Tengo una amiga que se dedica a la fotografía asociada con su novio (http://www.cmtz.es/). En realidad, el fotógrafo profesional es Carlos, pero sin ayuda de Bea las fotos no quedarían tan bien. Estoy segura. La chiquilla se lo curra corriendo detrás del objetivo con el círculo color plata que refleja la luz. Lo sé porque me ofreció hacerme una sesión y no lo dudé ni un segundo. ¡Por fin fotos buenas de mi pequeñín! Y de mi barriga, porque buscaban embarazada con niño para tener muestras que enseñar en su página web.
Llegaron a mi casa muy puntuales y se montaron el estudio en mi salón. Todo un despliegue. "Vamos a empezar contigo, con tu barriguita", me dijo el fotógrafo. Mientras, Daniel la liaba a su manera, movía los instrumentos de trabajo o se colaba en las fotos impunemente, a pesar de los esfuerzos de su padre porque se estuviera quieto. "Te noto nerviosilla" me comentó carlos. "¿Y qué quieres?" pensé yo "Con el elemento desatado que tenemos por aquí y yo posando sin poder moverme".
Llegó el momento de la aparición de Daniel en las fotos. El chiquillo se prestó alegremente a acariciarme la barriguita a petición de los profesionales. Lo malo es que se dedicó a aporrearla. Cuando le dijeron que me diera besitos en la barriguita hundía su cara con entusiasmo muy cerca de mi ombligo. Así que desistieron, por el bien del hermanito y porque lo único que se ponía sacar de esa escena era el pelito de Daniel, porque el resto de la cara la tenía hundida en mi carne.
Raúl también protagonizó muchas fotos acariciándo la barriguita. Él lo hacía suave, afortunadamente. Carlos suguirió la típica foto de sólo la barriga con unos patucos encima. Nosotros obedecimos diligentes. Raúl vió el cielo abierto cuando le dijeron que se podía poner cualquier cosa encima de la barriga (ligera claro). Por ejemplo, a la mujer de un señor que trabajaba en la construcción le pusieron un tractor de juguete. Mi marido se dirigió muy feliz a una estantería del salón y rescató sus miniaturas de Dalec para ponerlos en la cima de mi panza. Teniendo en cuenta que la frase más repetida por estos pequeños monstruos en la serie del Doctor Who es "Exterminate", yo no veía muy claro el lado tierno de la foto, pero le dejé hacer. Si le hacía ilusión...
Por fin dieron por terminada la seseión de interiores y nos dirigimos al parque con el juguete preferido de nuestro vástago: la moto. Cuando le preguntaron no lo dudó un segundo y se agarró a su querida moto.
Una vez allí, mi amiga y su novio eligieron el mejor escenario por la luz, colores o lo que ellos tengan en cuenta. Yo no soy la experta. Una vez en el cesped montamos a Daniel en su motito y Carlos dijo: "lo mejor es que venga hacia este lado, pero mientras que no se meta por ese terreno que parece sembrado me conformo". "¿Cómo se va a meter por un terreno tan difícil?" pensé yo. Pues lo hizo. Con toda su cabezonería y mucho esfuerzo.
Por fin logramos que condujera la moto por la hierba y corriera hacia el fotógrafo con su mejor sonrisa. Lo malo es que iba demasiado deprisa. Espero que no salieran movidas las mil instantáneas que le hicieron.
Carlos le decía que le tirara un beso y él se acercaba corriendo para dárselo en la mejilla. "Muy bien, muy bien, pero ahora desde lejos. ¡Venga, tírame un beso!" y pequeñín volaba para volver a estamparle los labios en la mejilla de nuevo. ¡No había manera! Entre pitos y flautas se dió un montón de porrazos por su forma de conducir tan temeraria. Así que había que esperar a que se calmara y se le secaran las lagrimillas para volver a empezar.
También hicimos un montón de fotos familiares. Nos habíamos puesto ropa con predominancia roja para que quedara mejor. La historia es que a mi amiga le encantaba una camiseta premamá con piececitos de bebé impresos y que era roja, así que me puse esa para la sesión, con lo que les compré sendas camisetas rojas al resto de la familia para que conjuntaran conmigo.
Intentámos que Daniel posara feliz con nosotros, pero era imposible. Al segundo intentaba escapar. Carlos nos dijo que estaban quedando unas fotos muy realistas. Le pregunté si era el peor niño con el que había tratado y me dijo que de ninguna manera, que Daniel era un chiquillo encantador. No quiero saber con que clase de energúmenos habrá lidiado el pobre.
La verdad es que nos lo pasamos muy bien y al finalizar la sesión nos fuimos a tomar una cervecita en una terraza. Daniel sólo tomó agua, por supuesto, y una rica tortilla francesa que hicieron para él.
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