Cuando vi que nevaba no me hizo ninguna gracia. Con lo que me cuesta a mí conducir del trabajo a casa en condiciones normales, como para que encima me pongan obstáculos y encima esa tarde no podía llevar al fiera al parque. Con lo insoportable que se pone si no sale a hacer de las suyas entre los columpios.
Me encaminé cabizbaja hacia la guardería pensando en la que se me avecinaba. Cuando recogí al chiquillo cambié de idea. En el fondo no hacía tanto frío. Y la nieve no estaba cuajando. Podía ir al centro comercial que tiene uin parque infantil sin suelo de tierra (barro cuando llueve o nieva) y dejarle que conozca la nieve. Aunqua ya tuve un primer encuentro con ella hace muchos meses, pero seguro que ni se acuerda. Y fue un fracaso total.
Le saqué del carrito y el niño se emocionó. Crría de un lado para otro agitando sus bracitos. De repente se puso exigente y me pidió como sólo el sabe hacerlos (a gritos) subirse en éste o en este otro columpio. Yo los secaba como podía y le complacía rezando para que no cogiera un resfriado monumental. El enano se los estaba pasando pipa.
De repente la nieve se tornó en lluvia. Eso significaba que ya no podíamos estar a la interperie por más tiempo, así que recogía a Daniel al vuelo en medio de una de sus locas carreras y me dispuse a meterlo en el carrito. El pequeñajo se retorcía como un energúmeno gritando a todod pulmón. No parecía muy dispuesto a ponerse a cubierto.
Por supuesto, yo no claudiqué. De otra manera estoy segura de que se hubiera cogido un enfriamiento serio. Con mucho esfuerzo logré encajarlo en el carrito, atarlo a todod correr, ponerle el plástico y meterlo dentro del centro comercial.
Una vez dentro tuve la tonta idea de volverlo a soltar para que viera el escenario de animalitos que habían montado con motivo de la navidad. Lo primero que intentó fue saltar la cerca que protegía el tinglado de niños destructivos como él. Pero era demasiado pequeño para lograrlo sólo así que se volvió hacia mí impaciente. Os podéis imaginar que a mi ni se me ocurría soltar a la fiera entre los monigotes para que se liara a mordiscos, patadas y manotazos y que me tocara luego a mi pagar los deserfectos. Así que tocaba otra perreta. De nuevo lo metí a duras penas en el carrito y me elejé volando de los malditos pingünos parlantes.
Pero el hombre es el único animal que tropieza varias veces con ñla misma piedra y volvía a soltar a Daniel. Esta vez para que se lo pasara bien en un cuadrado rodeado de unos muritos blanditos que tiene en el centro comercial para disfrute de los más pequeños. Craso error. Mi niño salía disparado hacia el otro lado del cuadrado e intentaba trepar por el murito y salir de cabeza. Con lo que yo tenía que correr más rápido si no quería que le apareciese un enorme chichón en la frente del insensato. Berreaba para salir, berreaba para entrar. Se colaba en las tiendas. Se empecinaba en que le cogiera para jugar con la cabina telefónica. Empujaba a los otros niños...
Cómo dice una amiga del parque infantil: Una pesadilla.
Así que, agotada, volví a meter a Daniel como pude en el carrito, con la consiguiente perreta y me encaminé a casa para bañarlo, darle de cenar y meterlo en su cunita, rogando para que se quedara dormido rápido. ¡Vaya paliza!
lunes, 29 de noviembre de 2010
jueves, 18 de noviembre de 2010
Llora, patalea...
Con estos días de lluvia no me queda otro remedio que llevar al chiquillo al centro comercial cuando acaba la guardería. Meterlo en casa es desquiciante para los dos. Con lo a gustito que se está en el sofá las tardes de lluvia. Pero eso mi hijo aún no lo entiende y no para hasta que logra salir a la calle. Y si no lo logra llora y llora ante la puerta hasta cansarse.
Los centros comerciales no están hechos para bebés inquietos. desde luego no para el mio. Y creo que las compañeras de maternidad que a veces me acompañan en la ardua tarea de entretener a sus bebés piensan lo mismo.
Los centros comerciales no están hechos para bebés inquietos. desde luego no para el mio. Y creo que las compañeras de maternidad que a veces me acompañan en la ardua tarea de entretener a sus bebés piensan lo mismo.
Le llama la atención todo lo peligroso, quiere entrar en las tiendas, molesta a la gente que se está tomando tranquilamente algo en las cafeterías, se mete entre las piernas de los viandantes, se empeña en coger guarrerías del suelo... Y si osas impedir que haga lo que le venga en gana tenemos una pataelta tras otra. Y venga a llorar y retorcerse, y venga a gritar y pegarme. Uf, demasiado estrés. Qué ganas de que vuelva el buen tiempo y volver a nuetsro querido parque infantil. Dónde puede hacer el burro lo que quiera. O casi. Porque allí tampoco le está permitido coger basurillas del suelo.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Qué difícil es criar a un hijo entre dos
La educación es un tema muy complicado. La teoría es muy bonita, difusa y contradictoria, así que sólo queda la intuición y experiencia de cada uno. Pero... ¿qué pasa cuando somos dos a tomar decisiones importantes sobre la vida de un hijo? Pues que raramente nos ponemos deacuerdo. Aunque hay que salir adelante como sea y sin que el niño note mucho las discrepancias, porque entonces pierdes autoridad.
Cuando uno decide que el niño debe seguir un horario estricto en plan academia militar, el otro piensa que un día es un día... casi todos los días del año. Siempre hay un motivo para romper las reglas. Cuando alguien decide que la hora del baño es una rutina importante que no hay saltarse. El otro piensa que hoy hace mucho frío, que el niño se va a poner malo si le hacemos la faena de desnudarlo y meterlo en el agua en ese momento: "Espera que se caldee un poco la casa para ponerle el pijama".
Si un progenitor le riñe por sacar los libros de la estantería y tirarlos desordenadamente, el otro se pone a jugarc on él precisamente a eso. "¡No toques eso!", "¿Por qué? Deja que haga algo el pobre". "Eso no lo puede comer un niño tan pequeño" "Eeeeh.. ¿estas seguro?". "Córtale los pedazos de la comida más pequeños. No, mejor más grandes, para que se los pueda comer, pero entonces se atragantará. Y así todo el día. Ahora mismo el niño no nos entiende y probablemente tenga un poco de lío con lo que se puedey no se puede hacer y por qué hoy sí y mañana no. Pero es un bebé muy listo (aunque esté mal que yo lo diga) y lo que tiene muy claro es lo que puede y no puede hacer con cada uno de sus padres. Nos tiene calados.
domingo, 14 de noviembre de 2010
La odisea de cortarle las uñas
Esto es un horror. Cada vez que me armo de las tijeritas, que, supuestamente, están preparadas para no hacer ningún daño a tu bebé, y me dirijo a Daniel con las aviesas intenciones de que deje de parecer un aguililla, el chiquitín pone mala cara y me deja muy clarito que me lo va a poner difícil.
De nada sirve explicarle que es por su bien, que si no se puede hacer daño, que es más cómodo a la hora de ponerse los zapatos o los guantes... Él no para de gesticular y mover las piernas para todos los lados. Retuerce las manos y los pies todo lo que puede. Y la sufrida madre hace malabarismos para no pellizcarle sin querer la piel en algún tijeretazo. ¡Esta uña ya está!, ¡Está también!, ¡Ya hemos recortad otra!, ¡Basta!, ¡Se acabó! mañana te corto otras tres. No puedo más con las patadas y los manotazos. ¡Y cómo le crecen! Empiezo a creer que es en cuestión de horas. No ha pasado ni dos días y ya es necesario volver a cortarle las malditas uñas. Y él que insiste en que no quiere y no quiere. Que cabezota, pero si es por su bien...
sábado, 13 de noviembre de 2010
Mañas para que coma
Lo que hay que hacer para que tu hijo coma sin protestar. A Daniel le gusta comer, pero se ha acostumbrado a las cenas con espectáculo y si no hay nadie bailando o cantando se aburre muy deprisa de masticar, sobre todo si estamos hablando de verduras o fruta.
En el parque o en el carrito se come muy bien las galletas, el sandwich y lo que le dés mientras disfruta del paisaje. Pero una vez en la trona o le enciendes la tele con algo que le guste a él (no vale el telediario) o ya puedes empezar a poner a prueba tus dotes artísticas. Lo bueno es que los bebés no son muy exigentes y cualquier cosilla les va a encantar. No hace falta tener buena voz no coordinación. Lo importante es gesticular mucho.
Recuerdo que la primera vez que mi madre y mis hermanos me vieron en plena actuación se quedaron boquiabiertos. A mi madre se le olvidó seguir metiéndo cucharadas en la boca de Daniel y mi hermana fue corriendo a por la cámara de video. Si es cuestión de hacer el ridículo mejor que quede para la posteridad.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Fomentando la lectura
El Ayuntamiento de Madrid puso en marcha una campaña hace un tiempo para fomentar la lectura que tenía en cuenta a los bebés. Si hacías socio a tu bebé de menos de un año en la biblioteca te regalaban un bonito libro. Daniel tenía algún mes más, pero hicieronla vista gorda y ya es propietario de su libro y usuario de la biblioteca. Aunque yo no creo que la use mucho aún.
El ayuntamiento aseguraba, para apoyar esta propuesta, que a los pequeños hay que imbuirles el amor a la lectura desde el principio. A mi me encanta leer, pero no le encuentro mucho sentido a que un bebé que aún no sabe leer le pegues tu pasión por los libros. Daniel como mucho los tira y los rompe.
De todas formas, como no está de más probar, le he comprado libros infantiles que él pueda manejar con facilidad, con fotos o dibujos grandes. Cuando los coge enseguida le señalo las páginas explicándole lo que hay o haciendo sonidos si se trata de un animal, un camión de bomberos, un helicóptero... por ahora parece que le gusta, pero no para mucho tiempo. Este niño no tiene mucha paciencia. Y enseguida tira el libro lejos de sí con una gran sonrisa y se dirige feliz hacia otro juguete.
A ver si es verdad que de esta manera se convierte en otro gran lector en la familia.
jueves, 11 de noviembre de 2010
mamama...papapa...
Es curioso pero cuando el niño se siente feliz, se está divirtiendo o tiene afan explorador el fonema que sale por su boca es "pa, pa, paaaa...". En cambio cuando se siente mal, triste o angustiado amite un quejicoso "mamama...maaaaaaa".
Me gusta pensar que cuando el enano necesita ayuda o mimos piensa en mí, aunque albergo serias dudas de que aún sepa lo que significan esas palabras.
Todavía se sigue comunicando a base de gritos y lloros. Supongo que el día que empiece a hablar de verdad echaré de menos cuando sólo emitía fonemas sin sentido, porque es muy probable que me ponga la cabeza como un bombo. Le encantan los teléfonos y en cuanto ve cualquier objeto con uan forma que se le pueda parecer (o no), se lo pega a la hora y se pone a soltar sinsentidos por su boquita. Ya dice un "hola" bastante decente. A mi madre le encanta que le llame y le ponga con el enano, incluso antes de que descuelgue. En cuanto oye a su abuela Daniel empieza a emitor sonoros "holas" seguido de "papapapapaaaaaaa", "cacun cacun cacun", "¡iaaaaaaaaaaaaah!, esto último suele gritarlo cuando le quito el teléfono para poder hablar yo. menos mal que tengo la opción de ponerlo en altavoz porque el pequeñajo tiene mucha fuerza y lo agarra como si le fuera la vida en ello.
Otras veces se queda con el teléfono en la oreja y no hay manera de arrancarlo ni un sonido. Me encanta oirle "hablar", aunque todavía no domine ni unas pocas palabras. Otros niños ya hablan más, pero esto es lo de siempre. Cada niño es diferente y necesita un tiempo distinto para aprender unas cosas y otras.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Queda inaugurada la edad de las perretas
Ahora sí que han empezado a darle perretas de verdad. Lo de antes eran simples enfaditos. Pero el otro día se desató toda la fuerza de Daniel. Gritaba, lloraba, pataleaba, se convulsionaba... ¿Yo ya no sqabía que hacer! Encima le dió el ataque en casa de mi suegra. Ya podía haber sido en la intimidad.
Le cogía, le hablaba cariñosamente, le alcanzaba el chupete... y el me lo tiraba a la cara y seguía revolviéndose como una venado. ¡Si ni siquiera podía sujetarle! Empezaba a preocuparme de verdad. ¿Le dolería algo al pequeñajo? ¡Qué le pasaba que no encontraba consuelo en nada! Finalmente, mi suegra me sugirió que me lo bajara al jardín de la zona común de su edificio. A lo mejor así se calmaba. Dicho y hecho. Fue salir por la puerta y sdufrir el enano una transformación mágica. Ni gritaba, ni lloraba, ni se convulsionaba, ¡incluso sonreía!
Se recorrió la zona con gran alegría. Yo notaba como crecía en mi interior un sentimiento de "Este niño me está tomando el pelo" muy frustrante, pero si hasta hace un momento parecía que lo estaban matando y yo lo había pasado fatal angustiadísima por ese pequeñajo que ahora brincaba tranquilamente y se agachaba a arrancar el cesped con sus manitas.
Cuando consideré que ya llevábamos suficiente tiempo pasando frío le cogí en brazos para subir de nuevo. Y volvió la perreta. Lo metí en el ascensor como pude y luego en casa de mi suegra a trompicones. La pobre se preocupó un poco por el pequeño, pero estaba deacuerdo conmigo en que lo que tenía era tontería. Así que lo dejamos en el suelo y no le hicimos caso hasta que se cansó de patalear.
domingo, 7 de noviembre de 2010
Lorena y Rubén vienen a ver a Daniel
Dos amigos del Hierro se han dado un salto a Madrid y han aprovechado para conocer en carne y hueso a mi pequeñajo. Ya venían advertidos por el blog de lo que se iban a encontrar, pero creo que la realidad superó a la ficción.
Quedé con ellos en un restaurante del centro comercial. Pensaba llegar para el café porque sabía que el enano me la iba a líar. Cuando me acerqué a la puerta aluciné con la cola para entrar. Llamé a Lorena para asegurarme de que seguían allí dentro. No iba a meterme en la lucha para nada. Y sí, allí estaban, en una mesa al fondo. ¡Qué suerte! Tocaba vérmelas con la marabunta hasta el final. "Perdone", "Disculpe", "Es que he quedado dentro ¿Me deja pasar?". Encima dándo explicaciones. En fin. Lo importante es que traspasé todas las fronteras y logré llegar a la mesa en cuestión.
Allí me encontré a la perejita disfrutando aún de su comida. Daniel ya se removía en la sillita. Tenía que pensar rápido antes de que se pusiera a berrear. Le saqué el sandwich que le había hecho para la ocasión y el procedió a refrotarlo contra su saquito. ¡Estupendo! Espero que salgan esas manchas. Ni con galletas pude calmarlo así que no me quedó más remedio que sacarlo del carrito. Casi antes de tocar el suelo sus piernitas ya estaban en movimiento. Habían muchas cosas interesantes que explorar en ese sitio. Le acompañé un ratito en sus correrías esquivando a gente, sillas, camareros... Pero cuando se le metió entre ceja y ceja que quería entrar en las cocinas me tuve que plantar. Le metí enérgica en el carrito y me preparé para aguantar una perreta. Casi ni me había dejado charlar con mis amigos. Qué tirano.
Cuando me volví hacia ellos, Lorena ya estiraba la mano para pedir la cuenta casi sin acabar su plato y Rubén se repatingaba tranquilamente en su asiento saludando al enano, que no dejaba de quejarse. Le pedí un globito al camarero para que el chiquillo se entretuviera un poco. Rubén se lo ató al carrito y empezó a jugar con el un ratito. Algo que le agradecí en el alma. Pero fue poco porque el globito se desató de la cuerda y se fue volando al techo. Con lo que Daniel comenzó a removerse de nuevo. Lorena y yo intentábamos mantener una conversación normal cuando de repente veo que alguien intenta hacer equilibrios sobre un taburete de diseño. "¡Ruben! Deja el globito". "Yo lo bajo" contestó con su deje canario. Pero Lorena y yo no íbamos a permitir que se matara por un cacho de plástico lleno de helio. Finalmente se conformó con pedirle al camarero otro globo que el enano recibió feliz.
Al poco trajeron la cuenta. "Ya os estábais poniendo nerviosos ¿eeeeeh?" apunté, yo desde luego estaba agobiadilla. Lorena confesó al segundo, pero a Rubén se le veía muy tranquilo. ¡Qué suerte! Tiene nervios de acero. Daniel puede con cualquiera. Cómo el día estaba malo nos fuimos a mi casa a tomar el café que nos teníamos que haber tomado en el restaurante, si el niño nos hubiera dejado.
En la tranquilidad del hogar, Daniel se lo pasó bomba con ellos, sobre todo con Rubén al que incluso se abrazó varias veces. De vez en cuando Rubén se dirigía a Lorena para preguntarle si no quería uno de esos y probablemente Lorena pensaría "de los otros no sé, pero de éste ¡seguro que no!" Y yo la comprendo. Este Danielito es un terremoto.
viernes, 5 de noviembre de 2010
Pequeños trastos
Estos bebés son unos verdaderos trastos. Te miran con su carita dulce y tierna "Pero mami... si yo nunca he roto un plato". Y es verdad. Los rompen de dos en dos o de tres en tres. Nunca es uno.
El otro día Raúl cometió un error enorme con Daniel. Confió demasiado en él. Le dejó el biberón que acababa de desayunar y al que aún le quedaba un fondito a mano. Que maravillosa oportunidad de liarla. Oportunidad que un niño tan inteligente e inquieto como el mío no podía desperdiciar. Espero que hayais captado la ironía.
El caso es que cuando Raúl volvió al salón después de ir a donde quisiera que tuviera que haber ido se encontró a un niño muy feliz sentado en un charquito de leche, chapoteando y embadurnando sus juguetes, los de trapo y tela, que los de plástico son demasiado fácil de limpiar.
Pero Raúl no aprendió de la experiencia y volvió a dejar el biberón a mano del pequeñajo en otra ocasión. Esta vez en nuestra habitación y conmigo en casa. Cuando entré en la habticaión Daniel estaba fregando el suelo con la leche del biberón y el pijamita que le acaba de quitar. Con un ataque de histeria incipiente agarré al niño por los sobacos y se lo llevé a su padre. "Cámbiale la ropa mientras yo limpio el desaguisado" le chillé. Dejé a un asombrado y sucísimo bebé en sus brazos y salí pitando a limpiqar el charquito y la ropita. ¡Uf! Que estrés.
Contándolo en la oficina me comentó una compañera que su hijo, un par de meses mayor que Daniel, había encontrado el lugar donde ella guardaba la harina y no dudó en empotingarse de arriba a abajo con ella. Cuando su madre lo vió empezó a saltar para ver como le caía el polvillo de la cabeza y a reirse. Mientras la cocina estaba llena de harina por todos sus rincones. "Y te tienes que reir porque estaba taaan gracioso". Intenté recordar si me había reído cuando encontré a Daniel chapoteando en la leche. No, definitivamente, no me había reído en absoluto.
La rapada
La gente confundía el sexo de mi niño y yo me preguntaba que vistiendole como le visto, y con lo brutito que es, cómo podían ver en él a una dulce fémina. Tras mucho meditar llegué a la conclusión que podía ser por las melenas que se gasta.
Este verano intentamos cortarle el pelo conl a maquinilla de Raúl y casi le da un ataque histérico. Era imposible arrimarle las cuchillas y yo me negaba a intentarlo con unas tijeras. Con lo que se mueve lo más probable es que hubiéramos tenido un accidente.
Así me lamentaba yo en el parque de juegos ante la comprensiva mirada de los otros padres cuando uno de ellos se apiadó de mí. Una madre simpatiquísima me ofreció su maquinilla que inalámbrica y hace menos ruido que las normales. No tardó nada en aparecer por el arenero con la maquinita salvadora. Lo que yo agradecí en el alma. Decidí ponerme manos a la obra esa misma tarde. Sobre todo porque a mi las cosas prestadas me queman en las manos y no respiro tranquila hasta que no vuelven a sus dueños sanas y salvas. Es lo que tiene ser tan despistada, que compruebas las cosas mil veces y no te fías de ti misma.
El caso es que me dirigí hasta mi niño muy decidida y... ¡Zas! El primer trasquilón. Ahora no me podía echar atrás. Sobre todo porque no se me había ocurrido regular las ojillas y le había dejado una zona pelada al cero. Intenté arreglarlo sin dejarle demasiado calvo, pero el desastre estaba hecho, así que volví a poner las ojillas a cero y pelé al niño con ahinco y un poco de miedo.
A mi hijo no le hizo mucha gracia, pero se dejó hacer mientras se recorría la casa de un lado a otro jugando y enredando. De vez en cuando nos daba un manotazo a mí o a la máquina o se cubría la cabeza como diciendo: "¡Déjame en paz!"
Al rato ya tenía la cabeza mas o menos pelona y volvía a parecerse al bebé de hace unos meses. ¡Está guapísimo! Pensé que su padre me mataría al verle, pero le encantó el corte. ¡Menos mal!
Lo que no le gustó tanto fue la casa llena de pelos hasta el último rincón, pero es que no había manera de que se quedara quieto y tuve que correr detrás de él por todas las habitación mientras caían pelos a mechones.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Me gusta su nueva guardería
Estoy encantada con la nueva guardería. El pequeñajo se ha adaptado de maravilla. Ayer llegué a por él y estaba jugando tan feliz.
Su profesora se preocupó porque el pequeñín parecía quedarse con hambre sólo con el puré, así que hoy se había tomado la libertad de darle pavo y me preguntaba si le podían dar el segundo plato de los niños mayores. ¡Por supuesto que sí! Si este fin de semana se ha metido para el cuerpo un plato de fabada un día y otro de cocido otro. Le gusta comer y está en pleno crecimiento.
También se ha preocupado de la mariquita que destiñe de su camita (la que le dibujé en su sabanita con rotuladores indelebles). Me ha aconsejado que la lave mucho... hasta que vea que deja de desteñir.
Además, me comentó que en la entrada de la clase tenía el corcho de los padres, donde se informaba de absolutamente todo lo que tenía que ver con la clase de mi hijo: menús, actividades, notas informativas... hasta las canciones que cantan en clase.
El recinto está muy bien. El niño tiene espacio más que suficiente para jugar y un montón de juguetes muy chulos.
¡Vamos! Que me quedo bastante tranquila y Daniel va contento a clase. ¡Qué mas puedo pedir!
martes, 2 de noviembre de 2010
La nueva guardería
El primer día de clase en la nueva guardería no ha sido tan trágico como pensaba. De hecho parece ser que para Dniel ha sido una fiesta.
A esas alturas Daniel se desgañitaba por salir del carrito para ir al encuentro de sus adorados juguetes. Así que Raúl le soltó por fin. Según cuenta su progenitor, el pequeñajo salió disparado hacia un balancín y se olvidó de todo lo que le rodeaba. Ni se dio cuenta de que su padre se iba. Y, por lo que le contó la profe cuando fue a buscar al niño, pasó un día estupendo. Se portó muy bien, comió maravillosamente, durmió como un lirón... Sólo hubo un pequeño percance.
Cuando Raúl me trajo el niño a casa tenía toda la cara marcada del dibujo que le había hecho yo en la sabanita, tal y como me pidieron en la guarde. Necesitaban que decorara una sabana especial para colchonetas de siesta de bebés con un dibujo y el nombre del niño. Cómo a mi no se me da nada bien coser y me daba pereza montar un campamento de pincceles y pinturas tiré por la calle de enmediio con el material que tenía. Rotuladores indelebles negros y rojos. Me salió una mariquita preciosa. Qué pena que destiñera sobre la cara de mi retoño. Así que nos vino a casa con la cara roja y llena de manchas negras. Las chicas de la guardería log4raron mitigar el efecto un poco y yo en casa hice lo que pude también, pero aún tiene restitos. A ver como se levanta mañana. tendré que inventarme algo para que no vuelva a suceder.
En definitiva, a Daniel le gustó su nueva guardería y eso es lo más importante. Esperemos que siga pensando lo mismo todos los días y no eche mucho de menos la antigua.
Lo llevó Raúl esta mañana y cuenta que nada más entrar a la habitación que hace de patio interior para el invierno al que dan las puertas de las clases y vio los columpios y juguetes no cejó en su empeño de bajarse del carrito y darles uso.
Pero su padre no le sacó del carrito inmediatamente porque entrço en sub clase y se la encontró plagada de bebés, pero sin rastro de una profesora. Preocupado salió de nuevo al patio interior y preguntó a una que pasaba por ahi: "¡Imposible! Siempre tiene que haber al menos una profesora en el aula". Raúl volvió a entra y efectivamente había una profesora, pero en el cambiador, que está un poco apartado y por eso no la había visto.
A esas alturas Daniel se desgañitaba por salir del carrito para ir al encuentro de sus adorados juguetes. Así que Raúl le soltó por fin. Según cuenta su progenitor, el pequeñajo salió disparado hacia un balancín y se olvidó de todo lo que le rodeaba. Ni se dio cuenta de que su padre se iba. Y, por lo que le contó la profe cuando fue a buscar al niño, pasó un día estupendo. Se portó muy bien, comió maravillosamente, durmió como un lirón... Sólo hubo un pequeño percance.
Cuando Raúl me trajo el niño a casa tenía toda la cara marcada del dibujo que le había hecho yo en la sabanita, tal y como me pidieron en la guarde. Necesitaban que decorara una sabana especial para colchonetas de siesta de bebés con un dibujo y el nombre del niño. Cómo a mi no se me da nada bien coser y me daba pereza montar un campamento de pincceles y pinturas tiré por la calle de enmediio con el material que tenía. Rotuladores indelebles negros y rojos. Me salió una mariquita preciosa. Qué pena que destiñera sobre la cara de mi retoño. Así que nos vino a casa con la cara roja y llena de manchas negras. Las chicas de la guardería log4raron mitigar el efecto un poco y yo en casa hice lo que pude también, pero aún tiene restitos. A ver como se levanta mañana. tendré que inventarme algo para que no vuelva a suceder.
En definitiva, a Daniel le gustó su nueva guardería y eso es lo más importante. Esperemos que siga pensando lo mismo todos los días y no eche mucho de menos la antigua.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Halloween
Aparte de la polémica de si nos estamos americanizando y perdiendo nuestros valores culturales, cualquier excusa es buena para pasarlo bien con tus hijos. Nunca he hecho nada en Halloween. Ni ir al cementerio, ni disfrazarme. Pero este año me apetecía hacer algo divertido para mi hijo. Daniel es muy pequeño aún, pero se da cuenta si estamos en un día especial. Así que estuve dándole vueltas al asunto. Al principio pensé en disfrazar a mi hijo, pero no vi nada adecuado para él y para mi bolsillo. Después de todo, sólo le pondría el disfraz un día. Así que se me ocurrió una idea alternativa. Compré rotualdores indelebles de colores, una camiseta de dos euros en el hipermercado y... ¡Manos a la obra! Nos quedó una camiseta bastante chula. Más adelante podemos repetirlo con la participación de Daniel. La verdad es que no le dejé meter baza porque aún no controla lo de hacer garabatos.
Dibujamos una calabaza a la que sobrevolaban tres murciélagos. Yo me encargué de la calabaza y Raúlde los murciélagos. Le dió el toque final con unas truculentas manchas de sangre a lo "Dexter". El niño estaba graciosísimo.
Para rematar el día compramos una calabaza y con ella hicimos la tradicional lámpara yanqui y el pastel, que estaba tan bueno, que el pequeñajo lo devoró.
Compré un montón de chupa chups, que terminé regalando en el trabajo y en le pqreu infantil, porque ese día no me vinieron a visitar para pedírmelos. En cambio a todos mis conocidos sí que les hicieron el "Truco o trato". ¡Qué niños más aburridos hay en mi edificio!
El caso es que nos lo pasamos muy bien. Incluso mejor que el niño.
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