Esta mañana le hemos dicho a Daniel que iba a ver un castillo. "¡Tillo! ¡tillo!" ha canturreado emocionado. Y lo ha repetdo durante todo el trayecto. La abuela Matilde y la abuela Chari se nos han unido a la excursión, así que el niño estaba como quería. Nada más soltar los enganches de su sillita del coche ha salido disparado porque estaba ansioso por ver el castillo. Y allí estaba. Imponente e impresionantemente conservado. El Castillo de Manzanares El Real.
Durante el camino hasta la puerta Daniel no dejó de señalar y decirnos lo que veía, con ayudita de las abuelas y un poco de imaginación: "Entana", "ampana", "togue"...
Estaba disfrutándolo a tope y todavía ni habíamos entrado. Una vez dentro se volvió loco de alegría. Se asomó a todas las ventanas que encontró, para preocupación de la madre, intentó tocar las armaduras, se encandiló con el pozo... mientras tanto las abuelas le contaban la historia del castillo a su manera. "Aquí comían los caballitos...", "pero mamá, cómo van a dejar entrar a los caballos dentro del castillo para que coman", "Ssssssh". Nada, pues bueno, a inventarse la historia para que le guste al enano.
Al poco, mi chico se había familiarizado hasta tal punto con el castillo que lo recorría gritando "mío. mío". La abuela Chari me comentó la suerte que tenía de tener un noble en la familia.. ¡con castillo y todo! De eso nada. Intenté explicarle a Daniel que el castillo no era suyo, pero no atendía a razones.
La terraza nos encantó había unas vistas que en su momento debieron ser preciosas, pero que ahora estaban estropeadas por las carreteras y las construcciones fuera de contexto. Daniel se recorrió los pasillos entre torre y torre a grandes zancadas. Luego se empeñó en agarrarse a las grandes pelotas que decoran la fachada del edificio con ayuda de su padre. Nos costó muchísimo arrancarle de las paredes exteriores.
Por último le bajamos al patio de armas para que viera el espectáculo que hacían allí cada media hora. Un saltimbanqui deleitaba a los más pequeños con ejercicios de equilibrio. Daniel se quedó quietito con los ojos como platos los veinte minutos que duraría el espectáculo. Todo un logro tratándose de él. Nos costó muchísimo mantenerlo sentado hsta que comenzó el acto, pero luego era él mismo el que no movía ni un músculo.
Cómo ya era un poco tarde nos fuimos a comer a un restaurante familiar que tenía columpios. Allí nos la lió un poco, pero comimos estupendamente y lo pasamos muy bien comentado la visita.
Por fin en casa, Daniel se durmió una larga siesta. ¡Estaba agotado! Cuando se levantó su padre le hizo un castillo con las piezas de Lego. Le gustó tanto que permaneció entero mucho más tiempo que cualquier otra cosa que le había construído el padre con anterioridad.
Al día siguiente le preguntamos por el castillo y todavía se acordaba. "¡Tillo! ¡tillo!" estuvo diciendo todo el día.
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