¡Madre mía! más de cuarenta de fiebre cuando se ha levantado de la siesta. Sólo gemía y se arrimaba a mí. Muerta de preocupación le puse el termómetro digital y enseguida pitó mostrando un 40,2 en su pantalla. Agobiada le quité ropa y le refresqué con una toallita. Corrí a darle el apiretal.
Le medía la temperatura cada diez minutos o menos, mientras mi niño seguía sin reaccionar. Más de media hora después le había bajado a 38,8. Menos mal. A punto estuve de darle un baño, pero tenía que llevarlo al médico en un rato y no quería que empeorase al salir recién bañado.
Vestí al bebé, le metí en el carrito y le saqué de casa con un poco de antelación para que le diera un poco el aire. Cuando llegamos a la cosulta de la pediatra ya se le había bajado a 36. Menos mal.
La médico me dijo que tenía un virus respiratorio que tenían tooodos los niños de guardería ultimamente. Siempre me dice la misma coletilla: "Todos los niños de guardería están igual". Me mando apiretal y Dalcy, como siempre, y me mandó a casa.
El niño estaba otra vez hecho un atleta. Jugaba, corría y reía de nuevo. Al día siguiente pasó lo mismo. Bien todo el día, con algún pico de fiebre, y después de la siesta se despertó ardiendo. De nuevo a desnudarlo y medirle la fiebre cada poco. Mi niño, pobrecito. Lo bueno es que, aparte de los momentos de fiebre tan intensos después de la siesta, no pierde la alegría y las ganas de jugar.
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