¡Que mal se ha portado este chiquilo! Estoy agotada de correr detrás de él. Le llevé a la piscina porque es el único sitio al aire libre en el que se puede estar desde las cinco de la tarde. Ya de entrada, me costó muchísimo sacarle de la guardería. Me lo tuve que cargar a hombros. En la piscina intentaba escapar en todo momento mientras trataba de ponerle el pañal-bañador. Le di la crema solar como pude y casi no pude ponerme yo porque tuve que salir corriendo tras él, que ya se iba el solito a la piscina para bebés.
Normalmente, me pongo la crema solar a medio día cuando llego de trabajar. Lo preparo todo para el día piscineros y voy a por el pequeño, pero hoy tenía que pasarme por le supermercado a comprar cosas urgentes, como fruta, por ejemplo, y no me dio tiempo.
Una vez metido en el agua (lo que se puede porque le llega poco más ariba de los tobillos) no paró de guerrear al grito de "¡Miooooooooo!" Tenía los brazos llenos de pequeños juguetes y lloraba porque aun no tenía todos los que veía. Daba igual que fueran suyos o no. Cansado de no conseguir su objetivo se colaba por huecos por donde yo no cabía, con lo que me hacía dar un rodeo hasta llegar a él. Corriendo, claro, por si acaso. En una de estas me lo encontré con una toalla ajena en las manitas. Agobiada a dejé donde supuse que estaría y, cuando vi que una chica se sentaba en ella, me acerqué para disculparme. Menos mal que era muy simpática.
En otra ocasión, fui testigo de cómo cogía la cerveza de un chico y la vaciaba tranquilamente. Yo sólo podía gritarle al dueño de la bebida para que hiciera algo, pero no se enteraba de que le estaba gritando a él. Hasta que vió la espuma desparramada al lado de su toalla. Menos mal que le dio la risa y no se enfadó, pero la que sí se enfadó fue una menda, que ya estaba harta de las correrías de mi diablillo.
Cansada de su actitud, y porque ya estaba empezando a temblar de frío, me lo llevé a la toalla para envolverlo bien. Allí me pidió galletas y estuvo un rato tranquilo, lo que me dejó un rato de paz para charlar mas o menos tranquilamente con una madre.
No duró mucho. Enseguida enfiló hacia la piscina grande. Cómo me asfixiaba de calor acogí la idea con alegría. Le estoy enseñando a que debe esperar a que mamá se meta primero y luego él, pero ese día no me hizo ni caso. Se tiró en mis brazos cuando aún estaba a medio meter. Sólo quería salir y entrar de la piscina a lo bruto. Cómo hacía airecito me dio la impresión de que estaba cogiendo frío. Intenté convencerle de que se quedara dentro del agua un rato, pero no hubo manera. Así que lo saqué del agua a rastras cuando me pareció que se le estaban poniendo los labios un poco moraditos. Y lo envolví con dos toallas para quitarle el frío. ¡Cómo lloraba porque quería volver a la piscina de los mayores!
Mis amigas hicieron todo lo posible por calmarle y distraerle. Cuando se hubo tranquilizado le cambié, lo vestí y me despedí de ellas. No podía más con este chico.
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