Seguimos con el problemilla nocturno. Estoy tan cansada y Daniel berrea tanto que hasta su padre se está despertando y poniendo de su parte para atender al retoño. Menos mal. Pero aún así me muero de cansancio. "Vete a dormir" me dice mi marido mientras empuña un biberón recién calentado. Se agradece, pero sé que en una o dos horas el bebé volverá a quejarse. ¿Serán los dientes?
Estamos hinchando a Danielillo a biberones. Alguna noche se ha tomado dos. Siempre los acoge con alegría y suele dejarlo roque al menos por dos horas las peores noches. A veces, cuando se termina la leche y oigo como empieza a succionar aire exclama "ma, ma", "no hay más" le contestó yo. Normalmente se queda tranquilito y se duerme, pero, en ocasiones, redobla su imperioso mandato con lloros y lamentos "bibeeeeeeee, ¡bibeeeeeeee!, ¡¡¡¡bibeeeeeeeee!!!" y mamá corre a la cocina a ponerle un poquito más de leche.
Una de las noches vomitó. Me temo que lo habíamos cebado demasiado. Ahora intento engañarle un poco más con el agua, pero no es fácil . No es un niño tonto.
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