Daniel se levantó muy temprano el viernes. ¡Y con ganas de juerga! Yo estaba machacada con la noche que me había dado. Cómo no tenía fiebre y no había vomitado en toda la noche decidí llevarle el parque tempranito para evitarnos la ola de calor. A las nueve ya lo tenía montado en su motito de aquí para allá. El pobre estaba deseando salir. Se montó en todos los columpios y recorrió el parque de rincón a rincón. Lo malo es que cuando llegaba al lugar más alejado requería de mis bracitos para volver al carrito. Eso no puede ser bueno para mi embarazo.
Cuando le vi cansado lo metí en el carrito y, tras una paradita en casa para dejar la moto, me dirigí al centro comercial. ¡Habían empezado las rebajas! y quería ver que había para mi bebé. A Daniel le puse su tigre de peluche en los brazos para que se estuviera tranquilito, pero no hubo suerte y quería tirar y desordenar todo lo que le quedaba a mano. Aún así, con distracciones a cada segundo, le compré algo de ropita a buen precio. No mucha, que luego mi marido me riñe. Incluso compré una chaquetita preciosa para el hermanito que estaba en camino. Es lo primero que le compro.
Daniel ya estaba quejándose y lloriqueando para que le sacara del carrito así que le llevé a unos coches que hay por el centro. De esos que te timan un euro si quieres que se muevan. Me gasté tres euros y luego dejé que disfrutara de las maquinas paradas. Estaba encantado. Tanto que me costó la vida sacarle de allí. ¡Pero es que se estaba haciendo la hora de su comida! Con un bebé lloriqueante me planté en casa.
Se le pasaron todos los males en cuanto le embutí el puré de verduras en la boca. Comida suave por lo de su estomaguito. Luego intenté meterlo en la cama y empezaron los problemas. No quería dormir ni loco. Al final me tumbé a su ladito hasta que empezó a roncar plácidamente. Entonces me levanté a comer yo. Al ratito le oí llorar de nuevo. Entré en su cuarto, le di agua. Me quede a su lado hasta que se durmió y me volví a ir. Diez minutos después berreaba. Al final me acosté a su lado la hora y media que duró el resto de su siesta. De vez en cuando abría el ojillo para comprobar que yo segúía allí. En un par de ocasiones hasta se sentó en la cama, pero al ver que yo estaba a su lado se volvía a tumbar y se dormía. No pegué ojo entre las patadas y los empujones que me propinaba mi retoño, pero lo importante es que él descansara para que recuperara fuerzas.
Merendó muy bien, con lo que di por terminada su convalescencia por el virus de estómago. Cómo se le veía en forma le llevé a la piscina porque hacía un calor de mil demonios. Allí se lo pasó genial. Nos encontramos con un amiguito suyo, corrimos por la rampa y nos bañamos en la piscina grande con los mayores. Pensé que estaría agotado y que se dormiría al segundo, pero no fue así.
Otra mala noche para mis espaldas. Uf, estoy que me caigo.
La primera foto es de Carlos Martínez (http://www.cmtz.es/).
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