Por fin ha hecho un radiante día de sol y calor y yo he podido agarrar todas las cosas necesarias (toallas, cremas, cambios, pañal bañador...) para ir a a piscina con mi niño. Le he contado mis planes nada más llegar a la guardería y parecía incluso que me entendía porque salió disparado hacia el carrito y se subió a él sin discutir. Antes de llegar al polideportivo tuve que hacer una paradita técnica porque había elegido mal las sandalias. Esos zapatos no me habían hecho daño en años, pero ahora había sendas dolorosas ampollas en cada planta del pie. No podía decepcionar a mi chiquitín. Así que me puse un par de tiritas que mitigaban un poco las molestias, me cambié de sandalias y volví a dirigir mis pasos a la piscina.
Una vez allí cambié a Daniel con mas o menos esfuerzo, me quedé en bikini y le llevé de la manita a la piscina de bebés. ¡Qué ilusión le hizo! Correteaba de un lado a otro como un loco. Menos mal que le dejé puestas las chanclas de goma y así se resbalaba menos. Se tiraba en el suelo para que le cubriera el agua y sonreía todo el tiempo.
Afortunadamente no había mucha gente y resultaba muy cómodo estar allí. A los niños les llamó la atención un chavalillo tan pequeño y se acercaban a preguntarme y a jugar con él. Lo que más le gustó fueron las miniduchas que rodeaban la piscina, pero me parecía un poco vergonzoso que accediera todo el rato a sus peticiones para que le diera al botón que las hacía funcionar. Es tirar demasiada agua. ¡Que derroche! Al final le di una regaderita de juguete y le convencí para que fuera regando a los niños que se estaban bañando con él. Los compañeros accedieron encantados a prestarse como supuestas plantas.
Los malo, además de que las ampollas me estaban matando, era que de vez en cuando se levantaba un vientecillo incordiante que hacía temblar a mi chiquitín. Pero no había manera de sacarlo de allí.
Finalmente logré colocarle la toalla con capucha que le cubre todo el cuerpo. Le llevé a la piscina mediana para darme yo también un chapuzón, porque la de bebés sólo me llega poco más arriba de los tobillos, pero se removía como una lagartijilla. Quería tirarse de cabeza desde el primer momento... ¡Y sin esperar a su mamá! Conseguí la ayuda de otra madre que me lo sujetó un poquito mientras me metía yo y luego le cogía en brazos, pero seguía con el baile de san vito y era muy difícil sujetarle, así que me resigné y lo saqué del agua. Le volví a poner la toalla con capucha y me lo llevé a la hierba, donde estaban nuestras cosas, dispuesta a cambiarle ropa para irnos ya porque no podía perseguirle como requería la situación a causa de las heridas que me habían causado las sandalias. Por supuesto, puso resistencia. Pero empezó a soplar otra vez el vientecillo y, por lo visto, decidió cooperar. Se ve que se estaba helando. Lo más rápido que pude le cambié el pañal y la ropa. Le puse pantalones largos e, incluso, los calcetines, porque no quería que me cogiera un constipado.
Al final estuvimos allí algo así como una hora y media, más que suficiente para Daniel. Me temo que es muy pequeñito y, aunque lo embadurno de crema, me da la impresión de que tampoco es bueno exponerlo tanto al sol.
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