Queda relativamente poco para las vacaciones (a mí se me está haciendo larguísimo), así que ya hay que ir pensando en cómo vas a entretener a tu hijo todo el tiempo que no esté en un parque, piscina o simplemente callejeando.
Alguna idea me rondaba por la cabeza. Por ejemplo, estaba decidida a que hiciéramos tortitas de harina juntos. Es algo facilísimo de hacer. Sólo hay que mezclar agua y harina y amasar bien. Se hacen tortas y se fríen sin aceite. El resultado se puede comer con leche condensada, chocolate, nata, miel… o aceite y sal. Son las típicas tortitas del gazpacho manchego.
Yo las hacía cuando era pequeña. Mi madre nos sentaba a los tres hermanos. Nos daba un trozo de masa a cada uno y nos animaba a hacer nuestras propias creaciones: animalitos, flores, figuras geométricas… Todo en dos dimensiones, porque si no se queda crudo por dentro.
Daniel es demasiado pequeño para disfrutar de esto, pero no para experimentar la textura del agua, la harina y la masa. Cómo estuvo malito en casa vi mi oportunidad. Le puse harina en una tupper y le di un vaso de agua. Enseguida echó el agua en el tupper y metió la manita para guarrear. Por supuesto se puso perdido a el mismo y a todo lo que le rodeaba. Incluso a mí. Encantado me pidió más agua. Yo le expliqué que no se le podía echar más agua porque no nos saldría bien la masa. Pero como no tiene ni dos años es muy difícil que atienda a razones. Al final se conformó con aplastar y estirara la masa, pero enseguida perdió interés. No había estirado ni una tortita cuando ya quería levantarse e irse. Algo que yo no podía permitir hasta que no le quitara la capa blanca que le recubría y toda la masa pegada a sus deditos. Hubo que forcejear un poco, pero conseguí que no me manchara nada más.
Para que no se aburriera le di más tuppers de diferentes tamaños, pasta y garbanzos. Se lo pasó genial mezclando y pasándolos de un recipiente a otro. Y tirándome todo al suelo de la cocina, claro.
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