Otra vez le tocaba a Daniel pasar por las manos de la enfermera. Desde las fatídicas cuatro vacunas de los 15 meses le ha cogido algo de tirria a los médicos. Vaya memoria tienen estos niños.
Esta vez yo no podía llevarle a la consulta porque me tenía que ir a mi otro trabajo a entregar las páginas, así que se lo dejé encargado a mi marido.
Cuando llegué a casa de la oficina miré la hora y me dije a mi misma: "¡Qué demonios! a ver si encuentro a estos chicos de camino al metro". Di un rodeo para cruzarme en su camino y allí estaban corriendo a la consulta porque se les hacía tarde. No pensaba acompañarles, pero al final me vi dirigiendo mis pasos al centro de salud. Tenía tiempo de sobra para llegar a la redacción.
Nos tuvieron un buen rato esperando en la sala. Normalmente entraba bastante rápido, pero ese día la Ley de Murphy se puso en funcionamiento. Se me hacía tarde, pero una vez allí no me iba a ir.
Por fin nos atendió la enfermera. Daniel entró llorando como un desesperado porque quería una galleta y o se la queríamos dar en medio de la consulta. "Mal empezamos" aseguró riendo la enfermera. Le dimos uno de los juguetes de la consulta un pareció calmarse un poco. Miraba con desconfianza a la enfermera y cada vez que le medía pesaba o miraba algo se ponía a llorar y se agarraba a nosotros como si lo fueran a matar. No le quitaba ojo a la chica. Sabía lo que le esperaba. La enfermera nos dijo que medía 84 cntímetros (percentil 90) y que pesaba 11,3 kilos (percentil 50). La medida de la cabeza no la recuerdo, pero era normal. La pediatra nos confirmó que el niño estaba sano como una manzana. Y entonces llegó el pinchazo. Yo siempre lo paso muy mal con las vacunas. Menos mal que ya no le tocan hasta dentro de mucho tiempo.
Se agarró a mi llorando un ratito, pero enseguida se le pasó, como siempre. Salió de la cnsulta como alma que leva el diablo sin despedirse siquiera. la enfermera nos dió unas recomendaciones útiles, aunque a medida que crece el niño cada vez me parece más obvio lo que nos dice: darle una buena alimentación, vigilarle estrechamente para evitar accidentes, fomentar el aprendizaje del lenguaje leyéndole libros y hablándole mucho... vamos lo que solemos hacer. Y ya por fin hay que empezar a lavarle los dientes, aunque sólo con agua. Él ya tiene su cepillo desde hace un tiempo y le encanta imitarnos. Lo malo es que luego lo pasea por toda la casa y no hay quien se lo quite de las manos.
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