Mi niño pasa de la risa al llanto y viceversa en menos que canta un gallo. Y lo mismo puede decirse de su comportamiento. Puedes jurar que estás con el próximo santo de este siglo y de repente se convierte en el peor demonio para volverte loca.
El otro día me emocioné viendo a mi niño portarse bien. En su clase, un bebé lloraba desconsoladamente. Le dije que se acercara a darle un beso y no se lo pensó dos veces. Cómo no fue suficiente, le sugerí que le acercara un juguete a su compañero... ¡Y así lo hizo! No me lo podía creer.
Exultante de felicidad por esa muestra de bondad por parte de mi hijo me dirigí al parque. Una vez allí, esparcí sus juguetes sobre la arena y procedía a desatar a Daniel para que se pudiera bajar de carrito (el cinturón de seguridad. ¡No penseis mal!).
Mientras, un amiguito, se acercó a coger un juguete que le había llamado la atención. En cuanto Daniel tocó el suelo con sus pies se dirigió directo a su amigo y lo redujo con una llave grecorromana aplastádole la cara contra el suelo.
Nos quedamos tan pasmadas la madre del otro niño y yo que, en un primer momento, no acertamos a reaccionar. La víctima, comenzó a gritar "¡Daño, daño!" y las dos nos pusimos en marcha para separar a Daniel de Hugo, que seguía inmovilizado y con el juguete aún en la mano.
Nunca sé que puedo esperar de mi chiquitín. A veces es un angelito encantador y otras se convierte en un luchador de sumo. ¡Es increíble!
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