El martes se me intensificó un dolorcillo que venía teniendo en uno de los ovarios. Llegué a casa del trabajo, me tumbé en la cama y llamé a Raúl para ver si podía ir a recoger a niño. Me dijo que no me preocupara que ya se encargaba él. Más tranquila colgué el teléfono, pero no pasó ni un minuto cuando oí sonar mi móvil. En la pantalla parpadeaba el nombre de la guardería. Presta y veloz lo cogí. "No te asustes" escuché la voz de una de las profesoras de Daniel, "Pero tu hijo se está asfixiando, será mejor que vengas a por él". Terroríficamente alarmada volé hacia la guardería a pesar del dolor, que parecía que ya no dolía tanto.
Daniel estaba en los brazos de una de las profesoras. Tenía una sombre violeta alrededor de los ojos. Las cuidadoras me dijeron que le habían dado Ventolín para abrirle las vías respiratorias. En cuanto me vió se tiró a mis brazos. Agradeciendo enormemente al personal su atención con mi hijo salí disparada al centro de salud. Raúl ya había sido avisado de toda la movida.
En el centro de salud me dirigí al mostrador para pedir que vieran a mi niño lo más rápido posible. La recepcionista me asignó a la enfermera más inútil del mundo. Me preguntaba las cosas varias veces y no había manera de que se enterara de nada. Finalmente me asignó una pediatra que no era la mía asegurándome que no era la mía. Raúl llegó mientras yo esperaba inutilmente a que me asistieran. Menos mal que le niño estaba ya incluso animado. Cuando vió a su padre puso su mejor sonrisa.
Cuando me harté y me acerqué a preguntar a la pediatra esta me dijo que la enfermera se había equivocado y que tenía que ir a ver a la que tenía asignada que sí estaba pasando cosulta. Acordándome de toda la familia de la maldita enfermera me dirigí a la velocidad del rayo a la consulta correcta. allí había un pifostio montado de no te menees. Niños y bebés a mogollón. La pediatra estaba agobiadísima y en un principio restó importancia al caso de Daniel, pero eso siempre es un error cuando estás tratanco con una madre con las narices hinchadas. "¿Le parece a ustéd poca cosa que un bebé se asfixie?" le pregunté. Afortunadamente lo atendió enseguida. Otra vez le tuvimos que poner la mascarilla, mas lloros, más pataleos.
A la faringitis se le había añadido una bronquiolitis. Mi niño, ¡pobrecito! Decidimos que al día siguiente no le podíamos llevar a la guardería.
Por mi parte, el dolor volvió multiplicado por tres en cuanto vi que Daniel estaba mejor. Pasé una noche de perros sin pegar ojo. Pendiente de la respiración de Daniel, al que le dejamos la ventana de la habitación abierta y un millón de cojines en la cama para incorporarle y que respire mejor.
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