Cómo hace unos días estupendos tenemos masificación infantil en el parque. Recuerdo con nostalgia los días en los que éramos cuatro gatos. Hacía frío y a veces hasta vientos, pero había menos enfrentamientos. Ahora no hago nada más que correr detrás de Daniel para evitar peleas. Todos los niños quieren el mismo juguete del arenero. Ya puedes venir cargada de coches, barcos, palas, cubos... Da igual. Al final todos van a ir a por la cuchara verde y rosa, por poner un ejemplo. Y ya tenemos los lloros garantizados. A eso hay que sumarle que Daniel fija como objetivo el juguete más grande que encuentra, por ejemplo una bicicleta, y no para hasta que le subo en su objeto de deseo. Así que tengo que pedir permiso a los padres, que, afortunadamente siempre me dan. Menos mal que son simpáticos.
La verdad es que, con estas temperaturas, los niños aprovechan y se traen al parque las bicis y las motos que les trajeron los reyes. Y a Danielillo se le salen los ojos. Lo cierto es que el pequeño tiene una moto propia, pero su padre no me dejó ponersela para reyes porque decía que era inapropoada para su edad y, además, se empeñaba en asegurar que yo me había pasado tres pueblos con los regalos.
Parece que Daniel se está acostumbrando a la nueva situación y ahora se lo pasa bien aunque tenga que esperar para tirarse del tobogán. Lo cierto es que tengo que agarrarlo con fuerza mientras el se impulsa coomo puede hacia la bajante sin importarle si hay otro niño o no. Pero al menos ya no grita como un loco como al principio. El caso es que se lo pasa bien con tanta gente y tanto juguete. Eso es lo que importa.
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