Una tarde, al salir del cole, el mayor me pidió insistentemente que hiciéramos una actividad. Enseguida me vino a la mente un post de
El sofá blanco con una idea buenísima: Adornos navideños con pasta de sal.
El procedimiento es tan sencillo que lo montamos todo muy rápidamente y fue un éxito total, a pesar de la mala mano de la madre para hacer la pasta. No sé cómo me las arreglo que estas pastas siempre me quedan mal. Y eso que seguí las instrucciones al pie de la letra: dos tazas de harina, una de sal fina y una de agua templada. Y amasar como si no hubiera mañana. Me quedó demasiado pringosa, así que fui añadiendo harina hasta que tuvo la consistencia que quería.
Les di dos pegotes a cada peque y se pusieron a trabajar en ellos con entusiasmo. Las formas las hicimos con unos moldes que compré hace tiempo en el Ikea y que están fenomenal. Los chiquillos tuvieron horas de diversión porque lo que de verdad les gustaba era amasar, pinchar, cortar, aplastujar... Hasta que salió un adorno de sus manos pudo pasar más de una hora. Como el caso era que se lo pasaran bien les dejé trastear a gusto.
Daniel se llevó una regañina tremenda, porque una cosa es que hiciera adorno para después aplastarlo y otra que cogiera el mío y me lo rompiera. Me enfadé bastante y le metí un discurso sobre el respeto que, mucho me temo, que por un oído le entró y por otro le salió. Y eso que le hice repetirlo línea por línea. Al final por no oírme más me hizo un adorno parecido al que rompió y me lo regaló. Nos reconciliamos, pero se ganó ir al baño el primero. Dejó lo que le quedaba de masa a regañadientes y me siguió hasta la bañera, mientras su hermano seguía inmerso en hacer caracoles para luego pasarles el rodillo por encima.
Daniel jugaba con los superhéroes de plástico en el agua y yo convencía al más pequeño para usar lo que quedaba de masa en hacer adornitos no aplastables antes de que comenzara a secarse y fuera misión imposible.
Cuando le tocó el turno de bañarse, la habíamos usado toda en una luna, un árbol de navidad, dos corazones y flores llenas de agujeros. Iván le cogió el gusto a usar el palillo para puntear nuestras creaciones.
A los dos días, la pasta aún no se había secado, pero como los peques tenían ganas de más, se las puse delante juntos con unos rotuladores y purpurina para acabar el trabajo. En un principio, Iván prefirió seguir garabateando en su papel "gande", mientras que Daniel le cogió el gustillo a pintar con vivos colores las formas.
Pero, enseguida se giraron las tornas. El mayor, que anda con un trancazo de no te menees, se empezó a encontrar mal y acabó tumbadito en el sofá, mientras su hermano derrochaba la purpurina ante su horrorizada madre.
Cuando acabó, les puse unos alambres que recorté de unas cintas de regalo y los colgué del árbol. Han quedado monísimos.