Ya le estaba viendo venir. Mi pequeño trepador arrastra la silla de la cocina hasta el microondas en cuanto tiene la menor oportunidad y al ladito tenemos la vitrocerámica. Le encanta jugar a meter y sacar los imanes de la nevera, con lo que tenemos que tener mucho cuidado. Algún día nos vamos a querer calentar algo y si nos dejamos olvidado uno de esos imanes, con hierros entre sus componentes, nos quedamos sin microondas.
El caso es que un día estuve cocinando mientras el jugaba tranquilamente con sus cosas. Cuando terminé de cocinar me fuí a tender la ropa de la lavadora que había puesto con anterioridad. Cómo eran cosas del niño no se podían meter en la secadora, porque corremos el riesgo de que bajen una o dos tallas cuando las saquemos.
El caso es que me dirigía con la palangana al tendedero cuando una idea me cruzó como el rayo por la mente. No tengo a Daniel a la vista, será mejor que tome medidas por si acaso. Puse un paño de cocina mojado sobre el fuego aún caliente y me fui.
De repente oí, "rrrrrrrrrrrrrrsh", pin, pin, ¡buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!". Corrí a la cocina como una loca y ví a Daniel todavía sobre la vitrocerámica. Sin pensar en nada le metí los dos bracitos debajo del agua fría. Corrí a su habitación y le apliqué la crema del culito por las manos y parte de los bracitos. El chiquillo había dejado de llorar y se miraba con curiosidad sus extremidades blancas por la crema. Movía las manos cómo si estuviéramos cantando los cinco lobitos.
Se levantó como si tal cosa y corrió hacia la cocina con la intención de volver a subirse a la silla. Por supuesto no le dejé. Lo llevé a su cuarto de juegos y me quedé con él entreteniéndole con el garage, la granja y los cuentos. La colada tenía que esperar.
Cuando su piel absorbió bien la crema me fijé para ver donde se había quemado. Tenía una pequeña mancha en una muñeca, pero no parecía dolerle. Le he estado poniendo más cremita de culo en la marca porque parece que le hace bien. ¡Menos mal que no ha sido peor la cosa!
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