El otro día le regalé una pelota de Daniel a otro niño que se había enamorado de ella. Total, la compré en lo chinos por poco dinero. Así que me fui de nuevo a la tienda de chinoa a adquirir otra porque tampoco quería que el mío se quedara sin ninguna. Al entrar me indicaron que estaban al fondo del pasillo. Llegar hasta allí con el carrito iba a ser una aventura. Me adentré en el pasillo dispuesta a evitar que Daniel sobara el género más de la cuenta. Al llegar a mi objetivo me encontré a otra de`pendienta que me recriminó por entrar con el carrito. Y a mi que me cuenta. Si su compañero de la entrada me está viendo y no me dice nada yo no soy adivina. Y ya que estaba allí no iba a irme sin la pelota. La dependienta lo entendió a la perfección y me dejó rebuscar libremente en la cesta. No había ninguna igual que la que le había conmprado la otra vez, de Dora la Exploradora, pero Daniel no tuvo problema en arrimarse con carrito y todo y agarra las dos que más le gustaron. Y no pilló otra porque no tenía más manos.Para lo que cuestan decidí comprarle las dos. para una cosa que había elegido él. Una era de Toy Story y la otra azul con bultos. ¡Ala! a pagar. De vuelta, mientras atravesávamos el pasillo, daniel se agarró a un ciervo de plástico horroroso, con ojos rojos diabólicos. Yo no tenía ningún prtoblema en comprarle también un animalito, pero ese era muy feo. Intenté intercambiarlo por una lobo más bonito, pero el niño dijo que para mi. En tonces le ofrecí un perro, un águila, incluso un cocodrilo..., pero él seguí en sus trece. Bien agarrado a su ciervo de maléficos ojos. No me quedó más remeido que comprarle el ciervo.
Nada más llegar a casa lo soltó y no le ha vuelto a hacer caso. Ahí está. Mirándome con sus ojos rojos desde la estantería. A Raúl no le parece tan feo, pero a mí me da un mal rollo...
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