Al final el pequeñajo no le ha cogido miedo a la piscina y sigue siendo tan kamikaze como siempre. Menos mal que en esta ocasión unos jóvenes muy majos se prestaron a vigilarlo desde el interior de a piscina para que no hiciera locura. Eso sí, bajo mi atenta supervisión. No los conocía y no iba a dejar en sus manos la seguridad de mi hijo. El enano o tuvo ningún problema en tirarse a los brazos de estos perfectos desconocidos, aunque sin quitarme los ojos de encima. Algo es algo.
Cómo me daba la impresión de que sa hacía tarde lo aranqué de allí para llevármelo a casa con la consiguiente pataleta del chiquillo que estaba disfrutando como nunca. A los chicos también parecía darles pena que se fuera y le decían adiós mientras le hacían monerías para que dejara de llorar. "Si nosotros también nos vamos, Daniel" le decían.
Cuando ya tenía todo listo y había logrado encajar al peque en el carrito. Uno de ellos me preguntó un poco cortado si iba a traer al niño a la piscina al día siguiente. ¡Pues sí que se habían caído bien! Me fui sin prometerle nada porque nunca se sabe que va a pasar la tarde siguiente y, efectivamente, me salió un plan alternativo y no pude volver al día siguiente.
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