Uno de los días que estuvimos en Gran canaria los dedicamos a recorres salas de exposiciones y museos de la zona antigua de Las Palmas. Fue una experiencia agridulce por ir con los niños, no os voy a engañar. Mis hijos han perdido las ganas de ir a Museos desde que comenzó la pandemia. Yo lo achaco al aumento de exposición a pantallas, pero no tengo pruebas definitivas (seguro que es por eso).
Cuando antes iban deseosos de sorprenderse, ahora hay que arrastrarlos por los pelos y, aunque vean la flipadez más grande del mundo, se ven en la necesidad de aparentar indiferencia y hastío solo para non contradecirse.
Sólo se permiten disfrutar cuando se les ignora y comienzan a bajar la guardia. Entonces, evidentemente, es cuando la lían y se monta la GUERRA. Y ahí se acaba todo. ¿Creéis que exagero? Ni un poco. ¿Que por qué los llevo entonces? Porque no pierdo la esperanza de recuperar a mis curiosos peques ávidos de conocimiento más allá de las idas de ollas youtuberas más peregrinas. Y eso sólo lo conseguiré con constancia, pero sin llegar a quemarles.
Así que sólo los rapto de vez en cuando, pero que les voy a raptar, les voy a raptar antes o después y ellos lo saben.
Pero ¡centrémonos! El caso es que nos echamos a la calle con la idea de tener un emocionante e intenso día cultural y ¡desde luego que lo conseguimos! Yo volví a casa echando humo de las orejas y espuma por la boca de tantas emociones fuertes. Y mis hijos con las orejas unos centímetros más largas (metafóricamente. No hubo ningún herido en este post. A lo mejor mi salud mental, esa un poquito sí).
Con tres niños de 12, 10 y 5 años, todo puede pasar. Eso lo sabíamos los tres valientes padres cuando comenzamos la aventura.
En nuestro caminos nos cruzamos con el Centro de Artes Plásticas del Cabildo grancanario. Arrastramos a los peques dentro. La exposición que íbamos a ver se llamaba Originales digitales. La primera sala les alucinó, aunque bien se guardaron los dos mayores de demostrarlo después de la que me habían montado al enterarse del plan. Estaba llena de robots e imágenes inquietantes de niños con armas. "Muy infantil, mamá. Bravo", me comentó con gran sarcasmo mi niño mayor mientras se paseaba por las obras expuestas sin querer perderse detalle.
El más pequeño, el sobrinito, iba de un sitio a otro con los ojos muy abiertos y preguntando mil cosas. ¡Aaay! Cuando los míos eran así... Iván, por su parte curioseaba pasando del enfado por no querer estar allí a la entusiasmo por una u otra pieza en cuestión de segundos. Tiene le superpoder de pasar de una emoción a otra en cuestión de segundos como una especia de bomba emocional. Ya os digo que es muy difícil lidiar con ese carácter.
La exposición era sorprendente. Te hacía pensar. Recorrimos las salas intentando comprender todas las piezas que encontramos y comentándolas. Hasta el peque de cinco años tenía sus teorías llenas de imaginación.
Salimos bastante felices todos y nos metimos en la siguiente parada: El Centro Atlántico de Arte Moderno. allí nos encontramos con la exposición Sistershoop. Otra oportunidad fantástica para reflexionar sobre la sociedad. También nos gustó mucho, aunque para los peques fue menos impresionante que la primera.
Al final estuvimos más tiempo del que pensábamos cuando decidimos entrar. Y sólo tuvimos que reñir a los peques unas 30 o 40 veces. Así que iban entre calentitos y con ganas de juerga.
De ahí fuimos al Museo Canario, pero lo voy a dejar para otro post, porque si no éste se va a alargar demasiado.