El domingo por la tarde teníamos timba de juegos de mesa con unos amigos. Raúl es una aficionado extremo a todo lo que sean cartas, dados, tableros... Y a mi no me disgusta jugar de vez en cuando. Nuestros amigos tiene tres hijos, así que Daniel se venía con nosotros. Se iba a juntar con sus primos Miguel y Luis, con los que se lo pasa bomba y la lía todo lo que puede.
Mientras estuvo con los niños todo fue bien. Incluso jugamos una partida relativamente tranquila, pero luego sus primos se fueron a dormir y empezó el follón para llamar nuestra atención. Botaba por el sofá, tocaba todo lo que le parecía que pudiera se peligroso y se metía en las habitaciones privadas de la casa gritando y armando ruido. ¡No había manera de controlarle! La prima de Raúl le ofreció un apetitoso biberón de cola Cao, que él rechazó dando un brinco en busca de más maldades que pudieran ponernos otra vez sobre su pista.
Agotada, yo ya no sabía a qué estaba jugando, que es lo que tenía que hacer y por qué porras me estaba bebiendo yo el biberón de cola cao de Daniel. "¿Os acordáis cuando no teníamos niños y jugábamos rodeados de cervecitas y calimochos?" Los cinco adultos que se congregaban junto a mí, intentando concentrarse en su próxima jugada, asintieron con resignación.
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