Ultimamente, Daniel se despierta por las noches con unos gritos horrorosos. Cómo si le estuvieran matando. Si le coges para intentar calmarlo te pega patadas y manotazos sin dejar de chillar. Señala con su dedito hacia algún lugar impreciso y llora, llora y llora como si le fuera la vida en ello. Así está un buen rato. No quiere el chupete, ni el biberón, ni mimos.
He llegado a pensar que se trata de los famosos terrores nocturnos de los bebés y niños de corta edad. Esos que se supone que no son preocupantes, pero que te amargan la existencia porque ves a tu pequeño sufrir y tú no puedes hacer nada para remediarlo. Pero Raúl me ha sacado de mi error "Esto son perretas monumentales". Su teoría es que, cómo lleva sin ir a la guardería ni al parque mucho días, porque está resfriado, no se cansa lo suficiente, con lo que se despierta en la mitad de la noche totalmente desvelado y chilla para que le llevemos al salón a jugar.
Una amiga me ha comentado que podrían ser los dientes. Por lo visto les duele muchísimo. Cómo si fueran pinchazos. El dolor les despierta de repente y de muy mal humor. El caso es que nunca lo sabremos, porque a este enanito no le da la gana de aprender a hablar. Me queda el consuelo de que al rato se queda de nuevo dormidito. Cómo si no hubiera pasado nada.
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