La casa de mi madre es genial. Tiene una terraza enorme y en Las Palmas eso tiene gran potencial teniendo en cuenta que suele hacer buen tiempo.
Cuando no nos apetecía salir a la calle, soltábamos a Danielillo en la terraza, cerrábamos la puerta a cal y canto para que no se escapara y llenábamos todo de juguetes. Era la única manera de que me sentara tranquila.
Mientras, el enano hacía de las suyas. Y, a veces, había que defender a los pobres perritos de sus ansias de estrujar y arrancar pelos. Para el niño era lo mismo que ir de paseo a la calle. Y encima no me tenía que preocupar de los coches o de si se iba demasiado lejos. Cuando subíamos a la terraza era una de las pocas vecs que me podía relajar. Lo dicho, la mejor estancia de la casa.
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