Estábamos Daniel y yo a lo nuestro en el arenero, llenando y vaciando un cubito, cuando vimos que se armaba un pequeño revuelo alrededor del tobogán. Desde lejos puede apreciar que lo niños señalaban algo. Afinando el oído descubrí que se trataba de una pequeña araña. "No creo que pique cariño, es bastante pequeña", decía una madre. Todos los niños la señalaban emocionados.
Pesando en lo bien que se lo estaban pasando todos observando al bicho decidí acercar a Daniel. En un principio no le hizo ninguna gracia que le alejara del cubito. Cuando vio el tobogán se dirigió corriendo a las escaleras sin darme opción a llevarle donde estaba la araña. Se agarró con fuerza a unos asideros y no había manera de desengancharle sin usa la fuerza física. Así que, resignada, le ayudé a subir, le senté en le tobogán y le dije: "Mira, vida, ahí hay una ara..." "plchz", el enano ya se había tirado alegremente sin darme tiempo a agarrarlo y la había aplastado ante la espectación de los niños allí reunidos.
"Mamá, Daniel ha matado a la arañita" gritó Luis. "Ummm, pues sí", le replicó la madre. "No picaba ¿no?" añadí yo preocupada. Pero nadie me contestó, porque sin araña allí no había nada que ver y los pequeñajos ya se habían ido a jugar con otras cosas. Daniel tiraba de mi insistentemente para que le ayudara a subir de nuevo al tobogán. ¡Qué poca paciencia tiene este niño!
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