Antes de entrar Raúl me advirtió que exagerara un poco la situación para que nos hicieran caso. "¡¡¿¿Te parece poco que tu hijo se despertara morado y con los ojos suracdos de venitas rojas porque no podía respirar??!!" le espeté. "Ummm, sí, algo así es lo que tienes que decir" me constestó tan pancho.
En Admisiones volví a dar mi versión de los hechos, pero cómo Daniel ya respiraba bien el enfermero no parecía muy impresionado. "Mucosidad" le dijo a su compañera. "¡¡Pero si no podía respirar!!" insistí, pero el enfermero nos mandó a la sala de espera sin contemplaciones.
No tuvimos que esperar mucho porque sólo estábamos dos familias esperando. La médico que nos atendió era muy simpática, pero aún así Daniel lloró como un condenado todo el rato. Ya tiene muy claro que no le gusta pasar por consulta. Y menos si le tienen que echar suero por la nariz, como fue el caso.
Además nos mandaron a una sala para que le pusieran una mascarilla con ventolín y tampoco le hizo ninguna gracia. Tuvimos que agarrarlo muy fuerte todo el tiempo. Ni los juguetes, ni el libro infantil que nos dejaron, ni los cantajuegos lograban consolarle.
El niño tenía laringitis. Nos mandaron a casa y nos indicaron que le compráramos más ventolín y la mascarilla con la cámara para poder administrarselo, además de Fortecortín, unas pastillas que nos costó un mundo hacérsela tragar. Cómo Daniel ya parecía en plena forma le llevamos a la guardería, porque tanto el padre como yo teníamos que ir a trabajar.
Cuando fui a por él me dijeron que tenía una tos bastante desgradable que no le había dejado dormir la siesta, pero que por lo demás todo había ido bien. En el parque se lo pasó genial. Parecía que se iba curando.
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