Hoy he puesto un poco guapo a Daniel, lo he metido en el carrito, me he cargado a los hombros el arsenal que hay que llevar para hacer frente a toda clase de situaciones de bebés (hambre, cacatombes, frío...) y me encaminé hacia la oficina. Antes de coger el metro el niño ya estaba cerrando los ojitos, así que fue todo el trayecto dormidito y se despertó cuando sintió el aire frío en su carita. Mejor, porque así se iba fijando en el paisaje y no en el sucio y cerrado vagón de metro.
Afortunadamente las paradas de metro a las que tenía que acceder estaban adecuadas a carritos de bebés, con varios ascensores, así que no tuve ningún problema hasta que llegué a la puerta del edificio donde se ubica mi oficina. Ante mí se levantaban imponentes un montón de escaleras. y no se veía rampilla por ninguna parte. Tampoco se veía un alma, así que me remangué con la imaginación y agarré al carrito con su ocupante incluído en una demostración de fuerza titánica.
Cuando llegué arriba me encontré con un simpático señor que me mantenía la puerta abierta. "¡Oh! que pena. No he llegado a tiempo para ayudarte a subir el carrito por las escaleras", "Pues no, dígaselo a mi espalda", por supuesto no le contesté eso. Le dí las gracias muy educada porque que te habrán la puerta tambien es un gran favor. La de contorsiones que hay que hacer para poder pasar el carrito y que no se te cierre. Todo un espectáculo.
A pesar de que iba al primero cogí el ascensor. La fuerza de mis brazos estaba llegando a su límite. Toqué el timbre con ganas de ver la cara de sorpresa de la persona que me abriera al ver a Daniel. Y no me decepcionaron. Abrió Rocío, que fue la primera en hacerle mimos al pequeñajo. Pronto se reúnieron el resto de compañeras. Daniel viéndose atrapado en el carrito y que nadie se arrancaba a sacarlo de ahí inició unos tímidos gemiditos, que dieron el resultado esperado. Maribel, madre de dos niñas preciosas, no se lo hizo repetir y lo cogió con toda la maña que le da su experiencia. El niño estaba encantado. Por fin, bracitos. Después de Maribel se atrevieron otras valientes.
Algunos huyeron como alma que lleva el diablo en cuanto vieron que por ahí había un bebé y a otros les dió miedo cogerlo por pegarle un resfriado o simplemente porque les daba miedo. Es que los bebés aparentan ser muy débiles. A mí, antes de tener a Daniel, me pasaba lo mismo. Y ahora no sabría decir cómo me enfrentaría a tener a otro bebé en brazos que no fuera el mío. La verdad es que parecen tan frágiles... Te da miedo hacerles daño sin querer.
A todos les cayó bien el enano y, como casi todo el mundo, llegaron a la conclusión de que era una niño buenísimo. Vamos, que yo era una exagerada.
Llegó la hora de irnos, después de que Daniel disfrutara de un suculento biberón. Menos mal que Raúl, el informático de la empresa, me ayudó a bajar los escalones del portal. A partir de ahí todo se presentaba fácil: las calles tenían niveles bajos para el carrito, el metro ascensores... Perfecto. El problema surgió cuando me di cuenta de que en Moncloa al ascensor sólo accede a una dirección de la línea 3. O por lo menos no encontré otro que me dejara en dirección Villaverde Alto. Así que me metí de cabeza a las escaleras mecánicas. Y casi me caígo con carrito y todo. Tengo que investigar la mejor manera de colocar el carrito. El niño se volvió a dormir así que no se enteró de nada de su segundo viaje en metro.
Al llegar a casa se espabiló y como le veía con ganas de más juerga estuvimos una horita más dándo vueltas por el barrio. Si es que este niño me ha salido muy callejero.