"Tunga, tunga", "¿Ung?" "¿Unnn?" Y así desde las 12 de la noche hasta las cuatro de la madrugada con mayor o menor intensidad. Nuestro pequeñín se había desvelado. Y lo que es peor. Como ahora duerme, temporalmente, en nuestra habitación no hay manera de ignorarlo. Raúl y yo nos mirábamos impotentes mientras Daniel hablaba consigo mismo. Le dí agua hasta que me la apartó de un manotazo. Le di el biberón calentito, pero ni así le entró el sueño. Le acuné un buen rato y tampoco se durmió. No estaba inquieto, ni se quería poner de pié. Simplemente, hablaba y hablaba. Le llené la cuna de peluches a ver si se entretenía y se callaba. Le oíamos trastear, pero también seguía con su monólogo.
A las cuatro se durmió por fin. A las cinco me sonó el despertador y a las seis, según Raúl, el pequeñín se puso a gemir. Ya era raro el tema. Hoy nos han llamado de la guardería porque tiene fiebre. ¿Estaría delirando anoche?
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