viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Gastroenteritis?

Sorpresa pañalera. Mi chiquitín está descompuesto y con el culo rojito como el de un cangrejito. ¡Ala! culito al aire libre durante una horita para que se oxigene, a rezar para que no haya una desgracia escatológica y preguntarle cada dos minutos si quiere hacer pis. Siempre la misma respuesta: "No".

Una hora después la casa está intacta y el culito de Daniel un poco mejor. Menos mal que tenemos la milagrosa crema Lutsine a mano. A untar a lo bestia, cerrar el pañal y a observar toda la tarde al chiquillo por si hay vómitos o dolores de estómago. Nada. Come como un fiera (más que yo) y tiene muchísima actividad. Ni siquiera parece que le moleste el pañal. Pues nada, al día siguiente a la guardería.

En cuanto les enseño la cremita de Eryplast las profes me ponen mala cara "¡¡Gastroenteritis!!" Sentencian. "Pero... ni vomita, ni tiene malestar, come muchísimo...", pero Manoli me corta  tajante a mitad de frase: "No tiene nada que ver. Tiene Gastroenteritis. Tenemos un brote muy fuerte, así que a casa" ¿A casa? ¡Imposible! Al niño se le ve bien y la mami tiene que entregar el lunes unas páginas en el periódico chino que casi ni ha empezado. Encima el chiquillo está jugando emocionado con sus amiguitos y la cocinita de clase. ¡Cómo para decirle que nos vamos! Perreta segura. "Lo siento chicas, pero ahí os lo quedáis. Si se pone malo de verdad me llamáis y acudiré volando" No les hace gracia pero acogen a Daniel con todo el cariño del  mundo. Aún así me insisten en que venga antes de la hora a por él. "¡Nos va a contagiar a todos!" Me aseguran temerosas. Pero si se lo habéis pegado aquí. Si tenéis a cinco chiquillos con gastroenteritis de verdad que ahora mismo están compartiendo juguetes con el mío. ¡Qué me estáis contando! ¡Cómo se nota que sabéis que estoy de baja en el otro trabajo! Pillinas.

Con un poco de resquemor en la conciencia corrí a hacer todo lo que tenía que hacer. Mis riñones me estaban matando, pero me quedaba la duda de que Danielito tuviera gastroenteritis de verdad y se pusiera malísimo de repente. Sin pararme a respirar puse mi casa y mi ordenador en orden, comí y volví a por mi pequeño antes de la hora de salida.

Las profes me aseguraron que todo bien y que había comido muchísdimo, aunque le habían dado comida de dieta. Buf, eso sólo podía significar que mi pobre niño salía muerto de hambre. ¡Exacto! Se comió el plátano, el sanwich, tres galletas y no me comió a mí porque no me dejé. En cuanto llegué a casa le quité el pañal... ¡¡¿Pero qué es esto?!! Blanquito, blanquito. Ni una rojez. ¿Y para eso me hace correr? Y sólo ha hecho una caca en el cole. ¿A eso le llaman gastroenteritis? Yo le llamo ligera descomposición.  ¡Qué exageradas!

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Todas las cosas que Daniel quiere que le acompañen hasta clase



Desde que llevo yo a Daniel al cole su rutina ha cambiado muchísimo. Antes su padre lo metía en el coche y en dos minutos lo estaba entrando por la puerta. Ahora lo siento en el carrito y paseamos los quince o veinte minutos de camino que hay hasta la guardería. Entre medias compramos el pan, saludamos a los vecinos, a los papás de sus amiguitos del cole, vemos camiones, coches de policía... En fin, cada día es diferente en las pequeñas cosas.

El enanito se ha acostumbrado a llevarse un juguete cada día para que le haga compañía en el trayecto: un cochecito, un peluche, un libro infantil... Pero hace una par de días me sorprendió con un pack de tres latas de guisantes. "Hummm... Daniel... ¿Seguro que no quieres dejar los guisantes en la cocina?" "¡No!". No se pudo hacer nada y el peque salió con sus guisantes a la calle. Cada cierto tiempo lograba sacar una lata y las iba dejando caer en el momento más inoportuno. Una pesadilla para mí que cada vez me pesa más el barrigón. De nada valían mis regañinas. De repente oía "¡clonk!" y tocaba agacharse. Hasta que tiró la última. Evidentemente no se las devolvía, sino que las iba guardando en una bolsa para luego regresarlas a su sitio natural.

Pensé que sería un capricho repentino, pero ayer se empeñó en agarrar una cuchara y un cucharón. Fue todo el camino con los utensilios de cocina bien cogidos. La gente que nos encontramos se partía de la risa. No es que me importe mucho esta extravagancia de mi hijo, pero hoy, por si acaso le he cogido un caballito de peluche y se lo he puesto en las manos justo antes de sentarlo en el carrito. Daniel no ha protestado y ha estado encantado con la compañía equina. A ver si se acostumbra que los juguetes son suyos, pero que el resto de las cosas son de mamá.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Daniel celebra su cumple en el cole

Hoy Daniel se ha ido acompañado de sus nuevos peluches de Dora, Botas y Swipper todo el camino de casa al cole. Mientras paseábamos hacia la guardería le hemos estado diciendo a todos que ayer había sido su cumple: a la portera, a los vecinos, a las chicas de la panadería... Mi peque iba inflado como un pavito y bien agarrado a sus personajes preferidos.

Al llegar le he soltado del carrito y ha salido disparado hacia clase. ¡Ni siquiera me ha esperado! Allí se encontró con una de las profes preparada para darle un enorme abrazo y una gran felicitación. Le he entregado a su seño una bolsa llena de paquetitos con cochecitos dentro para los niños y unas golosinas para ella y su compañera. A los niños sólo se nos permite regalarles gusanitos y similares porque cualquier otra comida puede venir en mal estado y no se la juegan. Yo opté por los cochecitos porque pusieron una megaoferta en el Alcampo de tres coches a un euro y me salió tirado el detallito cumpleañero.

Le dí un beso de despedida a mi peque que fue a reunirse con sus amiguitos casi sin mirarme. Así de emocionado estaba que se quedó en la clase sin protestar ni un poco.

Cuando volví a por él estaba exultante con su corona de cumpleaños. La profe le dio uno de los cochecitos empaquetados y Daniel me exigió con grititos que se lo desenvolviera para poder jugar con él en ese mismo momento. Encima le había traído una merienda especial de sandwiches de paté mediterráneo con forma de dinosaurios y uno de los chupa chups de bizcocho que sobraron de su cumple y que le encantaron.

En el parque todos los padres le felicitaron efusivamente y algunos niños le cantaron el cumpleaños feliz. La madre de Hugo incluso le trajo un regalito: ¡Un bombero de Megablocks! con su coche y todo. Allí mismo lo abrimos y se pusieron a jugar cuatro o cinco niños ¿Se puede pedir más para el día después? Yo creo que no.


domingo, 25 de septiembre de 2011

¡¡¡Dos añitos ya!!!

Por fin llegó el día. Mi bebé se ha convertido en un niño mayor, de dos añitos nada menos. Su mamá y su papá cuidaron todos los detalles para que se sintiera como un rey en su día. La mayoría de las ideas las saqué de un blog llamado Las Cosas de Ana. Tiene menús enteros para fiestas de cumpleaños. La verdad es que las recetas que elaboramos de esta página triunfaron: Paté vegetal, mediterráneo, chupa chups de bizcocho de chocolate, mermelada de cebolla, pimientos caramelizados... Incluso copié algunas ideas para la decoración. Puse en las pajitas las caras de los personajes preferidos de Daniel y a los niños les encantó el detalle.

La tarta la saqué, en su mayor parte, de otra página web. Cuando leí que era de nocilla no lo dudé. Ultimamente a mi chiquitín le vuelve loco esta pasta de chocolate y avellanas. Esta fue la base, pero la idea del decorado de Kit Kats y Lacasitos se la copié a mi cuñada Mariángeles. Su hija Natalia cumplió ocho años pocos días antes que Daniel e hicieron una preciosa tarta llena de colores. Cómo les gusta a los niños. Desde luego, Daniel se puso las botas. Nunca le había visto comer tanto.



El peque se lo pasó bomba jugando con sus primos y con los globos que habíamos repartido por el salón. Le dimos los regalos en diferentes momentos del día para que no se le amontonaran y se volviera loco. El primero fue el nuestro, un barco pirata de megablocks que le encantó. Al rato le dimos uno de una tía suya que nos había dado para ese día tan especial. Abrió los paquetes con una sonrisa de oreja a oreja y se quedó emocionado con el libro y el juego de imanes. Estuvo un buen rato colocando las piezas inmantadas a un lado y a otro de la nevera.


El resto de los regalos se los dieron en plena fiesta. Todos le hicieron mucha ilusión y me obligó a abrirlos y a enseñárselos pieza por pieza. Estaba encantado. Había que ver la enorme sonrisa que cruzaba su rostro cada vez que rompía un papel de regalo y aparecían ante él agradables sorpresas. Hasta tuvo un momento de atención para la ropa. Agitó alegremente en sus manitas las zapatillas de monstruos y los guantes para el invierno hasta que se los quitaron para darle otro paquete. Creo que una de las cosas que más le gustó fueron unos peluches de Dora la Exploradora, Botas y Swiper. Esa noche insistió en dormir con ellos, además de con su perrito de siempre. Había que verle, parecía un peluche más.
¡Mi niño! Cómo crece.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Daniel se va a la guerra

Mi niño se puso guapísimo para ir a un bautizo. Estaba estupendo con su camisita, sus pantaloncitos, sus zapatitos... Todo el mundo le regaló los oídos mientras se lo pasaban de brazo en brazo. Por lo menos lo que permitía el pequeñajo, que en cuanto se cansaba se retorcía hasta que lo dejaban en el suelo.

Justo antes de comenzar la sesión de fotos se dió con la naríz en la rodilla de su padre port hacer el burro y la sangre empezó a manar sin medida. El niño con las ropas llenas de sangre, el padre igual... un desastre. Me temo que da la nota de color en la fotografía y eso que intentamos limpiarle todo lo que pudimos a pesar de que no se dejaba.

Luego tiraron monedas y caramelos al suelo para que los niños lo recogieran cargados de bolsas. A los peques se las tiraban a los pies, pero el intrépido Daniel quería estar en el meollo del asunto y se metió en medio de los niños grandes. Con lo que salió llorando y con herida de guerra. Le alcanzó un caramelo en la oreja. A los pocos segundos volvía a la carga con su bolsita llena de caramelos y dinero. Había que ver la maña que se daba en coger los coloridos dulces del suelo. El dinero le llamaba menos la atención. Démosle tiempo. En breve me lo encontraré con la mano extendida exigiendo su paga.




jueves, 22 de septiembre de 2011

El tío Fernando viene a ver a Daniel

¡Qué sorpresa! De repente me suena el mvcil y era mi hermano preguntándome si quería que me fuera a visitar esa misma tarde. Si no fuera porque vive en Las Palmas de Gran Canaria no me hubiera sorprendido tanto. "¡Pues claro!" le contesté "Cuando quieras". Esa tarde fui a buscar al peque a la guardería y le llené la cabeza con la visita de su tío. "Va a venir tu tío Fernando", "Fennando", " A verte", "Nando veme", "Vas a juagr mucho con el Tío Fernando", "Fennando jugá jugá", y así todo el camino.

El timbre asustó al chiquillo, como siempre. Desde que sus abuelas le enseñaron a decir "sutoooo"...
En fin, que ahí estaba por fin su tío y el enano tenía un ataque extremo de timidez. Menos mal que mi hermano es padre y se las sabe todas. Enarboló antre las narices de mi chiquitín una gran bolsa y vociferó "Tengo una regalo. ¿Para quien puede ser? ¿Quien cumple años en breve?" Daniel no perdió uin segundo en abalanzarse a los brazos de su tío besándolo y gritándo "¡Mío, mío!".

Entre mi hermano y yo le ayudamos a romper el papel regalo. Dentro había una hermosa caja de Lego con un estupendo coche de policía (con una sirena con luz y sonido y todo), una carcel, el malo, un perrito... una maravilla. Al peque se le salían los ojos y acoso a su tío hasta que le sacó el coche. Emocionado se puso a jugar con él inmediatamente. En esas vino mi marido y se unió al grupo. Cuando vió el regalo de su hijo le hicieron los ojos chiribitas. ¡Anda que no le gustan  a él los Legos ni nada! Estuvo interrogando a mi hermano sobre la tienda en la que lo había comprado, que por lo visto tiene todo lo que se puede tener en esta marca (Hola Caracola).

Después de una refrescante cervecita sin que nos incordiara Daniel en ningún momento (estaba abducido por las luces y sonidos de su coche de policía nuevo) decidimos dar una vueltilla a algún parque de juegos. La pena es que mi hermano se tenía que ir pronto porque, en realidad, estaba en Madrid por trabajo. Daniel se despidió con más besitos de su tío. La verdad es que se agradeció la visita sorpresa.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Daniel la monta en la revisión de dos años

Mi niño está malito. Tiene un leve resfriado, pero aprovechando que estoy de baja me lo he quedado en casita bien resguardado. Si estuviera trabajando no me hubiera quedado más remedio que mandarlo al cole con una dosis de apiretal. Así de triste es la vida. Afortunadamente mi chico no pierde energías cuando está un poco malito y suele ir contento a la guardería. El caso es que gracias a mi lumbago se ha podido quedar conmigo. Con lo cual, eso de que no pierda energía ha ido en mi contra. ¡Qué paliza!

El 20 de septiembre le tocaba revisión con la enfermera para medir, pesar y constatar que todo va bien en su desarrollo. Lo malo es que se levantó con el pié torcido de la siesta. Nada más oirme decir que le llevaba al médico empezó a berrear. No sé que le pasa con ellos. No le ponemos una vacuna desde los 18 meses. ¿Tanta memoria tiene?

En la sala de espera pareció calmarse, pero una vez dentro de la consulta se puso histérico y no hubo manera de pesarle. Y eso que la enfermera desplegó todo su encanto y dulzura con él, pero nada, no había manera. Pudimos medirle con mucho esfuerzo (90 centímetros) y le exploró un poco para ver cómo iba con el resfriado, pero con tan poca colaboración desistimos. "Obsérvale y si ves que empeora lo traes a la pediatra. No parece que sea nada grave" concluyó desesperada. Me hizo el interrogatorio de rigor a toda prisa: "Hila más de dos palabras seguidas, hace torres, las tira, trepa...etc, etc...Todo normal. Traigalo cuando tenga un buen día y péselo usted misma en la farmacia. El peso normal serían unos 12 kilos. Adios, adios". En cuanto se cerró la puerta a mis espaldas Daniel se tranquilizó y hasta sonreía. "¡Vaya espectáculo que has dado, hijo! ¡Qué verguenza!" Pero a él le daba igual lo que puediera decirle. Ahora jugaba, muy concentrado, con un cochecito, bien sentado en su sillita.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El patin

Una amiga, Ana, me ha dejado el patín que usó cuando nació su segundo hijo. Me confesó que a ella no le había servido de mucho, pero que no perdía nada con intentarlo. La verdad es que si me lo prestan y me sale gratis me parece una idea genial.

El invento consiste en una accesorio que se añade al carrito para que un segundo niño pueda ir de pié detrás. Me lo llevé a casa muy contenta. A mi marido le gustó el invento y se puso a montarlo inmediatamente. A Daniel también le gustó porque se empeñó en ayudar a su padre en todo momento. Finalmente lo motaron en el carrito y el peque se subió son perder un segundo. Ya veremos cuando la prueba la hagamos en la calle.

De todas formas me he comprado un especie de mochila portabebés que se llama baba slings y que parece amoldarse mejor a la comodidad de un recién nacido que las normales y ser más sencilla que los foulares de maternidad (me veo incapaz de hacer un nudo lo suficientemente seguro para cargar a mi bebé). La idea es que cuando lleve a Daniel al parque pueda perseguirlo hasta el último rincón con el bebé a cuestas. Si no fuera tan movido mi primogénito no tendría problema en llevar a Iván en el carrito, pero no me veo atravesando el cesped a toda velocidad con la maxicosi a cuestas.


Noches de pesadilla

.Volvemos para atrás. Daniel vuelve a dormir mal. Está muerto de sueño, pero no quiere ni oir hablar de la cama. No sé si son pesadillas o ataques de mimitis, pero no para de llorar y llorar. Ni el biberón, ni el chupete pueden consolarlo.

Normalmente acaba encajado entre papá y mamá. Pegándonos patadas y haciendo el descanso imposible. ¡Que la pasa a este chiquillo! Pero si el hermanito aún no ha nacido. Me habían hablado de la regresión en casos como la venida de un bebé a la familia, pero así, de repente y sin motivo no. Espero que Daniel vuelva a la normalidad pronto y se duerma plácidamente en su camita de nuevo, porque estamos agotados (sobre todo yo, que soy la que me despierto a la más mínima tosecilla).

sábado, 17 de septiembre de 2011

¡Fresas!

Seguimos con los intentos desesperados para que Daniel coma fruta. El plátano lo medio acepta, pero es oir hablar de la pera, la manzana o la naranja y  como si le hubiéramos ofrecido una cucaracha hervida.

Un día su padre le preguntó si quería melocotón y le hizo tanta gracia la palabra, que no dejaba de repetir "coton, sí, cotón, sí"... Hasta que lo probó. Entonces gritaba "cotón, no, cotón, no". Nada que no hay manera. Lo último ha sido unas estupendas fresitas, dulces y pequeñitas, que le compró su padre. Podemos decir que ha sido un medio éxito porque el niño se ha pasado un buen rato chupándolas, que ya es un paso, pero eso de ingerirlas... como que no.

Las profes siguen jurándome y perjurándome que en clase, mal que bien, se come la fruta. ¡Que frustración! Con lo buena que está y la variedad que hay. Será por sabores. Que tiene este hijo mío en contra de la fruta. No lo entiendo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La mala idea de Daniel

En mi opinión Daniel es un niño bueno. Travieso, pero esencialmente bueno. Aunque a veces saca a pasear su mala leche y te hace dudar. El otro día, sin ir más lejos, cogió velocidad en su moto y se dirigió directamente hacia un tambaleante bebé. Afortunadamente el padre estuvo atento y logró parale los pies a tiempo.

El que no tuvo tanta suerte fue el siguiente bebé que se le cruzó en el camino. Menos mal que iba a mucha menos velocidad y todo quedó en un susto, pero me pareció... ¡tan increible! Monté en colerá. Agarré al niñó y lo senté a pensar de una forma un poco brusca mientras me interesaba por la salud del pequeño Álvaro.

Su madre me aseguró que estaba perfectamente y que no me preocupara "Son cosas de niños" me dijo. Yo no podía creer que mi hijo guardara en su interior esas ansias asesinas. El niño intentó levantarse un par de veces, pero le volví a clavar en el suelo. Empezó a gimotear un poco. Sin dudarlo ni un segundo lo até al carrito entre amenazas de no volver a ver la moto en su vida y de que por hoy se había terminado el parque. Aún hubo padres que abogaron por su perdón, incluso la madre del bebé atropellado impunemente, pero yo seguí en mis trece.

Empujaba el carrito mientras reñía sin piedad al gimoteante Daniel. "Qué dura eres", "No ha sido para tanto", "Mujer, no lo ha hecho con mala intención..." ¡Que no! Yo vi su sonrisita sádica justo antes del accidente. Nada, nada.... a casa ahora mismo. Daniel gritaba perdón y lanzaba besitos para ablandar mi corazón, pero yo rebotaba sus tácticas que llegaban al resto de padres que no dejaban de abogar por él. Al final, cuando ya no hubo testigo de mi acto de madre blandengue, suavicé el tono, le hice prometer que nunca jamás volvería hacerlo y le di un millón de besitos. Eso sí, en casa, de la que no salió en toda la tarde. Por lo menos no ha vuelto a intentar atropellar a ningún otro niño. A mi sí, pero eso es más normal.

También me sentó muy mal el día que le vi propinarle patadas a un inocente perrito. La dueña lo negó todo cuando corrí a castigarle, pero yo había sido testigo directo de tamaña felonía. Finalmente Daniel le dió un besito al perrito y le pidió perdón. Por su parte el peludito le lamió la cara sin rencor y todo quedó en nada. Si es que cuando quiere es maravilloso. Menos mal que esa vena malvada le sale muy poquitas veces y normalmente es un encanto de niño.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La camarilla

Supongo que todos los parques infantiles tienen las figuras típicas de toda historia predecible. Están los que sólo quieren jugar sólos, los que se agarran a su mamá, los que no se les ve el pelo, los piezas, los traviesos (evidentemente: Daniel), los amorosos... En fin, todo un despliegue de caracteres. Y están las camarillas. Grupos de niños que se unen para ser más fuertes. En el parque al que voy destacan lo que yo llamaba "la banda de Pepe", que constaba de el susodicho en cabeza y de dos amiguitos más grandes de lo normal que no paraban de anunciar que esos juguetes eran de Pepe y que no los podía tocar nadie. Pero eso era antes del verano.

Esta tarde llevé a Daniel al parque, como suele ser mi costumbre, y nada más bajarle del carrito visulalicé el problema: dos motos tamaño gigante bien aparcaditas y solitas. Toda una tentación. Por supuesto, mi hijo no se hizo de rogar y en un segundo se había subido a una de ellas. Para él fue una decepción que los piés no le llegara al suelo. La primera decepción, porque la segunda fue mi negativa a empujarle. A lo mas que accedí fue a mover la moto de un lado a otro sin avanzar un centímetro. Hugo, un amiguito de Daniel se vió tentado de subirse a la otra moto. No se veía a los dueño por ningún lado. Y en ese parque los padres no suelen tener ningún problema para prestar los juguetes (no se puede decir lo mismo de la mayoría de sus hijos, ni del mío. Están en la edad de "mío"). El caso es que ahí estaba yo, acunando las dos motos a la vez que vigilaba que ninguno de los dos pequeños tripulantes se cayera al suelo cuando los vi llegar. Era la banda de Pepe, pero algo había cambiado. Uno de los niño había crecido más que los otros dos y parecía haberse erigido en lider. Pepe caminaba el último y ya no parecía tener la prepotencia de antes del verano. Yo ya les había visto en acción el día antes. Le arrebataron una carretilla y sus palas a un niño indefenso y echaron a correr tan felices. Menos mal que el padre intervino, aunque aun así no dejaron de perseguirlo para que les devolviera los juguetes.

En esta ocasión, el más grande se dirigió con sonrisa maligna a nuestro pequeño grupo. "Quiero montar" me soltó. "Me parece bien", le contesté yo, "pero no son mías. será mejor que busques a los dueños y les pidas permiso".. "Es que quiero montar" repitió, "Ya, pero es que no son mías" insistí yo. El niño se quedó pensativo un rato y volvió a dirigirse a mi "¿Y si me la prestas?", reuniendo toda mi paciencia volvía a darle la misma respuesta "te la tienen que prestar sus dueños y no soy yo". Sin amedrentarse lo vi alejarse con paso decidido. Pepe eligió ese momento para hablarme "Tengo cuatro años" me dijo alegremente. "¡Ala! que montón, ya eres muy mayor", "Sí" me contestó acentuando su sonrisa. Tras esa inyección de estima se fue a jugar con mayor energía. Al rato volvió el matón. "Son de Ramón y de... eh....Paco", me miró espectante esperando que bajara a uno de los dos chiquillos del asiento de la moto, pero lejos de ello le pregunté "¿Y quienes son esos niños?" Ya con un poco de mala cara me espetó "Amigos míos", "Muy bien, ¿te importaría señalármelos? Es que me gustaría pedirles las motos prestadas", "Pero, pero ¡Es que son mis amigos!" Exclamó visiblemente afectado. Me temo que ya se estaba pensando si ir por el camino de la violencia para conseguir su objetivo y enfrentarse a una madre airada o esperar a ver si la pesada esa (o sea yo) se iba de una vez.

Afortunadamente mi cara, que empezaba a ser de pocos amigos, le hizo tomar la decisión correcta. Y acertó de pleno porque al poco rato arrancaba a un lloroso Daniel del asiento porque ya era la hora de llevarle a casa par bañarle, darle de cena y dormir. Sin tardar un segundo de más se apoderó de una de las motos con una sonrisa triunfal. Yo, por mi parte, logré convencer a Daniel de que sentara en el carrito con una galleta y un cochecito.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Noche de Daniel y mamá

Hoy Raúl se va a una cena de trabajo tras una ardua reunión, así que he decidido no pensar en el millón de cosas que tengo que hacer por la mañana y reposar cómo me ha mandado el médico. Todo en vistas a la tardecita de esfuerzos que me espera. ¡Aaaaah! ¡Qué gusto! Pero cuanto más se duerme más se quiere, así que me he levantado derrotada para recoger un poco la casa y que no se diga que no he hecho absolutamente nada.

He ido despacito y tranquilamente a por mi peque. El día estaba especialmente caluroso y he llegado chorreando de sudor. Me dirigía al parque con mi pequeñín, porque si entro en casa ya no salgo, cuando me encontré con una amiga que iba a recoger a su retoño, que va a la antigua guardería de Daniel. Viéndome tan acalorada invitó a su casa a tomar café. ¡Qué demonios!, pensé yo, es un sitio nuevo para Daniel y hará menos calor. Acepté encantada y allí nos dirigimos. Luis y Daniel se llevan muy bien, pero también se pelean mucho. Me temo que Daniel tenía el día malo y estuvo berreando gran parte de la tarde. Resulta que ambos querían siempre el mismo juguete. Cuando convencías a uno de que otro juguete era mejor, el otro también lo quería. Nos tomamos el café entre hipido de uno e hipido de otro. Al final les puse un jueguecito en el móvil que tiene música y salen pajaritos, lo que les tuvo bastante entretenidos bailando una rayante melodía. En cuanto se despistaron les quité el móvil para descanso mío y de mi amiga.

Cuando parecía que iba a hacer menos calor nos atrevimos a bajar al parque un ratito. Allí Daniel también demostró que esa no era su tarde. Cuando los decibelios de su llanto empezaron aumentar más de lo debido me lo llevé a casa entre mimos y besitos. Me temo que estaba cansado.

En casa nos encontramos una sorpresa. A su papá le había dado tiempo de pasar por casa antes de la cena, con lo cual me ayudó a bañarlo (otra tragedia para Daniel, cuando siempre le ha gustado) y me lo dejó delante de la tele antes de despedirse de los dos y partir hacia el restaurante. Lo difícil ya está hecho pensé. Ahora a darle de cenar y a dormirlo. Con lo cansado que está no tardará mucho. Error. Daniel no quería ver la cama ni en pintura. ¡Pero que le pasaba hoy! Angustiada por la incertidumbre accedí a hacer algo que hacía muchos dís que no hacía para no volver a malacostumbrarlo: me tumbé a su ladito. 

Por fin se ha dormido. A salir despacito no vayamos a liarla. Mi plan para acostarme esa noche temprano se estaba iendo al garete. Miré el reloj de la cocina...¡las diez! Recojo el salón y limpio la cocina en un tiempo record (las diez y media)... Y ¡a la cama! Pero..¿Qué es esta molestia? ¿Me estará dando pataditas iván? No, esto me suena, me es familar... Pero si es mi estómago rugiendo a mas no poder. Se me ha olvidado cenar. Buf. Bueno, no pasa nada. Piensa en algo que no ensucie demasiado y se pueda tener preparado en cinco segundos: ¡Un estupendo sandwich de... de... de ¡queso! Eso es. No hay peligro de toxoplasmosis y no tardaré nada en hacerlo. Tres bocados y para adentro. El estómago no se va a conformar con tan poco. A ver, a ver... Ya sé. Un yogurt. ¡Que cena más sana y recomendable! jeje. ¿Dónde están los yogures? Apartemos cosas. Aquí no, aquí tampoco... ¡uh, uh! ¿Esto que es? ¡Nocilla! ¡Qué sorpresa más agradable! Y detrás los yogures...que son más sanos. Que pone aquí: "Menos cacao y más avellanas". Hombre, las avellanas son muy sanas. A ver que dice el etiquetado: "Avellanas", sanísimas; "cacao desgrasado", y encima desgrasado, que mas puedo pedir; "leche en polvo desnatada", si es que todo es "light"; "emulgentes"... bla, bla, bla. El resto está en chino. Pues no se hable más. Generosa rebanada de pan de molde a rebosar de esta nutritiva y sanísima nocilla. Desde luego mi estómago quedó aplacado. Ahora un vasito de agua... ¡Crash! NO me lo puedo creer. El suelo está lleno de trocitos de cristal. Hay que limpiarlo bien para que el peque no corra peligro mañana. Barrer, barrer... fregar por si acaso... Parece que está todo en orden. Bebo mi agua (en otro vaso), miro el reloj, ¡las once! No puede ser. Mi debate interior sumado a la operación limpieza ha durado demasiado. Ahora sí que me voy a a cama. Espero que Daniel no se despierte muy pronto para exigirme biberón/agua/chupete/todas las anteriores.

¡Aaaaaah! me hundo entre los cojines, me hundo... ¡Buaaaaaaaaaaaaaaa! No puede ser. Miro el despertador las once y cuarto.

"Daniel, guapo, precioso ¿Tienes una pesadilla?" "Buaaaaaaaaaaa", "¿Agüita?", "Buaaaaaaaaaaa". "¿Pete?", "Buaaaaaaaaaaa", "¿Bibe?", "BUAAAAAAAAAAAAAAA", "¿Tienes pupa? ¿Me tumbo a tu ladito? ¿Hago el pino? ¿Palmas con las orejas? ¡¡¿Qué quieres?!!", "BUAAAAAAAAAA, BUAAAAAAAAA, BUAAAAAAA", "¿Quieres ir a dormir a la cama de mamá y papá?", "Snif, snif, snort, tíiiiiiii". ¡Ale! en bracitos a mi lado. Espero que se duerma por fin. Parece que sí. Mírale. Acurrucadito en mi costado. Tran tranquilito.... Ummm.. ¿qué es ese ruido? ¡No! ¡No, puede ser! Pues sí que es. Su padre ya está aquí. A pesar de que no ha hecho mucho ruido el niño, que aún no estaba completamente dormido le ha oído. "¡Papa, noooooo!, ¡Papá, noooo! ¡Allíiiii!". Parece ser que el plan de Daniel es mandar a su padre a su habitación y dormir él aquí conmigo, pero su padre no se amedrenta con nada y se ha tumbado también en la cama de matrimonio. "¡Buaaaaaaaaaa, buaaaaaaaaaaa!" ¡Que martirio! Mas besos, más caricias. Su papá y su mamá dorándole la píldora al máximo. Ya se duerme, ya se duerme, por fin... ¡Ough! patadón. Puf, que noche me espera, que noche...

martes, 13 de septiembre de 2011

Tarde de juegos de mesa con niños pequeños

El domingo por la tarde teníamos timba de juegos de mesa con unos amigos. Raúl es una aficionado extremo a todo lo que sean cartas, dados, tableros... Y a mi no me disgusta jugar de vez en cuando. Nuestros amigos tiene tres hijos, así que Daniel se venía con nosotros. Se iba a juntar con sus primos Miguel y Luis, con los que se lo pasa bomba y la lía todo lo que puede.

Mientras estuvo con los niños todo fue bien. Incluso jugamos una partida relativamente tranquila, pero luego sus primos se fueron a dormir y empezó el follón para llamar nuestra atención. Botaba por el sofá, tocaba todo lo que le parecía que pudiera se peligroso y se metía en las habitaciones privadas de la casa gritando y armando ruido. ¡No había manera de controlarle! La prima de Raúl le ofreció un apetitoso biberón de cola Cao, que él rechazó dando un brinco en busca de más maldades que pudieran ponernos otra vez sobre su pista.

Agotada, yo ya no sabía a qué estaba jugando, que es lo que tenía que hacer y por qué porras me estaba bebiendo yo el biberón de cola cao de Daniel. "¿Os acordáis cuando no teníamos niños y jugábamos rodeados de cervecitas y calimochos?" Los cinco adultos que se congregaban junto a mí, intentando concentrarse en su próxima jugada, asintieron con resignación.

El Cerro de Tío Pío

El domingo quisimos repetir la jugada del viernes llevando al peque de nuevo a Madrid Río, ya cargados con toallas y pañal bañador, pero se levantó un día muy inestable y preferí no tentar nuestra suerte. Raúl buscó una alternativa y encontró otro parque que no conocíamos y que también tenía muy buena pinta: El Cerro del Tío Pío. Allí nos dirigimos con el coche para convertirnos en exploradores que escalan el cerro y disfrutan de unas maravillosas vistas de Madrid.

Daniel se lo pasó genial escalando y corriendo cuesta abajo. A veces me daba la impresión de que se iba a dar el tortazo de su vida, pero, milagrosamente, conservaba el equilibrio en el último momento. Al final lo llevamos a los columpios para evitar que a su madre le diera un infarto. Los columpios siempre son un valor seguro con el pequeñajo.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Madrid Río

El viernes me pasé por la oficina para entregar los papeles de la baja y así aproveche para llevar al niño a mis compañeras. A pesar de ser fiesta nosotras trabajamos por turnos, igual que con los fines de semana, porque nuestro trabajo es leer y codificar los artículos de los periódicos y los únicos días que no salen son el 25 de diciembre, el 1 de enero y el viernes santo. Las chicas se alegraron muchísimo de ver al peque, que no perdió la oportunidad de aporrear los teclados y jugar con los ratones tan feliz. Me llevó Raúl porque yo con mi panza no me atrevo a conducir. Me falta movilidad, visisbilidad y confianza en mi misma.

Estuvimos poco tiempo para dejarlas trabajar tranquilas y que no se les eternizase la jornada. Una vez fuera nos pareció que hacía un día estupendo como para volver a casa, así que enfilamos hacia el nuevo parque que han hecho sobre el soterramiento de la M-30 y al que llaman Madrid Río por estar en el cauce del Manzanares.

Hacía tiempo que queríamos pasarnos por ahí porque nos habían hablado muy bien del sitio. La verdad es que lo han dejado precioso y es ideal para ir con niños. Tienen unos toboganes gigantes no aptos para Daniel (cuando crezca le llevaremos de nuevo) y unas fuentes de esas que puedes meterte en medio y refrescarte. Una de ellas rodeada de arena simulando una miniplaya. Por supuesto las fuentes maravillaron al chiquitín, que no perdió la oportunidad de meterse vestido y todo. Le quité los calcetines y los zapatos y le dejé chapotear tan contento. No habíamos ido preparados para el agua, pero aun así se lo pasó genial. Yo me metí con él y también me empapé. Se lo estaba pasando tan bien, que me dió pena decirle que no.

Lo malo es que no pudimos ver mucho más del parque, porque preferimos correr con el coche a casa para cambiar de ropa al pequeño y evitar males mayores. Los pies era lo único que llevaba seco gracias a la previsión de quitarle los zapatos. A lo mejor por eso no se resfrío mucho. Yo, en cambio, tengo la nariz como un tomate.

El peque ya duerme mejor

Parece que la guardería ha estabilizado a nuestro pequeñín y ya no me da esas noches toledanas que parecía que iban a acabar conmigo. Gracias a Dios hemos vuelto a la normalidad. Lo que significa que sólo se despierta entre una y tres veces por la noche para pedir bibe, agua, chupete, que le tapes, etcétera, etcétera.
No sé qué les hacen en la guardería, pero funciona. Mi niño se abraza a mi derrenagdo de cansancio cuando voy a buscarle. Pregunté a las profes que tal seguía el horario de comidas y siestas después de tanta manga ancha veraniega y me contestaron que muy bien, que se portaba estupendamente, dormía la siesta sin problemas, comía a su hora... ¡Será sinverguenza! Me pregunto que estoy haciendo mal yo.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Customizando la habitación de Daniel... Y pronto de Iván




Cómo no teníamos un millón de cosas que hacer se nos ha ocurrido la loca idea de customizar la habitación de Daniel para que quede más bonita. Así, a lo mejor, le vamos a acostumbrando poco a poco a los cambios (porque le viene uno muy gordo).

Hace siglos habíamos comprado unas pegatinas de peces que hemos sacado del rincón donde las metimos el primer día, les sacudimos el polvo y las hemos distribuido por los muebles a modo decorativo. Las paredes las hemos vestido con cuadros de Cars, Dora y Pocoyó... Sus personajes preferidos, o eso creemos. Le hemos comprado unas sábanas de edredón nórdico (con vistas al invierno) para dar otro aire a su camita (yo quería animalitos y él camiones. Cómo no nos hemos puesto deacuerdo compré las dos).

Además le hemos cambiado la cama. Ahora nuestro pequeñín duerme en la de arriba con una barrera quitamiedos, en vez de en de abajo cogiendo polvo como hasta ahora (Es una cama nido). Parece que le ha gustado la idea. Por ahora se sube y se baja sin problemas. Tanto que a veces se escapa de la cama y oigo sus pasitos por el pasillo en medio de un profundo sueño.

Creo que el resultado es muy bonito. Desde luego Daniel está encantado y eso es lo más importante.

sábado, 10 de septiembre de 2011

La baja

Finalmente, mi médico de cabecera me ha dado la baja. Ahora que ya no voy a trabajar se me han metido en la cabeza mil tropecientas cosas que debo hacer. Antes cómo no tenía tiempo ni me las planteaba, pero ahora me acosan en sueños interminables listas de propósitos: Organizar armarios, hacer la canastilla, limpiar, recoger, comprar... Y un sinfín de cosas que no se pueden dejar en segundo plano.

Sobre todo porque mi barriga está inmensa. La gente no se cree que aún me falta más de un mes para salir de cuentas. Todos opinan que se me va a adelantar el parto y yo no pondría la mano en el fuego porque así no fuera. Daniel llegó quince días antes. En su caso ni necesité la baja ni nada. Trabajaba por las mañanas y por las tardes preparaba su llegada o me echaba una siesta según me apetecía. El último día me despedí de mis compañeras que me conminaron a marchareme antes a casa por la cara de agotamiento que presentaba. A las cinco de la mañana empezó todo y a las doce del medio día ya tenía a mi pequeñín entre mis brazos.

Ahora es diferente. Mi chiquitín me demanda mucha atención y esfuerzo. No me extrañaría que el lumbago me viniera más de él que de Iván. El caso es que liarme a preparar cosas se me hace muy cuesta arriba con este dolor de riñones. Así que, encima, voy a paso de caracol. ¡Desesperante! Pero es lo que hay. Paciencia y reposo. No queda otra.

viernes, 9 de septiembre de 2011

¡¡Lumbago!!

El lamento de Daniel me taladró los oídos "¡Ay!" escuché entre las tinieblas del sueño. Subconscientemente pegué un salto de la cama olvidandome por completo de mi barrigota y un dolor punzante me dejó clavada en mi sitio. Angustiada por el chiquitín desperté a Raúl. "El niño, atiende al niño" le imploré. Y lo que le dí es un susto morrocotudo cuando me vió, lívida y sin poder mover un músculo. Me agarro e intentó subirme a la cama, pero no pudo. "Para, para. Atiende al niño" le repetía yo, pero el seguía tirando de mí sin piedad. Uf, que dolor. Finalmente parece que se despertó del todo y atendió mi demanda de que me dejara tranquilita hasta que se me pasara el latigazo.

El niño debía haber hablado en sueños, porque no volvió a dar señales de vida. Cuando pude moverme de nuevo fui a verle y me lo encontré roncando plácidamente. Raúl me echó la bronca por levantarme tan bruscamente y me ayudó a acomodarme entre los muchos cojines que me rodean. Con el barrigón no queda más remedio que ir amoldando la forma de la cama a la del cuerpo a base de cojines. Me ponga como me ponga el bebé me pesa, me tira, me aplasta... Acabo durmiéndome por puro agotamiento y me levanto con molestias por todo el cuerpo.

Por la mañana Raúl se plantó. "¡Vete al médico ya!" Resignada ante la seriedad de su tono pedí hora en el centro de salud. Me dieron para el día siguiente, pero como el dolor de riñones fue en crescendo durante toda la mañana no me quedó más remedio que acudir a urgencias a que me dieran algo que me lo mitigara. Sobre todo porque hoy libraba por haber trabajado el fin de semana, pero mañana ya toca trabajar de nuevo y no estaba segura de poder resistir en la silla tantas horas.

La médico de urgencias me echó una bronca monumental cuando le di todos los detalles de mi dolencia. Cuando me preguntó si había hecho esfuerzos y le contesté que no me quedaba otro remedio con un niño de dos años de por medio llegó al culmen de su asombro. "Tienes lumbago, muy normal en las embarazadas. Y más si tienen hijos pequeños a su cargo. Lo que me extraña es que no hayas venido antes" me explicó. Me dió una receta de Paracetamol que recogí con avidez, un certificado para permanecer tres días de reposo en casa y la recomendación de pedir la baja lo antes posible. Mañana voy al médico de cabecera a ver que me dice. A lo mejor no opina lo mismo. Nunca se sabe. Por ahora me he tomado el Paracetamol y parece que el dolor va remitiendo ¡Menos mal!

jueves, 8 de septiembre de 2011

La vuelta a la guarde

El primer día de guardería lo tengo que contar de oídas porque yo estaba trabajando a esas horas y me lo perdí todo. Así que me tengo que fiar de la versión de Raúl. Según el padre, mi niño se despertó sin problema y estuvo todo el tiempo que duró el ritual de biberón, cambio de pañal, vestirse, desayuno del papi, etc... exclamando muy emocionado "¡cole, cole!"... Hasta que llegó el momento de sacarlo del coche para ir a clase. Entonces soltó un contundente "Cole, no" y empezó el drama. Raúl lo dejó en su clase sin contemplaciones mientras el peque se desgañitaba en los brazos de la profe a coro con el resto de los niños.

El segundo y tercer día sí que lo llevé yo. Al pobre se pegaron las sábanas. Le abrí la puerta y la persiana para que los ruidos y la luz lo fueran despertando. "mir, mir, miiiir" gemía por lo bajini mi pequeñín. Me daba mucha pena, pero no podía dar mi brazo a torcer. "Vamos cariño, que Manoli y Ana están deseando verte (sus profes)". "Cole, no" me contestó. Y ya no le saqué de ahí. Todo era "cole, no". Ya pude ensalzarle las maravillas de su clase, con la cocinita, los cochecitos, los muñecos... o del patio con los columpios de mayores, de sus amiguitos Carlos, Iker, Claudia, Patricia, Cristina, Nicolás... Nada, no hubo manera de ilusionarle con la idea. Ni de que soltara el chupete ni al perrito.

El "pete" logré arráncárselo in extremis en el portal, pero el perro lo llevó bien agarrado hasta la puerta de la guardería. Que fuéramos a comprar el pan y le diera un poquito le ánimo algo. Encontrarse con tantos camiones por el camino lo puso eufórico. Cómo con el padre va en coche se pierde todo eso. El camión de la basura acabó de alegrarle el día. Pero una vez a las puertas del cole volvió la cantinela de "Cole, no". Con mucho esfuerzo le convencí poara que entrara en su clase. Le llevé a la cocinita y se puso a jugar sin soltarme de la mano. Había llegado el momento de ser drásticos, así que haciendo de tripas corazón le dejé berreando en los brazos de su profe. Casi se me saltan las lágrimas a mi también.

Menos mal que al día siguiente se fue más conforme. Nos encontramos a un vecino que le ensalzo las bondades del cole y le hizo sentir importante. Además, le fui señalando por el camino a todos los niños que iban al cole como él. Así que esta vez entró por su propio pié y se quedó jugando con sus amiguitos a la pelota. ¡Todo un triunfo!

Lo normal es que le guste ir a la guardería porque allí se lo pasa muy bien, pero tantos días con papá y mamá es lo que tiene. Nos quiere más a nosotros que a todos los juguetes del mundo.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Mareando a su madre con los dibujos animados

"¡El mono, el mono!" bota Daniel en la tronita. Está a punto de empezar a cenar y acostumbra a ver algo en la tele mientras mastica.

"¿El mono Jorge?" Me aseguro, "tiiiii, tiiiii, mono". Cojo el mando y busco entre los directorios del ordenador la carpeta de "Jorge, el curioso". Hago click con el ratón y ya no hay más que esperar a que salga la ventanita con los dibijos animados. Tarda un poco...

"El mono, no", justo en ese momento comenzaba la cancioncilla inicial "¿Qué? El mono ¿no?". Busco de nuevo entre directorios. "Entonces... ¿Pat el cartero?", "Pat, Pat" corea el niño. Bueno, lo que él quiera. Con un solo click cambio el mono por el cartero... "Pat, no". Mi dedo se queda congelado segundos después de haber señalado con el ratón la serie infantil.

"Vale" exclamo intentando sacar a flote toda mi paciencia "Pat, no. ¿Que quieres ver?", "Dora, Doraaaaaaaa". Busco Dora la exploradora jurándome a mi misma que con eso se queda. "Dora, no", "Dora sí" aseguro yo". "Nooooo, noooo, nooooo" El peque está al borde de las lágrimas. Cómo soy tan cruel. "¿Caillu?". "Caillú, Caillú" palmotea el peque. "Caillú, no. Pocoio" Por fiiiiiin. Lo ha dicho él, ha salido de su boquita, yo ni lo he nombrado.

"¿Pocoyó? Seguro, seguro..." "¡Pocoioooo!" reafirma Daniel con una sonrisa de oreja oreja. Se lo está pasando bopmba el muy bribón. Esta bien. Allá va Pocoyó. Miro a mi retoño espectante y le veo abducido por la tele. Suspiro aliviada. Parece que ya no me va a marear más.

Esto de que empiece a tomar sus propias decisiones... Si al menos se quedara con la primera opción que dice... pero ¡no! Ahora es "tiiii" y ahora es "no". Uf, hasta que consigo descifrar lo que realmente quiere...

martes, 6 de septiembre de 2011

Mi niño y el pegamento gigante

En cuanto lo vió en el supermercado fue amor a primera vista. Un pegamento Pritt enorme y peludo se abalanzo sobre Daniel para hacerle gracias. Era un promoción. Una chica disfrazada. Pero el chiquitín se lo estaba pasando en grande chocando la mano con él y abrazándolo dentro de sus límtes de movimiento. Lo tenía atado y bien atado al carrito. En el supermercado dejar suelto al pequeñajo no es muy buena idea.

La chica nos explicó a los babeantes papis que una compañera suya regalaba una pringosa mano y una foto con el peluche andante como parte de la promoción. El niño estaba tan contento con su nueva amiga que no tuvimos más remedio que acudir al stand. Allí otra chica también muy simpática le preguntó a Daniel si se quería hacer una foto con su nuevo compañero de juegos "Supongo que no me entiende" me dijo "es demasiado pequeño". Pues vamos a verlo. Arriesgándolo todo solté al niño del carrito y no se lo pensó dos veces. Se puso delante del pegamento gigante para hacerse la foto... ¡Y luego volvió a sentarse en el carrito el solito! Las tres alucinábamos. "Pues sí que lo entiende" exclamó la fotógrafa.

En un par de minutos el chiquitín tenía la foto entre sus manos. Le encantó, pero hubo que quitársela al poco para que no la rompiera sin querer. La mano pringosa también tuvo mucho éxito, pero ya está en la basura. Tenía demasiadas tentaciones de metérsela en la boca. Fue una tarde de compra diferente para los tres.

Aprendiendo a hacer pipí

Daniel nos ha pedido "¡Caca!" un par de veces, pero como no teníamos orinal ni adaptador no hemos comprobado si sus exigencias iban en serio. El caso es que Raúl y yo debatimos a fondo el asunto y decidimos comprarle un adaptador para que se fuera iniciando en el mundo sin pañal. Pensamos que ocuparía menos espacio y se le haría menos raro al peque, ya que el sabe perfectamente que en el váter se hacen pis y caca, pero el orinal a lo mejor le suena a chino.

Nos fuimos muy emocionados a comprarlo. Otro gran paso para Daniel. En cuanto el peque lo vio no pudo resistir las ganas de sentarse encima. Se pegó un buen rato en el adaptador sin permitir que le bajáramos, pero no hubo nada que celebrar. En cuanto se cansó se bajó el solito y en la taza no había nada. Ni un miserable pis. Un poco decepcionados lo dejamos estar. Yo no quería agobiar al chiquitín con el tema. A partir de entonces le preguntamos si quiere sentarse de vez en cuando, pero dice que no. Incluso le hemos comprado un escalón para que sea más autónomo, pero ni con esas. El escalón se lo ha llevado a su cama para subir con mayor comodidad.

El otro día, para mi sorpresa me llamó y me pidió "¡caca!". Sin perder un segundo le llevé al adaptador. Aceptó sentarse encantado, pero ¡fue imposible quitarle el pañal! Dijo que no, que no y que no. Que se sentaba en el váter, pero que el pañal se quedaba en su sitio. Y así fue. Estuvo un ratito disfrutando del adaptador, pero no sé si hizo algo, porque el secreto se lo guardó el pañal.

Cómo en la guardería aún no han empezado con la operación "orinal" no me preocupo demasiado del tema. Dicen que si insistes demasiado consigues todo lo contrario, que el niño le pille odio a eso de ir al baño, así que prefiero esperar a ver que me dicen las profesionales.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Jugando a taparse los ojos

 Ultimamente, a mi niño le encanta jugar a un juego que no acabo de aprobar. Consiste en taparse los ojitos con las manos o cualquier otro objeto que sirva para el caso y andar hacia adelante o hacia atrás sin más... hasta que se pega el trastazo y llegan los lloros.

Nada más llegar a Madrid una de las primeras cosas que hizo fue arrancar la sábana de su cama y vestirse de fantasma para hacer el loco. Me hizo gracia verle así, pero enseguida lsa risas se trocaron en llanto cuando se echó a correr y se metió un topetazo estupendo contra la pared. ¡Menudo chichón le salió!

No entiendo a este chico. ¡Vaya ideas se le ocurren! Espero que se canse pronto del jueguecito o no vamos a ganar para comprar barritas antigolpes.



Susto en la cocina

Un día, estaba yo tranquilamente fregando los platos en la cocina, mientras que el pequeño Daniel se entretenía con cacharritos en la mesa para los desayunos. Le había facilitado un poco de pasta y unas patatas pequeñas para enriquecer su juego. El truco había dado resultado y el niño permanecía muy atento a intercambiar los alimentos de una cazuela de juguete a otra dando un respiro a su madre. Nada hacía presagiar lo que se avecinaba. Con la habilidad que corresponde a un bebé de casi dos años, Daniel dejaba caer la pasta al suelo descuidadamente. Incluso, en ocasiones, él mismo la tiraba. Cuando se le acabó el puñado que le había facilitado intentó convencerme para que se lo recogiera yo. Le expliqué pacientemente, sin interrumpir mi tarea, que lo había tirado él y que lo debía recoger él. Milagrosamente me hizo caso. Gozosa, pensé que ahora tendría unos minutos más para mí.

De repente, Daniel levantó la cabeza risueño "Mama, ven". Suspiré. Se había acabado la tranquilidad. Mi bebé volvía a requerir de mi presencia. Era tan dífícil comenzar alguna actividad con él cerca... Resignada me volví hacia el chiquitín. "¿Que quieres cariño? Mamá está fregando", pero el niño se mostró insistente. "Mamá, ven, ven". Sabía que seguiría erre que erre hasta conseguir su objetivo, así que me sequé las manos y dirigí toda mi atención hacia él. "¿Que quieres, mi vida?". Con una gran sonrisa abrió su manita para mostrarme lo que se había encontrado.

Algo se movió en mi estómago. El vello de la nuca se me erizó. No estaba preparada para lo que ví. En su mano tenía una repugnante cucaracha muerta. Dí un respingo horrorizada y durante unos segundos no supe que hacer. Afortunadamente logré reaccionar. Cogí una servilleta con manos temblorosas y venciendo mi tremendo asco a esos bichos. Obligué a Daniel a que la depositara en ella. Luego la tiré a la basura con la rapidez del rayo (servilleta incluída) y arrastré al chiquillo al fregadero para frotar sus manos a conciencia a base de Fairy.

El niño se sorprendió un poco, pero se dejó hacer. Finalmente le pareció hasta divertido. Le sequé las manos en un paño y se fue corriendo al lugar donde había encontrado la cucaracha. Probablemente con la intención de buscar otra. Sin haberme recuperado del susto lo arrastré fuera de la zona infectada pese a sus lloros y protestas. Conseguí llamar su atención hacia otro juguete y, mientras lo vapuleaba sin compasión, yo me armé de cepillo, recogedor, fregona, cubo y lejía. La pasta y las patatas: a la basura, sin contemplaciones.  Los cacharritos: fregados. La zona sospechosa: desinfectada. Y los alrededores: fumigados. Ya podía respirar tranquila.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Se acabó lo bueno

Uf. Se acabaron mis vacaciones. Otra vez a darle a la tecla en la oficina. La rutina, los madrugones, las jornadas interminables... Menos mal que también están los reencuentros con las compañeras, los chismes, las anécdotas... Algo para poner color a tu desgraciada vuelta al trabajo.

No me extraña que los niños se traumaticen el primer día de cole ¡Los adultos también sufren los suyo al enfrentarse de nuevo al trabajo! Todos tenemos grabado a fuego en la cara: "Con lo bien que estaba en la playa/piscina/pueblo/ destino exótico (el que pueda)..." y de repente se acaba el sueño maravilloso y nos vemos de nuevo inmersos en la rutina. Eso sí. En mi caso más morena y más descansada. ¡Y con la idea fija en la mente de "¿qué estará haciendo mi pequeñín en este momento?". Afortunadamente mi madre se prestó para cuidarlo este par de días que tenía descolgados sin cole. Así que se lo estará pasando en grande con sus mimitos y juegos.

No he podido evitar pasarme estas dos mañanas preocupada por la pobre abuela, pero cuando he vuelto a casa me los he encontrado a los dos tan a gusto. ¡Que pena que mañana regrese mi madre a Las Palmas! Daniel la va a echar mucho de menos. ¡Y yo también!

Normalmente nos peleamos y discutimos bastante (como casi todas las madres e hijas, supongo), pero esta vez todo ha ido muy bien y hemos disfrutado de estos dís juntas. Lo bueno es que dentro de poco le toca volver porque Iván está a puntito de decir hola al mundo. Sólo falta un mes y medio. Así que me ha prometido que para el 8 de octubre, más o menos, la tenemos de nuevo por aquí. A ver si esta vez llega a tiempo para el nacimiento porque Daniel no la esperó y tuvo que comprarse con billete de urgencia mientras yo estaba en el paritorio.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Reunión y libro

El día que fuimos a por el libro de texto le expliqué a Daniel por el camino que ya era un niño mayor por lo que ya tenía que ir con su libro al cole. Estaba exultante. Daba saltos en su silla gritando ¡cole! ¡libo!. Casi no podía esperar en la cola. Se removía nervioso exigiendo tener su libro ya. Yo no me atrevía a soltarle por la que me pudiera armar, pero estaba contentísima. Parecía que se iba haciendo a la idea de que pronto se acabarían las vacaciones. No dudaba de que iba a llorar el primer día, pero ante sus grititos de júbilo cada vez que le nombraba la guardería y a sus profes, que iban a ser las mismas que el curso pasado, me daba la impresióin de que guaradaba buenos recuerdos del año anterior.

Por fin la dependienta me alargó la carpeta donde iban las láminas y materiales que iba a usar el niño en clase. "¡Mío, mío!" gritaba Daniel. Alargaba sus bracitos como si le fuera la vida en ello. Le alcancé las láminas y las apretón contra su pecho con gran fuerza. "Libooooooooo" canturreaba. "mio" sentenció. Bueno, una cosa menos, pensé yo. "Son 40,50" me soltó con voz átona la chica de la caja. Mi tarjeta tembló de ira en el bolsillo. ¿De verdad es necesario un libro para niños de dos años? Encogiéndome de hombros firmé el recibo. ¡Qué remedio queda! El colegio lo pide y los padres obedecen. ¡Qué pastón! No quiero ni pensar la que me espera el próximo año.

Después en la reunión precomienzo de curso nos explicaron que  hasta por lo menos diciembre no iban ni a tocar el carísimo libro. Primero había que hacer el largo periodo de adaptación. "Y no esperéis que este curso hagamos todas las unidades didácticas ni acabemos el libro. Son muy pequeños todavía". Y allí estábamos todos los padres con cara de idiotas y 40, 50 euros menos en el bolsillo. Pero nos vengamos a base de bien comentando a las profes los asalvajados que venían nuestros retoños tras las  vacaciones estivales.

Las profes se echaron a temblar pensando en lo que se les venía encima. "Ya vereis a mi chico, ya.. ni horarios, ni nada", "Pues la mía, por lo menos hasta las doce no pisa la cama y la siesta ni nombrarla", "El mío, con lo bien que comía él solito... Pues la abuela le ha malacostumbrado y ahora sólo quiere que le metan otros la comida en la boca", "¡Ah! Por cierto, el mío ya no lleva pañal, claro que sólo me pide "caca" a mí. ¡Buena suerte!".

Las chicas se estaban poniendo un poco azules, pero, acostumbradas a todo eso y mucho más, pusieron orden en el gallinero parental y se dispusieron a explicarnos lo que iban y no iban a hacer en el comienzo del curso. Los horarios: los mismos; excepto la merienda: suprimida, que los padres se encarguen de alimentarlos a la salida. Hay que llevarles sandwiches, zumos, batidos, galletas... lo que sea porque van a salir a comerse a su madre si hace falta. Juguetes a tutti plen para que se lo pasen genial. El patio ya es más grande, con más columpios... La gran novedad: ¡baños pequeñitos! Que monos, aunque a los inmaduros (como el mío) no les empezarán a quitar el pañal hasta dentro de unos meses.. Recomendaciones a mogollón para los padres... Última oportunidad de meterl alos pequeñines en vereda antes de que empiecen las clases. Y última esperanza de las profes para que venga con mejor predisposición.

Finaliza la reunión con padres y profes sorientes contándose las aventurillas de veraniegas de turno y corriendo a casa a salvar a mi madre de las garras del peque. Llego y me los encuentro en el portal tan felices. "¿Ya vienes tan pronto?" Parece que abuela y nieto no me necesitan para nada.

Destrozándome la casa

Daniel ha hecho un descubrimiento asombroso: el maravilloso cepillo de los gatos. Su función es quitar los pelos sobrantes a los mininos para que no se lo coman cuando se aseen, pero mi chiquitín le ha encontrado otros usos más interesantes: Es el instrumento ideal para estropearme la casa.

Las púas son duras y metálicas con lo cual hacen un ruidillo curioso cada vez que rozan con algo. Lo sé porque estaba organizando el armario del hermanito cuando de repente oí el "risk, risk". ¿Qué esta haciendo este niño?. Muerta de curiosidad abandoné mi labor para observarle. ¡Mis puertas! Me las estaba rayando muy concentrado. Con la velocidad del rayo le quité el arma maldita y la puse en un lugar fuera de su alcance a pesar de sus protestas.

Más tranquila volví a doblar y meter ropita de cero a tres meses en los cajones. "risk risk" ¿Otra vez? ¡no puede ser! Ahora estaba estropeándome los cristales de la puerta de la cocina. ¿Pero..? ¿Cómo lo has hecho? ¡Si yo lo había puesto en lo alto de la estantería! No pasa nada. Hay que actuar con rápidez. "¡Dame eso!", "Noooooooo, buaaaaaaaaaa", "Te ha dicho mamá que no", "mío, mío". No hubo compasión. Ahora estaba en un lugar más alto todavía. Aquí no llegas.

Ya puedo seguir tranquilamente a lo mío. "risk risk" ¡Imposible! ¡Ahhhhhhhhhh! el espejo. Me está rayando el espejo del armarioooo... "¡Dame eso!", "noooooooooooo, mio mio, buaaaaaaaaa", "Ala, llora lo que quieras pero deja de destruir mi casa". ¿Cómo ha podido llegar? Hay que ponerlo en la última balda. Casi no llego ni yo. Bueeeeno, a seguir con lo mío... "risk risk" ¡No! "risk risk" "¿Me estaré volviendo loca?" Presa de la ansiedad fui al encuentro de Daniel. Estaba a los pies de su abuela concentrado en rayar metódicamente el parqué. Mi madre sonreía al verle. "Mira que gracioso, te está limpiando la casa ¿No es para comérselo?". El chiquillo le devolvió la sonrisa a la abuela y le entregó el cepillo. Por lo visto ya se había cansado de él. La feliz abuela tocó las cerdas y exclamó "¡Si esto es muy duro! ¡Madre mía, seguro que te ha rayado alguna cosa! Yo pensaba que era un cepillo suavecito..." Una terrible sospecha cruzó mi mente. Miré a mi madre entrecerrando los ojos, pero puso tal cara de inocente que me desarmó.

Al poco llegó el padre de trabajar. "¿Que tal el día?" "Pues bien... excepto porque tu hijo se ha dedicado a destrozarme la casa con el maldito cepillito de los gatos. Ha rayado el parqué, el espejo, los cristales, las puertas...", "¡Pero! ¡Pero! ¿Donde estábais vosotras en ese momento?" exclamó con desesperación.