeño. Menos mal.
Llamaron a una celadora que nos acompañó a la habitación que le habían asignado a Iván. Pero una vez en la planta le comunicaron a nuestra guía que era imposible que le hubieran dado habitación allí porque pertenecía a otra sección. Fuimos al departamento pertinente y allí nos dijeron que estaban completos y que tampoco era el lugar adecuado. Al final, la celadora, con un enfado de tres pares de narices, llamó a la auxiliar que hizo el ingreso y le pidió de buenas maneras que solucionara el enredo. Por fin nos dieron habitación en el primer sitio al que fuimos.
Nos la prometiamos muy felices cuando. Sorpresa! en la habitación de Iván sólo había una estupenda cama. "Y la cuna?" pregunté yo. Se les había pasado cambiar la cama por una cuna, así que nos hicieron salir y esperar nuestra buena hora larga hasta que la habitación estuvo preparada de verdad. Qué desastre de hospital.
Una vez ya instalados vinieron a hacerle la analítica. Nos hicieron salir y desde fuera nos comíamos las uñas oyendo llorar a nuestro pequeñín. No tardaron mucho en dejarme pasar. Una enfermera mecía amorosamente a Iván. Me lo dió enseguida para ir a hacerle un jugoso biberón que lo consolara y le quitara el hambre. Le habían pinchado en el cuello, porque, según la enfermera, era el mejor sitio para sacarle sangre.
Durante el resto del día estuvo dormitando o dando patadas y manotazos tan contento. De vez en cuando jugábamos con él y le decíamos cositas. Las enfermeras le tomaron la tensión y poco más. A eso de las nueve y media Raúl se fue a casa porque sólo podía quedarse uno en la habitación por la noche.
Con los ruidos propios de un hospital el peque no durmió muy bien, pero tampoco lloró mucho. Ni siquiera cuando empezó su ayuno, a las tres de la madrugada. Se portó realmente bien.
Muchísimo animo! Menos mal que todo se soluciono y el peque ha podido ser operado! Un abrazo fuerte
ResponderEliminarBuffff... mucho ánimo!
ResponderEliminarOs mando mucha energía!
Núria
Muchas gracias. Menos mal que al fin lo operaron porque ya tenía obstruído el 80% de la válvula. Yo ya estaba de los nervios. Ahora que me lo suban a planta prontito y ya sería genial.
ResponderEliminarCuando Irene estuvo ingresada, a los 2 dias de nacer, le sacaron sangre de la cabeza! No veas el susto que me llevé cuando entré y le vi semejante moraton :O ... Besotes mil!
ResponderEliminarUf, lo debiste pasar fatal. Menos mal que ya está hecha una rosa preciosa.
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