Estaba persiguiendo a Daniel para que no corriera del parque infantil a la carretera, cuando me di cuenta de que en la acera se estaba formando un grupito de bebés curiosos. Daniel también los vió y se dirigió a ellos con la misma despreocupación de siempre. En la calle se encontraba una flamante grúa, con sus luces brillantes y de colores, en plena faena. También contábamos con cuatro o cinco impresionantes policías con moto y todo. Qué niño se resiste a semejante espectáculo urbano. Los chiquitines no se perdieron detalle del proceso. Aunque Daniel no paraba en su sitio y tuve que perseguirle todo el rato para evitar que corriera hacia la carretera. Cuando la grúa se hubo ido con el coche, los policías se subieron a sus motos dejando cinco o seis boquitas abiertas de la emoción.
Eran muy simpáticos porque saludaban a los bebés y decían cosas amables. Uno de ellos hizo sonar la sirena para deleite de los pequeños y otro se arrancó en un alarde de generosidad y ofreció su moto a los niños. Uno no se lo pensó dos veces y corrió hacia los brazos del policía. Luis, que también estaba por allí, lo secundó. Cómo a Daniel le suele gustar montarse en todo, le acerqué a la moto, pero se agarró a mí como una lapa y no hubo manera de que se sentara en el sillín. "Es demasiado pequeño" comentó el policía "y un poco miedoso". Las madres nos miramos entre nosotras. "¡Qué poco le conoce!" pensé yo, "¿Miedo Daniel? Si es un inconsciente". Supongo que el sonido de la sirena de la moto le echó para atrás. Era muy ruidosa.
El caso es que tuvimos espectáculo callejero gratis. Los niños estaban encantados. Y las madres más. Esto ha sido mejor que aquella vez que operarios del ayuntamiento recogieron las hojas caídas del parque con sus máquinas de viento.
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