Un día, llego a la guardería, inocente de mi, sin esperar por un segundo lo que iba a ocurrir. Entro en la clase de Daniel como siempre y allí estaba el pequeñajo aguardándome. "¡Ale! cariño, coge el abrigo que nos vamos", el enano se encaminó hacia su percha, como siempre, y echó mano de lo que había. Qué resultó ser solamente la chaqueta. Teniendo en cuenta el frío que hacía fuera me demoré bastante buscando su abrigo, pero no lo ví en ninguna percha. Es fácil de identificar porque tiene un color rojo que salta a la vista. Interrogué a las cuidadoras que también se volvieron locas buscándolo.
A todo esto, Daniel luchaba por abrir la puerta de la clase y salir por fin a la calle. En un momento dado lo consiguió y logró escapar junto con otro compañerito. Yo salí disparada detrás de ellos. Menos mal que no corren mucho y pude atraparles antes de que alcanzaran la puerta de la calle. Con los dos niños bien agarrados volví a la clase, donde las profesoras estaban al borde el infarto. Se habían dado cuenta de que les faltaba uno.
Cansada de la búsqueda me lié la manta a la cabeza, arropé como pude a Daniel con el saquito del carro, le puse el plástico protector, que él odia, y salí pitando hacia casa. El niño estuvo protestando y pegándose con el plástico todo el camino.
Nada más entrar en el portal me topé con la portera, una chica encantadora que me ayuda en lo que puede. Y que me informó que a ella no le sonaba nada que Daniel fuera con el abrigo puesto esa mañana. Imposible, pensé yo, con el frío que hace su padre no puede llevarle tan desabrigado. Nada más llegar a casa vi el abrigo en el suelo de la habitación. Ofuscada, incrédula y llena de ira marqué el número de Raúl en el móvil. Sólo hablé yo. Mas bien, sólo grité yo. Pero es que no me entraba en la cabeza por qué su padre había hecho tal barbaridad. ¡Exponer a Daniel a un resfriado de la manera más tonta! Me dijo que no lo encontraba. Vale que yo lo había dejado allí en vez de en su sitio habitual, pero será porque ni tiene otros tres abrigos en su armario. La pregunta es ¿por qué no cogió cualquier otro? Y la segunda pregunta es ¿Por qué no me lo dijo en algún momento del día para que yo pudiera llevárselo cuando lo recogiera de la guardería? Una llamada, un email, una frase corta en el messenger... Cualquier cosa hubiera bastado. Menos lo que hizo. Por supuesto, él no entendió mi monumental ataque de ira y lo achacó todo a un simple despiste. ¡Cómo me fastidia!
igual no es para tanto...
ResponderEliminarSi fuera un caso aislado... Pero es que estos días de sofoco y calor me lo ha llevado al colegio con pantalón de pana y doble forro. Y eso que tiene un móvil que le predice estupendamente el tiempo. Y tampoco quiere que le prepare la ropa por la noche. Afortunadamente ayer ya se le ocurrió ponerle un pantalón largo de tela, más indicado para el entretiempo. Siento decirlo, pero el 99% de los padres entran en conflicto con las madres a la hora de vestir al bebé. Comprobado en una exhaustiva encuesta realizada en el parque infantil. De todas formas, no te preocupes que al día siguiente ya nos reconciliamos, lo que pasa es que todavía no he tenido tiempo de hacer la foto que va con esa entrada.
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