Iván estaba bañándose en el río con su padre y Daniel muy entretenido con unas amiguitas, así que me las prometía muy felices tirada en la toalla, mirando a unos y a otros, y disfrutando de la paz y el relax del momento. Lo que no sabía es que pronto me vería inmersa en mil aventuras a lo Indiana Jones.
Todo empezó cuando vi a mi niño mayor acarreando una pesada piedra hacia mí. "Daniel deja esa piedra" le pedí preocupada, "como se te caiga en el pie vamos a acabar en el hospital" le aseguré poniéndome en lo peor. "Que no mami" me respondió él, "puedo con ella, y además no es una piedra: ¡es un meteorito!". Estaba tan feliz con su descubrimiento que no tuve corazón para quitársela. Así que le dije que era genial haber encontrado nada menos que un meteorito, aunque lo mejor era que lo depositara suavemente en el suel... ¡Catacrock!
Se le cayó la piedra y se rompió en dos pedazos. Pensé que se frustraría y se enfadaría, pero nada más lejos de la realidad. "Mamiiiii", chilló aún más emocionado, "No es un meteorito... ¡es un cráneo de Apatosaurio! Lo ves, lo ves" Y el caso es que sí que lo veía. Tenía dos grandes agujeros desiguales que parecía cuencas de ojos y tras el "accidente" se le había formado una boca. "Y éste es el meteorito" dictaminó el peque señalando el otro trozo, "Cuando cayó a la tierra se le coló por la boca y así murió". Entonces comenzó con una completa disertación sobre las características y hábitos de los apatosaurios que acabaron evolucionando en las bolas peludas que hoy en día llamamos ¡gatos! Me dejó alucinada.
Cuando acabó cogió otra piedra y me informó que iba a construir una lanza de la edad de piedra. Contagiada por su entusiasmo me ofrecí como ayudante y, entre los dos, aunque más gracias a mí que a él, acabamos construyendo un hacha, una navaja, un arco con su flecha, una lanza y una espada... ¡Hasta encontramos un palo doble que hacía las veces de pinza o compás para dibujar círculos en la arena! Estábamos emocionados con nuestro pequeños museo.
Cuando papá e Iván salieron del río, el chiquillo no podía esperar para enseñarles sus tesoros. El problema comenzó cuando el más pequeño de la familia se empeñó en usar las armas y el mayor se obcecó en que en los museos los objetos de exposición NO SE TOCAN.
Pude solucionar el conflicto confeccionándole un nuevo arco al hermano. Estuvo jugando un buen rato con él hasta que dijimos que había llegado la hora de irnos. Entonces, los objetos expuestos dejaron de ser intocables y se los fueron cargando entre los dos "sin querer queriendo". Cuando ya tenía todo recogido, Iván se empeño en construir lo que a mí me parecía un dolmen. Yo encantada del amor de los niños hacia la edad de piedra y todo el saber que encierra, pero nos arriesgábamos a un tirón de orejas por parte de la abuela por llegar tarde a cenar, así que me puse firme y me llevé al más pequeño con morritos y ceño fruncido incorporado rumbo a la casa del pueblo.
Vaya par de Paleontólogos tienes en casa!
ResponderEliminarNo te imaginas jajaja
EliminarEstán fascinados con la prehistoria
Jaja¡Qué ingenua! Mira que pensar en una jornada relajada tirada en la toalla con semejantes paleontólogos, pero es que lo que ha encontrado El Niño parecía un cráneo de verdad,así que estoy de acuerdo con él en su disertación.
ResponderEliminarSí que lo parecía. Sobre todo después del "accidente" jajaja
EliminarYo estoy orgullosisima de tener dos descendientes de apatosaurio en casa ;)
Me chiflan tus hijos con esas mentes inquietas. Conste que yo veía el cráneo de un gato y me ha dado grima...Ajajajaj...UN besote!
ResponderEliminarPues ahora que lo dices... :P
EliminarSiiiiii. Sí que lo parece!
Muchos besos! :D