Anoche hicimos una cena en familia Daniel, Raúl y yo. Se nos hizo un poco tarde con el niño y decidimos adelantar nuestra hora para coincidir con él. Asi que nos sentamos los tres alrededor de la mesa. Bueno, el bebé en su tronita y los adultos cada uno a un lado para ir atendiéndole por turnos sin dejar de engullir.
Decidimos no poner la tele para disfrutar más de aquel momento. La verdad es que para mi fue un poco locura. Los niños de estas edades son muy exigentes en cuanto a la atención sin entender que tú también tienes que comer para poder aguantarle el ritmo. A Daniel le encantó la experiencia. Se emocionó tanto que hasta se puso a tirar la comida al suelo alegremente. Una grata sorpresa para los gatos que no desaprovecharon tan golosa oportunidad. Y una regañina para el pequeñajo, que nos ignoró convenientemente.
Le pusimos lo mismo que comíamos nosotros en su platito, pero, como es normal prefería nuestra comida a la suya. Así que se estiraba todo lo que podía demandando lo que teníamos nosotros.Sobre todo nuestro vaso de agua. Era más divertido que él suyo con tapa adaptada para su comodidad. Supongo que con un vaso normal es más fácil ducharse entero. Aunque él es capaz de emapaparse incluso con el biberón.
Lo malo es que le gustó tanto cenar con papá y mamá que luego no se quería ir a la cuna. Nos costó un poco llevarle a dormir. Pero estaba tan cansado el pobre que acabó cayendo en lo brazos de Morfeo tras unos minutitos de llanto. Al final me fui a la cama más cansada que otros días y echando de menos mi ratito de tranquilidad junto a Raúl. Hoy haremos lo de siempre. Daremos de cenar primero al niño y después cenaremos nosotros tranquilamente mientras duerme. Me temo que todavía es pronto para disfrutar plenamente de cenas en familia.
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