sábado, 30 de enero de 2010

Lloros no identificables

Según la información que he podido reunir, la madre tarda de tres días a dos semanas en aprender a identificar los lloros de su bebé, adoptando la capacidad de distinguir si llora por hambre, por incomodidad o por rabia. Pues yo ya llevo cuatro meses y sigo con el método de prueba y error: Damos de comer, quitamos gases, cambiamos el pañal... Y si no es ninguna de las anteriores entonces tiene sueño.

Oígo llorar a Daniel y me pongo nerviosa. Hago todo lo posible porque se calme, pero no entiendo su idioma. Para más Inri, el otro día estaba berreando y empiezo con el círculo de posibles motivos, cuando, de repente, me suelta Raúl: "Déjale. Lo único que le pasa es que tiene un perreta".

Lo que me faltaba. Resulta que el que tiene la capacidad de traducir lloros en mi casa es el padre. Que ruina de madre soy. Menos mal que nos queremos, que es lo importante.

viernes, 29 de enero de 2010

Revisión pediátrica

¡Bien! Por fin Daniel tiene el peso correcto. En la última revisión con su pediatra, a los dos meses, dio un peso muy bajito y fue el desencadenante del biberón. Ahora no se puede negar que este niño está gordito. Dan ganas de comérselo el día de Navidad. En cuanto a la talla...Esta por encima de la media desde el primer día. Es un niño grande, no se puede poner en duda este punto. Y si no digánselo a mis riñones.

Daniel se portó bastante bien con la pediatra. Y eso que tuvo un despertar horrible. Del calorcito del pijamita, el abrigo y las mantitas pasó a estar en cueros. Os puedo asegurar que no le hizo ni pizca de gracia. Aún así se dejó estirar, encoger, revisar, mover, medir y pesar sin poner mucho impedimento.

En la visita anterior la pediatra comentó que Daniel era un poco rabiosillo y en esta me dijo que era bastante brutito. Como siempre, no me dicen nada que yo ya no sepa.

jueves, 28 de enero de 2010

¿A quien se parece?

La pregunta es inevitable: ¿A quién se parece este niño? En un principio yo hubiera jurado que era un calco perfecto de su padre, pero a medida que pasan los días he notado unos cambios sorprendentes en el bebé y ya no pondría la mano en el fuego. Lo que sé con toda seguridad es que no se parece en nada a mí. Yo tengo fotos mías de bebé y no tenemos nada que ver. Excepto en las orejillas. Las ha sacado de soplillo como su madre. Que mala suerte ha tenido el pobre.

Entre los amigos y conocidos hay opiniones de todos los gustos. Incluso hay quien me ha llegado a decir que el niño tiene los ojos marrones tirando a verdes o que es rubio. Será según le da la luz porque yo le veo siempre con los ojos avellana y el escaso pelito negro cuervo.

De hecho desde que nació me dio a mí en la nariz que este niño iba a tener los ojos marrones, porque eran del gris más oscuro que he visto en los ojos de un bebé. y aún había algún iluso que opinaba que cabía alguna posibilidad de que fueran azules. Pues no. Ha quedado demostrado que aquí el de los genes dominantes es Raúl y como es tan guapo el padre, así es de precioso el hijo. No porque sea mío...

miércoles, 27 de enero de 2010

El problema de las tallas

Ahora parece que se habla mucho de la gran diferencia entre la misma talla de una tienda y otra. El gobierno se ha molestado en medir a hombres y mujeres para sentar cátedra en este tema. Le ha faltado medir bebés, porque Daniel tiene desde un body de 0 a 3 meses hasta un pijamita de 12 meses que le quedan igual de bien. Es bastante curioso.

Con este panorama sólo queda comprar a ojo de buen cubero o llevarte al enano para probarle. Aunque esto último no es tan fácil porque el hijo no me ha salido muy sumiso y a veces no le apetece.

De todas maneras, en general, al pequeño le está quedando pequeña la ropa de seis meses. Algo preocupante si tenemos en cuenta que el 25 cumplió cuatro meses. Al final la ropita que me dejaron en herencia de otros bebés conocidos me ha durado muy poco. Me alegro de no haberme gastado el dineral en su momento para que Danielillo vaya guapo por el mundo. Pero mirando al futuro y viendo lo que crece este muchacho, me temo que el dineral me lo voy a gastar de aquí en adelante.

martes, 26 de enero de 2010

La guardería: Esto es otra cosa

De nuevo ha visitado Daniel su guardería. Y esta vez todo ha sido diferente. La chica lo ha cogido con un poco más de cariño que ayer y ha debido notarlo porque se ha ido al interior sin la más mínima protesta.

La mami fitipaldi ha aprovechado la escasa hora y media que iba a estar el niño con sus cuidadoras para ir a la farmacia, al supermercado, comprar pan, recoger la colada, limpiar el baño de los gatos… Todo un record. Si es que me supero día a día.

Sin perder ritmo he ido corriendo a por Daniel. Un, dos, un dos. He llegado unos minutos tarde, pero es que no se puede pedir peras al olmo. Como hacía un frío que pela, le llevé al enano su buzo, pero me lo devolvieron tan bien tapadito que dejé el buzo guardado en su bolsa. Tenía un semblante tranquilo para felicidad de la madre. Parece que no lo ha pasado mal. El informe de la cuidadora no me desvelaba nada nuevo: no extraña y es “especialito” para dormir. Qué manera más fina de decir que no duerme. Eso ya lo sé yo.

Cómo esta mañana le he apurado el biberón hasta las 8, aún nos quedaba tiempo para dar una vueltita. Nos hemos recorrido el barrio a pesar del viento helado. Daniel iba bien calentito en el carrito. Envuelto con el plástico. ¡Qué invento!

Hasta he entrado en una tienda. De niños, por supuesto. Y he salido con un anorak con forro de quita y pon por nueve euros. ¡Vaya rebajas!

lunes, 25 de enero de 2010

La guardería: El beso de Judas

Hoy ha ido Daniel a la guardería por primera vez. Raúl y yo le hemos acompañado en este acontecimiento tan importante. Yo me había preparado una lista interminable de cosas que tenía que hacer mientras el niño estuviera con sus cuidadoras (trabajar, ir al supermercado, a la farmacia...). Así que cuando me dijeron que lo dejara sólo una hora me dejaron de piedra. Teniendo en cuenta que la guardería está a 20 minutos de mi casa no me iba a dar tiempo a hacer nada. Les di a mi niño y sin más contemplaciones se lo llevaron guardería adentro. Ni siquiera le pude dar el beso de Judas en plan "éste es el niño que os tenéis que llevar".

Al principio Daniel estaba tan feliz, pero cuando vió que se alejaba a la velocidad del rayo de sus papis empezó a hacer pucheros. Eso fue lo último que vi antes de que se cerrara la puerta en mis narices. Entonces una hora me pareció que iba a ser una eternidad.

Por supuesto, no me dio tiempo a hacer nada. Y menos aún porque me dediqué a mirar el reloj segundo a segundo impaciente por ir en busca de mi hijo. Además de darle la tabarra a Raúl con "Yo creo que voy a ir tirando para la guardería..." Al pobre le costó mucho esfuerzo y paciencia retenerme en casa hasta la hora indicada.

Cuando recogí al bebé me lo dieron dormidito en el carrito. Me dijeron que había llorado un poco, pero que lo habían mecido y se había dormido sin problemas hasta ese mismo momento. Me encargaron que le comprara una camiseta roja para hacerle un disfraz de carnavales (ya empezamos... ¡si no se va a enterar de nada! Qué ganas de liársela a los sufridos papás). Al día siguiente ampliariamos su horario en media horita. Raúl se quedó indignad0. "Así no te dejan tiempo para hacer nada". Yo antes pensaba como él, pero ahora, después de esa última imagen del enano haciendo pucheritos... Creo que media hora más es demasiado.

domingo, 24 de enero de 2010

Un fin de semana con los bisabuelos

Todavía le estoy presentando gente a Daniel. Y eso que el lunes cumple ya cuatro meses. Aún así le quedaban personas por conocer. Algunas muy importantes. Como sus Bisabuelos, que estaban deseando verlo por fin. Sólo lo conocían por fotos. No pasaba dos días sin que mi abuelo me llamara para preguntarme cuando pensaba llevarle a su bisnieto a Elda (Alicante).

La verdad es que tengo la familia un poco lejos. A mi me daba miedo hacer un viaje en coche tan largo con el niño, pero al final no dio ningún problema. Ni a la ida ni a la vuelta. Como siempre cerró los ojitos y se quedó frito todo el camino.

Mis abuelos quedaron encantados con Daniel porque les sonreía muchísimo y hacía cosas graciosas (pocas, porque a estas edades no se les puede pedir mucho). El niño pasó de mano en mano en muy poco tiempo. Nos lo pásabamos como si fuera una pelota.

El bisabuelo le compró unos zapatitos porque el niño tenía que tener calzado de Elda, pueblo famoso por sus fábricas de zapatos. Tuvimos algún problemilla con la talla porque este niño está enorme, así que tocó volver a la tienda para cambiar las tallas. Ya veréis lo guapo que va a estar el enano con sus zapatitos nuevos.

Mi abuelo es un poco especial, supongo que tiene que ver con sus más de noventa años. Y va bastante a lo suyo. Pero con Daniel la verdad es que se portó estupendamente. Excepto el sábado por la mañana que nos despertó con la tele a todo volumen a las siete de la mañana. Y vuelve a dormir al monstruíto. Normalmente lo levanto a las siete, pero este finde hemos levantado un poco la mano y lo hemos metido en la cama a las 22 en vez de a las 20. Y como yo me quedaba un ratín más para charlar con mis abuelos, le aguantaba dormido un rato más por las mañanas. Por eso casi mato a mi abuelo cuando nos despertó el escándalo. Al final todo quedó en un despiste de mi abuelo que no repitió la azaña el domingo. Menos mal.

jueves, 21 de enero de 2010

Daniel visita la oficina de mamá

Hoy he puesto un poco guapo a Daniel, lo he metido en el carrito, me he cargado a los hombros el arsenal que hay que llevar para hacer frente a toda clase de situaciones de bebés (hambre, cacatombes, frío...) y me encaminé hacia la oficina. Antes de coger el metro el niño ya estaba cerrando los ojitos, así que fue todo el trayecto dormidito y se despertó cuando sintió el aire frío en su carita. Mejor, porque así se iba fijando en el paisaje y no en el sucio y cerrado vagón de metro.

Afortunadamente las paradas de metro a las que tenía que acceder estaban adecuadas a carritos de bebés, con varios ascensores, así que no tuve ningún problema hasta que llegué a la puerta del edificio donde se ubica mi oficina. Ante mí se levantaban imponentes un montón de escaleras. y no se veía rampilla por ninguna parte. Tampoco se veía un alma, así que me remangué con la imaginación y agarré al carrito con su ocupante incluído en una demostración de fuerza titánica.

Cuando llegué arriba me encontré con un simpático señor que me mantenía la puerta abierta. "¡Oh! que pena. No he llegado a tiempo para ayudarte a subir el carrito por las escaleras", "Pues no, dígaselo a mi espalda", por supuesto no le contesté eso. Le dí las gracias muy educada porque que te habrán la puerta tambien es un gran favor. La de contorsiones que hay que hacer para poder pasar el carrito y que no se te cierre. Todo un espectáculo.

A pesar de que iba al primero cogí el ascensor. La fuerza de mis brazos estaba llegando a su límite. Toqué el timbre con ganas de ver la cara de sorpresa de la persona que me abriera al ver a Daniel. Y no me decepcionaron. Abrió Rocío, que fue la primera en hacerle mimos al pequeñajo. Pronto se reúnieron el resto de compañeras. Daniel viéndose atrapado en el carrito y que nadie se arrancaba a sacarlo de ahí inició unos tímidos gemiditos, que dieron el resultado esperado. Maribel, madre de dos niñas preciosas, no se lo hizo repetir y lo cogió con toda la maña que le da su experiencia. El niño estaba encantado. Por fin, bracitos. Después de Maribel se atrevieron otras valientes.

Algunos huyeron como alma que lleva el diablo en cuanto vieron que por ahí había un bebé y a otros les dió miedo cogerlo por pegarle un resfriado o simplemente porque les daba miedo. Es que los bebés aparentan ser muy débiles. A mí, antes de tener a Daniel, me pasaba lo mismo. Y ahora no sabría decir cómo me enfrentaría a tener a otro bebé en brazos que no fuera el mío. La verdad es que parecen tan frágiles... Te da miedo hacerles daño sin querer.

A todos les cayó bien el enano y, como casi todo el mundo, llegaron a la conclusión de que era una niño buenísimo. Vamos, que yo era una exagerada.

Llegó la hora de irnos, después de que Daniel disfrutara de un suculento biberón. Menos mal que Raúl, el informático de la empresa, me ayudó a bajar los escalones del portal. A partir de ahí todo se presentaba fácil: las calles tenían niveles bajos para el carrito, el metro ascensores... Perfecto. El problema surgió cuando me di cuenta de que en Moncloa al ascensor sólo accede a una dirección de la línea 3. O por lo menos no encontré otro que me dejara en dirección Villaverde Alto. Así que me metí de cabeza a las escaleras mecánicas. Y casi me caígo con carrito y todo. Tengo que investigar la mejor manera de colocar el carrito. El niño se volvió a dormir así que no se enteró de nada de su segundo viaje en metro.

Al llegar a casa se espabiló y como le veía con ganas de más juerga estuvimos una horita más dándo vueltas por el barrio. Si es que este niño me ha salido muy callejero.

miércoles, 20 de enero de 2010

Traumas

Si pensabais que iba a hablar de los traumas de Daniel estáis equivocados. No sé lo que le pasa por la mente a un bebé. Voy a hablar de los míos. De aquellas palabras que dicen los médicos por hablar y se te quedan grabadas a fuego en la mente.

En una de las visitas al pediatra para hacer la típica revisión al bebé, a la pediatra se le ocurrió comentar que mi hijo era un rabioso. “Mira, llora sin lágrimas. Eso significa que es un ataque de pura rabia”. Al principio no me di cuenta del alcance de estas palabras. Pero una vez a solas con el bebé me di cuenta de que cada vez que lloraba le miraba los ojitos en busca de lágrimas. Y cuando las encontraba me angustiaba muchísimo. “Raúl, el niño está llorando con lágrimas” le soltaba a mí marido, “¿Y qué?, me contestaba él con toda su pachorra. “Pues que eso significa que le pasa algo, que no es una simple perreta y yo ya he hecho todo el ciclo de motivos sin resultado (pañales, gases, comida…)”. En estos casos Raúl me mira con cara de “¿Me lo estará diciendo en serio?” y luego procede a tranquilizarme con un “No te preocupes que al niño no le pasa nada. Sólo es una perreta” o algo similar dependiendo de cada caso. El caso es que todavía me suenan las alarmas cuando veo lagrimitas corriendo por la cara de mi hijo. Esto es algo terrible para la paz del alma.

En otra ocasión, acudimos a la enfermería para ponerle unas vacunas al pequeño. Allí encontramos una enfermera muy simpática que le hizo muchas monerías a Daniel, pero el niño se limitó a mirarla muy serio. Finalmente nos devolvió a un lloriqueante bebé, tras pincharle, y nos comentó que el niño sonreía poco para su edad. Con ella sonreían todos los niños porque tenía muy buena mano o eso nos dijo. Así que ya tenéis a una madre traumatizada sonriendo las 24 horas del día a su hijo para que por imitación ensanche un poquito las comisuras de los labios. Por supuesto, el padre pensaba que era otra de mis tonterías. Que el niño ya sonreiría cuando quisiera. No le quito razón.

La afirmación que más me marcó fue la de la matrona: “tienes que dar la vida por tu hijo”. Cada vez que hago algo de forma egoísta, como dejar a mi hijo al cuidado de sus abuelas sólo para poder dormir tranquila una noche, me siento fatal. Soy una mala madre que no da su vida por su hijo. Ni te cuento el dilema cuando tuve que decidir darle el biberón para suplementar su alimentación. Un día me encontré a la matrona por casualidad cuando salía de la consulta de la pediatra y me preguntó qué tal me iba con la lactancia materna. Cuando le dije que estaba dándole alimentación mixta se puso furiosa. Me echó una bronca terrible y me aseguró que aún se podía arreglar el desaguisado. Tenía que beber muchísimo líquido y pegarme el niño al pecho cada vez que me lo pidiera. Salí del centro de salud dispuesta a seguir sus instrucciones y volver a esclavizarme por mi hijo. Pero cuando me di de tortas con la realidad (un niño colgado a la teta todo el día y toda la noche) flaqueé en mi resolución y volví a tirar de biberón con una negra sombra de culpabilidad en el alma.

Cuando le cuento estas cosas a Raúl se muere de la risa. No me entiende.

martes, 19 de enero de 2010

De excursión con Daniel…y todo lo demás

La primera excursión de mi niño fue en Gran Canaria. Fuimos a la presa de Chira. Como madre previsora que soy, fui cargada como una mula de pañales, mudas, agua caliente, leche en polvo… Vamos, que iba bien pertrechada para que a mi niño no le faltara de nada en esas horillas silvestres que íbamos a pasar. Así que agarré todas esas cosas que hace que un bebé ya no te parezca que cabe en todos los sitios y nos montamos en el coche de un amigo de mi hermana, porque en el suyo (un micra) era del todo imposible.

Por fin partimos rumbo a la presa de Chira y cogimos una curva tras otra. Porque eso es lo que tienen las Islas Canarias: unas carreteras horribles que bordean montes, montañas y riscos. Como no podía ser de otro modo, el pequeñajo se durmió al ratito de notar el motor del coche en sus riñoncitos. Mejor así, porque con tanta curva había muchas posibilidades de que el niño se mareara.

Silvia, mi hermana, sugirió parar por el camino para que el viaje no se hiciera tan pesado y así lo hicimos. Aunque yo hubiera preferido seguir porque sabía que el niño se iba a despertar con mala uva en cuanto parásemos el coche. Y así fue. Gimoteó un poco, pero lo sacamos a tomar el aire y enseguida se calmó. La verdad es que el pobre estaba un poco cocido porque se suponía que iba a hacer frío en la cumbre y hacía un calor asfixiante.

Por fin llegamos a la presa. Allí nos reunimos con unos amigos de mi hermana y nos fuimos a comer a un bar con terraza, que es lo más cómodo cuando tienes un bebé a tu cargo. Mal que bien, Danielillo me dejó comer, aunque con un biberón que le tuve que dar en medio de la comida. Llegó un momento en que se quedó dormido entre mis brazos. Todos mis acompañantes me instaron para que lo dejara en el carrito y liberarme de su peso, pero no lo conocen como yo, así que decidí aguantar un poco más sus seis kilitos. Si lo dejas en algún sitio que pueda parecer una cuna se despierta y llora. La velada resultó muy divertida entre charla y pollo con patatas. Entretanto Daniel estaba en los brazos de Morfeo (en realidad en los míos).

Cuando se despertó pasó de mano en mano. A las amigas de mi hermana les encantaba cogerlo y hacerle monerías y él se dejaba hacer regalando sonrisitas a todo el mundo. Y no faltó en siempre presente comentario: “Este niño es buenísimo. No sé de qué te quejas”. (suspiro).

Al atardecer recogí los pañales, el cambiador, el biberón, etc. y vuelta para casa pasando curvas y más curvas durante algo más que una hora. Daniel estaba encantado. Como le gusta el meneíto se quedó dormido todo el viaje.

lunes, 18 de enero de 2010

Una noche histórica

Hoy se ha batido un nuevo record. Uno importante en la vida de Dácil. Daniel ha dormido ¡siete horas! Ni más ni menos. Nunca pensé que lo vería. Ni que lo disfrutaría. Pero la verdad que he dormido como un lirón hasta las cuatro de la mañana. A esa hora se ha despertado. Desde las nueve que estaba en la cama. Lo nunca visto.

Una gota no hace el oceáno, pero al menos da esperanzas. Probablemente esta noche no se repita y me dé una serenata estupenda que no me deje pegar ojo. Pero al menos ya sé que hay posibilidades de que lleguen tiempos mejores.

El domingo estuvimos en casa de Luis y Marta, mis cuñados, jugando a juegos de mesa con ellos y unos amigos. Estos últimos nos dijeron que habían estado siguiendo el método de un famoso libro, que hasta tiene su réplica en otro libro. Casualmente me prestaron ese libro y me lo he leído. Intentamos seguir la técnica hace algún tiempo, pero Daniel era muy pequeño y no funcionó. Sólo conseguimos que se cogiera la perreta de su vida y que no parara de llorar en toda la noche. Con el consiguiente insomnio de su madre.

Nuestros amigos nos aseguraron que a ellos les dio un resultado estupendo. Así que Raúl decidió ponerlo en práctica esa misma noche para acabar con mi problemilla de mal humor mañanero después de haber pasado una noche de perros. Y sin pereza ninguna se puso manos a la obra. El método consiste basicamente en dejar llorar al niño durante unos tiempos medidos que empiezan siendo de un minuto. Transcurrido ese tiempo debes ir a ver a tu niño y hablarle cariñosamente sin tocarle unos segundos. Después te vuelves a ir y vuelves a esperar.

Mientras tanto el niño se desgañita como un poseso y da una pena... Por la noche Raúl se puso manos a la obra mientras yo cocinaba la cena. Él entraba en la habitación con mucho ánimo mientras a mi me remordía la conciencia por dejarlo llorar así. Me decía a mi misma, que al niño no le pasaba nada, que ya había comido, estaba limpio, no tenía gases... Vamos, que lo que tenía era sueño. Y lo mejor para él (y para mí) era enseñarlo a dormir. Que sólo era una perreta. Pero aun así me dolía horriblemente oírlo llorar así.

El caso es que no hizo falta mucho tiempo para que se durmiera. Sorprendentemente a las 21 ya estaba sopas. Para gran alegría de sus padres. Aunque he de confesar que me sentó fatal la cena de lo mal que lo había pasado oyéndole berrear.

domingo, 17 de enero de 2010

La experiencia del limón

Cuando hay un bebé por medio suele haber alguien al que se le ocurre la gran idea: “¿Por qué no le mojamos los labios con limón?” Y ya tenemos la diversión asegurada. El niño contorsiona todos los músculos de la cara dando lugar a expresiones merecedoras de un “Oscar”. No fue el caso de Daniel.

Alguna carilla rara puso, pero mas bien parecía que le gustaba y que pedía más. Que niño más tragón. A pesar de su gula pasamos un rato muy divertido viéndole torcer el gesto por la ácidez del jugo de limón. Aunque lo torcía poco.

Es curioso que los adultos tengamos esa vena sádica y seamos capaces de dar limón a un bebé para ver las caras que pone. No es que el niño sufra horriblemente, pero supongo que a la mayoría no le gusta nada el sabor y aún así nosotros insistimos en mojarle los labios. Yo la primera, que mis carcajadas se oían por encima de las otras.

Siempre hay quien supera esta pequeña primera broma a nuestros hijos y les da por mojarles los labios con algo peor, como el coñac. Aunque parezca fuerte hay gente que lo hace. Tampoco creo que al niño le haga mucho daño que le mojen los labios con licor, pero como yo soy una madre bastante histérica nunca lo haré. Hasta en el caso del limón objeté que la pediatra había dicho que hasta los ocho meses, más o menos, el niño no podía tomar frutas. Pero al final caí en la tentación.

sábado, 16 de enero de 2010

La histeria


En el día a día de la mamá hay momentos terroríficos en los que la desesperación se apodera de todo y parece que no queda otra que ponerse a llorar a dúo con tu bebé. “¡¡¿¿Pero qué demonios te pasa??!!”, “¡¡Si lo que quieres es dormir ¿Por qué no te duermes?!!”. Y ahí sigue tu hijo con la boca bien abierta que parece que se le van a salir los pulmones y templando las cuerdas vocales.

Finalmente le pides por favor que se calme aunque sabes perfectamente que no te entiende, ruegas a Dios aunque seas agnóstica, vendes tu alma al demonio… Pero todo es inútil. Cuando finalmente estás a punto de cortarte las venas se obra el milagro y de repente Daniel deja de llorar y entrecierra sus ojitos. No me lo puedo creer. Va a dormirse por fin, pero los vuelve a abrir con todas sus fuerzas se pone rígido de nuevo entre tus brazos y arremete otra vez tus oídos con sus penetrantes berridos. Ya le has puesto en todas las posiciones, le has ofrecido todos sus juguetitos, le has puestos en el pecho…y nada.

Cuando a ti te parece que ha pasado un siglo y crees que necesitas una ducha urgente por los sudores del agobio, de repente, el niño se duerme. Lo dejas con cuidadito en la cunita cruzando los dedos. Si tienes suerte sigue con sus ojitos cerrados y su respiración rítmica. En mi caso esta pacífica escena suele durar máximo veinte minutos en los que aprovecho para trabajar, limpiar, comer…hasta que Daniel vuelve a abrir los ojitos. Esperemos que lo haga de buen humor, porque si no es así me espera otro ataque de histeria.

viernes, 15 de enero de 2010

Quien hubiera dicho que el hombre de mi vida sería calvo y bajito

La frase que titula este texto la oí o la leí mientras me documentaba para ser mamá sin poner mucho interés. El tema niños nunca me ha atraído especialmente antes de Daniel. Por supuesto, el hombre de mi vida sigue siendo Raúl, pero he de admitir que sufro cierto deslumbramiento con el bebé que hace que a veces no lo parezca. Supongo que es la novedad. Pero que nadie se preocupe por mi maridito, porque le sucede lo mismo que a mí. Ahora sólo tiene ojos para Daniel.

Seguro que envidia el vínculo famoso que existe entre mi hijo y yo. O que dicen que existe porque el crío llora y llora y yo no tengo ni la más mínima idea de lo que le pasa, así que toca probar con todo. A ver ese pañalete, ¿tendrá hambre?, a lo mejor es sueño. Y probando, probando, con un poco de suerte encontramos el motivo. Aunque hay veces que con el pecho o el biberón ya se calla le pasara lo que le pasara.

Tampoco es que Daniel me prefiera a otros brazos. Sólo me quiere un poco más a la hora de comer por si le engancho un poquito al pecho, pero si es otra persona el que porta el biberón me abandona como un vil chaquetero sin una mirada atrás.


Así que si alguien lee esto y sabe en qué consiste realmente el vinculo famoso, que me lo explique porque este niño parece haber nacido sin ese sexto sentido de los bebés que les ayuda a distinguir a madre entre todos los demás.

jueves, 14 de enero de 2010

¿Dormir? Qué es eso, ¿Quién necesita comer?

Cuando Daniel vino al mundo Dácil, o sea yo, dejó de comer y de dormir. Los primeros tres meses han sido una prueba de paciencia que poco tiene que envidiar a la del santo Job. Desde el primer momento este niño sólo tenía una cosa en la mente : teta. Y la pedía con toda la insistencia de sus pulmones. Como el niño quería comer, Dácil no podía hincarle el diente a nada con tranquilidad y lo poco que comía me sentaba mal de las prisas. Engullía sin masticar y volvía a prestar toda mi atención al nuevo de la casa.

En cuanto a las noches, éste niño no quería dormir. El pobre echaba de menos el calentito líquido amniótico y pretendía que lo supliera su agotada madre. A mí me horrorizaba la posibilidad de aplastarlo si lo tumbaba conmigo en la cama con lo que los primeros días permanecía sentada con un cojín especial para la lactancia que me regalaron mis cuñados Luis y Marta. Qué bien me ha venido el cojincito. A la próxima amiga que tenga un hijo se lo pienso regalar. El caso es que terminaba durmiéndome con Daniel en brazos y en posturas nada anatómicas con los consiguientes dolores de espaldas que se han ido incrementando hasta el día de hoy (y me temo que van a seguir intensificándose, porque este chico cada día pesa más y más). El moisés no quería ni oírlo nombrar. Se ve que se sentía constreñido. Y eso que mi barriga tampoco debía de ser una pista de baile. El caso es que se daba con sus puñitos en los laterales y no le gustaba nada.

Más adelante terminé metiéndolo conmigo en la cama por pura desesperación. Ahora intento que duerma toda la noche en su cuna con mejor o peor fortuna según el humor del bébé.

Mi madre, que vino a Madrid desde Las Palmas para ayudarme con el enano, me comentaba preocupada que lo mío no era vida y que ella no recordaba que viviera ese infierno con nosotros (mis hermanos y yo). “Déjale llorar”, me decía ella, me repetía Chari, mi suegra y lo reafirmaba Paca, mi abuela política. Pero era tan chiquitín que no tenía corazón para dejar que desgañitara. El pobre había sufrido un cambio tremendo. Cuando sea mayor le dejaré llorar, me decía a mí misma. No será lo mismo porque ya será más mayorcito y se habrá acostumbrado a su nuevo mundo. Pues todavía me cuesta dejarlo llorar, aunque ya lo hago aunque sólo sea para hacer una rápida visita al baño.

Afortunadamente, a partir de los tres meses más o menos la vida me cambió. Sigue siendo un pequeño tirano que va a acabar con mi espalda, pero ya duerme algo y eso me deja tiempo para otras cosas. Poco tiempo. Más o menos veinte minutos cada cuatro horas. Y por la noche ya duerme bastante bien. Dependiendo de la noche. Eso sí, sigo levantándome a horas intempestivas para alimentarlo.

miércoles, 13 de enero de 2010

Juegos de bebés

La verdad es que no tengo ni idea de que es lo que divierte a mi hijo. Es un bebé complicado. A veces se lo pasa bomba dando golpes a los juguetes que le colgamos en los laterales de su cunita de viaje, que usamos como parque, y otras se pone a llorar como un poseso al tocar su espaldita dicha cunita.

Un día mi madre, que es un poco brusca, lo cogió de los pies y lo sacudió como una esterilla. Jamás le había visto sonreír tanto. Parecía que se le iba a partir la cara en dos de tanto que estiraba la boca. Así que ni corta ni perezosa decidí imitar a mi madre, aunque en un principio pensé que me lo iba a desconyuntar. Cogí a mi hijo por los pies y lo sacudí con firmeza, pero el muy ladino debió notar alguna diferencia porque no logré arrancarle ni una sonrisa pequeñita. Me miraba muy serio como diciendo “¿Que hace esta?”. Mi madre me tomó el relevo y de nuevo el pequeñajo se mondaba de risa. Mosqueada volví a intentarlo, pero solo conseguí la misma carita seria de antes. Incluso en un momento me hizo pucheritos, así que paré inmediatamente. En cambio, cada vez que mi madre lo sacudía por los pies se partía y se lo pasaba bomba. A día de hoy he perfeccionado la técnica de mi madre y ahora Daniel me regala alguna tímida sonrisa cuando le muevo los pies arriba y abajo con energía.

Otro juego que parece hacerle gracia se basa en dejar que se coja a tus manos y se propulse hacia delante. O impulsarse con sus piernitas hacia arriba con ayuda de un adulto. Eso sí que son juegos educativos para mi niño. Pero también un dolor intenso para mi espalda. Estoy deseando que aprenda a sentarse él solito.

martes, 12 de enero de 2010

Ese maldito moco

Con tanto cambio de temperatura mi niño tiene la nariz llena de moquitos. Da una pena terrible oírle respirar con dificultad. Raúl y yo hemos echado mano del soplamocos en un montón de ocasiones y lo único que hemos obtenido es un bebé berreante con muy pocos mocos menos.

El mayor problema que tiene ser madre es que la gente piensa que el conocimiento te viene por ciencia infusa en el momento mismo del parto y, por supuesto, no es así en absoluto. Yo me siento muy perdida a la hora de tratar a mi hijo, sobre todo el primer mes, y necesito toda la ayuda que me pueda dar la experiencia de otras madres, de la matrona y de mi pediatra. Pensaréis “¿Y a qué viene esta parrafada?”, pues al hecho de que al principio yo le sorbía los mocos a mi hijo a palo seco hasta que mi cuñada Marian me oyó decirlo y me instó a que usara antes suero para reblandecerlos. “Puedes hacerle daño si no lo haces así”. Podéis imaginar mi cargo de conciencia por todas las veces que le había sorbido la nariz a mi hijo de esta manera tan poco eficaz.

Y como siempre, ahora que comento mi caso a todo el que quiera aguantarme con las historias de Daniel resulta que todo el mundo lo sabía y pensaban que yo lo sabía. Pues no, nadie me lo había dicho y hasta entonces mi niño sufriendo. Así que les he rogado que cualquier nimiedad que piensen que se me pueda escapar, o no, me la comenten porque esto de ser madre primeriza es muy duro.

Aún con el truquito del suero a mi hijo se le saltan las lágrimas cada vez que le intento sacar esos mocazos. Y a mí me duele en el alma. Raúl dice que tengo que ser más dura, que es por el bien del niño y que no quiere ni pensar el día que haya que hacerle más daño al niño (cuando haya que ponerle una inyección por ejemplo). Supongo que con el tiempo me acostumbraré a sus lagrimitas y a su carita de “Mami, me has traicionado. Yo confiaba en ti”. Menos mal que los bebés no tienen memoria y al poco de pasar el mal rato consigo que vuelva a sonreír.

lunes, 11 de enero de 2010

La nieve

El sábado llegamos a Madrid por la noche. Decidimos dejar al niño con sus abuelas Chari y Paca porque nuestra casa estaba helada. Nuestro plan era encender la calefacción y tenerla toda la noche y todo el domingo. De paso yo tendría una noche de tranquilidad. Y tanto que la tuve. Me levanté a las 11.00. Pensaba que nunca volvería a dormir tanto. Estaba tan cansada que ni me levanté para sacarme la leche con el sacaleches, así que me levanté hinchadísima y con otro principio de mastitis. ¡Que cruz!

El domingo, mientras pasábamos la tarde en casa de mi suegra, comenzó a nevar. Asi que agarramos al niño y nos fuimos a casa lo antes posible para que no nos pillara mucho tráfico. Y cuando digo lo antes posible es porque con niños nunca sabes la hora a la que vas a poder arrancar. por supuesto Daniel nos hizo saber de una forma bastante sonora que no estaba dispuestos a irse a casa sin un biberón en el estómago.

Cuando cogimos el coche las calles ya estaban cubiertas de nieve. Afortunadamente llegamos bien a casa. La temperatura había subido a 18 grados y ya se podía estar, pero por si acaso no bañamos a Daniel. Pero hoy ya no se libra. ¡Al agua pequeño pato!

Hoy ha amanecido el barrio precioso con una capa de nieve bastante gruesa. Ni corta ni perezosa rescaté un poco de nieve de nuestro aire acondicionado y se lo puse en la manita desnuda a Daniel. Puedo asegurar que no le hizo ni pizca de gracia. La agarró con fuerza y se puso a llorar como un condenado. Finalmente la tiró encima de mi sofá donde comenzó a derretirse.

Tengo que apuntarme a fuego en la memoria que no debo tener ideas tan geniales con mi niño. Cada cosa a su edad y la nieve no es cosa de bebés.

viernes, 8 de enero de 2010

El niño fitipaldi


A este niño le gusta más la calle que comer. Le subes al carrito y una de dos: o abre los ojos que se le van a salir para verlo todo o los cierra para quedarse frito. Cuando se cansa de estar en el carrito llora un poco, pero suele distraerse facilmente de nuevo. Ojalá existiera un carrito automático que lo paseara solo en un recinto seguro. Porque solo en la calle no le dejo salir a estas edades.

Pero hasta que se invente ese útil carrito alguien tiene que empujar el que tenemos, sin motor, y ese alguien suelo ser yo, que para eso soy su madre. En Las Palmas el niño estaba encantado porque lo paseos se alargaban horas. Hacía un tiempo ideal. pero en Madrid estamos en medio de un temporal de nieve y me da una pereza salir... Muchas veces lo bajo pensando en su salud, pero es que estamos hablando de un quinto sin ascensor. Y eso son palabras mayores. Además, como el tiempo no acompaña el niño está más incómodo y no aguanta tanto. En cuanto le metes en el buzo empieza a llorar. Tampoco le tiene mucho cariño a su gorrito.

El coche también le encanta y no le hace ascos a ningún modelo, aunque cuanto menos potencia mejor porque tiene menos estabilidad y se mueve más. El caso es que el niño tenga meneito. Las carreteras de Canarias le debieron encantar porque son como serpentinas montaña arriba y montaña abajo.

Me gusta pensar que el coche que más le gusta es el nuestro. En nuestro asiento de atrás aguanta un poco con los ojos abiertos antes de que rendirse en los brazos de Morfeo.

jueves, 7 de enero de 2010

Los reyes, la ilusión de los padres

Ya llegaron los reyes magos. Llegaron y pasaron. Quien nos viera a Raúl, a mi madre, a mi hermana y a mi envolviendo regalos ya conocidos (e incluso usados) para que la niña de mi hermano viviera los reyes a tope. La mesa del comedor quedó llena de regalos para todos y Raúl dió el toque con la idea de poner un zapato de cada uno. A Natalia, mi sobrina, le encantó ese detalle.

Daniel todavía no se enteraba de nada así que fue testigo de nuestros tejemanejes. El próximo año tendremos que coordinarnos, porque ya no será tan fácil. Hay que mantener la ilusión de los más pequeños. Espero que no se le haya quedado en la retina la imagen de sus padres, su abuela y su tía envolviendo regalos como locos.

La verdad es que los adultos nos dejamos la piel para que los niños vivan este día y el de Papá Noel como los más felices de sus tiernas infancias. En el fondo creo que a nosotros también nos hace ilusión.Yo, en particular revivo mis experiencias infantiles a través de mis sobrinos y, a partir de ahora, de mi hijo.

martes, 5 de enero de 2010

La hora del baño

Al principio temía la hora del baño. Daniel se ponía a llorar como un histérico. Odiaba el agua. Algo curioso si tenemos en cuenta que hasta hacía bien poco flotaba tranquilamente en el líquido amniótico. El caso es que a matrona asegura que el 99,9% de los recién nacidos berrean cuando llega el momento de meterlos en la bañerita.

Al poco se produce un cambio espectacular y, de repente, les encanta. O eso pasó con el mío. Ahora me da pena si un día, por cualquier cosa se queda sin sus diez minutitos de baño. Es más. hay días que llora cuando le sacamos del agua calentita. Eso sí, lo que me habían dicho de que con el baño se relajan los niños y duermen mejor con este pequeñajo no se cumple.

lunes, 4 de enero de 2010

Lactancia materna versus biberón

Desde que te quedas embarazada te bombardean las matronas y los ginecólogos con la conveniencia de dar el pecho a tu hijo. Yo lo tenía claro desde el principio. Mi hijo iba a disfrutar de la lactancia materna, al menos durante mi baja de maternidad. Pero no fue tan fácil.

Los recién nacidos son muy complicados. Les pasan mil cosas y sólo tienen una forma de expresarse: el llanto. Si sumamos mi inexperiencia como madre a la buena intención de los que te rodean da como resultado la inseguridad. Como cada uno tenemos nuestra opinión es muy difícil hacer las cosas a gusto de todos y es muy fácil que alguién esté en desacuerdo con lo que creemos mejor para nuestro hijo por una cosa o por otra.

El caso es que Daniel lloraba mucho, siempre quería estar en el pecho y yo no tenía capacidad para tanta demanda, así que acabé por darle biberones, además de lactancia materna. Eso conlleva todo lo bueno, pero también lo malo de ambos métodos de alimentación. El biberón te da más libertad, porque cualquiera lo puede hacer y dárselo. Puedes estar en cualquier sitio y dar de comer a tu hijo sin exhibicionismos. Pero hay que hacerlo y ocupa las dos manos cuando se lo das (parece una tontería, pero es muy importante). Con la lactancia materna el niño come en cuanto pide, porque no hay que peparar nada, sólo enchufar al bebé al pecho. Además, el niño refuerza sus defensas, que es la razón más importante.

El caso es que yo al final opté por la alimentación mixta, porque mi hijo no daba el peso normal. Y ahora me arrepiento. Mi hermano me comentó que su hija nunca dio el peso adecuado y aún así la críaron seis meses dándole sólo pecho. La verdad es que la lactancia materna es lo mejor para la salud de los bebés y creo que debería haber aguantado más tiempo dándole el pecho a mi hijo. No sé que haré si tengo otro, pero espero darle pecho más tiempo que a éste.

Lo peor de la alimentación mixta es que no sabes cuanto come tu hijo, así que siempre estoy haciendo biberones experimentales. Y nunca acierto, si le pongo mucho me deja medio y si le pongo poco llora de hambre y le tengo que hacer otro.

Lo bueno a día de hoy es que mi hijo está muy gordito y precioso. Eso es señal de que come bien.

domingo, 3 de enero de 2010

Las uvas



Daniel ha cambiado de año. Y como no podía ser menos lo ha celebrado trasnochando con su familia: con sus abuelitas Chari y Paca... Y jorobando a su madre. Para empezar no me dejó cenar en paz. Tuvimos que hacerlo Raúl y yo por turnos. Eso sí, se durmió una siesta estupenda el solito. Lo nunca visto. Lo tumbé en el sofá para jugar con él y hacerle monerías y de repente veo que se le caen lo párpados. Así que le dejé traquilo ipso facto para que pudiera dormirse tranquilamente. Al ratito estaba roncando. ¡Milagro! ¡Milagro!

Veinte minutos antes de la doce se puso perretoso y no había manera de calmarle. Por fin logro que se duerma. Faltaban seis minutos para las doce. Salgo emocionada de la habitación, cojo el cuenco de las doce uvas. Y dos minutos antes de las campanadas le oígo llorar. Maldiciendo para mis adentros corrí a cogerle, me lo colgué al hombro y volví a por mis uvas.

Me comí las doce con Daniel colgado del hombro moviéndose como una lagartijilla. Él también quería partir el año como un niño mayor.

Poco después de las doce decide cerrar de nuevo el ojo y quedarse torrado. Al final le tuvimos que despertar para ponerle el abrigo y volver a nuestra casa. Al día siguiente nos tocaba coger una avión con destino a Las Palmas y no podíamos quedarnos mucho más.