Estaba cambiándole en al guardería para llevarle a la piscina. Raúl le suele llevar con un pantalon largo finito y zapatos por la mañana. Y yo lo transformo en un bebé playero por las tardes. Normalmente, el chiquillo se retuerce como una lagartija en el cambiador y lo toca todo: peines, cremas, toallitas...
Ese día le dió por la colonia. Dejó el cambiador lleno de charquitos y él mismo atufaba. Menos mal que iba a llevarle a la piscina y se le quitarían un poco los efluvios. En un momento dado me acercó la colonía a la cara. "Ummmmm, que bien huele" le solté yo. No le hizo falta más. Su pequeño cerebro conectó "ummmmm" con "¡Comida!" y antes de que pudiera reaccionar se llevó la colonia a los labios. Enseguida la aparté de un manotazo y le reñí profusamente. Por mi mente pasaron las palabras "intoxicación", "cirrosis" y "coma etílico".
Agobiadísima, empecé a recoger todo a toda prisa con la intención de llevar a mi pequeñín a urgencias inmediatamente cuando, de repente, apareció una de sus profesoras. "Se ha bebido la colonia", exclamé angustiada. La chica se acercó a Daniel con una sonrisa de oreja a oreja y acariciándole la cabecita le expetó dulcemente "¿Has hecho eso? Ay, Daniel, Daniel. ¿A que estaba mala? Ahora tendrás el sabor de la colonia un buen rato" y tan tranquila como entró cogió lo que venía a buscar y se marchó. Esta actitud me calmó un poco. Miré al niño, que aún conservaba el rictus de asco por el sabor, pero que se veía bien aparentemente, y decidí seguir con el plan piscinero porque realmente ese día hacía mucho calor.
Le dí de beber agua al pequeñajo y lo bajé del cambiador. Enseguida se puso a correr de un lado para otro dando palmas al aire con sus manitas. Sólo se detenía para dar besos a todo aquel al que se encontraba. Conocido o no. "Ya está" pensé "está borracho". De vez en cuando le paraba y le metía la botellita de agua en los morros a ver si así eliminaba alcohol por el pis. Me fue imposible sacarlo de la guardería. Las profes me ayudaron a llevarlo hasta el carrito cuando ya se iban para casa. Una vez en el carrito le di el sanwich que le había preparado, y como vi que no lo comía con mucho agrado le di galletas. Pensé que sería mejor que comiera lo más posible para acabar con los efectos de esas malditas gotas de colonia que había engullido. De camino le compré aspitos para rematar la afena.
Cuando llegamos a la piscina ya parecía encontrarse bien. ¡Menos mal! y ¡Qué susto!
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