Esté niño es un revoltoso. Y además un cabezota. No me deja hacer nada porque enseguida quiere hacerlo él. Cuando veo que está entretenido con sus juguetes intento ponerme a trabajar con el ordenador, pero él se da cuenta enseguida y viene corriendo para darle a las teclas.
Al principio yo no veía el problema en dejarle. Le ponía el word y le dejaba teclear. Aunque a veces le diera a alguna tecla problematica de esas en las que el ordenador se pone a pensar y tu no tienes ni idea de lo que está pasando. O, de repente, el ordenador se duerme y me las veo y me las deseo para despertarle. Nunca he sabido cual es esa tecla, pero mis gatos y mis hijos son muy hábiles para encontrarla.
El caso es que un día, yo no sé cómo, me arrancó la tecla N del portatil. Asustada, porque es mi medio de trabajo en mi segundo empleo y no está el bolsillo para un gasto extra tan grande, comprobé que funcionara. Afortunadamente la letra N se reflejó en el documento de word. Alejé al chiquillo de su objeto de deseo en medio de una rabieta épica mientras le aseguraba que a partir de ahora tenía una orden de alejamiento con respecto a mi portatil. ¡Y más le valdría cumplirla!
Afortnadamente el peque se entretiene enseguida con otra cosa y se olvida de todo lo anterior. Una compañera del trabajo me dijo que al portatil de su hermano, padre de otro trasto parecido al mío, le faltaban ya cuatro teclas. ¡Qué peligro tienen las uñitas de estos pequeñines!
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