¡La fiesta de la prehistoria!

Llego el día de la fiesta prehistórica y, cuando acabaron las clases, mi casa se llenó de niños sonrientes. Los más sonrientes los míos. Y yo encantada. Daniel no paraba de gritar a sus invitados: "¡Ésta es la mejor fiesta del mundo!".

Madres y peques observaban divertidos la decoración y la merienda. Para llenar la barriga no faltaron los huesos fósiles, las uñas de dinosaurio, los dinosanwiches, las bolitas de hierba prehistórica, las dinogalletas chocolateadas, los huevos de dinosaurio... Y había que ver a que velocidad desaparecían.

En el salón destacaba el cartel que me hizo Sonia, de El Revolero Mundo de Rukkia, una verdadera rukkimonada, como diría ella. Los globos de colores eran los protagonistas de la decoración. Simulaban tierra, lava, hierba y plantas, rocas de la cueva...

Desde una de las paredes, una dinosauria T-Rex cuidaba de sus huevitos, que pronto desaparecieron de su sitio arrancados por tiernas manitas infantiles. Dos volcanes, plantas de papel seda, las lianas de Boolino... Todo daba una aire muy alegre a los juegos de los chiquillos, que no tardaron ni un segundo en encontrar la salita de los juguetes.

Se hicieron con las armas de pega y se dedicaron a cazar los bichos de plástico gigantes que había colocado estratégicamente por todo el salón. Al poco no quedaba ni uno en su sitio y los cazadores reían ruidosamente mientras los aplastaban.

En la cueva, plagada de pinturas rupestres, coloqué unas cartulinas negras y unas tizas gigantes por si algún chiquillo se animaba a plasmar las suyas propias. Desde luego el ambiente salvaje se metió en las venas de los peques que pronto hacían el cabra por toda la casa. Mientras, las madres charlábamos en el salón tranquilamente.

Todo iba demasiado bien. Hasta que se torció, claro. Daniel se amuló porque decía que sus amigos no le hacían caso. ¡Pero cómo le iban a hacer caso con tantos juguetes delante de sus narices! Intenté explicárselo, pero fue imposible hacérselo entender. Al final, tuvo que venir su padre con la guitarra eléctrica para que se volviera animar. Nos hizo un concierto a las mamis que nos acercamos a oírle y ya se le veía mucho más contento. La verdad que el padre se merece una ola porque jugó con los niños, atendió a las madres, echó una mano aquí, otra allá... Fue el alma de la fiesta.

Antes de que los invitados se fueran, les dimos un detalle para agradecerles la asistencia, una bolsita de snow bricks (unas figuras con forma dentada para hacer figuras varias), con las instrucciones para que se hicieran un colorido dinosaurio.

Yo ya hice el dinosaurio de mis chicos y hay que ver como vicia el juego. Hice el dinosaurio, una planta para que comiera y hasta me sobró para otro minidinosaurio. Luego lo deshice y me hice un escorpión que fascinó a mi niño mayor. Y porque no tengo tiempo que si no...

Cuando el último invitado salió por la puerta, Iván se empeñó en hacer un puzzle de spiderman que le habían regalado y, mientras lo hacía con su padre, Daniel jugaba con unos clicks que le habían regalado al hermano.

Cuando recogí un poco (lo mínimo para cenar un cola cao y a la cama), nos sentamos los cuatro a jugar con el juego que le habían regalado a Daniel sus amigos: Kayanak. Raúl montó el escenario y todos nos pusimos a tirar el dado y movernos, perforar el hielo o pescar.

La verdad es que es muy divertido, pero no pudimos acabar la partida porque se nos hacía tardísimo y al día siguiente tocaba madrugar para ir al cole.

Al día siguiente, los niños sólo recordaban que el día anterior habían habido en casa una gran fiesta y me pedían a voz en grito que no quitara las decoraciones y que la repitiéramos. Son unos juerguistas.