El viernes me pasé por la oficina para entregar los papeles de la baja y así aproveche para llevar al niño a mis compañeras. A pesar de ser fiesta nosotras trabajamos por turnos, igual que con los fines de semana, porque nuestro trabajo es leer y codificar los artículos de los periódicos y los únicos días que no salen son el 25 de diciembre, el 1 de enero y el viernes santo. Las chicas se alegraron muchísimo de ver al peque, que no perdió la oportunidad de aporrear los teclados y jugar con los ratones tan feliz. Me llevó Raúl porque yo con mi panza no me atrevo a conducir. Me falta movilidad, visisbilidad y confianza en mi misma.
Estuvimos poco tiempo para dejarlas trabajar tranquilas y que no se les eternizase la jornada. Una vez fuera nos pareció que hacía un día estupendo como para volver a casa, así que enfilamos hacia el nuevo parque que han hecho sobre el soterramiento de la M-30 y al que llaman Madrid Río por estar en el cauce del Manzanares.
Hacía tiempo que queríamos pasarnos por ahí porque nos habían hablado muy bien del sitio. La verdad es que lo han dejado precioso y es ideal para ir con niños. Tienen unos toboganes gigantes no aptos para Daniel (cuando crezca le llevaremos de nuevo) y unas fuentes de esas que puedes meterte en medio y refrescarte. Una de ellas rodeada de arena simulando una miniplaya. Por supuesto las fuentes maravillaron al chiquitín, que no perdió la oportunidad de meterse vestido y todo. Le quité los calcetines y los zapatos y le dejé chapotear tan contento. No habíamos ido preparados para el agua, pero aun así se lo pasó genial. Yo me metí con él y también me empapé. Se lo estaba pasando tan bien, que me dió pena decirle que no.
Lo malo es que no pudimos ver mucho más del parque, porque preferimos correr con el coche a casa para cambiar de ropa al pequeño y evitar males mayores. Los pies era lo único que llevaba seco gracias a la previsión de quitarle los zapatos. A lo mejor por eso no se resfrío mucho. Yo, en cambio, tengo la nariz como un tomate.
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