Otras veces, las menos desde que Danielito está con nosotros, salgo a las calle después de la nueve y me asombro de la cantidad de chiquitines que puedo ver. ¡Vaya papo el de sus padres! Si ya deberían estar en la cama. Descansando como bebés que son. Y en cambio, allí están en las terrazas de verano, en las galerías comerciales, lo bares... y un sinfín de lugares en los que no deberían estar.
El otro día en el supermercado no pude evitar fijarme en cómo las mamis llevan a sus cándidos infantes por la sección de congelados con total despreocupación. Sin ni siquiera echarles una mantita sobre las piernecitas. ¡Y vestidos de verano María! Si hasta yo tengo frío. Una de ellas, incluso, llegó a dejar el carrito cerca de uno de esos estantes generadores de frío un buen rato... ¡con el crío dentro!
La gran mayoría de la gente dice que me preocupo demasiado por estos detalles y que el niño se queja si está incómodo. De lo contrario presuponemos que está a gusto. Incluso Raúl me ha sugerido alguna vez que imitemos a esos padre que llevan a sus pequeños bebés, incluso recién nacidos, a tomar algo por las noches estivales. En respuesta tuerzo el gesto porque no me hace ninguna gracia. A pesar de todo alguna vez he cedido, aunque no creo que le haga ningún bien a Daniel.
Afortunadamente, la gran parte del tiempo mi niño sigue unos horarios aptos para su corta edad.
Seguramente el resto de los padres me mirarán mal a mí por otras cosas. Quizá desaprueban que le deje gatear libremente por el cesped del parque o que le lleve a la piscina porque piensan que es demasiado pequeño... Incluso censuren que conviva con dos preciosos gatos. Como ya he dicho, la percepción de cada situación es algo muy personal.