Odio ir al supermercado con el peque. Se aburre enseguida y empieza a contorsionarse sobre el asiento del carrito de la compra. Hay que estar muy atento para que no se vaya de cabeza al suelo.
Normalmente aprovecho el ratito que tengo desde que llego del trabajo hasta que le tengo que recoger de la guardería para hacer la compra, pero últimamente nos han aumentado al triple la carga de trabajo, con lo que es imposible salir a la hora (son muy listos ummmm). Así que no me da tiempo ni en broma a rellenar la nevera como es debido.
Cómo se nos había acumulado mucho producto a la lista de la compra mi marido decidió que teníamos ir la familia al completo para poder dedicar las horas necesarias a tan engorrosa tarea. Recogimos al bebé y nos fuimos a comprar. Al principio se entretuvo mucho señalando ciertas cosas y diciendo sus nombres ("Pan" "Ptano" "Gur"), después su afición favorita era coger lo que nosotros elegíamos, chuparlo con devoción y tirarlo sin ningún cuidado al interior del carrito.
Teníamos que pensarnos mucho si realmente queríamos lo que cogíamos porque una vez babeado no había vuelta atrás. Parecía que todo iba a salir bien hasta que llegamos a la cola de la caja y mi hijo recuperó su vena kamikaze. De las prisas y los nervios para que no se estrellara acabó dándome un cabezazo en la ceja. Al ver que me asomaba la lagrimilla se deshizo en besos para pedirme perdón mientras su padre la reñía muy serio. Aunque en ningún momento cejó en su empeño de bajarse del carrito en marcha.
A mí el niño me gana cuando me da esos besitos babosos, así que no le puedo guardar rencor mucho tiempo, pero mi ceja sí que se acuerda todavía. ¡Qué dolor! Lo dicho. Odio ir al supermercado con Daniel.
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