viernes, 30 de julio de 2010

Las notas


¡Qué orgullosa estoy de mi pequeñín! Le han dado sus primeras notas. Y ha sacado todo ranas verdes. Puede parecer surrealista lo que digo, pero es que en esta guardería tienen un baremo de ranas de colores para puntuar a los niños. Si la ranita es verde "muy bien", si es amarilla "bien" y si es roja "regular" (no existe color para"mal". Curioso. Será para no desmotivar a los niños). Daniel tenía cuatro anfibios que miden lo cariñoso que es, lo alegre de su caracter, su sociabilidad y su actividad. Si tuvieran ranas de oro le habrían dado una en este último apartado. Doy fe.

Reproduzco el comentario de su profe intentando no llenar todo con mis babas maternales: "El cambio de Daniel ha sido notorio. Se ha convertido en un niño simpático, expresivo, activo y participativo en las actividades de clase. Realiza las rutinas sin problema; disfruta de las horas de las comidas, prescindiendo del biberón para la fruta, ¡está hecho un glotón! El desarrollo motor de Dani ha tenido una evolución expectacular. Se mueve gateando por toda la clase sin ninguna dificultad, ya comienza a levantarse, pero aún no controla el soltarse y volver a la posición de sentado. ¡Felices vacaciones!"

Lo del biberón de la fruta viene a cuento porque al principio nos costaba mucho darle esta clase de papillas, aunque las de verduras le encantaban y las engullía con deleite, así que la profesora acabó dándole la fruta en biberón y así se las tomaba mucho mejor. Cuando por fin se acostumbró al sabor volvió a la cuchara. En casa se la dábamos con cuchara todo el tiempo y sí es verdad que en un principio Daniel y yo teníamos nuestra lucha de titanes. Sobre todo cuando aprendió que si cerraba la boca la comida no podía entrar.

El caso es que estoy muy contenta con los primeros "sobresalientes" de Danielillo. Mi hijo es un empollón. Esperemos que siga así.

En la cama con los papis

Vaya polémica que hay montada alrededor de la conveniencia o no de meter a tu hijo en la cama contigo. En mi opinión la situación sólo depende de una cosa: el grado de desesperación. Si el niño se acurruca en su cunita tan feliz, cierra sus ojitos y se pone a roncar alegremente.... ¡Felicidades! Puedes disfrutar de tu cama para ti y sólo tendrás que lidiar con tu pareja para no perder tu espacio. Si en cambio, el niño se comporta como si en vez de haberlo metido en una cuna lo hubieras introducido en una olla de aceite hirviendo sólo queda armarse de paciencia e insistir hasta que se caiga de cansancio. Si el que se cae de cansancio eres tú ya sólo queda una opción. Meterlo en la cama contigo y rezar para que se duerma lo antes posible mientras intentas acomodarte lo mejor posible.

Daniel se recorre la cama de palmo a palmo antes de caer rendido y tú tienes que perseguirle y adoptar las posturas más incómodas e inverosímiles para evitar que en un descuido tu bebé dé con su cabecita en el suelo. Cuando por fin se ha dormido hay que esperar un poco a que entre en la fase rem, no se vaya a despertar nada más tocarlo. Así que hay que aguantar en la posturita de turno un ratito. No es raro que me acabe durmiendo con el enano pegado al costado. La energía que gasto con el bebé me pasa una factura que ríase de la de la luz.


La mayoría de las veces Raúl nos sorprende roncando al unísono y es el que se encarga de llevar al pequeñajo a la cuna. Entonces es cuando llega el momento de estirarse a gusto y dormir sin miedo a aplastar a Daniel, o que te despistes y se caiga por el borde de la cama, o que se remueva y te vaya empujando sin piedad (tan pequeño y con tanta fuerza). Ahí es cuando empiezas a disfrutar de verdad del descanso. Aunque, cuando tienes a tu pequeñín abrazado a ti se te suele caer la baba, e incluso, aunque se te estén cerrando los párpados, pierdes unos minutos contemplando como duerme. Y lo más asombroso es que no te aburres de mirarle.

jueves, 29 de julio de 2010

El encierro






Como Daniel está malito y hace este horrible calor no le quiero sacar a la calle. A ver si se me va a poner peor. Para el niño el encierro está siendo una tortura. Él está acostumbrado a salir todos los días mucho tiempo y airearse. Pero si lo saco al parque corro el riesgo de que se me derrita y si lo llevo a la piscina le acabo de rematar el resfriado. Conclusión: estoy encerrada con un bebé hiperactivo que no hace más que gatear hacia la puerta de la casa. Parece que quiere decir "sácame de aquí".

Le he comprado juguetitos nuevos para que se distraiga, pero aún así el quiere callejear. No entiende que está un poco malito y que le tengo que curar en salud porque este fin de semana le llavamos al pueblo para que se quede unos días con mi suegra.

El 31 de agosto es su último día de clase, pero no el último día de trabajo de su padre, ni de su madre. Así que no queda otra. Cada vez que lo pienso me dan ganas de llorar porque le voy a echar muchísimo de menos. La gente me dice que piense en lo que voy a descansar, aunque en realidad voy a acabar agotada igual, porque tengo que aprovechar para hacer todo lo que la presencia del niño no me deja hacer o me ralentiza, por ejemplo las páginas que tengo que entregar en mi otro trabajo cuando empiece septiembre, limpiar la casa y recoger lo más a fondo que pueda, ir al médico para mí y no al pediatra... Aún así, espero reservar una tarde para dormir. De todas formas le voy a echar de menos horriblemente. Seguro que me despierto en mitad de la noche porque no le oigo.

Si pudiera no le llevaría tampoco a la guardería para que se cuarar mejor, pero allí dicen que el niño está muy feliz y que no le ven que le duela nada. Si no hiciera este calor, que te impide hasta respirar, le sacaría a la calle con el carrito. Le vendría muy bien. Pero con este ambiente sahariano es imposible. En el pueblo le sacaré todo lo que pueda y espero que haga más fresquito para que podamos disfrutar al aire libre con el enano.

miércoles, 28 de julio de 2010

La mancha, la tos, la otitis, la garganta...

Como mi niño precioso se había pasado toda la noche tosiendo, con la consiguiente falta de descanso de la madre, y ni el truco de la cebolla había sido suficiente para calmarlo, decidí llevarlo ese mismo día y sin perder más tiempo a su pediatra.


Como estamos en verano en realidad le llevé al sustituto de su pediatra, que es un hombre muy simpático, pero un pelín alarmista. Con su voz tranquila y pausada te va enumerando lo que él cree que tiene tu bebé y las posible consecuencias catastróficas. Por ejemplo, cuando le pregunté si podía llevar al niño al pueblo tranquila me contestó que igual Daniel evolucionaba bien como que había que ingresarlo de urgencias. Con lo cual no me ayudó mucho.


Examinó concienzudamente al pequeñajo, que se lo tomó como un juego y no dejaba de sonreir y moverse como un polvorilla. También le pedí que la mirara la infección del pene. "Por supuesto", me contestó "A ver esa colita". Otra vez esa palabra.


Esa parte de su cuerpo fue la única que vio bien, por lo demás tenía principio de otitis, la garganta como un tomate, congestión nasal y de garganta aguda... Un resfriado en toda regla.


Antes de abandonar la consulta, le pedí que opinara sobre una mancha que le he encontrado a Daniel hace poco. La tiene sobre un hombro y es blanca, como si tuviera la piel decolorada. Como se ha puesto tan morenito ahora se le nota muchísimo. El pediatra examinó la mancha con detenimiento sin decir una palabra durante demasiado tiempo. Yo ya empezaba a ponerme nerviosa. Aunque ahora sospecho que lo hacía porque no tenía ni idea de lo que podía ser. Me miró a mí durante un rato y finalmente dijo: "No pareceque sean hongos". Después de otro largo silencio, añadió que si veía más manchitas iguales entonces sí que podían ser hongos y que volviera a la consulta. "Sí, muy bien, pero si resulta que al final no son hongos... ¿Qué podría ser?" Otro largo silencio. Finalmente me recomendó que volviera con el niño en invierno para ver la evolución de la mancha. Así que le llevaré a su pediatra habitual después del verano a ver si me aclara un poco más la cosa.
Lo único relativamente bueno que me dijo el facultativo es que veía al niño demasiado contento para los síntomas que tenía con lo que muy malo no podía estar. Lo cierto es que Daniel pasó como un terremóto por la consulta con su manía de cogerlo todo para rechupetearlo y de recorrerse la habitación, ya sea a gatas o a costa de los riñones de su madre.

martes, 27 de julio de 2010

La colita está malita

Que pereza me da lo políticamente correcto. Un viernes voy a recoger a Danielillo y me dice una de las chicas que lo cuidan que tiene el culito fatal. "Pañalitis aguda", pensé yo, "Esto es de lo dientes, que le hacen babear y esas babas son muy ácidas...". Así estaba yo sumida en mis pensamientos sobre el culo de mi hijo cuando noto cierta vacilación en mi interlocutora. "En realidad, lo que tiene muy mal es la colita. Fatal. Hinchada, roja". No faltó añadir nada más. Salí corriendo al pediatra sin tener hora. Una vez allí me tocó esperar un poco, pero en estas fechas veraniegas y encima en viernes no tuve ningún problema en que me atendieran. Una vez dentro, la pediatra me miró a los ojos y me preguntó: "Qué tiene el niño!". "El pene. Lo tiene hinchado, rojo, fatal". La médico acusó el golpe con un parpadeo inusual. "¿El qué?". "El pene, la colita". "¡Ah! La colita". Entonces fue cuando me di cuenta. Cuando se habla de bebés lo políticamente correcto debe ser hablar de colitas. Menos mal que no me dió por decir el órgano reproductor masculino, porque entonces sí que la descoloco del todo.

"En realidad no se la he visto, me lo han dicho en la guardería. Vengo directamente de allí" añadí. "¡Ah! que no se lo ha visto. Pues habérselo visto, mujer". Esta doctora empezaba a hincharme las narices un poquito. Pues no quería que le abriera el pañal a mi hijo en plena calle para observar detenidamente sus partes pudendas. Yo... y todo el que pasara por allí.

Tumbó a mi hijo y le abrió el pañal. El pene estaba realmente rojo e hinchado. "Uf, sí que está mál" se me escapó. La pediatra se me quedó mirando un ratito"¿Usted cree que está mal?". Ya no me pude contener y le solté un "¡Y yo que sé! Usted es la profesional". Menos mal que no se lo tomó a mal, porque nunca hay que enemistarse con el médico de tu hijo.

Por fin terminó la exploración y le receto (que curioso) un colirio de ojos. La explicación está en que el agujerito del prepucio por donde saldrá el pene en un futuro (si no se presenta la temida fimosis) está muy cerrado y ese líquido anti-infecciones es el único que puede colar por un sitio tan pequeño.


Me faltó tiempo para acudir a la farmacia a adquirirlo y empezar el tratamiento. La farmacéutica es una chica muy agradable y simpática. "¿Otra vez con conjuntivitis?", se interesó. "Pues no. Esta vez es el pene". Un titubeo casi imperceptible. Un silencio un poco demasiado largo. "Sí, pues este colirio que te han mandado le va a venir muy bien". A lo mejor debería a empezar a decir colita.

La portera, que es un encanto y muy cariñosa con el bebé, lo acusó menos, aunque también le chocó un poco que no dulcificara la palabreja. Cómo si esta palabra estuviera por debajo de "colita" en el escalafón del vocabulario español. Hablando del tema con mi marido y mi madre me respondían a "pene" con sinónimos (de Raúl me extrañó un poco). Parece que en cuestión de bebés hay que hablar en otro lenguaje diferente al de los adultos: el guau guau, la colita, el tete... Vamos, lo que para mi es un perro, un pene y una chupa (aunque en la península creo que le llama chupete).

domingo, 25 de julio de 2010

Salir sin Daniel

Los padres también deben dedicar tiempo a la pareja. Es una realidad, pero a veces se hace muy cuesta arriba con el bebé por medio. Solución: deshacerte del bebé por unas horas. El plan parece perfecto. Te permite hasta salir a cenar olvidándote de los horarios del pequeñajo. Pero la realidad es muy distinta. La sensación aparece en el mismo momento en que mi suegra está despistando a Daniel para que nosotros podamos salir por la puerta sin escenita de llantos. Me siento muy rastrera por engañar así a mi hijo. Después pienso que si él quiere estar conmigo como puedo ser tan mala de abandonarlo en otras manos, que por otro lado le van a cuidar muy bien y le van a dar más mimos que su madre, que para eso están las abuelas, para malcriar a los nietos a base de besitos y alabanzas.
La escapada empieza mal. Como estoy un poquito triste lo comparto con Raúl y ya empiezo a amargarle a él también la salida. Aunque se lo toma con paciencia. Luego viene los "¿Estará bien?", "¿Habrá llorado mucho cuando se dio cuenta de que ya no estábamos?", "¿Y si le cuesta dormirse?", "Espero que haya cenado bien". Mi pareja ya empieza a poner cara de desesperación. Hemos dejado al niño con mi suegra para relajarnos y disfrutar de un rato juntos, pero como soy una madre histérica Daniel sigue omnipresente.

Entre mis lamentaciones y preocupaciones tontas áun nos queda un ratito para charlar de otras cosas y disfrutar de la cena a nuestra manera de nuevos padres. La verdad es que sólo lo hemos hecho una vez desde que nació Daniel, pero me sentí tan culpable...

Ahora que le tengo que dejar una semana en el pueblo al cuidado de Chari, no sé si sobreviviré a la separación. Raúl sonríe cuando me escucha y no dice nada, que va a decir. Hasta yo sé que es una tontería. Que el niño se lo va a pasar bomba, que su abuela le va a acuidar estupendamente, pero ¡y lo que le voy a echar de menos!

sábado, 24 de julio de 2010

Coscorrón

Qué sentimiento de culpa me embarga. Mira que yo ya sabía que iba a pasar. Tenía un presentimiento... Ya se habia despertado un par de veces sin llorar y se había puesto a jugar el solo.

El caso es que metí al niño en mi cama para dormir al siesta, porque así es más fácil y rápido que en su cunita. A lo mejor no es el mejor método, pero es que siempre estoy cansada y voy a tiro hecho cuando puedo. Los acomodé justo en el centro de una cama de 135 y me tumbé a su ladito para sujetarle bien fuerte, porque normalmente no se da por aludido cuando le entra el sueño y quiere seguir la juerga. En realidad se siente incómodo, pero como no sabe lo que le pasa no se da cuenta de que la solución está en acostarse muy quietito y cerrar los ojos hasta que te duermas. Él en cambio es incapaz de permanecer quieto si no le sujeta un adulto (de forma suave, por supuesto). Cuando pasa esto no le gusta en absoluto y se resiste hasta que acaba durmiéndose por puro cansancio. Por las noches le dejamos que se agote en la cuna él solito, jugendo con algún juguete o hablándose a si mismo. Mientras no llore no vamos a su habitación a ver que le pasa. Suele acabar roncando como un tronco.

En las siestas le meto en cama y lo mantengo a salvo en el centro de la misma, porque si tengo que esperara a que se duerma en la cuna me dan las doce de la noche. Así es más rápido. NO tardó mucho en dormirse y aproveché para levantarme a hacer cosas. No es lo normal. Suelo dormir con él una minisiesta (necesaria también para mi, porque este chico me agota). Pero ese día me levanté. El niño estuvo durmiendo tranquilamente más de una hora, pero pasado este tiempo me alertó un "¡clonc!".

"¡Se ha caído el niño!" grité. Mi marido se levantó del ordenador enseguida alñertado por mi ataque de histeria. Que nadie dude que llegué yo antes hasta mi chiquitín, que en ese momento pasaba la fase de "¿Que ha pasado aquí? y se ponía a berrear como un loco. Afortunadamente le rodeo la cama con cojines por si se daba el caso. Al menos cayó en un sitio blandito, aunque luego rebotara y fuera a dar con su cabecita en el suelo. Lo cogí con mucho mimo, llorando yo también y lo mecí un poquito. Se calló enseguida y se puso a jugar con su papá tranquilamente, pero a mi me quedó un cargo de conciencia muy difícil de superar.

viernes, 23 de julio de 2010

Daniel me la lía

Esa tarde era más para mi que para Daniel. O eso pensaba yo. Había quedado con celia, Mónica y Gracia para tomar café. Todas las tardes llevo al pequeñajo al parque, a la piscina, a los juegos infantiles o a cualquier otro lugar pensado para la diversión del bebé. Por un día que fuera a un lugra que me guste a mi no podía pasar nada.

Recogí a Daniel dormidito en la guardería. Perfecto. Iba a poder tomarme mi café a gusto, al menos hasta que se despertara. Corrí al centro comercial donde había quedado con mis amigas. Todas alabaron al chiquitín, que seguía durmiendo plácidamente.

Nos acomodamos en una terracita al aire libre porque ellas son fumadoras (qué vicio más odioso). Al final nos pedimos bebidas frías porque no estaba el día como para tomar café. Cuando iba a dar el segundo sorbo a mi cerveza sin alcohol, Daniel abrió los ojitos y se nos quedó mirando con desconfianza. Le alargué el patito mordedor que le acaba de regalar Celia y estuvo trasteando con él unos cuantos segundos. Duró bastante más de lo normal sentadito tranquilo en su carrito. Yo estaba sorprendidísima.

Mis amigas aseguraban que era una santo y yo me preguntaba cuando iba a empezar el espectáculo. Al rato comenzó a removerse para escapar de su prisión. No le hice esperar y lo cogí en brazos, pero sus planes eran otros. No paró hasta conseguir que le dejara en el suelo y desde esa altura no paró de coger guarrerías y yo de quitárselas con el consiguiente lloro. Celia se lo llevó a andar un ratito, pero a mi me dio cargo de conciencia que se ocupara ella del perretoso de mi hijo y no tardé en unirme a ella. Daniel se lo estaba pasando bomba gateando tras unos pajarillos y confraternizando con otro bebé, que sí permanecía tranquilito en su carrito.


La cosa fue a peor. El niño se dio cuenta de que yo iba a quitar de su camino todas las cosas interesantes que iba encontrando, así que decidió por su cuenta y riesgo escapar de la terraza. Ya me veis a mi corriendo detrás del fitipaldi gateador. Casí se sale de la cafetería. En cuanto lo agarré se puso a retorcerse y a chillar de rabia. Miré con pena lo que quedaba de mi cerveza, me aseguré de que las chicas se habían terminado sus consumisiones y les rogué que fuéramos a un parque para calmar a la fiera. Me costó un mundo sentarle en el carrito. Y no dejó de protestar hasta que éste su hubo puesto en marcha. Sólo entomnces esbozó su mejor sonrisa y se dedicó a contemplar el paisaje. me sentí totalmente manipulada.

En el parque lo dejé en el cesped en cuanto llegamos y allí se quedó él. Sentadito tan tranquilo jugando con las hojitas y el cesped. Cuando se cansó trepó por todas mis amigas, que no dudaron en hacerle monerías mientras me contaban anécdotas propias como madres que son. Estaba en la gloria. Con lo que le gustan los mimos. Daniel volvía a tener el poder. Al final se salió con la suya. Fuimos al parque como él quería y mi cerveza se quedó olvidada en la mesa de la cafetería.

jueves, 22 de julio de 2010

De rebajas con bebé


Necesitaba una camisetas de verano, porque con la mudanza de una casa a otra hay muchas cosas que no recuerdo donde las he metido. Y una de ellas son las camisetillas frescas. Cómo el calor aprieta y las rebajas este año parece que no tienen desperdicio. Me armé de valor y me sumergí en la vorágine del centro comercial con bebé incluído.


Mientras el carrito estuviera en movimiento no había problema. El niño miraba a todas partes tan feliz. Si me paraba cerca de algo que llamara su atención estiraba las manitas y sobaba la ropa colgada con deleite, pero se acaba cansando y se ponía brutito exigiendo movimiento o que le sacara del carro para poder recorrer mundo a su antojo. Por supuesto, eso no era posible, así que me ponía de nuevo en marcha empujando el carrito. Era imposible mirar nada de esa manera.

Desesperada, busque una tienda de niños y adquirí el juguete más barato que encontré. Nada menos que nueve eurazos. Tendría que haber entrado en la siguiente juguetería. Mano de santo. El niño estuvo entretenido toda la jornada. Y yo pude mirar y comprar a gusto. Hasta me dio tiempo a discutir con la dependienta por un precio mal marcado. Lo que no puedo es probarme mis adquisiciones. Eso es pedir demasiado. Me parece un engorro entrar a los probadores con carrito y todo. Me llevé todo a casa para comprobar que me quedaba bien. Acerté con la mitad de las compras. La otra mitad la tuve que devolver otro día porque me sentaba bastante mal. Pero para las devoluciones Daniel no consiguió un juguete nuevo. Con este método me puedo arruinar.

miércoles, 21 de julio de 2010

No quiero dormir, ¡No quiero!

Este bebé es un caso. Se está cayendo de sueño y aún así patalea, se retuerce y chilla como si lo estuvieras matando si tiene la más mínima sospecha de que estás intentando meterlo en la cuna.

Hasta hace poco sólo hacía falta acercarlo a su habitación para que le diera el ataque. Afortunadamente se ha dado cuenta de que a su cuarto entramos también para otras cosas. Como por ejemplo para cambiarle el pañal.


La hora de dormir es un sufrimiento. Para él y para mi, que me angustio al verlo con esas perretas. Hay noches que está tan agotado que sólo se queja un poquito con las pocas fuerzas que le quedan y se acaba durmiendo al ratito, pero hay otras que en cuanto ve que me dirijo hacia la cuna empieza a retorcerse como un energúmeno. A duras penas lo dejo sobre el colchón con toda la suavidad que puedo teniendo en cuenta los botes que da. Entonces chilla, llora y se revuelve. Intenta sentarse e incluso levantarse. Lo vuelvo a tumbar. Redoble de lloros. Escupe la chupita. Me lanza los bracitos. La mamá se muere de pena, pero no ceja en su empeño. El niño está agotado y necesita dormir.

¿Cómo lo sé si él pone tanto empeño en salir de la cuna? Porque llega un momento en que el pequeñajo no está a gusto de ninguna manera. Ni jugando, ni en brazos de mamá, ni sentado, ni de pié. Se frota los ojitos y bosteza de cuando en cuando. Son señales inconfundibles. El bebé está listo para decir buenas noches, aunque él no esté deacuerdo.

Aunque se desgarra las vestiduras acaba por bajar el volumen de los berreos y los aspavientos. Protesta un poquito con los ojitos cerrados y cae en un sueño profundo. Entonces la mami sale de la habitación con la sensación de que vuelve de la guerra y rezando porque el niño no se despierte en toda la noche. Un milagro que muy pocas veces ocurre.

lunes, 19 de julio de 2010

Marcas

Un día le estaba quitando la camiseta al bebé para meterlo en el baño cuando descubrí un arañazo kilómetrico que le surcaba la piel. Le di la vuelta y en la espalda tenía una rojez. ¡Madre mía! eso seguro que se lo he hecho yo. Me entró un cargo de conciencia enorme.
Como no para de moverse a veces le cojo en el último momento, antes de que se meta el tortazo, y le aprieto sin querer para que no se escape y se caiga o le araño sin intención. Y eso que me corto las uñas cada poco para evitar esas situaciónes. Además hay que contar con los arañazos que se hace el mismo, porque cortarle las uñas es casi una misión imposible. Así que le corto una o dos, como mucho tres, de vez en cuando. Como se revuelve mucho me da miedo cortar de más y hacerle daño.

Las rodillitas están constantemente rojas porque con el calor las tiene al aire y no deja de friccionarlas contra el suelo para gatear. El caso es que al final del día, el pobre está hecho un pequeño cristo. Un cristo feliz y revoltoso, pero un cristo al fin y al cabo.

Por mucho que pongo toda mi atención y cuidado en que al niño no le pase nada no puedo evitar los roces y las pequeñas caídas, con su consiguiente marquita en la piel. Es una batalla perdida.


domingo, 18 de julio de 2010

La boda





Daniel se ha ido de boda. Y encima era por la noche para romperle todos los horarios de sueño. No las tenía todas conmigo y yo hubiera preferido dejarlo al cargo de alguien, pero iba a asistir toda la familia política y no tenía más opción que traerlo conmigo. Además, a su padre le hacía mucha ilusión exhibir a su retoño.

Así que pertrechados con todo lo que le pudiera hacer falta al bebé y a mi (zapatos cómodos de repuesto para correr detrás de Daniel, otro vestido por si acaso me ensucia lamentablemente el primero...) nos dirigimos al lugar del evento. Por supuesto, llegamos tarde. Es normal cuando se tienen niños. Es muy difícil calcular la hora de salida. Si vas con mucho tiempo de antelación se porta como un angelito y no sabes que hacer con la media hora que te sobra y si vas más justa te la lía cuando estás saliendo por la puerta. Para colmo de males mi estómago me la jugó y se revolvió con saña. No pude comer nada en la boda.

Al principio Daniel se portó bien. Se quedó tranquilito en su carrito viendo a todos esos extraños que se le acercaban a hacerle monerías. Pero la racha no duró mucho. Enseguida le entró el baile de San Vito y no quería otra cosa que moverse como una culebrilla. Y su madre detrás. Le di pena a mi cuñadita y me sugirió que nos diéramos un paseo con el carrito mientras seguía el coctel. No me lo pensé dos veces. Cuando el carro está en movimiento el niño se queda sentado y quieto. No fuimos lejos y tuvimos que volver muy pronto, pero fue un descanso para mi dolorida espalda.

Una vez dentro empezó la guerra de verdad. Daniel sólo estaba dispueto a permanecer sentado si la mesa se convertía en su campo de juegos. Algo imposible, teniendo en cuenta la peligrosidad de los cuchillos, las copas de cristal, etc. Así que no dejó de menearse de forma furiosa hasta que lo deposité en el suelo. Entonces, su deporte preferido fue gatear hasta enredarse en las piernas de los camareros. Iba directo el maldito. Finalmente me tocó salir al descansillo con un bebé revoltoso para que gateara arriba y abajo, subiera y bajara unos escaloncitos, se pegara a la pared como Spiderman y diera sus pasitos, etc. Raúl se ofreció a sustituirme, pero como yo no podía probar bocado con el estómago como lo tenía decliné la oferta.

En un momento dado la que me sustituyó fue mi suegra y así pude sentarme tranquila un ratito. La verdad es que agradecí el descanso. Desesperados porque al enano no había quien lo parara quieto pedimos una trona a los camareros, que amablemente nos consiguieron una a pesar de que habían dos bodas y muchos niños. Sentamos a Daniel con un juguete en cada mano y me pude tomar la manzanilla un poco tranquila.

Como era de esperar el niño se cansó de estar en su tronita y empezó a guerrear de nuevo, pero había perdido fuerza. Se notaba que el sueño le estaba afectando, así que lo dejamos protestar hasta que se durmió. Y lo que le costó dormirse. Muchísimo. Yo cada vez me encontraba peor.

Pusimos al enano en su carrito con la capota bien bajada para que no le molestara la luz y no se despertara. Misión cumplida aunque cuando empezó la música discotequera yo no las tenía todas conmigo. Al final me tuve que poner un poco dura con Raúl porque no pillaba mis indirectas de "me encuentro fatal me quiero ir a casa" y tampoco me dejaba irme con mi cuñada Marta que tan amablemente se ofreció a llevarme. Pero afortunadamente logré hacerme entender con un ceñito fruncido de órdago y por fin regresamos a casa los tres sanos y salvos. Raúl se ocupó de cambiar el pañal al niño y desnudarlo para meterlo en la cuna, intentando en todo momento que no se despertara y yo me desmayé directamente en la cama. Al día siguiente estaba fatal. Cada vez que me levantaba me mareaba y me tenía que volver a acostar. Del pequeñajo se hizo cargo mi suegra y yo pude convalecer tranquila todo el día. La noche ya fue otro cantar. Me tuve que arrastrar sobre mi estómago doliente a atender al bebé un montón de veces. Que infierno.

sábado, 17 de julio de 2010

Antes con poco se apañaban

Es curioso como cambian las cosas con el tiempo. Antes los bebés no necesitaban tantas cosas como nos empeñamos en comprarles hoy en día.

Una madre de las de antes cambiaba a su hijo en cualquier mesa que le pillara, lavaba los pañales y le daba un simple besito a su bebé cuando este se hacía un chichón, para luego seguir con sus quehaceres con toda tranquilidad.

No armaba un estado de excepción en su propia casa con un completo sistema de medidas de seguridad estratégicamente colocado cubriendo cada posible peligro que aceche al bebé. Que si historias para que no pueda abrir los cajones, otras para que no se pille los dedos con las puertas, no nos olvidemos de tapar los enchufes, una barrera en la vitro para que no le salte el aceite en su cabecita (cuando lo mejor es no dejarle pasearse a su antojo por la cocina), productos para suavizar las esquinas... y un millón de cosas más.

Ahora rodeamos al enano de juguetes que acaba por no mirar. Seguramente se lo pasará bomba con el envoltorio o con cualquier basurilla que no haya costado ni un duro y que se encuentre por el camino, pero el carísimo muñeco multiactividades que a ti te hace tanta gracia solo valdrá para una par de ocasiones antes de que se canse de él. Aún así no puedo evitar seguir comprando juguetes con más ilusión que el propio Daniel. Que asco esta sociedad del consumismo.

Muchas veces vamos al parque, le rodeo de juguetes y él va directo a por la hojita más grande que ve en el suelo. Y ahí puede estar un buen rato, contemplándola y moviéndola con su manita.

En esta época del año pertrechamos al niño con flotadores adecuados para su edad, piscinita hinchable, bañadores-pañal (un inventazo del siglo XXI). Cuando antes es de suponer que, como mucho, los metían en la piscina a pelo.

Si es que las cosas han cambiado un montón. Y hay que admitir que en muchas cosas hemos mejorado en el cuidado del bebé. Por ejemplo: ¡Viva los pañales desechables!


viernes, 16 de julio de 2010

La infraestructura que envuelve al bebé

Cada vez que toca salir fuera con Daniel tenemos que organizar una mochila o maleta con un sinfín de cosas que pensamos que vamos a necesitar. Y no son pocas cosas. Para empezar hay que tener cubierta la alimentación del pequeñajo. Hay que calcular si vamos a estar fuera una o dos comidas, aunque si es sólo una suelo llevar algo más por si acaso. Hay que llevar babero de sobra, porque se pringan de una manera asquerosa. El agua es un factor importante, porque a estas edades no pueden beber del grifo. Así que hay que cargar con agua mineral a donde vayas.

También tenemos que pensar en el tema pañales y sus derivados: cremas anti-irritaciones, toallitas húmedas, cambiador, cubrecamas... Que no se nos olvide una muda por si se mancha el bebé.

Es recomedable llevar algún juguete por si se da una ocasión que lo requiera. Por ejemplo, si a Daniel le da una perreta o se encuentra muy interesado en algo peligroso o con altas probabilidades de ser frágil. Los pañuelos de papel son imprescidíbles, sirven para salir de multitud de situaciones incómodas. Que no falte un gorrito por si acaso hace mucho sol. Y ahora que es verano no hay que salir de casa sin la crema protectora solar especial pediátrica. Casi nada. Acabas cerrando una maletita de bebé a punto de estallar.

Además, suelo añadir una chaquetita por si refresca, aunque estemos a 30 grados, y una mantita, que nunca vienen mal, aunque sólo sirva para ponerla en el cesped del parque e intentar que tu bebé se mantenga dentro de los límites (una misión imposible).

Y no te cuento nada si donde vamos es a la piscina. Entonces hay que añadir el poncho-toalla del bebé y los pañales-bañador. Parece que vas a desaparecer por quince días, pero todo es para un sólo día. A veces para unas horas.

jueves, 15 de julio de 2010

Preparando el verano

Daniel va a estar de vacaciones pronto. En agosto cierra la guardería. Para el niño será estupendo, pero para sus padres no tanto. Vamos a tener que hacer filigranas para tener todo cubierto. Este año, por suerte, me han dado tres semanas en aagosto, el próximo año dios dirá.

Lo malo es que la semana que tengo que trabajar también la tiene que trabajar Raúl, así que ahí tenemos un pequeño problema. Las opciones son que se lo lleve a su madre al pueblo (que ya estará de vacaciones) y se vuelva a Madrid a trabajar o que se vaya él también al pueblo y teletrabaje desde allí.

Ninguna de estas soluciones es muy satisfactoria porque las dos siginifica tener a Daniel lejos una semana entera. Pero así es la vida y hay que organizarse. No me quiero ni imaginar cuando el niño vaya al colegio y tenga todas esas vacaciones que tenía yo de niña. Pero lo mejor es ir solucionando los problemas según vayan surgiendo.

Este año nos vamos a ir a los pueblos de las madres porque así ahorramos y no nos pegamos la paliza como en otras vacaciones. La verdad es que sido una temporada matadora y necesitamos paz y descanso. Aunque con el enano por ahí danzando no sé hasta que punto vamos a poder disfrutar de algo de tranquilidad, a pesar de tener a las abuelas dispuestas a echar un cable con él.

Cuando empecé a plantearme la temporada estival lo flipé un poco y decidí transformar uno de los cuartos en habitación de juegos, pero luego caí en que íbamos a estar poco en casa. Ahora me ha dado por buscar juegos educativos que pueda hacer con mi bebé para que se divierta y aprenda. ¡Qué típico de los padres! Pero a estas edades hay muy pocas cosas que podamos hacer. Sólo animarlos a que se muevan y hablen. Y Daniel no necesita mucha motivación. No para y hay que ver el torrente de sonidos que sale ya de su boca. Por fin dice "ma", lo malo es que también ha aprendido a decir "no". Aunque por supuesto aún no es consciente de lo que dice.

¡Qué ganas de que lleguen las vacaciones de una vez! Aunque por otro lado, pasar tanto tiempo con Daniel tiene su puntillo aterrador. ¡Es un terremoto! A ver si sobrevivo a agosto.

miércoles, 14 de julio de 2010

¿Guarderia privada o pública?

Un día, estaba en la oficina tranquilamente, cuando, de repente, suena el móvil. El número era de una centralita. Lo cogí dispuesta a a rechazar el préstamo o las condiciones estupendas para cambiarme de compañía que pensé que me iban a ofrecer, pero estaba muy equivocada. Llamaban de la guardería pública. habían admitido a nuestro chico. Que alegría. Casi me puse a dar botes. Me reprimí para que mis compañeros de trabajo no pensaran que estaba loca. Que si me interesaba me preguntaban, ¡Claro que me interesaba! Que rabia que Raúl estaba de viaje por trabajo porque le hubiera llamado en ese mismo momento. Aunque nada me impidió mandarle un eufórico email.

Ya más tranquila, me puse a buscar información sobre la guardería por internet. El primer chasco me lo llevé cuando leí que, al ser un centro nuevo y de reciénte construcción, no abría hasta octubre. Después una compañera me comentó que en las públicas se rigen por un calendario con más fiestas que en las privadas, así que olvídate de dejar al niño los días laborables de semana santa o navidad.

Llamé directamente al número de teléfono que encontré en internet y me informaron muy vagamente de las condiciones de la guardería. Cuando preguntaba me remitían al convenio de guarderías públicas constantemente. Finalmente me dieron el precio estandar del año anterior. Entre clases, comedor y horas extras (una para ser exactos), salía por 252 euros. La privada a la que va Daniel hoy en día cuesta 425, pero hemos pedido una ayuda para el próximo año de 100 euros, que esperamos que nos den porque nuestras cuentas bancarias no están como para echar cohetes.

Lo que ya me rompió del todo fue la ubicación de la guardería. A 20 minutos de mi casa y a más de 30 de la de mi suegra, que es la que se encarga del enano cuando es necesario. La que tenemos en casa está a cinco minutos de mi casa y a 15 de la de mi suegra. Qué dilema, que dilema.

Raúl me contestó contagiado con mi emoción inicial, pero le eché un jarro de agua fría en mi siguiente email. Le expuse los pros y los contras y le dejé decidir a él. Llegó a la misma conclusión que yo. Aunque me han dicho que el programa educativo de las guarderías públicas es mucho mejor, nos hemos decantado por la que tenemos al lado de casa por comodidad y por ahorrar tiempo en trayectos. Si ahora no me llega para hacer todo lo que tengo que hacer, no quiero ni pensar los malabarismos que tendría que hacer si tuviera que perder veinte minutos todos los días para ir a por Daniel. Mi suegra tendría que coger autobuses para dejar al niño por las mañanas, cuando el padre estuviera de viaje. Raúl lo llevaría todas las mañanas en coche, cosa que no me hace ninguna gracia, porque se oyen terribles historias para no dormir de niños que se quedan olvidados en los coches. El bebé está contento en su guardería actual y ya aprenderá lo que necesite en prescolar.

Así que al final rechazamos la plaza pública (espero no tener que arrepentirme) y seguimos como estamos, rezando porque nos den la ayuda el próximo año.

Ataques de hambre en la madrugada

Ultimamente nos despierta por la noche un aullido desgarrador. Me levanto de la cama de un brinco y acudo a la cuna del bebé en un tiempo record. Le doy agua para calmar su sed, le acerco el chupete a la boca para que se tranquilice, le mezo... Pero el sigue berreando. Al final acaba levantándose tambien el padre y por pura desesperación le hacemos un biberón. Mano de santo. El niño se lo bebe y vuelve a los brazos de Morfeo. Y así llevamos unas cuantas noches.

No sabemos si es por el calor, que le hace cenar menos y luego las tripas le rugen. Menos mal que siempre están papá y mamá para enchufarle un biberón de madrugada. Aunque no veas las noches que nos está dando. Y los días como los pasamos, por lo menos yo. El padre es más resistente al sueño. Espero que cambie el tiempo y salgamos pronto de esta ola de calor (a mi entender llamada verano) y venga la ola del fresquito para que el enano vuelva a a engullir con ansia su cena y se quede bien llenito, rezumando leche por las orejas, y tranquilito en su cuna toda la noche.

martes, 13 de julio de 2010

Gateo acrobático

Este niño cada día me sorprende más. Su último logro consiste en gatear con un juguete en cada mano. La dificultad consiste en avanzar dignamente sin que se te caiga nada. Todo un gateo acrobático que nace de su ansia por acaparar los juguetes en sus manos. Será por que sospecha que yo se los puedo quitar. Que se ha dado el caso. Sobre todo cuando nuestro concepto de lo que puede ser un juguete no coincide. "No cariño, las tijeras no son un juguete, el Ipod tampoc... ¡Suelta ahora mismo a ese gato!"

En cuanto fija su objetivo no ceja hasta que lo consigue o se le cruce otro jugoso objetivo por delante. Por eso, cuando le quito algo peligroso de las manos intento sustituirlo por otra cosa que pueda ser igual de interesante, pero más inofensiva. El agarra lo que pilla con mucha fuerza y si son dos objetos agarra uno con cada mano y si son tres hace malabares para que no se le caigan. Ya con cuatro empieza a sentirse molesto porque no puede abarcar todo. A veces incluso llora por la impotencia.

En cuanto ve que se ha hecho con sus juguetes suele tener ganas de moverse. Y entonces empieza lo dificil. Se echa a gatear tan contento y a veces los consigue, otras se tropieza con lo que tiene en la mano o se resbala y acaba de morros contra el suelo. Entonces puede que se ponga a llorar o puede que lo vuelva a intentar o simplemente que se siente, siempre agarrado a sus queridos juguetes. Todo un espectáculo.

lunes, 12 de julio de 2010

Chapoteos



Ahora me río de cuando temía que al niño pudiera darle miedo la piscina, porque el agua podría estar muy fría o parecerle demasiado grande en comparación con la bañerita que conoce. La verdad es que muchas veces nos preocupamos demasiado. En realidad, si no le hubiera gustado la piscina tampoco hubiera pasado nada, que hubiera tenido más calor durante el verano y poco más.

El caso es que Daniel ha pasado a piscina grandota sin pasar por la típica colchoneta hinchable con paredes que le ponen a los bebés. Y ha sido todo un éxito. De hecho, en la piscina de bebés (que tiene muy poquita profundidad para que puedan gatear y sentarse con toda autonomía) se va directo a la parte honda para que su mami le coja en brazos y los arrastre por la superficie del agua como hago con él en la grande.

El problema de la piscina grande es que no me puedo meter con Daniel si voy sola, porque me da miedo tener que enfrentarme a una situación en la que necesite ayuda de alguien para que me sujete al crío. Por ejemplo al entrar o salir. Esas escaleras no permiten que vaya con Daniel en brazos mientras las estoy usando. Así que se tiene que conformar con caminar de un lado a otro de la piscina para pequeños esquivando a los niños más grandes. Y no veáis que soltura.

Le encanta chapotear y remojarse. Lo mejor de todo es que al terminar está agotado y suele tener unas ganas inmensas de irse a la cuna. ¿Se puede pedir mas? Aunque para mi también es una paliza y cuando llego a casa comparto al cien por cien sus ganas dormir y su agotamiento.

viernes, 9 de julio de 2010

Dientes


Daniel tiene ya dos dientes, pero se resiste a enseñarlos. Sólo son claramente visibles cuando berrea a todo pulmón. Si le metes los dedos en la boca para buscarlos se mosquea y se retuerce con una fuerza que no piensas que tenga un niño tan pequeño. El primer diente lo descubrí porque estaba baboseándome la mano cuando de repente algo chiquitito y puntiagudo se clavó en mi piel. ¡Que emoción! ¡El primer diente de Daniel!

El segundo se hizo de rogar, pero al fin apareció también. Se lo vi un día de perreta extrema. Me habían comentado que con el calor le iban a salir todos de repente y que el niño lo iba a pasar fatal. Si lo está pasando muy mal no lo sé, porque el pobre aún no se comunica muy bien y lo normal es que se pase el día jugando y sonriendo, pero, lo cierto es que ya han pasado unos cuantos días y ahí siguen los dos dientes en su soledad. Ningún otro se anima a acompañarlos. Con las ganas que tengo yo de que Daniel se pueda comer ya trocitos enteros de rica comida de verdad y variar de purés, que el pobre debe estar más que harto de siempre lo mismo, con pequeñas variaciones, eso sí (carne de ternera o pollo con las verduras que tengamos en la nevera en ese momento).

jueves, 8 de julio de 2010

Los tirantes

Estaba loca por comprarle los famosos tirantes para que ande y yo poder sujetarle erguida desde las alturas, pero me han decepcionado muchísimo. Están pensados para niños que ya mantengan un poco el equilibrio, no para estas edades que la cabeza siempre tiene que ir por delante y como les pesa un montón acaban a gatas como no los agarres bien.

Raúl me los compró harto de verme sufrir por mis riñones. Y ese mismo día apareció mi suegra con otros. Supongo que también le di pena (como le cuento todas mi cuitas maternales). Mi madre hacía siglos que me recomendaba encarecidamente vía telefónica que los comprara y yo no tenía tiempo de hacerme con uno de esos.

Felices y emocionados se los probamos. Al principio parecía muy feliz con los que le había comprado su padre, pero le tiraban mucho hacia arriba y no tardó en sentirse incómodo. Esos los devolvimos, porque, para qué queremos dos. El de mi suegra me convence más porque tiene peto, pero como no se lo queremos poner muy apretado (sobre todo yo no quiero porque parece que le vamos a hacer daño), también se le sube hacia la cara y no hay manera.

Supongo que tendré que seguir sufriendo por el bien de la capacidad motora de mi hijo hasta que tenga un poco más de equilibrio. Seguiremos probándoselos de vez en cuando hasta que llegue el día feliz en que le sirvan y mis riñones puedan descansar.

Los viajes de papá

Raúl tiene que viajar mucho por exigencias laborales. Y si a eso le unimos que yo salgo de casa a las seis de la mañana para ir a trabajar sale un coctel muy explosivo que no hay guardería que lo resista. Además, aún en el caso de que hubiera un recinto que abriera a estas horas de la madrugada, a mí no me haría gracia que se pegara tanto tiempo con sus profes, por muy buenas que sean, ni que salga a la calle a horas tan tempranas.

Así que hay que poner en marcha el dispositivo de emergencia. En estos casos cuento con la inestimable ayuda de mi suegra. Imprescindible cuando falta la figura paterna. La pobre se hace cargo con muy buen humor y muchísima paciencia, imagino, de las noches del bebé. Lo lleva a la guardería todas las mañanas y luego lo recojo yo por las tarde. Entonces nos vamos al parque, o a la piscina o simplemente juego con él. Después del baño y la cena lo llevo a casa de su abuela para que duerma con ella.

Eso en verano que hace calor y se puede sacar al niño despues de remojarlo. Si refresca Daniel se podría resfriar. En el anterior viaje de Raúl, que fue por junio, tenía que subir antes a casa de Chari para bañarlo y darle la cena allí. Menos mal que entre las dos nos arreglamos. Si Chari viviera lejos no sé lo que haríamos.

martes, 6 de julio de 2010

El estómago se la juega a Daniel

El calor, los dientes, las babas, la desenfrenada vida nocturna más állá de las diez... Tenía que pasar. Tantos excesos le han pasado factura al pequeño Daniel.


Un día se levanto con una caca extraña en su pañal y ahí empezó todo. Cada dos por tres torcía el gesto y ya sabíamos lo que estaba haciendo. En la guardería me recomendaron ponerle comida de dieta y yo estuve deacuerdo. Esa misma tarde me corroboro la pediatra que le diera verduritas suaves, nada verde, y de fruta sólo plátano y manzana. Le diagnosticó gastroenteritis leve y le recetó un suero para bebés, sólo en caso de que no mejorara por si solo.

Esa misma tarde le llevé al piscina. Mala idea. Le tuve que cambiar el pañal tres veces en una hora. Así que esa misma noche decidí darle el suero. La primera vez se lo bebió porque no sabía lo que hacía. La segunda vez que intenté dárselo me dijo que para mí. Al final sólo se lo bebe por las mañanas cuando se despierta con hambre y sed. Pero entre la dieta, el agua y lo poco que bebe del suero cada día está mejor. Lo bueno es que no ha perdido la alegría y sigue moviéndose más que un lagartijo. Eso significa que no se encuentra tan mal.

Al agua patos






A este niño le gusta más el agua que a un pececito. Hacía tiempo que lo quería llevar a la piscina, pero nunca veía el momento. Un día de mucho calor me decidí y me acerqué al polideportivo que tengo cerca de casa. Allí me informé de las clases de matronatación y de todos los precios de sus servicios. La verdad es que es bastante completo, pero sus clases de piscina para bebés son para mayores de 2 años, así que tendré que ir a informarme a otro lugar que tengan para un año (Los cumple en septiembre y esta actividad es de invierno y con piscina cubierta).

Estudiando la situación Raúl y yo decidimos hacernos un abono familiar, pero cuando fuimos a hacerlo nos enteramos de que el niño no pagaba entrada hasta los cinco años. ¡Que buena noticia! Así que nos limitamos a comprar un abono de diez entradas. No son baratos estos sitios.

Entramos los tres y nos dirigimos directamente a la piscina para bebés. Es ideal para enanos. Tiene muy poca profundidad y les da la oportunidad de gatear por el agua y chapotear felizmente sin peligro. Además cuenta con pequeños chorros que masajean el pie cuando los pisas. Daniel se lo pasó bomba, pero nosostros nos asábamos con el calor. Como el sol era muy fuerte embadurnada al pequeñajo con crema cada dos por tres.

Finalmente, los mayores decidimos darnos un chapuzón en la piscina grande. Era una necesidad. Así que nos metimos con bebé incluído. Al principio puso una cara un poco rara, seguramente por el frío, pero luego se fue animando y ya no había quien le parara. No le hizo ninguna gracia cuando le sacamos.

Le he llevado un par de veces más al polideportivo porque le encanta, pero para mi es una paliza. Como normalmente voy sola no me puedo bañar en la piscina grande, porque hay tanta gente que no me parece seguro para el bebé, con lo que me paso el tiempo de aquí para allá en la piscina de bebés, sujetando a Daniel por lo bracitos para que ande por el agua y machacándome la espalda.

De vez en cuando me lo llevo al cesped para encremarle de nuevo e intentar descansar, pero en cuanto le pones en el suelo exige que le sostengas mientras camina y enfila directo hacia la piscina.

También le he llevado a otras piscinas (la de mi suegra y la de unos amigos). En cuanto ve el espacio azul se tira de cabeza. Al principio el padre sufría un poco por tenerlo tanto tiempo en remojo, pero ahora hemos entendido que él está muy a gusto. Los otros niños se le acercan para jugar. Incluso algún adulto (conocido) alarga sus brazos para cogerlo y hacerle el paseillo acuático. Está encantado.








domingo, 4 de julio de 2010

Tomando café

El sábado quedé con una amiga por la mañana a tomar café y con otra por la tarde para tomar una cervecita. Acompañada de mi inseparable hijito, por supuesto.

Merche y yo nos encontramos en una cafetería del último piso de un centro comercial. Allí ocupamos una mesa y pedimos sendos cafés que prometían unos minutos de felicidad. Pero Daniel no estaba de acuerdo con mi plan. Le gusta el carrito en movimiento, pero en cuanto te quedas parada más de lo necesario... empieza la rabieta. Merche que es madre de dos soles tiene mucha mas experiencia que yo y enseguida se hizo cargo del bebé. "¡Uy! Este niño no te deja vivir". Le faltó tiempo para deducir que Daniel absorbe todo mi tiempo como pequeño tirano que es y que yo le dejo hacerlo como madre primeriza e histérica que soy.

Nos tomamos el café, yo tranquilamente y ella con un energúmeno revoltosos en la falda. Al terminar salimos a la terraza del centro comercial y ella me sugirió que dejásemos el carrito con el bebé orientado a los juegos de los niños para que Daniel se entretuviera observando. ¡Todo un éxito! El chiquitín estuvo entretenido y mientras nosotras pudimos hablar de nuestras cosas. Lo malo es que con Daniel no sirve el mismo truco dos veces. La próxima vez que lo pare delante de unos juegos querrá ir al encuentro de los niños. ¡Cómo si no lo conociera!

Por la tarde me tomé una cerveza accidentada con Patricia porque el niño no quería otra cosa que salir del carrito, andar, escalar por el cuerpo de mi amiga, tirarle del pelo... En fin, todas esas cosas propias de bebés. Encima, a media cerveza, decidió que era el momento de ensuciar el pañal de una forma bastante olorosa. Así que nos terminamos yo mi cerveza y ella su refresco y nos fuimos para casa. Allí le cambié enseguida. Patricia se hizo la valiente un ratito, a pesar de mis ruegos porque saliera de la habitación, pero finalmente sucumbio al asco, como todo hijo de vecino que no tenga nada que ver con bebés y se alejó todo lo que pudo.

A mí antes los pañaletes me daban un asco indescriptible y ahora estoy habituadísima. Que cosas tiene la vida. Patricia me ayudó luego con labores más gratas como el baño del niño y el juego de antes de dormir. Cuando se fue mi amiga el niño estába tan contento que me costó un mundo que se durmiera. Le encanta conocer gente nueva.

jueves, 1 de julio de 2010

Daniel queda como un santo

Hoy he quedado con un grupo de amigos que hacía siglos que no veía. Quedamos para celebrar la presentación oficial del pequeñajo. En cuanto se encontraron se cayeron bien. El enano no dejo de sonreir. Bailó con Ali, corrió con Maite y confundió a Luis con un divertidísimo parque de atracciones andante.

Hay que ver como se carcajeaba Daniel. En cuanto a alguien se le ocurría dejarlo en el suelo empezada a gritar y a rabiar. Le daba buen resultado porque siempre habia algún incauto que lo volvía a coger para agitarlo como una coctelera.

Con tanta actividad el niño se quedó dormido casi en el mismo momento que lo senté en el carrito. Por fin pudimos charlar tranquilamente, incluso, aprovechamos el momento para tomar una cervecita. Mientras, Daniel roncaba como un bendito. Hubo un par de momentos de tensión en los que el niño abrió un ojito, pero luego lo volvió a cerrar sin más.

Pero nada dura eternamente y el enano se despertó con un poco de mal humor. Luis lo cogió muy contento para darle una de meneos, pero el niño le miraba con el ceño fruncido. No es lo mismo después de la siesta. El peque necesitaba algo de tranquilidad. Como ya se acercaba la hora del baño del chiquitín dejamos la terracita, en la que estábamos tan a gusto, y nos despedimos para ir cada uno a un lado diferente.

"Lo que dices en el blog no se corresponde con la realidad. Este niño es un santo". "Mira cómo se queda sentadito en el carrito mirándolo todo. Tan tranquilo". Estos fueron los comentarios finales de mis amigos. Lo que no saben ellos es que nada más llegar a casa empezaron los lloros, los gritos y el retorcerse como una lagartijilla porque no quería que le quitara la ropa para meterle en la bañera. Luego no quería salir de la bañera. Ni tampoco que lo vistiera. ¡Vamos! Que no paró de dar la lata hasta que le enchufé el biberón. Y aún así succionaba con mucha ansia.



La fiesta de fin de curso






Hasta los bebés tiene su celebración de cierre de curso escolar. Yo que pensaba que eso no me tocaría todavía en unos años. pero no hubo suerte. Un día, abrí la agenda de la guardería, donde viene apuntado lo más significativo del día (si ha comido bien, cuantas veces ha ensuciado el pañal, cuantas siestas se ha pegado, si hay algún hecho remarcable como por ejemplo que se haya caído gateando o que se le hayan acabado los pañales a la cuidadora...) y me encontré con la bomba: "El próximo miércoles hay que llevar al niño vestido de blanco con pajarita a las 18.00 para celebrar la fiesta de fin de curso". ¡¿Cómo?! De blanco.... vale, pero... y la pajarita. ¿Dónde encuentro una pajarita para un bebé tan pequeño.

Me recorrí todas las tiendas de niños que tengo cerca de casa (que no son pocas) cargando con negativas una tras otra. Finalmente en una de ellas me dieron una solución: trajes de comunión. Alguno lleva pajarita. Pero la alegría me duró poco, porque enseguida me dieron a entender que ningún niño hace la comunión antes de cumplir el año, así que no había de su tamaño.

De tienda en tienda me dieron otra idea: un lacito negro y déjate de historias. Y dicho y hecho. En el camino me había agenciado una camisita blanca. Ya que estamos en faena me hago con todo el equipo. Más feliz que una perdiz me llené de tranquilidad con respecto al atuendo. Así que al día siguiente casi me da algo cuando leo en la agenda: "Supendemos la fiesta por el mal tiempo". ¡¿Cómo!? ¡¿Después de la paliza de ayer?! Afortunadamente me aclararon que sólo se había pospuesto para cuando se fueran los días de tormenta que nos acosaban en ese momento.

Hoy por fin, llegó el día. Las profesoras decidieron dividir por la mitad las clases para tener menos energúmenos que atender y celebrar dos fiestas, una el marte y otra el miércoles. Así que nos tocó recoger a las 16.00 a los niños los dos días, lo cual resultó una faena. Para mi algo menos porque con un poco de apreturas llegaba a tiempo a recogerle, pero otros padres con otros horarios menos adecuados que el mio debieron sufrir la gota gorda.

El enano se lo pasó bomba en su fiesta y yo acabé agotada. Menos mal que vino Chari conmigo y entre las dos nos encargamos del hiperactivo de Daniel. Nada más llegar entregué a mi pequeño a las manos de su cuidadora que dijo que iba guapísimo con su lacito negro (la verdad es que parecía un mini camarero), y luego procedí a entrar en el patio con otro montón de padres que se arracimaban en la puerta a la espera de que las abrieran. No conseguí un sitio estupendo, pero no fue de los peores. Como mi suegra todavía no había llegado me preparé para utilizar a la vez la cámara de fotos y la de vídeo. Una en una mano, otra en la otra, las rodillas flexionadas para que los padres de atrás puedan ver, pero incorporada para poder ver yo. Por fin sonó la música y sacaron a nuestros pequeños caracterizados de banda musical. Los pusieron en el suelo uno junton al otro con panderetas y otros trastos para mantenerlos entretenidos. Los bebés ponían cara de "¿qué está pasando y qué hago yo aquí?".

Con los nervios me equivoqué y en un principio seguí con la cámara a un niño que no era el mío, me di cuenta en cuanto le dieron la vuelta y lo sentaron en el suelo. Así que tuve que localizar a Daniel y ya centrar mi objetivo en él. Ví el espectáculo a través de un objetivo u otro. En definitiva un horror. Pero todo sea por tener documentación gráfica del evento, ya que el padre estaba de viaje y sus palabras exactas fueron: "Me haría taaaaanta ilusión que grabaras a nuestro hijo y le sacaras fotos en plena actuación..."

Así que ahí estaba yo dejándome la piel para obtener unos resultados mas bien mediocres (fotos y videos malísimos). Mi niño estaba en el escenario intentando escapar a fuerza de gateo de la formación musical y peleando por la pandereta con su compañerito de al lado. Lo vi todo a través de los objetivos, con lo que se puede decir que me lo perdí.

Cuando acabó la música de pachanga, las profesoras cargaron con los bebés y nos los entregaron a las mamis. Por un momento, ingenua de mi, pensé que Daniel se estaría quieto y podría disfrutar de lo que quedaba de espectáculo, pero se revolvía como una sanguijuela y tuve que abandonar mi sitio para dejar pasos a otros ávidos padres. Me salí de la multitud y por fin vi a Chari, que había llegado más tarde, así que le fue imposible atravesar la marabunta de gente para reunirse conmigo.

Daniel y sus amiguitos bebés se dedicaron a cargarse la decoración que con tanto mimo habían confeccionado las profesoras de la guardería. Sobre todo la emprendieron con un paso de cebra que habían hecho con unas tiras de papel blancas pegadas al suelo. Cuando me fui de allí, una hora después, ya solo quedaban papelajos esparcidos por todas partes. También habían colgado unos globos con goma elástica, con lo que se podía acercar el globo al niño y luego soltarlo para que volviera a su posición inicial. Una idea buenísima si no fuera porque los muy brutitos los arañaban y mordían hasta que explotaban. Y luego encima se asustaban. Un show.

Cuando terminó la fiesta llevamos a Daniel a un parque cercano y luego a casa de mi suegra para que pasara allí la noche, porque Raúl está de viaje. Cuando me derrumbé en la cama estaba rota de tanta paliza.