Con esto de la gastroenteritis el pobre Daniel está a dieta. Después de ese día horrible en el que vomitaba todo, parece que su estómago se normalizó un poco. Al principio sólo le daba suero. Lo único que admitía su cuerpecito. Pero al día siguiente ya le pude dar alimentos basados en la dieta astringente (puré de patatas y zanahoria, puré de manzana y plátano, cereales de arroz, arroz y jamón de york). No se puede decir que sea un menú muy variado. Así que un tragón como Daniel se cansó pronto de él. Se notaba que el pobre se quedaba con hambre. Incluso se le agrió el caracter como me pasa a mi cuando me pongo a régimen.
Pero no me atrevía a darle nada fuera de lo prescrito por si se ponía peor. Al día siguiente me arriesgué con pollo a la plancha. Le supo a poco y me pedía más. Ese mismo día le llevé a casa de su abuela Chari porque su papi se iba de viaje de nuevo y se tenía que quedar con ella a dormir (yo no le puedo llevar por las mañanas a la guardería por incompatibilidad de horarios). El pobre babeaba de hambre, así que decidimos darle unas galletitas. Chari le ofreció la bolsa y le dijo que cogiera una. El pequeñajo se relamió encantado y le llevó un buen rato averiguar cuantas le cabían en la mano. Finalmente cogió cinco tan feliz. Nada más sacarlas se le cayó una. Intentando recuperarla se la cayeron todas las demás. Tras mucho trajinar decició que más valía cuatro en mano que cinco volando y se conformó con rechupetear las que le cabían en las manos. Después de ese festín de cereales pensé que ya no cenaría, pero se comió todo el puré e incluso pidió repetir.
El pobre va a seguir a dieta unos cuantos días porque no se acaba de curar del todo. ¡Qué mal lo va a pasar! Con lo que le gusta comer. Lo bueno es que creo que el hecho de que tenga hambre es buena señal. A ver si se recupera del todo y le puedo hacer unas croquetillas, que le encantan.
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