Un día, mi benjamín llegó contándonos que en el cole habían dibujado a un compañero. Entonces me vino a la memoria cuando era niña y en mi clase dibujamos la silueta de dos compañeros de clase sobre un papel enorme. Pensé: "Puede ser divertido". Y lo fue.
Saqué lo que me quedaba del rollo de papel de Ikea y sólo me dio para dibujar el contorno del mayor que no podía parar de reirse y moverse como una lagartijilla porque decía que le hacía cosquillas. Así me salió la silueta, que no parece ni que sea él.
Luego le tocó el turno al pequeño. Uní dos posters de publicidad que guardo para actividades y encajó perfectamente. Este también se removía muerto de la risa, con lo que me salió otra silueta irreconocible. Pero no les importó mucho, remarqué el contorno con rotulador rojo, porque fue el color que ellos eligieron y se pusieron a decorar los dibujos muy contentos.
Cuando ya decidieron que habían acabado, las recorté y las pequé en una pared. Y ahí siguen como una sombra de mis peques. Los gatos siempre se paran a mirarlas cada vez que pasan. Les recordarán a alguien...
sábado, 28 de febrero de 2015
viernes, 27 de febrero de 2015
Totem indios con rollos de papel
Daniel siempre tiene buenas ideas para ponernos manos a la obra con las manualidades. La última fue hacer totems indios. El me suelta lo que quiere que sea el resultado y a mí me toca pensar cómo llegar a él. En este caso la materia prima fue muy fácil de conseguir. Estaba claro que iban a ser los tubos de los rollos de servilletas.
Saqué los materiales con los que pensé que llegaríamos a buen puerto y empezamos a imaginar. Como casi siempre, el pequeño prefirió seguir a lo suyo. Mi niño mayor me ayudó a enrollar washi tapes de un sólo color en los tubos. Tenía que ser de tres colores diferentes según su demanda. Ni uno más ni uno menos.
Cuando los terminamos comenzó a elegir los motivos que iba a pegar en cada parte. Utilizamos unas pegatinas de formas geométricas y otras de partes de la cara que vienen en un libro de actividades genial que le regaló un amiguito a Iván en su cumpleaños y que nos ha servido para hacer muchísimas cosas. Cuando se nos acaben tendré que ir a Tiger a por otro.
En una de las caras del totem se empeñó en pegar una pegatina de tiburón que encontramos en uno de los cajones donde guardo el material. Y así lo hizo. Era su totem y yo no voy a ser la que le ponga límites.
Luego le recorté las alas que me pidió en cartulina de colores para que las pegara por detrás y diera el toque final a su creación. Quedó muy colorido. Él estaba muy satisfecho´con el resultado, así que corrió a enseñárselo a su padre. Por el camino lo vio Iván y vino a pedirme que le ayudara a hacer uno a él también.
Así que empecé de nuevo para ayudar a Iván con el suyo. En su caso fue al revés. Se empeñó en dibujar y recortar sus alas para el totem, pero no se animó a ponerles caras. "Eso lo haces tú ¿vale mami?" Entonces se dio cuenta de que a él, lo que le gustaba de verdad, era recortar sin ton ni son las cartulinas de colores. Hice de tripas corazón y le dejé destrozarme un par de cartulinas. No tuve corazón para pararlo en su labor destructiva, con todo el interés que le estaba poniendo. A fin y al cabo, el objetivo es que ellos se diviertan desarrollando alguna de sus aptitudes, y el ejercicio que estaba haciendo Iván le venía que ni pintado para mejorar su psicomotricidad.
Daniel, por su parte, quiso hacer otro totem. No puedo negar que era muy divertido ponerles cara.
Al final, nos quedaron muy chulos como adornos en la estantería del salón.
Cuando los terminamos comenzó a elegir los motivos que iba a pegar en cada parte. Utilizamos unas pegatinas de formas geométricas y otras de partes de la cara que vienen en un libro de actividades genial que le regaló un amiguito a Iván en su cumpleaños y que nos ha servido para hacer muchísimas cosas. Cuando se nos acaben tendré que ir a Tiger a por otro.
En una de las caras del totem se empeñó en pegar una pegatina de tiburón que encontramos en uno de los cajones donde guardo el material. Y así lo hizo. Era su totem y yo no voy a ser la que le ponga límites.
Luego le recorté las alas que me pidió en cartulina de colores para que las pegara por detrás y diera el toque final a su creación. Quedó muy colorido. Él estaba muy satisfecho´con el resultado, así que corrió a enseñárselo a su padre. Por el camino lo vio Iván y vino a pedirme que le ayudara a hacer uno a él también.
Así que empecé de nuevo para ayudar a Iván con el suyo. En su caso fue al revés. Se empeñó en dibujar y recortar sus alas para el totem, pero no se animó a ponerles caras. "Eso lo haces tú ¿vale mami?" Entonces se dio cuenta de que a él, lo que le gustaba de verdad, era recortar sin ton ni son las cartulinas de colores. Hice de tripas corazón y le dejé destrozarme un par de cartulinas. No tuve corazón para pararlo en su labor destructiva, con todo el interés que le estaba poniendo. A fin y al cabo, el objetivo es que ellos se diviertan desarrollando alguna de sus aptitudes, y el ejercicio que estaba haciendo Iván le venía que ni pintado para mejorar su psicomotricidad.
Daniel, por su parte, quiso hacer otro totem. No puedo negar que era muy divertido ponerles cara.
Al final, nos quedaron muy chulos como adornos en la estantería del salón.
jueves, 26 de febrero de 2015
Los bloques matemáticos
Cada vez que veo en el blog de La jirafa todos esos juegos y juguetes educativos tan bonitos y útiles que encuentra en las tiendas de todo a cien me dan ganas de hacer un tour exhaustivo por las de mi barrio. Y eso hice. Me las recorrí todas, pero ni baraja de operaciones matemáticas, ni el juego de madera de los animalitos, ni nada de nada. Mas bien sets de juguetes de parque, armas de plástico, juguetes más o menos cutres o demasiado caros...
Ya iba a tirar la toalla cuando algo llamó poderosamente la atención: un juego de construcción como lo de toda la vida pero hecho de gomaeva blandita y con operaciones y números pintados en algunas de las piezas. No era lo que estaba buscando. He de admitir que mis hijos tiene ya muchos juegos de construcción de mil formas. No sé si iban a sacarle mucho jugo al objetivo didáctico del juego. Aún así me lo llevé a casa. La tentaciones a veces no se pueden evitar.
A los peques les encantó el juego. Encima venía con instrucciones para hacer figuras interesantes como un avión o un castillo. Los he tenido entretenidos bastantes tardes montando y destruyendo sus creaciones con la misma ilusión. pero, como yo ya me temía, hacen poco caso a las sumas y restas de los bloques. A mayor le dije que el reto estaba en que las piezas coincidieran con las soluciones correctas, pero como quien oye llover.
Al menos juegan con ellos y se lo pasan pipa, aunque no les sirva para aumentar conocimientos. ¡Y a ver si encuentro los juguetes didácticos tan chulos que encuentra Jirafa algún día! Permaneceré atenta a los lineales.
Ya iba a tirar la toalla cuando algo llamó poderosamente la atención: un juego de construcción como lo de toda la vida pero hecho de gomaeva blandita y con operaciones y números pintados en algunas de las piezas. No era lo que estaba buscando. He de admitir que mis hijos tiene ya muchos juegos de construcción de mil formas. No sé si iban a sacarle mucho jugo al objetivo didáctico del juego. Aún así me lo llevé a casa. La tentaciones a veces no se pueden evitar.
A los peques les encantó el juego. Encima venía con instrucciones para hacer figuras interesantes como un avión o un castillo. Los he tenido entretenidos bastantes tardes montando y destruyendo sus creaciones con la misma ilusión. pero, como yo ya me temía, hacen poco caso a las sumas y restas de los bloques. A mayor le dije que el reto estaba en que las piezas coincidieran con las soluciones correctas, pero como quien oye llover.
Al menos juegan con ellos y se lo pasan pipa, aunque no les sirva para aumentar conocimientos. ¡Y a ver si encuentro los juguetes didácticos tan chulos que encuentra Jirafa algún día! Permaneceré atenta a los lineales.
miércoles, 25 de febrero de 2015
Mantén tus uñas alejadas de mi sofá
¡¡¡Lo matooooo!!! |
Tras lamentar otras pérdidas muy queridas en el inmobiliario y en el armario, mi marido y yo decidimos ponernos serios y comprarles algo que los mantuviera entretenidos y con las uñas alejadas de lugares más sensibles. Después de mirar algunos rascadores para gatos, empezó la primera lucha de intereses. Yo quería un árbol con cueva, tubo, bolita colgante... ¡vamos! un parque de atracciones gatuno. Pero mi marido alegaba que no teníamos espacio para semejante capricho. Galantemente, se ofreció a encargarse él del tema y me vino con una alfombra.
Como de lo que yo quería a la alfombra había un buen trecho la cosa terminó en tragedia, pero los gatos se tuvieron que conformar con su alfombrita para los dos. A los mininos les encantó el regalo y la agregaron a su lista de cosas para hacer jirones, pero no dejaron de visitar asiduamente nuestra tapicería, así que ya estaba a punto de mandar todo a la porra, y comprar el árbol para gatos de mis sueños, cuando vi algo que podía ser la solución definitiva. El producto en cuestión se llama Catnip y seguro que llevará mucho tiempo en el mercado, pero yo hasta que no tuve gatos con zarpas mortales no había oído habar de él. Por lo visto, despide una aroma irresistible para ellos.
Ultimando los detalles de su próximo plan maquiavélico |
Las peleas entre gatos y niños por el poste han sido titánicas. En una de esas batallas la pelotita fue arrancada de cuajo, no sabemos si por zarpas o manitas ansiosas. Mis hijos los usan de caballito, de volante, como elemento de construcción y mis gatos para ejercicios de estiramiento, lima de uñas, rascador de lomos... A veces me planteo comprar otro, uno para los niños y otro para los gatos, pero sé que eso sólo servirá para echar más leña al fuego y que los cuatro elegirán el mismo poste y se matarán por él.
Conclusión: una casa con niños y mascotas es un desastre total, pero una desastre maravilloso. No cambio a mis cuatro fieras por nada del mundo.
Aventuras y tesoros en los parques
Cada tarde de parque es única y diferente. Llena de altibajos y emocionantes descubrimientos. Hoy me peleo con mis amigos y me invento mi propia aventura, hoy somos inseparables y mamá me tiene que sacar a rastras, hoy me apetece jugar con mi hermano quiera él o no, hoy tenemos a papá y a mamá a nuestra disposición... No hay dos tardes de parque iguales.
Incluso tenemos alguna que mejor que no hubiera existido nunca: llena de rabietas, lloros y desencuentros. O golpes tremebundos como el que se dio Iván este fin de semana en al labio en una de sus carreras. Frenó con la boca y se llevó un buen mordisco. Yo.como madre histérica, quería correr a urgencias, pero Raúl tomó el control de la situación y tras observar la herida lavaba dictaminó que era un simple mordisco. Impresionante, eso sí, pero sólo un mordisco.
Cuando acompaño a mis chicos para que jueguen, corran y gasten la excesiva energía que tienen me asombro que el poder que tienen para disfrutar de los pequeños detalles: un juguete de otro niño ¡toda una novedad!, un mariquita que pasaba por ahí, las palomas y pájaros glotones que se acercan a por sus galletas y que ellos comparten encantados... No todo es utilizar los columpios sin más.
También es emocionante encontrarnos con sorpresas de vez en cuando, como unos profundos surcos que seguir a la carrera, una completa ciudad hecha de arena, un elástico del pelo roto con unos adornos de piedras preciosas que pueden servir como tesoro... Y muchos palos y piedras maravillosas, eso siempre nos acompaña hasta la puerta de nuestra casa.
Últimamente las tizas son un éxito seguro y casi siempre las llevo para que se explayen con su arte efímero. Dejamos el parque más bonito y lleno de color y a los pocos días vuelve a estar como siempre. Y lo mejor de todo es que ocupan poco en la mochila.
Ahora que viene el buen tiempo y se alargan los días, seguro que encontramos muchas aventuras emocionantes entre los columpios.
Incluso tenemos alguna que mejor que no hubiera existido nunca: llena de rabietas, lloros y desencuentros. O golpes tremebundos como el que se dio Iván este fin de semana en al labio en una de sus carreras. Frenó con la boca y se llevó un buen mordisco. Yo.como madre histérica, quería correr a urgencias, pero Raúl tomó el control de la situación y tras observar la herida lavaba dictaminó que era un simple mordisco. Impresionante, eso sí, pero sólo un mordisco.
Cuando acompaño a mis chicos para que jueguen, corran y gasten la excesiva energía que tienen me asombro que el poder que tienen para disfrutar de los pequeños detalles: un juguete de otro niño ¡toda una novedad!, un mariquita que pasaba por ahí, las palomas y pájaros glotones que se acercan a por sus galletas y que ellos comparten encantados... No todo es utilizar los columpios sin más.
También es emocionante encontrarnos con sorpresas de vez en cuando, como unos profundos surcos que seguir a la carrera, una completa ciudad hecha de arena, un elástico del pelo roto con unos adornos de piedras preciosas que pueden servir como tesoro... Y muchos palos y piedras maravillosas, eso siempre nos acompaña hasta la puerta de nuestra casa.
Últimamente las tizas son un éxito seguro y casi siempre las llevo para que se explayen con su arte efímero. Dejamos el parque más bonito y lleno de color y a los pocos días vuelve a estar como siempre. Y lo mejor de todo es que ocupan poco en la mochila.
Ahora que viene el buen tiempo y se alargan los días, seguro que encontramos muchas aventuras emocionantes entre los columpios.
martes, 24 de febrero de 2015
Noche de pizzas y cine
El viernes decidí hacer lo que llamamos nosotros una cena cine. Es decir, cenamos algo fácil de comer en unas mesas que colocamos frente a la tele. Normalmente toca pizza. Así salimos de la rutina de una forma muy divertida. El caso es que hace poco leí en el blog de Historias de una diablilla con corona y tutú, que Alma se había currado unas pizzas preciosas con forma de mariposas para que a Sofía le entraran por los ojos y se las comiera. Nada más acabar de leer me entraron unas ganas tremendas de emularla, aunque mis hijos poca motivación necesitan para comer.
Enseguida me puse con las manos en la masa, que hice en la thermomix. Una vez lista, modelé unas personitas para el mayor, porque me las había pedido y un dinosaurio para el más pequeño porque fue lo primero que se ocurrió. En cuanto Daniel vio el dinosaurio de su hermano, quiso otro. ¡Como no!
Así que le hice otro pequeñito. Les unté las obras de arte con tomate y les repartí los ingredientes en pequeños boles para que pusieran los que les apeteciera. Lo malo del tema es que ¡se comían los ingredientes a un ritmo aterrador! Tuve que reñirles para que dejaran algo para las pizzas.
Cuando acabaron me pidieron más formas para decorar. A toda velocidad les hice unas casitas, que más bien parecían flechas, pero que a ellos les parecieron perfectas. Las llenaron de salchichas, chorizo, beicon, champiñones y guisantes... y pidieron más. Cansada de modelar les di una circular de toda la vida y les dije que la decoraran entre los dos. Y así lo hicieron. Mientras ya se estaban horneando desde hace tiempo la primera tanda.
Al final por el ansia y el hambre salieron un pelín crudas, menos la última, que entre que nos sentamos a ver la peli y que ya no teníamos hambre se nos olvidó en el horno y cuando la saqué se había chamuscado un poquito.
Los niños no se terminaron las suyas, como era de esperar tras el atracón que se habían dado en la cocina, pero nosotros dimos buena cuenta de nuestras casitas y sus restos.
Para terminar qué mejor postre que palomitas. Fue una velada redonda. Tanto que a la noche siguiente me pidieron para cenar... ¡pizza!
Pero no les di el gusto. Tendrán que esperar hasta el próximo fin de semana.
Enseguida me puse con las manos en la masa, que hice en la thermomix. Una vez lista, modelé unas personitas para el mayor, porque me las había pedido y un dinosaurio para el más pequeño porque fue lo primero que se ocurrió. En cuanto Daniel vio el dinosaurio de su hermano, quiso otro. ¡Como no!
Así que le hice otro pequeñito. Les unté las obras de arte con tomate y les repartí los ingredientes en pequeños boles para que pusieran los que les apeteciera. Lo malo del tema es que ¡se comían los ingredientes a un ritmo aterrador! Tuve que reñirles para que dejaran algo para las pizzas.
Cuando acabaron me pidieron más formas para decorar. A toda velocidad les hice unas casitas, que más bien parecían flechas, pero que a ellos les parecieron perfectas. Las llenaron de salchichas, chorizo, beicon, champiñones y guisantes... y pidieron más. Cansada de modelar les di una circular de toda la vida y les dije que la decoraran entre los dos. Y así lo hicieron. Mientras ya se estaban horneando desde hace tiempo la primera tanda.
Al final por el ansia y el hambre salieron un pelín crudas, menos la última, que entre que nos sentamos a ver la peli y que ya no teníamos hambre se nos olvidó en el horno y cuando la saqué se había chamuscado un poquito.
Los niños no se terminaron las suyas, como era de esperar tras el atracón que se habían dado en la cocina, pero nosotros dimos buena cuenta de nuestras casitas y sus restos.
Para terminar qué mejor postre que palomitas. Fue una velada redonda. Tanto que a la noche siguiente me pidieron para cenar... ¡pizza!
Pero no les di el gusto. Tendrán que esperar hasta el próximo fin de semana.
lunes, 23 de febrero de 2015
Las plantas de las judías y las semillas misteriosas
Madre mía que cambio han dado las judías en unos pocos días. No sé quien está más emocionado: los niños o la madre.
Encima, me acabo de dar cuenta de que hay brotes que salen de las misteriosas semillas que provienen de las vainas que recogimos en El Pardo. Así que, después de todo, sí que ha salido algo de ellas.
Y digo yo que ya habrá que ir buscándoles unas macetitas a estas hermosas plantas. ¿No?
Encima, me acabo de dar cuenta de que hay brotes que salen de las misteriosas semillas que provienen de las vainas que recogimos en El Pardo. Así que, después de todo, sí que ha salido algo de ellas.
Y digo yo que ya habrá que ir buscándoles unas macetitas a estas hermosas plantas. ¿No?
domingo, 22 de febrero de 2015
Premio Amigo
http://www.mimamichic.com/2014/02/premio-al-mejor-blog-amigo.html#.VNyrFPmG8dc |
El premio va acompañado de una única pregunta: ¿Qué es para ti la amistad? Que te acepten tal y como eres, sin reproches, y viceversa. Que no te exijan en nombre de la amistad lo que no quieres dar, que nos apoyemos mutuamente en tiempos de necesidad porque sale de dentro... Y podría seguir hasta el infinito, pero no quiero aburriros con mis reflexiones interminables. La amistad es demasiado grande como definirla en un sólo post.
Ahora toca mencionar a diez blogs. Ahí voy:
Con la venia de madre
Atempra
La jirafa
La opinión de mamá
Hermanas de hambre
Merengaza y otros dulces
Tersina y sus cosas
Una bruja y sus dos sapitos
Baberos y claquetas
La guinda de limón
sábado, 21 de febrero de 2015
Deliciosos cruasanes de nocilla
Mi marido me comentó un día mientras cenábamos que había visto una receta muy fácil y con una pinta increíble en el blog de Cosas de Katy y me animó a que la hiciera con los niños. Lo primero que pensé fue "¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! ¡¡Que ÉL lo ha visto antes que yo!! ¡¡Imposible!!" Pero sí, se ve que ese día había navegado poco.
En cuanto los chiquillos se metieron en la cama yo hice lo propio con mi ordenador y ahí estaba la receta de los cruasanes rellenos de nocilla. Me parecieron perfectos para hacerlos con mis hijos. Tardé bastante en llevar a la práctica la idea porque se juntaron muchas fiestas, cumples... En definitiva: demasiadas chuches en el estómago.
Pero al fin llegó el día y saqué el hojaldre, la nocilla, los huevos para batirlos y pintar el hojaldre y... el dulce de leche. Confieso que esto último es capricho mío cien por cien.
Llamé a los peques y sólo vino Daniel. Iván estaba a otros menesteres que le parecían más interesantes. Le di el cortapizas al mayor y me hizo una masacre, con lo que me tocó volver a juntar varias piezas del hojaldre. Lo de rellenar se le dio mucho mejor. El pequeño asomó la nariz y al ver que había nocilla en juego se unió al grupo. Aunque sólo fuera para chupar la cuchara.
Les enseñé cómo se enrollaba el hojaldre ya relleno y se pusieron a ello con más buenas intenciones que resultados aceptables. Lo de pintar con huevo ya les gustó más. Mi primogénito hasta se ofreció a batir el huevo él solito y todo. Luego se puso a pintar los cruasanes con ahinco, mientras su hermano desplegaba su arte en una puerta del armario que luego me tocó limpiar.
Los pusimos al horno y en media horita ya estaban listos. Esa misma noche los cenamos y no quedó ni uno. Al día siguiente me tocó repetir la receta a petición popular. ¡Éxito total! Gracias Katy.
En cuanto los chiquillos se metieron en la cama yo hice lo propio con mi ordenador y ahí estaba la receta de los cruasanes rellenos de nocilla. Me parecieron perfectos para hacerlos con mis hijos. Tardé bastante en llevar a la práctica la idea porque se juntaron muchas fiestas, cumples... En definitiva: demasiadas chuches en el estómago.
Pero al fin llegó el día y saqué el hojaldre, la nocilla, los huevos para batirlos y pintar el hojaldre y... el dulce de leche. Confieso que esto último es capricho mío cien por cien.
Llamé a los peques y sólo vino Daniel. Iván estaba a otros menesteres que le parecían más interesantes. Le di el cortapizas al mayor y me hizo una masacre, con lo que me tocó volver a juntar varias piezas del hojaldre. Lo de rellenar se le dio mucho mejor. El pequeño asomó la nariz y al ver que había nocilla en juego se unió al grupo. Aunque sólo fuera para chupar la cuchara.
Les enseñé cómo se enrollaba el hojaldre ya relleno y se pusieron a ello con más buenas intenciones que resultados aceptables. Lo de pintar con huevo ya les gustó más. Mi primogénito hasta se ofreció a batir el huevo él solito y todo. Luego se puso a pintar los cruasanes con ahinco, mientras su hermano desplegaba su arte en una puerta del armario que luego me tocó limpiar.
Los pusimos al horno y en media horita ya estaban listos. Esa misma noche los cenamos y no quedó ni uno. Al día siguiente me tocó repetir la receta a petición popular. ¡Éxito total! Gracias Katy.
viernes, 20 de febrero de 2015
Laberintos y ruletas
Mi hijo mayor siempre me lía. Una de esas tardes que les digo : "¡Ale! jugad con vuestros juguetes que os echan mucho de menos" y me pongo yo a mis tareas, resulta que Daniel viene a rondarme con la idea de que quiere una ruleta de premios. "Con una flecha, mami, y premios como oro, diamantes, coronas... Yo quiero una mami. ¿Podemos hacer una?" Al menos podíamos intentarlo.
Le saqué un plato de plástico, pero como llevaba decoración le pedí que pintara los premios por el reverso que igual daría. Cuando lo tuvo terminado recortamos una flecha en cartulina del color que él mismo eligió. La fijé con unos cachivaches de oficina que compré en el todo a cien y sirven para introducir en los agujeritos que hacemos en los folios con la taladradora y que permanezcan juntos. Dar vueltas, lo que se dice dar vueltas... no daba. Había que hacerle el recorrido con la mano, pero lo solucionamos cerrando los ojos y girando la ruleta a lo loco.
El más pequeño se dejó caer por la mesa para ver que hacíamos y enseguida me pidió otra para él. En unos minutos tuvo lista la suya. Mientras tanto el mayor se puso a jugar con los cachivaques de oficina y unos imanes que tengo guardados en la misma cajita. Viéndole construir con esos elementos se me encendió una bombillita. "Ay chicos. ¡Lo que se me ha ocurrido!" salté de repente. "Una idea genial", siempre les digo lo mismo.
Los peques me miraron muy sonrientes y a la espectativa. En un minuto había dibujad en un folio un cutre laberinto y les estaba explicando el juego: "Por un lado ponemos un cachivache, por el otro un imán y otro cachivache para que sea más fácil moverlo y avanzamos por el laberinto buscando la salida. ¡Les encantó! Iván quiso que le hiciera otro laberinto a él enseguida.
Curiosamente, Daniel decidió que el suyo era demasiado fácil y se dedicó a poner monstruos en cada rincón para esquivarlos con su cachivache. Por el contrario, al más pequeño le estaba costando mucho no darse contra las "paredes" de su recorrido y acabó llorando desconsolado. "Tranquilo cariño, que te lo arreglo enseguida". Le dibujé otro con los pasillos muuuuucho más anchos y el chiquillo fue feliz de nuevo.
Cada vez que encontraban la salida, hacían "girar" la ruleta para ver que premio habían encontrado. A lo tonto a lo tonto, construimos un juego muy divertido.
Le saqué un plato de plástico, pero como llevaba decoración le pedí que pintara los premios por el reverso que igual daría. Cuando lo tuvo terminado recortamos una flecha en cartulina del color que él mismo eligió. La fijé con unos cachivaches de oficina que compré en el todo a cien y sirven para introducir en los agujeritos que hacemos en los folios con la taladradora y que permanezcan juntos. Dar vueltas, lo que se dice dar vueltas... no daba. Había que hacerle el recorrido con la mano, pero lo solucionamos cerrando los ojos y girando la ruleta a lo loco.
El más pequeño se dejó caer por la mesa para ver que hacíamos y enseguida me pidió otra para él. En unos minutos tuvo lista la suya. Mientras tanto el mayor se puso a jugar con los cachivaques de oficina y unos imanes que tengo guardados en la misma cajita. Viéndole construir con esos elementos se me encendió una bombillita. "Ay chicos. ¡Lo que se me ha ocurrido!" salté de repente. "Una idea genial", siempre les digo lo mismo.
Los peques me miraron muy sonrientes y a la espectativa. En un minuto había dibujad en un folio un cutre laberinto y les estaba explicando el juego: "Por un lado ponemos un cachivache, por el otro un imán y otro cachivache para que sea más fácil moverlo y avanzamos por el laberinto buscando la salida. ¡Les encantó! Iván quiso que le hiciera otro laberinto a él enseguida.
Curiosamente, Daniel decidió que el suyo era demasiado fácil y se dedicó a poner monstruos en cada rincón para esquivarlos con su cachivache. Por el contrario, al más pequeño le estaba costando mucho no darse contra las "paredes" de su recorrido y acabó llorando desconsolado. "Tranquilo cariño, que te lo arreglo enseguida". Le dibujé otro con los pasillos muuuuucho más anchos y el chiquillo fue feliz de nuevo.
Cada vez que encontraban la salida, hacían "girar" la ruleta para ver que premio habían encontrado. A lo tonto a lo tonto, construimos un juego muy divertido.
jueves, 19 de febrero de 2015
Brotes y DonPepito
Tenía dos temas pendientes que dejamos en suspenso cuando hablé de ellos. Uno es el de las semillas y judías que "plantamos" entre algodones. Afortunadamente, esta vez, las judías han echado raíces. Incluso se ve una hermosa ramita en uno de los vasos para gran algarabía infantil. Pero las semillas de El Pardo siguen exactamente iguales. Al menos servirán de abono cuando empiecen a descomponerse. O eso espero. En vista del éxito, mis peques ahora quieren un cactus. No sé de donde han sacado la idea, pero sueñan con nuevos y pinchudos habitantes en el hogar.
Como no me parecía una demanda excesiva, me pasé por la sección floristería del hipermercado, pero no tenían ni una. ¡Mira que es raro! Pues ni uno. Tendrán que esperar.
En cuanto al concurso del juego de rol de "Hero Kids" que organizaba Roving Band of Misfits para sacar nuevas aventuras de estos niños héroes, al final no ha sido Don Pepito el que se ha llevado las diez nuevas aventuras como ganador indiscutible, pero el premio de consolación también es genial. Sólo por participar nos regalan tres aventuras a nuestra elección y la aventura en la que aparezca nuestro entrañable Don Pepito, personaje que han cambiado bastante por exigencias del guión, supongo. Ni que decir que nosotros estamos encantados y los niños exultantes de felicidad. No pueden esperar a tener en sus manos la aventura del personaje que se inventaron.
Estas iniciativas colaborativas te hacen sentir como parte del proyecto, aunque sea un poquito. Por ahora han publicado tres aventuras y todavía no han usado a nuestro personaje en ninguna de ellas. Esperaremos pacientemente.
Al final todo son esperas jajaja
miércoles, 18 de febrero de 2015
El número escondido
Navegando por la web buscando juegos matemáticos para el mayor me topé con un sistema que me llamó la atención. Se llama abn y prometía ser divertido a la par que didáctico. Justo lo que yo necesitaba. Encima, en la página en la que caí, te explicaba perfectamente los pasos y los estadios por lo que pasaba un niño desde que empezaba a conocer los números hasta que llegaba el momento de sumarlos. me pareció genial.
Para Iván vi unos ejercicios muy chulos, que aún no he puesto en práctica. En el primero pintábamos números en unos vasos de plástico y el niño tenía que rellenar con pajitas hasta el número indicado en cada vaso. El segundo era más de lo mismo, pero necesitaba más habilidad por parte del niños. Se hacen cartelitos con los números, se pega una cuerda en cada cartel y el peque tiene que colocar tantas pinzas como indique el número en las cuerdas.
Con respecto a Daniel, elegí un juego que aparentemente era muy sencillo. Cogemos una cartulina y pintamos una fila de números. A mí me cupo hasta el 14. Luego hacemos círculos sobre los números. Usé un tapón de tetrabrick de leche. Pintamos de colores para que sea más agradable a la vista y ya podemos empezar. Le damos al niño el "tablero" y una tapón. Daniel eligió pegar un gomet rojo en el suyo e Iván uno naranja.
Empieza el juego: Hay dos modalidades. La primera es enumerar del uno al catorce saltándonos uno de los números a la velocidad más acorde con la edad de cada uno y que los niños tapen con el tapón el número que creen que me he saltado. El problema desde el principio fue la diferencia de edad de los participantes. Para hacerlos emocionante para Daniel tenía que ir un poco rápido e Iván no se enteraba ni aunque fuera a velocidad caracol y lo repitiera veinte veces.
La segunda modalidad trata de hacer sencillas operaciones de sumas y restas. El niño tiene que poner el tapón en el resultado. Curiosamente, esto se le dio mejor a Iván. Siempre y cuando el número de las operaciones no superara el tres. Y eso era demasiado fácil para el mayor. Yo decía: 7+2-5 y Daniel avanzaba y retrocedía casillas hasta dar con la solución: ¡4! exclamaba encantado mientras ponía su tapón encima del número correcto. Con el pequeño había que repetir la operación varias veces.
Con esta diferencia tan patente acabaron por aburrirse. Creo que la próxima vez que les saque el juego haré un concurso. Le haré una pregunta según el nivel de cada uno por turnos y apuntaremos los resultados en una pizarra. Eso lo hará más emocionante.
El caso es que me pidieron los gomets redondos y se lo pasaron pipa decorando los tapones y colocándolos sobre los círculos de colores del "tablero" según el gusto de cada uno. Así que el juego educativo sobre matemáticas acabó siendo creativo artístico.
Para Iván vi unos ejercicios muy chulos, que aún no he puesto en práctica. En el primero pintábamos números en unos vasos de plástico y el niño tenía que rellenar con pajitas hasta el número indicado en cada vaso. El segundo era más de lo mismo, pero necesitaba más habilidad por parte del niños. Se hacen cartelitos con los números, se pega una cuerda en cada cartel y el peque tiene que colocar tantas pinzas como indique el número en las cuerdas.
Con respecto a Daniel, elegí un juego que aparentemente era muy sencillo. Cogemos una cartulina y pintamos una fila de números. A mí me cupo hasta el 14. Luego hacemos círculos sobre los números. Usé un tapón de tetrabrick de leche. Pintamos de colores para que sea más agradable a la vista y ya podemos empezar. Le damos al niño el "tablero" y una tapón. Daniel eligió pegar un gomet rojo en el suyo e Iván uno naranja.
Empieza el juego: Hay dos modalidades. La primera es enumerar del uno al catorce saltándonos uno de los números a la velocidad más acorde con la edad de cada uno y que los niños tapen con el tapón el número que creen que me he saltado. El problema desde el principio fue la diferencia de edad de los participantes. Para hacerlos emocionante para Daniel tenía que ir un poco rápido e Iván no se enteraba ni aunque fuera a velocidad caracol y lo repitiera veinte veces.
La segunda modalidad trata de hacer sencillas operaciones de sumas y restas. El niño tiene que poner el tapón en el resultado. Curiosamente, esto se le dio mejor a Iván. Siempre y cuando el número de las operaciones no superara el tres. Y eso era demasiado fácil para el mayor. Yo decía: 7+2-5 y Daniel avanzaba y retrocedía casillas hasta dar con la solución: ¡4! exclamaba encantado mientras ponía su tapón encima del número correcto. Con el pequeño había que repetir la operación varias veces.
Con esta diferencia tan patente acabaron por aburrirse. Creo que la próxima vez que les saque el juego haré un concurso. Le haré una pregunta según el nivel de cada uno por turnos y apuntaremos los resultados en una pizarra. Eso lo hará más emocionante.
El caso es que me pidieron los gomets redondos y se lo pasaron pipa decorando los tapones y colocándolos sobre los círculos de colores del "tablero" según el gusto de cada uno. Así que el juego educativo sobre matemáticas acabó siendo creativo artístico.
martes, 17 de febrero de 2015
Ir a la nieve es un estrés
De este fin de semana no podía pasar a riesgo de que a mi hijo mayor le diera un ataque, así que nos armamos de paciencia, pusimos el despertador tempranito y tiramos para la Sierra. A las ocho y media de la mañana los luminosos ya anunciaban que los parkings estaba completos, pero no pensábamos llegar tan lejos. En un recodo de la carretera hay un aparcamiento pequeñito desde el que comienza un senda. A esa hora tan temprana y sólo quedaban tres plazas. Una era para nosotros. Muy contentos nos acercamos a una cuesta que ya teníamos fichada desde el años pasado para deslizarnos a gusto con nuestro cutreplasticoso trineo. Daniel se tiraba con entusiasmo, pero a Iván le dio miedo y necesitó de acompañamiento paterno. Aún así no se le veía muy convencido.
La nieve estaba muy limpia y poco transitada, así que daba gusto estar allí. Lo malo es que de vez en cuando te hundías hasta más allá de la rodilla, pero como no era hielo, si salías rápido y la sacudías no te llegaba a mojar.
Daniel nos llamó la atención sobre algo anaranjado que sobresalía del suelo: una zanahoria. ¡Genial! Ya teníamos nariz para nuestro muñeco de nieve. Intentamos hacer uno, pero entre que la nieve se deshacía, no teníamos mucha maña para el tema y los críos se estaban calando, porque nos negamos a comprar el equipo necesario para un par de horas, lo vi como una misión imposible y les convencí para empezar una cruenta lucha de bolas de nieve. Daniel acabó regalando la zanahoria a otra familia. Incluso les ayudó un poco con su muñeco de nieve.
Fue toda una aventura emocionante... Hasta que papá y mamá acertaron a la vez, y con sendas bolas, en las caras de los infantes. ¡Vaya llorera! Les secamos bien con unos clínex y otra vez como nuevos y atacando a matar. En una de esas perdí el equilibrio y me vi metida hasta las cejas en el manto con dos energúmenos saltando en mi espalda con sus botas de agua. Tuvo que venir mi marido a rescatarme porque era incapaz de incorporarme en tan fatídicas circunstancias. Luego, cuando les pregunté por lo que les había gustado más, los dos coincidieron en que saltar sobre mi espalda había sido con diferencia lo mejor. ¡Vaya pájaros!
Cuando nos cansamos de luchar entre nosotros, Daniel se inventó una guerra contra los árboles y les tocó a ellos recibir. La verdad es que fue muy divertido apuntar desde lejos con la nieve.
Papá propuso ir a dar un paseo para admirar la belleza del paraje y se encontró con dos ceños fruncidos y muy contrarios a la idea, pero no todo iba a ser diversión infantil, así que los obligamos a caminar un poco entre refunfuño y refunfuño. Por el camino se tiraron nieve encima, rodaron por el suelo, se arrastraron sobre sus rodillas... ¡Vamos! que a los cinco minutos de comenzar el paseo ya nos tuvimos que dar la vuelta para evitarles una pulmonía. Durante el camino de regreso nos tomamos los sandwiches de pavo que había preparado por si teníamos gusilla y, una vez en el coche, tocó cambiar a la velocidad de la luz a mis retoños. Iván estaba empapado, pero es que Daniel iba un paso más allá. En cada una de sus botas de agua encontramos una pequeña piscina. Cuando nos pusimos en marcha, mi niño mayor nos aseguró que estaba muy a gustito con los calcetines secos. Yo cruzaba los dedos para que ninguno me pillara un resfriado monumental.
De camino a casa, Raúl nos preguntó si nos apetecía ir a ver a los "primos de Covarrubias" que vivían, más o menos, de camino y ese día era el cumple de su padre. Así aprovechábamos, le felicitábamos, los niños jugaban y comprábamos comida especial para gatos ultragorditos en su veterinaria. En mi fuero interno pensaba que mis benjamines estarían agotados, pero me equivoqué, todavía tuvieron energías para correr como locos por las paredes de la pista de patinaje y jugar a una especie de fútbol en el que todos iban contra todos. Se lo estaban pasando pipa, pero se acercaba peligrosamente la hora de comer y tuvimos que marcharnos con gran pena de los peques. El rayo de luz lo puso el papá cumpleañero que les regaló chuches para gatos. Estaban deseando llegar a casa y darles alguna.
Una vez en casa, Raúl hizo la comida rápidamente, mientras yo recogía lo más urgente. Comimos e impusimos una señora siesta. Estábamos agotados. Los niños se opusieron a tal aberración, pero les obligamos. Sólo cedimos en el lugar que eligieron. Se empeñaron en tumbarse en el salón. Les dejamos en el sofá bien tapados y nos metimos en el sobre sin perder un segundo. No pasó mucho tiempo hasta que oí a los chiquillos llamarme. El papá había caído en los reinos de Morfeo hacía ya mucho tiempo. Que si no tenían sueño, que si Daniel se había caído al suelo, que si estoy destapado, que si no quiero dormir... Total, que se durmieron a eso de las cinco de la tarde y a mí me desvelaron completamente. Entre pitos y flautas se levantaron tardísimo y hubo que retrasar toda la rutina. Ni que decir tiene que, cuando les metimos por fin en la cama, a eso de las once, yo me fui directa a la cama y me quedé frita antes de que mi cabeza tocara la almohada.
La nieve estaba muy limpia y poco transitada, así que daba gusto estar allí. Lo malo es que de vez en cuando te hundías hasta más allá de la rodilla, pero como no era hielo, si salías rápido y la sacudías no te llegaba a mojar.
Daniel nos llamó la atención sobre algo anaranjado que sobresalía del suelo: una zanahoria. ¡Genial! Ya teníamos nariz para nuestro muñeco de nieve. Intentamos hacer uno, pero entre que la nieve se deshacía, no teníamos mucha maña para el tema y los críos se estaban calando, porque nos negamos a comprar el equipo necesario para un par de horas, lo vi como una misión imposible y les convencí para empezar una cruenta lucha de bolas de nieve. Daniel acabó regalando la zanahoria a otra familia. Incluso les ayudó un poco con su muñeco de nieve.
Fue toda una aventura emocionante... Hasta que papá y mamá acertaron a la vez, y con sendas bolas, en las caras de los infantes. ¡Vaya llorera! Les secamos bien con unos clínex y otra vez como nuevos y atacando a matar. En una de esas perdí el equilibrio y me vi metida hasta las cejas en el manto con dos energúmenos saltando en mi espalda con sus botas de agua. Tuvo que venir mi marido a rescatarme porque era incapaz de incorporarme en tan fatídicas circunstancias. Luego, cuando les pregunté por lo que les había gustado más, los dos coincidieron en que saltar sobre mi espalda había sido con diferencia lo mejor. ¡Vaya pájaros!
Cuando nos cansamos de luchar entre nosotros, Daniel se inventó una guerra contra los árboles y les tocó a ellos recibir. La verdad es que fue muy divertido apuntar desde lejos con la nieve.
Papá propuso ir a dar un paseo para admirar la belleza del paraje y se encontró con dos ceños fruncidos y muy contrarios a la idea, pero no todo iba a ser diversión infantil, así que los obligamos a caminar un poco entre refunfuño y refunfuño. Por el camino se tiraron nieve encima, rodaron por el suelo, se arrastraron sobre sus rodillas... ¡Vamos! que a los cinco minutos de comenzar el paseo ya nos tuvimos que dar la vuelta para evitarles una pulmonía. Durante el camino de regreso nos tomamos los sandwiches de pavo que había preparado por si teníamos gusilla y, una vez en el coche, tocó cambiar a la velocidad de la luz a mis retoños. Iván estaba empapado, pero es que Daniel iba un paso más allá. En cada una de sus botas de agua encontramos una pequeña piscina. Cuando nos pusimos en marcha, mi niño mayor nos aseguró que estaba muy a gustito con los calcetines secos. Yo cruzaba los dedos para que ninguno me pillara un resfriado monumental.
De camino a casa, Raúl nos preguntó si nos apetecía ir a ver a los "primos de Covarrubias" que vivían, más o menos, de camino y ese día era el cumple de su padre. Así aprovechábamos, le felicitábamos, los niños jugaban y comprábamos comida especial para gatos ultragorditos en su veterinaria. En mi fuero interno pensaba que mis benjamines estarían agotados, pero me equivoqué, todavía tuvieron energías para correr como locos por las paredes de la pista de patinaje y jugar a una especie de fútbol en el que todos iban contra todos. Se lo estaban pasando pipa, pero se acercaba peligrosamente la hora de comer y tuvimos que marcharnos con gran pena de los peques. El rayo de luz lo puso el papá cumpleañero que les regaló chuches para gatos. Estaban deseando llegar a casa y darles alguna.
Una vez en casa, Raúl hizo la comida rápidamente, mientras yo recogía lo más urgente. Comimos e impusimos una señora siesta. Estábamos agotados. Los niños se opusieron a tal aberración, pero les obligamos. Sólo cedimos en el lugar que eligieron. Se empeñaron en tumbarse en el salón. Les dejamos en el sofá bien tapados y nos metimos en el sobre sin perder un segundo. No pasó mucho tiempo hasta que oí a los chiquillos llamarme. El papá había caído en los reinos de Morfeo hacía ya mucho tiempo. Que si no tenían sueño, que si Daniel se había caído al suelo, que si estoy destapado, que si no quiero dormir... Total, que se durmieron a eso de las cinco de la tarde y a mí me desvelaron completamente. Entre pitos y flautas se levantaron tardísimo y hubo que retrasar toda la rutina. Ni que decir tiene que, cuando les metimos por fin en la cama, a eso de las once, yo me fui directa a la cama y me quedé frita antes de que mi cabeza tocara la almohada.
lunes, 16 de febrero de 2015
La fiesta de carnaval
Esta semana los niños han vivido el carnaval en el cole. Daniel trajo una máscara de señor piano y las gafas, nariz y bigote del protagonista de sus libros y fichas: el abuelo Suso. Iván, por su parte, llegó un día pintad de payaso y el mismo día de la fiesta disfrazado de mago con todo detalle.
El jueves por la tarde fue la fiesta de carnaval. En este cole lo hacen en horario extraescolar y así lo podemos "disfrutar" en familia. En realidad para los padres es un poco infierno, pero los niños se lo pasan bomba. Les traje del cole a casa para vestirles con sus trajes de Starlords, de los Guardianes de la Galaxia, que ellos han reconvertido en disfraces de Extractors, de los Invizimals, y tan contentos.
La celebración empieza con un pasacalles escoltado por la policía que va cerrando las calles adyacentes al centro para que pasen los alegres niños disfrazados y la charanga. Los encargados de la organización reparten pitos de diferentes colores y formas entre los chiquillos con lo que la diversión está asegurada.
Nosotros empezamos en la cola, pero el ansia de Daniel por buscar a un amigo suyo en concreto, nos llevó a la cabeza y más allá. Tuve que llamarle la atención varias por escapar de mi vista y por adelantar a la comitiva con riesgo de ser atropellado. Cuando acabamos de nuevo en el cole yo ya había tenido suficiente, pero los críos se lo estaban pasando genial, así que hice tripas corazón y aguanté el tipo. Los dos peques corrían de un lado a otro sin control. Decidí confiar en Daniel y seguir a Iván. No me quedaba otra. Menos mal que el abrigo de Daniel era muy cantoso y se le veía desde la distancia. De vez en cuando le veía buscándome e iba a su encuentro agarrando al más pequeño de la mano.
Así nos pasamos el rato, hasta que trajeron una enorme sardina hecha de papel y la quemaron para alegría de los niños. les encantó el espectáculo. Era el primer año que lo hacían, que yo sepa, y triunfó. Cuando el pececito se consumió totalmente anunciaron que iban a repartir el chocolate con bizcocho y allí que fuimos todos en manada a por el nuestro. Eso sí que fue el infierno. Iván lloraba del agobio, pero no quería perder la vez, así que no quería ni oir hablar de irse. Y eso que les tenté con ir al super a comprar el chocolate y tomarlo tan a gustito en casa. Pero noooooo, ellos no se pueden perder una fiesta.
Conseguimos el chocolate y los bizcochos de los peques con mucho sufrimiento y volvimos al patio. Yo no cogí ninguno porque sabía que iba a necesitar todas mis manos para que no se cerniera sobre nosotros la catástrofe chocolatera. Y así fue. Si no es por mí acaban bañados.
Tras la merienda, les dejé jugar y correr un rato más. Cuando llegó el momento de irnos, porque la fiesta tocaba a su fin, me costó muchísimo convencerlos para volver a casa. Ellos hubieran seguido allí toda la noche, pero yo ya estaba agotada. Me los llevé enfurruñados y con morritos.
El jueves por la tarde fue la fiesta de carnaval. En este cole lo hacen en horario extraescolar y así lo podemos "disfrutar" en familia. En realidad para los padres es un poco infierno, pero los niños se lo pasan bomba. Les traje del cole a casa para vestirles con sus trajes de Starlords, de los Guardianes de la Galaxia, que ellos han reconvertido en disfraces de Extractors, de los Invizimals, y tan contentos.
La celebración empieza con un pasacalles escoltado por la policía que va cerrando las calles adyacentes al centro para que pasen los alegres niños disfrazados y la charanga. Los encargados de la organización reparten pitos de diferentes colores y formas entre los chiquillos con lo que la diversión está asegurada.
Nosotros empezamos en la cola, pero el ansia de Daniel por buscar a un amigo suyo en concreto, nos llevó a la cabeza y más allá. Tuve que llamarle la atención varias por escapar de mi vista y por adelantar a la comitiva con riesgo de ser atropellado. Cuando acabamos de nuevo en el cole yo ya había tenido suficiente, pero los críos se lo estaban pasando genial, así que hice tripas corazón y aguanté el tipo. Los dos peques corrían de un lado a otro sin control. Decidí confiar en Daniel y seguir a Iván. No me quedaba otra. Menos mal que el abrigo de Daniel era muy cantoso y se le veía desde la distancia. De vez en cuando le veía buscándome e iba a su encuentro agarrando al más pequeño de la mano.
Así nos pasamos el rato, hasta que trajeron una enorme sardina hecha de papel y la quemaron para alegría de los niños. les encantó el espectáculo. Era el primer año que lo hacían, que yo sepa, y triunfó. Cuando el pececito se consumió totalmente anunciaron que iban a repartir el chocolate con bizcocho y allí que fuimos todos en manada a por el nuestro. Eso sí que fue el infierno. Iván lloraba del agobio, pero no quería perder la vez, así que no quería ni oir hablar de irse. Y eso que les tenté con ir al super a comprar el chocolate y tomarlo tan a gustito en casa. Pero noooooo, ellos no se pueden perder una fiesta.
Conseguimos el chocolate y los bizcochos de los peques con mucho sufrimiento y volvimos al patio. Yo no cogí ninguno porque sabía que iba a necesitar todas mis manos para que no se cerniera sobre nosotros la catástrofe chocolatera. Y así fue. Si no es por mí acaban bañados.
Tras la merienda, les dejé jugar y correr un rato más. Cuando llegó el momento de irnos, porque la fiesta tocaba a su fin, me costó muchísimo convencerlos para volver a casa. Ellos hubieran seguido allí toda la noche, pero yo ya estaba agotada. Me los llevé enfurruñados y con morritos.
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