La familia de Raúl quedó este fin de semana para unas jornadas familiares de lo más completas. Primero, visita guiada por el pueblo Horche con tres bodeguitas particulares incluídas y un pequeño museo. Lo cierto es que no me enteré de nada porque tenía que cuidar de dos diablillos muy movidos que disfrutaron saltando y brincando por las calles del pueblo y entre las tinajas llenas de vino, pero me gustó lo que vi. Y no perdí la oportunidad de degustar el vino y las viandas que nos ofrecieron en la primera y tercera bodeguillas.
Al finalizar la visita guiada, Daniel se puso muy perretoso, pero tenía excusa porque el pobre se moría de hambre. "Quiero comer, quiero comeeer" lloraba fuera de sí. Le ofrecí las parcas galletas que siempre llevo en la bolsa del carrito por si algún imprevisto. Se las comió con ansia mientras me pedía comida "de verdad". Menos mal que en la última bodega no agasajaron con jamón serrano, patatas fritas, queso y aceitunas. El chiquitín se puso fino a las dos primeras, ya que las dos últimas no le gustan. En cambio, su hermano no le hizo ascos a nada.
Iván duró un poco más con la sonrisa en la boca, pero fue llegar al restaurante (pasadas las dos y media) y protestar enérgicamente por su falta de siesta. Desesperada por sus gritos y sin lograr que se comiera ni una cucharada de su puré me lo llevé de paseo por las afueras del edificio.
Las instalaciones eran impresionantes: piscina, jacuzzi, columpios y un enorme parque de bolas. Me prometí llevar a mis churumbeles a ese lugar divino lleno de bolas de colores en cuanto acabara la comida. El bebé se quedó KO en el primer asalto y me dejó comer el primer plato tranquila. El segundo ya no lo respetó tanto. Le intenté dar de comer los retales que había ido reuniendo para cuando se despertara (una croqueta y pollo del menú infantil de su hermano, otra croqueta de mi plato degustación, pan...), pero prefirió engullir unas cuantas cucharadas de su puré ya frío y ponerse a berrear como un loco. En vista de la situación, y de que Daniel empezaba a aburrirse de estar sentado (ya se había zampado parte de su plato, del mío y del de su padre), decidí llevarles a ver mi descubrimiento.
Los dos se abalanzaron a la atracción sin casi darme tiempo de decir "Jesús", por supuesto yo les seguí. Allí no había nadie vigilando si una adulta se sumergía entre las bolas detrás de su bebé para asegurarse de que no tuviera ningún accidente inoportuno. Y no fui la única. Poco a poco se nos fueron uniendo los primos, los tíos... No importaba la edad. Lo pasamos francamente bien. Aunque el vertiginoso tobogán puso los pelos de punta a más de uno (incluída yo). Raúl vino a relevarme para poder probar la tarta. Y se lo agradezco porque estaba buenísima.
Yo me hubiera plantado en ese momento, pero aún había prevista una visita a otro pueblo (Sacedón, creo), muy bonito, pero casi ni lo vimos porque los peques se quedaron traspuestos en cuanto se sentaron en sus sillitas del coche y allí me quedé con ellos velando su sueño mientras el resto de la comitiva se iba a dar un paseo.
Y, por último, fuimos a un mirador, pero tendré que conformarme con ver las fotos que hizo Raúl porque con la retahila de curvas que nos encontramos por el camino terminé malísima y sólo salí del coche para despedirme de todos.
Por fin en casa me senté y delegué en Raúl. ¡Yo ya estoy mayor para estas palizas!
martes, 30 de abril de 2013
Papá se mete a logopeda
Papá se ha tomado muy en serio las recomendaciones de la profesora de Daniel y de vez en cuando lo pone a emitir el fonema /s/. Empieza con el siseo de un serpiente y acaba en una vocal.
"A ver Daniel di sssssssssssssssssssh como las serpientes" y mi primogénito repite el sonido porque se lo pide su padre.
"¡Muy bien! Ahora sssssssssssssssssssshi" le anima. Daniel le sigue el juego un poco más, pero cuando ya se está cansando, Raúl siempre tiene un as en la manga para animarle a seguir.
" Ahora di: Lossss Vengadoressssssssssss" Hay que ver lo que sabe papá.
"A ver Daniel di sssssssssssssssssssh como las serpientes" y mi primogénito repite el sonido porque se lo pide su padre.
"¡Muy bien! Ahora sssssssssssssssssssshi" le anima. Daniel le sigue el juego un poco más, pero cuando ya se está cansando, Raúl siempre tiene un as en la manga para animarle a seguir.
" Ahora di: Lossss Vengadoressssssssssss" Hay que ver lo que sabe papá.
lunes, 29 de abril de 2013
Perretas casi a los cuatro años
Todos los días el mayor me montan al menos un espectáculo. Y no se priva de nada: lloros, gritos, patadas, rasgamiento de vestiduras. Son de las buenas. Da igual el lugar: la calle, el parque, el cole, en casa... Lo importante es la cara de desolación de mamá no el público. Su modus operandi suele ser el siguiente: primero pide algo que sabe que no le puedo dar o permitir, lo pide con más y más insistencia, hasta que se pone a llorar, luego a berrear, luego a gritar como un loco y por último a suplicar como si lo estuviera matando. A veces incluso empieza a hacer tics extrañísimos que me preocupan.
Mi método a seguir suele ser el mismo con pequeñas variantes según tenga el día: primero le intento explicar la situación. Evidentemente, ni me escucha y sigue a lo suyo. Después le ignoro un rato. A veces más, otras menos tiempo, pero siempre me parece demasiado cuando por fin acudo a su lado. Finalmente lo abrazo muy fuerte y le hablo con cariño mientras le beso. No se le va el baile de san vito a la primera y, es probable, que yo acabe recibiendo algún manotazo o patada antes de que empiece a calmarse. Cuando se calma, me pide que siga abrazándolo, meciéndolo y dándole mimos un buen rato. Así estamos hasta que logro convencerle para que juegue a algo o para leerle un cuento. A veces no es fácil estar así mucho tiempo porque Iván también quiere su parte de atención y protesta enérgicamente.
Lo normal es que en la primer etapa pierda los nervios acabe diciendo cosas de las que luego me arrepiento como que no le aguanto, que siempre se porta mal (aunque normalmente añado la coletilla de "Bueno, no siempre, pero ahora sí"), que cualquier día cojo la puerta y me voy... Todo depende de lo que haya dormido esa noche (Últimamente poco, muy poco) o lo cansada que esté. A veces, incluso se ha llevado un coscorrón o una torta en el culo por reincidir tozudamente en su mal comportamiento (dar patadas a algo, tirar con saña un juguete, pegar a su hermano...). En la tercera etapa siempre le digo que es un niño buenísimo, aunque a veces se porte mal, que le quiero muchísimo y siempre, aunque a veces no se lo parezca, que siempre voy a estar a su lado, aunque diga lo contrario, que él e Iván son lo más importante en mi vida... El peque se queda tan contento y acaba jugando tan tranquilo, mientras su madre sigue con el corazón encogido y la duda royéndole las entrañas.
¿Le trato bien? ¿Estaré restándole seguridad en si mismo con mis ataques de nervios? ¿Me habré pasado con la bronca? ¿Me está tomando el pelo? ¿Realmente las perretas son un medio para conseguir más atención de la que ya le presto? ¿Tendré yo la sensación de que le presto muchísima atención, pero que no sea esa la realidad? ¿De verdad, estas comeduras de cabeza me llevan a algún lado? (Esto lo pienso cuando le veo tan tranquilo con una sonrisa en la boca y jugando como si antes no se hubiera caído el cielo sobre nosotros).
En realidad, muchas veces llego a la conclusión de que sí que le presto mucha atención, sí que le doy muchísimo amor y cariño, pero los niños siempre piden más y más y más... Y hay un límite para todo. No puedo convertirme en la esclava de mi hijo. De hecho, tengo comprobado que cuanto más cariñosa me muestro con él y más le consiento peores me las monta. Puedo estar una tarde con actividades divertidas, besándole y abrazándole, y dándole su adorado chocolate, que no me libro de la perreta de turno.
Lo único que se me ocurre es tratarle aún con más cariño (no me cuesta nada porque me encanta achuchar a mis hijos), pero cuando hay que reñir, hay que reñir por muy trágico que se ponga el niño...
Mi método a seguir suele ser el mismo con pequeñas variantes según tenga el día: primero le intento explicar la situación. Evidentemente, ni me escucha y sigue a lo suyo. Después le ignoro un rato. A veces más, otras menos tiempo, pero siempre me parece demasiado cuando por fin acudo a su lado. Finalmente lo abrazo muy fuerte y le hablo con cariño mientras le beso. No se le va el baile de san vito a la primera y, es probable, que yo acabe recibiendo algún manotazo o patada antes de que empiece a calmarse. Cuando se calma, me pide que siga abrazándolo, meciéndolo y dándole mimos un buen rato. Así estamos hasta que logro convencerle para que juegue a algo o para leerle un cuento. A veces no es fácil estar así mucho tiempo porque Iván también quiere su parte de atención y protesta enérgicamente.
Lo normal es que en la primer etapa pierda los nervios acabe diciendo cosas de las que luego me arrepiento como que no le aguanto, que siempre se porta mal (aunque normalmente añado la coletilla de "Bueno, no siempre, pero ahora sí"), que cualquier día cojo la puerta y me voy... Todo depende de lo que haya dormido esa noche (Últimamente poco, muy poco) o lo cansada que esté. A veces, incluso se ha llevado un coscorrón o una torta en el culo por reincidir tozudamente en su mal comportamiento (dar patadas a algo, tirar con saña un juguete, pegar a su hermano...). En la tercera etapa siempre le digo que es un niño buenísimo, aunque a veces se porte mal, que le quiero muchísimo y siempre, aunque a veces no se lo parezca, que siempre voy a estar a su lado, aunque diga lo contrario, que él e Iván son lo más importante en mi vida... El peque se queda tan contento y acaba jugando tan tranquilo, mientras su madre sigue con el corazón encogido y la duda royéndole las entrañas.
¿Le trato bien? ¿Estaré restándole seguridad en si mismo con mis ataques de nervios? ¿Me habré pasado con la bronca? ¿Me está tomando el pelo? ¿Realmente las perretas son un medio para conseguir más atención de la que ya le presto? ¿Tendré yo la sensación de que le presto muchísima atención, pero que no sea esa la realidad? ¿De verdad, estas comeduras de cabeza me llevan a algún lado? (Esto lo pienso cuando le veo tan tranquilo con una sonrisa en la boca y jugando como si antes no se hubiera caído el cielo sobre nosotros).
En realidad, muchas veces llego a la conclusión de que sí que le presto mucha atención, sí que le doy muchísimo amor y cariño, pero los niños siempre piden más y más y más... Y hay un límite para todo. No puedo convertirme en la esclava de mi hijo. De hecho, tengo comprobado que cuanto más cariñosa me muestro con él y más le consiento peores me las monta. Puedo estar una tarde con actividades divertidas, besándole y abrazándole, y dándole su adorado chocolate, que no me libro de la perreta de turno.
Lo único que se me ocurre es tratarle aún con más cariño (no me cuesta nada porque me encanta achuchar a mis hijos), pero cuando hay que reñir, hay que reñir por muy trágico que se ponga el niño...
domingo, 28 de abril de 2013
Un accidentado día en el campo
Como el día amaneció soleado aunque con temperaturas bastante bajas nos apeteció darnos una salto hasta el Pardo a hacer una rutilla de senderismo muy facilona que nos había recomendado el hermano de Raúl para nuestros pequeñines.
Nos encaminamos al punto de partida con muchas ganas de empezar, pero me temo que mis hijos son muy pequeños para esta clase de actividad. Los dos se distraían fácilmente y se salían de la senda cada dos por tres, no paraban de recoger piedras y palos que les dificultaba la marcha y se resbalaban cada dos por tres porque el camino era muy irregular yel calzado un poco inadecuado (culpa de la mami, que no lo tuvo en cuenta). En una de esas, Daniel acabó con el culete en el suelo y una herida en la cara al darse con el palo que llevaba en la mano. Le achuché, le besé para calmar sus lloros y le limpié la herida con agua. Afortunadamente se hizo poca cosa.
En otra ocasión, el mayor nos llamó a gritos para que le ayudáramos. Pensé que se había vuelto a caer, pero la cosa fue un poco más grave. Se le había quedado un pie enganchado en un alambre de espinos para gran susto de la madre. Raúl le desenredó rápidamente y le observó atentamente por si se había pinchado y había que ir corriendo al centro de salud. No hubo que lamentar nada, pero ya no dejamos que se alejaran mucho de nosotros.
Cuando no habíamos hecho ni medio recorrido el primogénito se empezó a quejar de cansancio. Nos sentamos a tomar una tentempié y descansar un poquito, pero ya no cesó de quejarse durante el resto del camino. Tanto que papá tuvo que acortar por un atajo. El bebé tampoco aguantó y en la fase final nos echaba los bracitos al cuello. No pudimos llevar el carrito porque el terreno no lo permitía. Cuando llegamos al coche estábamos todos bastante cansados. Lo mejor de todo fueron las vistas de Madrid que nos acompañaron casi todo el tiempo.
La próxima vez iremos a un lugar fijo, dejaremos que los niños jueguen a gusto y no caminaremos tanto.
Nos encaminamos al punto de partida con muchas ganas de empezar, pero me temo que mis hijos son muy pequeños para esta clase de actividad. Los dos se distraían fácilmente y se salían de la senda cada dos por tres, no paraban de recoger piedras y palos que les dificultaba la marcha y se resbalaban cada dos por tres porque el camino era muy irregular yel calzado un poco inadecuado (culpa de la mami, que no lo tuvo en cuenta). En una de esas, Daniel acabó con el culete en el suelo y una herida en la cara al darse con el palo que llevaba en la mano. Le achuché, le besé para calmar sus lloros y le limpié la herida con agua. Afortunadamente se hizo poca cosa.
En otra ocasión, el mayor nos llamó a gritos para que le ayudáramos. Pensé que se había vuelto a caer, pero la cosa fue un poco más grave. Se le había quedado un pie enganchado en un alambre de espinos para gran susto de la madre. Raúl le desenredó rápidamente y le observó atentamente por si se había pinchado y había que ir corriendo al centro de salud. No hubo que lamentar nada, pero ya no dejamos que se alejaran mucho de nosotros.
Cuando no habíamos hecho ni medio recorrido el primogénito se empezó a quejar de cansancio. Nos sentamos a tomar una tentempié y descansar un poquito, pero ya no cesó de quejarse durante el resto del camino. Tanto que papá tuvo que acortar por un atajo. El bebé tampoco aguantó y en la fase final nos echaba los bracitos al cuello. No pudimos llevar el carrito porque el terreno no lo permitía. Cuando llegamos al coche estábamos todos bastante cansados. Lo mejor de todo fueron las vistas de Madrid que nos acompañaron casi todo el tiempo.
La próxima vez iremos a un lugar fijo, dejaremos que los niños jueguen a gusto y no caminaremos tanto.
sábado, 27 de abril de 2013
Mi bebé quiere comer solo
Hay que ver lo suelto que está Iván con la cuchara. Incluso quiere intentar manejar el solito el tenedor, pero yo le veo grandes peligros y no le dejo. En realidad, ni se los acerco, pero su padre es harina de otro costal.
El peque maneja la cuchara muy atento a lo que tiene entre manos y logra meterse comida en la boca con gran precisión, aunque siempre hay que lamentar alguna baja que acaba en el lugar menos indicado (pelo, pijama, trona, suelo...). Cuando llega al suelo siempre hay algún minino que sale inesperadamente de donde quiera que estuviera y que caza la comida extraviada alegremente. Toda una fiesta.
El peque maneja la cuchara muy atento a lo que tiene entre manos y logra meterse comida en la boca con gran precisión, aunque siempre hay que lamentar alguna baja que acaba en el lugar menos indicado (pelo, pijama, trona, suelo...). Cuando llega al suelo siempre hay algún minino que sale inesperadamente de donde quiera que estuviera y que caza la comida extraviada alegremente. Toda una fiesta.
viernes, 26 de abril de 2013
Rebanadas de colores y un círculo casi perfecto
Con tanto parque mi niño mayor echaba de menos las "actividades" cómo las llama él. "Mamiiiii, quiero hacer una actividad divertida, porfiiiiiiiiii". Cómo soy incapaz de negarme a tales peticiones le di vueltas a mi cerebro y dí con una idea sugerida por Jaione de Mas allá del Rosa o Azul. Es muy sencilla, divertida y gastronómica a partes iguales. Lo único que hay que hacer es poner leche en diferentes cuencos, mezclar en cada cuento un colorante alimentario diferente, armarte de pincel y rebanadas de pan y ¡ala! a hacer tus propias obras de arte comestibles. Mi niño se puso manos a la obra y pintó maravillosamente sus rebanadas con la leche. Antes de que me pudiera dar cuenta se las estaba comiendo. "Guarda algo para papá y mamáaaaaaa" le pedí pensando en que faltaba poco para la cena (un error hacer la actividad antes de una comida). Con gran esfuerzo por su parte separó dos para sus progenitores.
Mientras mi niño hacía las veces de pintor culinario, yo bañaba a Iván y de vez en cuando me daba una rápida vuelta para que mi cocina siguiera del mismo color. Cuando acabé con el bebé, Daniel ya se había cansado de pintar y me pidió que le pusiera algo en la tele. El pequeño se sentó entonces en la sillita infantil y me miró espectante. Me dio la impresión de que él también esperaba una actividad. Así que no me lo pensé dos veces y le puse delante un folio con un círculo rojo dibujado precipitadamente con el indeleble con el que marco los almuerzos del cole de Daniel. El círculo lo llené de pegamento escolar y le puse las judías y los garbanzos que había utilizado para los globos rellenos hacía unos días. Los gatos los habían destripado en un despiste mío (diversión para todos y trabajo para mamá que es la que lo limpia jaja). Afortunadamente no tenía los materiales muy lejos porque el chiquitín se estaba impacientando por segundos.
Le pedí con frases muy sencillas y gestos que pusiera las legumbres dentro del círculo. Mi chico me miraba no muy contento y emitía grititos de protesta. La cosa no estaba funcionando así que le dí una cuchara a ver si lo motivaba más. ¡Bingo! El peque cogía las judías y los garbanzos con la cuchara y los echaba dentro del círculo. Los que se salían del límite los cogía con los dedos y los metía dentro. No es por ser madre babosa, pero estaba alucinando con su habilidad. Cuando se cansó del juego teníamos casi todas las legumbres dentro del círculo. No puedo estar más orgullosa de mi niño.
Mientras mi niño hacía las veces de pintor culinario, yo bañaba a Iván y de vez en cuando me daba una rápida vuelta para que mi cocina siguiera del mismo color. Cuando acabé con el bebé, Daniel ya se había cansado de pintar y me pidió que le pusiera algo en la tele. El pequeño se sentó entonces en la sillita infantil y me miró espectante. Me dio la impresión de que él también esperaba una actividad. Así que no me lo pensé dos veces y le puse delante un folio con un círculo rojo dibujado precipitadamente con el indeleble con el que marco los almuerzos del cole de Daniel. El círculo lo llené de pegamento escolar y le puse las judías y los garbanzos que había utilizado para los globos rellenos hacía unos días. Los gatos los habían destripado en un despiste mío (diversión para todos y trabajo para mamá que es la que lo limpia jaja). Afortunadamente no tenía los materiales muy lejos porque el chiquitín se estaba impacientando por segundos.
Le pedí con frases muy sencillas y gestos que pusiera las legumbres dentro del círculo. Mi chico me miraba no muy contento y emitía grititos de protesta. La cosa no estaba funcionando así que le dí una cuchara a ver si lo motivaba más. ¡Bingo! El peque cogía las judías y los garbanzos con la cuchara y los echaba dentro del círculo. Los que se salían del límite los cogía con los dedos y los metía dentro. No es por ser madre babosa, pero estaba alucinando con su habilidad. Cuando se cansó del juego teníamos casi todas las legumbres dentro del círculo. No puedo estar más orgullosa de mi niño.
jueves, 25 de abril de 2013
Un corte de pelo de pesadilla
Con el calor queremos cortarles el pelo a los peques para que no suden tanto. Decidimos empezar por el más pequeño pero la experiencia fue espantosa. Se puso como un loco y de nada valían los juegos, los juguetes, las canciones, ni siquiera los abrazos y mimos de mamá. No paraba de gritar y llorar desesperado. Tanto que a mí también se me saltaron las lágrimas y terminé suplicando a Raúl que cesara esa tortura. Mi marido afirmaba que no podía dejar a su benjamín con esos trasquilones, pero yo defendía que más valía la salud mental de su mujer y su hijo que un pelo bonito, así que cedió a regañadientes.
El peque estuvo más de veinte minutos agarrado a mí, hipando y suspirando. Yo me moría de la pena. Pareció tranquilizarse y cenar relajado, pero tuvo una noche horrible. Llena de llanto y gemidos. Debía tener pesadillas con el corte de pelo porque cuando le tocabas la cabeza para tranquilizarlo se ponía como un loco. Huelga decir que acabó en mi cama.
Al día siguiente, todos aseguraban que había quedado muy guapo, así que me pareció que mi marido exageraba un poco con lo de los trasquilones.
Lo malo es que hay que cortarle más el pelo porque está pasando mucho calor. Raúl y yo todavía estamos meditando el plan a seguir.
Daniel se está librando por ahora, pero en breve le meteremos la maquinilla a él también.
El peque estuvo más de veinte minutos agarrado a mí, hipando y suspirando. Yo me moría de la pena. Pareció tranquilizarse y cenar relajado, pero tuvo una noche horrible. Llena de llanto y gemidos. Debía tener pesadillas con el corte de pelo porque cuando le tocabas la cabeza para tranquilizarlo se ponía como un loco. Huelga decir que acabó en mi cama.
Al día siguiente, todos aseguraban que había quedado muy guapo, así que me pareció que mi marido exageraba un poco con lo de los trasquilones.
Lo malo es que hay que cortarle más el pelo porque está pasando mucho calor. Raúl y yo todavía estamos meditando el plan a seguir.
Daniel se está librando por ahora, pero en breve le meteremos la maquinilla a él también.
miércoles, 24 de abril de 2013
Cualquier excusa es buena para comprar libros
Y volvemos a pasar por un 23 de abril. Una fecha mágica que viene cargada de aventuras, dramas, magia, romances... Y todo lo que se nos pueda ocurrir, porque todo cabe en las páginas de los libros. Aunque seamos asiduos visitantes de varias bibliotecas y tengamos cubiertas las necesidades lectoras de los peques al máximo, no puedo resistirme a pasar por la librería en un día tan señalado y adquirir un par de preciosos ejemplares infantiles.
En realidad, este año Raúl y yo decidimos acudir a Amazón que tiene muy buenas ofertas. Elegimos un libro de 100 pegatinas de vehículos para Daniel que se llama "Camiones" y otro de ventanitas para Iván cuyo título reza "La granja y sus animales". Últimamente al bebé le encanta eso de abrir y cerrar ventanitas. Estábamos encantados porque entre los dos no nos habíamos gastado ni cinco euros. Pero yo no pude resistir la tentación y mientras hacía la compra en el supermercado cayeron otros dos más. En realidad me llamaron la atención porque había leído la reseña en algún blog de los que sigo, pero ahora mismo no recuerdo cual y me da mucha rabia. Los habían puesto por las nubes según su experiencia con sus hijos y eso es lo que más valoro. No dudé en meterlos en la bolsa de la compra. Uno es "Aprendo inglés con la casa". Adoro estos libros con imágenes de figuras de plastilina. Tiene en cuenta hasta el más mínimo detalle. Éste viene con el valor añadido de un lápiz mágico. En las páginas encongtramos preguntas y el niño tiene que señalar la respuesta correcta con el lápiz que te aplaude o abuchea según aciertes o no. El otro es "Mezcla y juega oficios". Es de puzzles de piezas intercambiables para mezclar cabezas, troncos y piernas y crear nuevos y fantástico personajes. Éste año los peques no se pueden quejar. Vaya libros tan chulos que les hemos elegido. Aunque al final sólo les hemos entregado un a cada uno y los otros dos los hemos dejado para otra ocasión especial bien guardados en el armario. Al mayor le dimos el de los oficios y al pequeño el de la granja, pero, en realidad, jugaron con el suyo y con el del hermano indistintamente.
En la guardería del benjamín han celebrado la ocasión con una representación de los tres cerditos para todos los niños del centro. Se supone que la función era interactiva, pero me temo que los bebés se dedicaron sólo a mirar ¡Que ya es mucho!
En el cole de Daniel entregaron un diploma a aquellos que habían sacado libros en la biblioteca. Ya nos advirtió el director en la reunión de principio de curso que, al menos, cogiéramos uno porque si no el chiquillo se quedaba muy desconsolado. El caso es que Daniel se llevó cuatro fluorescentes de colores de premio y un bolígrafo rojo por ser el segundo lector más activo de la biblioteca. El primero fue su amigo Luis al que además le dieron un boli verde. Estaban emocionados con sus premios. El pack lo completaban un librito para colorear que incluye pegatinas de publicidad del plátano de Canarias (el mejor del mundo ¡ole, ole!) y una ficha de una rosa coloreada rabiosamente por el peque.
Mi niño mayor sacó los fluorescentes y el libro y se puso a colorear allí mismo. Me dejó anonadada cuando empezó a compartir sus pinturas con su hermano y sus amigos. Se pusieron a pintar y pegar pegatinas en amor y compañía. Estaba orgullosísima de mi primogénito. Tras este acto de generosidad extrema nos fuimos al parque un rato y después a casa porque estaba deseando entregarles sus regalos.
Pero aún tuvimos que esperar a que llegara el padre. Daniel tuvo una perreta de las gordas porque quería su libro ya, pero un rato de explicaciones por mi parte, otros minutos de ignorar su actitud y unos cuantos mimos y besitos después acabaron con su negativa actitud. Por fin vino papá y llegó el momento tan esperado.
Daniel intercambió cabezas, troncos y piernas a gusto con su mami, mientras papá le "leía" el cuento al benjamín, que abría las ventanitas muy interesado. Un rato después intercambiaron los libros para seguir con la diversión.
Con la ficha de la rosa en la mano intenté explicar a Daniel la leyenda del Dragón y San Jorge, que no sé exáctamente qué tiene que ver con los libros, pero que es el patrón de éste día. Nada más comenzar me cortó el chiquitín protestando porque lo estaba contando mal. "Pues cuéntamelo tú" le pedí, pero escurrió el bulto con un socorrido "No sé". Que le habrán contado en el cole que no tiene nada que ver con mi cuento de dragones malvados que raptan princesas y caballeros andantes que acuden al rescate.
Por mi parte, Raúl me compró los dos libros que tenía pendientes de mi amiga Mayte (El espejo de la entrada) en Amazón. Llevaba muchísimo tiempo queriendo echar mano de El medallón de la magia y cuando vi que publicaba otra novela y yo todavía estaba sin la primera bombardeé a Raúl para que me las consiguiera. No tengo Kindle y pensamos que sería complicado, pero ¡sorpresa, sorpresa! tienen posibilidad de dispositivo Android. ¡Podía haberlos tenido mucho antes sin ningún esfuerzo! Lo importante es que ya eran míos. Me han enganchado tanto que El medallón de la magia ya lo he terminado y voy por la mitad de Detrás del Cristal.
El medallón de la magia es una novela juvenil, histórica y romántica. La escribió pensando en sus hijos y le ha salido una historia llena de magia, fantasmas y mucho humor.
Detrás del cristal tiene una trama romántica llena de situaciones rocambolescas salpicadas por el drama, pero con ventanas abiertas a la esperanza. Aún no me la he terminado, pero el personaje de Pablo, a pesar de ser un bebé de diez meses que no habla, me tiene totalmente fascinada. Su madre y todos los personajes que se van entrelazando en esta historia tienen una gran profundidad en sus diferentes personalidades, dilemas y formas de proceder.
Mayte, se me está acabando la novela, así que tienes que escribir otra pronto ;)
En realidad, este año Raúl y yo decidimos acudir a Amazón que tiene muy buenas ofertas. Elegimos un libro de 100 pegatinas de vehículos para Daniel que se llama "Camiones" y otro de ventanitas para Iván cuyo título reza "La granja y sus animales". Últimamente al bebé le encanta eso de abrir y cerrar ventanitas. Estábamos encantados porque entre los dos no nos habíamos gastado ni cinco euros. Pero yo no pude resistir la tentación y mientras hacía la compra en el supermercado cayeron otros dos más. En realidad me llamaron la atención porque había leído la reseña en algún blog de los que sigo, pero ahora mismo no recuerdo cual y me da mucha rabia. Los habían puesto por las nubes según su experiencia con sus hijos y eso es lo que más valoro. No dudé en meterlos en la bolsa de la compra. Uno es "Aprendo inglés con la casa". Adoro estos libros con imágenes de figuras de plastilina. Tiene en cuenta hasta el más mínimo detalle. Éste viene con el valor añadido de un lápiz mágico. En las páginas encongtramos preguntas y el niño tiene que señalar la respuesta correcta con el lápiz que te aplaude o abuchea según aciertes o no. El otro es "Mezcla y juega oficios". Es de puzzles de piezas intercambiables para mezclar cabezas, troncos y piernas y crear nuevos y fantástico personajes. Éste año los peques no se pueden quejar. Vaya libros tan chulos que les hemos elegido. Aunque al final sólo les hemos entregado un a cada uno y los otros dos los hemos dejado para otra ocasión especial bien guardados en el armario. Al mayor le dimos el de los oficios y al pequeño el de la granja, pero, en realidad, jugaron con el suyo y con el del hermano indistintamente.
En la guardería del benjamín han celebrado la ocasión con una representación de los tres cerditos para todos los niños del centro. Se supone que la función era interactiva, pero me temo que los bebés se dedicaron sólo a mirar ¡Que ya es mucho!
En el cole de Daniel entregaron un diploma a aquellos que habían sacado libros en la biblioteca. Ya nos advirtió el director en la reunión de principio de curso que, al menos, cogiéramos uno porque si no el chiquillo se quedaba muy desconsolado. El caso es que Daniel se llevó cuatro fluorescentes de colores de premio y un bolígrafo rojo por ser el segundo lector más activo de la biblioteca. El primero fue su amigo Luis al que además le dieron un boli verde. Estaban emocionados con sus premios. El pack lo completaban un librito para colorear que incluye pegatinas de publicidad del plátano de Canarias (el mejor del mundo ¡ole, ole!) y una ficha de una rosa coloreada rabiosamente por el peque.
Mi niño mayor sacó los fluorescentes y el libro y se puso a colorear allí mismo. Me dejó anonadada cuando empezó a compartir sus pinturas con su hermano y sus amigos. Se pusieron a pintar y pegar pegatinas en amor y compañía. Estaba orgullosísima de mi primogénito. Tras este acto de generosidad extrema nos fuimos al parque un rato y después a casa porque estaba deseando entregarles sus regalos.
Pero aún tuvimos que esperar a que llegara el padre. Daniel tuvo una perreta de las gordas porque quería su libro ya, pero un rato de explicaciones por mi parte, otros minutos de ignorar su actitud y unos cuantos mimos y besitos después acabaron con su negativa actitud. Por fin vino papá y llegó el momento tan esperado.
Daniel intercambió cabezas, troncos y piernas a gusto con su mami, mientras papá le "leía" el cuento al benjamín, que abría las ventanitas muy interesado. Un rato después intercambiaron los libros para seguir con la diversión.
Con la ficha de la rosa en la mano intenté explicar a Daniel la leyenda del Dragón y San Jorge, que no sé exáctamente qué tiene que ver con los libros, pero que es el patrón de éste día. Nada más comenzar me cortó el chiquitín protestando porque lo estaba contando mal. "Pues cuéntamelo tú" le pedí, pero escurrió el bulto con un socorrido "No sé". Que le habrán contado en el cole que no tiene nada que ver con mi cuento de dragones malvados que raptan princesas y caballeros andantes que acuden al rescate.
Por mi parte, Raúl me compró los dos libros que tenía pendientes de mi amiga Mayte (El espejo de la entrada) en Amazón. Llevaba muchísimo tiempo queriendo echar mano de El medallón de la magia y cuando vi que publicaba otra novela y yo todavía estaba sin la primera bombardeé a Raúl para que me las consiguiera. No tengo Kindle y pensamos que sería complicado, pero ¡sorpresa, sorpresa! tienen posibilidad de dispositivo Android. ¡Podía haberlos tenido mucho antes sin ningún esfuerzo! Lo importante es que ya eran míos. Me han enganchado tanto que El medallón de la magia ya lo he terminado y voy por la mitad de Detrás del Cristal.
El medallón de la magia es una novela juvenil, histórica y romántica. La escribió pensando en sus hijos y le ha salido una historia llena de magia, fantasmas y mucho humor.
Detrás del cristal tiene una trama romántica llena de situaciones rocambolescas salpicadas por el drama, pero con ventanas abiertas a la esperanza. Aún no me la he terminado, pero el personaje de Pablo, a pesar de ser un bebé de diez meses que no habla, me tiene totalmente fascinada. Su madre y todos los personajes que se van entrelazando en esta historia tienen una gran profundidad en sus diferentes personalidades, dilemas y formas de proceder.
Mayte, se me está acabando la novela, así que tienes que escribir otra pronto ;)
martes, 23 de abril de 2013
Reunión del segundo trimestre de Iván y las notas más sosas del mundo
Hace poco, con mucho retraso creo yo, nos entregaron las notas de los peques en la guardería. Las cogí con avidez y di la vuelta al papel deseando leer sobre los progresos de Iván, peor me llevé una gran decepción: "Gracias al empeño y colaboración de mis papás y mis profes voy alcanzando los objetivos de mi etapa. Fdo. Las profes". Es algo que le pueden haber escrito a todos y cada uno de los bebés de la clase. Dentro del cuadernillo se enumeran los objetivos a conseguir, pero no especifica si el niño lo ha conseguido o no. Me temo que son las notas más sosas que he tenido en mi manos.
Me animé con la idea de que esa tarde era la reunión del segundo cuatrimestre y nos contarían más sobre lo que hacían en clase. Chari se había ofrecido a ir a por Daniel para que yo pudiera asistir a la charla de las profesoras.
¡Otra decepción! En realidad sólo habló el psicólogo del colegio. Dijo cosas generales muy interesantes, pero de lo que se hacía o se dejaba de hacer o de la evolución de los niños no se dijo nada.
El hombre nos habló de que entrábamos en la peligrosa edad de los mordiscos y los arañazos, con lo que no nos debía extrañar encontrarnos sospechosas marcas en la piel de nuestro bebé, ni achacarlo a una negligencia del personal del centro. Yo misma no he llegado a tiempo en alguna ocasión y sólo cuido de dos niños. Comprendo perfectamente la situación, pero también entiendo que deba explicarlo para que otros padres no se asusten ni monten en cólera.
Nos contó que no era un signo de violencia sino un estallido de impotencia. Los peques no son incapaces de solucionar sus problemas por medio del lenguaje, así que no les queda otra que defenderse con uñas y dientes (nunca mejor dicho) ante una invasión de su intimidad o para dejar claro quien tiene el juguete. Pero no hay voluntad de hacer daño. De hecho, lo mas probable es que ese niño mordido o arañado pase de las lágrimas a las risas en cuestión de minutos y que incluso se ponga a jugar tan tranquilo con el agresor.
También tocó temas como las reglas y los límites que hay que poner a un niño de un año y medio y dos años, la comida, el sueño... Asuntos de los que ya he hablado en mi espacio profusamente. En realidad, recordaba todos los puntos que tocó porque eran exactamente los mismo de los que habló hace ya dos años, en la reunión de 1A (la clase de Daniel cuando tenía un añito). Sólo hubo una idea nueva que me llamó la atención y que me gustó sobremanera: "Si a los niños de esta edad se les acostumbrara a los brazos no tendrían la mayoría de problemas con los que los profesionales nos estamos encontrando". Es decir, hay que dar mucho cariño a los hijos: besos, abrazos, caricias... Lo que demanden. La frase "No lo cojas porque se acostumbrará a los brazos" carece de sentido porque ¿Qué tiene de malo que se acostumbre a los brazos si a mí me gusta y él quiere? ¿Por qué hemos de sufrir los dos en un quiero y no puedo? Con Daniel caí en la trampa unos meses, pero pronto entendí que a mí me gustaba que me demandara amor y que era mejor acostumbrarlo al cariño a que se volviera un poco hurón (con lo que me gustan a mí los besos babosos). Eso sí, puntualizó el experto: todo hay que hacerlo con cabeza. Está claro que con la edad hay que fomentar cada vez más la autonomía de los niños, pero nunca dejar de tratarlos con cariño. En su opinión proteger es cuidar y sobreproteger limitar al peque. Sólo por esta disertación ya valió la pena acudir a la cita informativa.
Me animé con la idea de que esa tarde era la reunión del segundo cuatrimestre y nos contarían más sobre lo que hacían en clase. Chari se había ofrecido a ir a por Daniel para que yo pudiera asistir a la charla de las profesoras.
¡Otra decepción! En realidad sólo habló el psicólogo del colegio. Dijo cosas generales muy interesantes, pero de lo que se hacía o se dejaba de hacer o de la evolución de los niños no se dijo nada.
El hombre nos habló de que entrábamos en la peligrosa edad de los mordiscos y los arañazos, con lo que no nos debía extrañar encontrarnos sospechosas marcas en la piel de nuestro bebé, ni achacarlo a una negligencia del personal del centro. Yo misma no he llegado a tiempo en alguna ocasión y sólo cuido de dos niños. Comprendo perfectamente la situación, pero también entiendo que deba explicarlo para que otros padres no se asusten ni monten en cólera.
Nos contó que no era un signo de violencia sino un estallido de impotencia. Los peques no son incapaces de solucionar sus problemas por medio del lenguaje, así que no les queda otra que defenderse con uñas y dientes (nunca mejor dicho) ante una invasión de su intimidad o para dejar claro quien tiene el juguete. Pero no hay voluntad de hacer daño. De hecho, lo mas probable es que ese niño mordido o arañado pase de las lágrimas a las risas en cuestión de minutos y que incluso se ponga a jugar tan tranquilo con el agresor.
También tocó temas como las reglas y los límites que hay que poner a un niño de un año y medio y dos años, la comida, el sueño... Asuntos de los que ya he hablado en mi espacio profusamente. En realidad, recordaba todos los puntos que tocó porque eran exactamente los mismo de los que habló hace ya dos años, en la reunión de 1A (la clase de Daniel cuando tenía un añito). Sólo hubo una idea nueva que me llamó la atención y que me gustó sobremanera: "Si a los niños de esta edad se les acostumbrara a los brazos no tendrían la mayoría de problemas con los que los profesionales nos estamos encontrando". Es decir, hay que dar mucho cariño a los hijos: besos, abrazos, caricias... Lo que demanden. La frase "No lo cojas porque se acostumbrará a los brazos" carece de sentido porque ¿Qué tiene de malo que se acostumbre a los brazos si a mí me gusta y él quiere? ¿Por qué hemos de sufrir los dos en un quiero y no puedo? Con Daniel caí en la trampa unos meses, pero pronto entendí que a mí me gustaba que me demandara amor y que era mejor acostumbrarlo al cariño a que se volviera un poco hurón (con lo que me gustan a mí los besos babosos). Eso sí, puntualizó el experto: todo hay que hacerlo con cabeza. Está claro que con la edad hay que fomentar cada vez más la autonomía de los niños, pero nunca dejar de tratarlos con cariño. En su opinión proteger es cuidar y sobreproteger limitar al peque. Sólo por esta disertación ya valió la pena acudir a la cita informativa.
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