En el puente que nos fuimos a Bejar el niño se hartó de ir a restaurantes. La primera vez yo me pedí un menú acorde con au edad, un plato de pasta y otro de pollo, pero el niño no quiso ni probarlo. En cambio, dio buena cuenta del revuelto de morcilla y el cuchifrito de su padre. Así que pensé "Pues que coma de lo que nosostros pidamos". Y así lo hizo, disfrutando de cada bocado. Por supuesto había cosas que le superaban, como la piña, pero la mayoría de las cosas las devoraba para derretimiento de los camareros, que se quedaban alucinados viéndole engullir. En cuanto llegaba un plato a la mesa, el pequeñajo alargaba sus manitas para intetar agarrarlo el primero. Por supuesto, no le dejábamos, aunque a algún camarero le tentó la idea. Uno incluso llegó a depositar la comida frente a su ansiosa personita. Menos mal que yo fui más rápida que él y lográ retirarla a un lugar más seguro antes de que plantara sus manazas.
El caso es que da gusto verle comer.
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