Mi marido se ducha de vez en cuando con mi hijo. Y al pequeñín le encanta. Muchas veces me ha exhortado Raúl a que haga lo mismo, pero a mi da mucha pereza. La ducha es un lugar de relax, aunque sea solo por cinco minutos.
El caso es que un día que volví de la piscina me entraron unas ganas horribles de ducharme y quitarme el cloro. Normalmente la ducha es un lujo que me doy cuando Daniel está durmiedo o en la guardería. Mi marido me animó a meterme bajo el chorro tranquilamente mientras él cuidaba de del chiquillo.
Así que me metí en la bañera, abrí el grifo y allí tenía a mi pequeñín intentando escalar el solo el murete que le separaba del agua y protestando porque nadie le había avisado para la fiesta. Raúl intentó entretenerlo con otra cosa, pero no hubo manera, así que al final le desnudó y lo metió conmigo. Lo primero que hizo fue apoderarse del teléfono de la ducha mientras yo me enjabonaba y le enjabonaba. Me costó un mundo aclararme. Tuve que agacharme para ponerme a la altura a la que llegaba Daniel para poder quitarme el champú del pelo. A veces, cuando me hartaba de lo ridículo de la situación, le arrebataba el teléfono y me enjuagaba como podía, pero se ponía como un loco.
Cuando estimé que estábamos los dos bien limpitos procedí a cerrar el grifo ¡Qué lloros! Vaya ultraje por mi parte. "¡Agua! ¡Agua!" berreaba mientras yo me secaba a toda velocidad y le arrancaba e teléfono de sus garras para sacarlo de la bañera y secarlo a él también.
Puedo asegurar que no fue una experiencia relajante. La próxima vez esperaré a que se duerma.
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