Un día en el que el mayor estaba especialmente contestón y faltón se convirtió en uno de los más interesantes del verano. Como es lógico, a Daniel le cayeron los castigos a pares y sus opciones de ocio quedaron drásticamente limitadas. Ni tele podía ver de tan mal que se portó. Pro lejos de desanimarse empezó a urdir un plan maestro.
Recogió las pipas de la calabaza del puré que íbamos a comer, cascó almendras con paciencia usando una tabla de madera y un martillo, se metió a cocinillas para freír las almendritas con sal (con ayuda de su abuela) y se montó un puestito la mar de chulo en el patio.
Al rato se debió dar cuenta que los adultos estábamos a nuestra bola y se vio en la necesidad de poner en marcha una campaña de marketing un pelín agresiva. A mí, por ejemplo, me sacó de la cama, en la que estaba echándome una maravillosa siesta, para llevarme de la mano hasta el puesto. Antes de que me diera cuenta tenía 50 céntimos menos en el bolsillo y una servilleta con almendras fritas en la mano.
Para mi descargo, el granuja intentó que el pago fuera que le quitáramos castigos, pero no coló.
Su hermano, viendo el éxito, se apuntó al carro y vino a pedirme ayuda para su puesto. Entre los dos pensamos, que lo que complementaba mejor con el de Daniel era uno de limonada. Así que se puso manos a la obra para hacer limonada y naranjada.
En muy poco tiempo montaba otro puesto al lado del del mayor, que enseguida se convirtió en su primer cliente. Si es que cuando quieren son taaaan buenos hermanos... Iván puso precios timantes por chupitos de sus bebidas (¡50 céntimos por vasito!), pero le presentaron tantas quejas que tuvo que ofrecer vasos más grandes. Eso sí, subió un poco el precio (70 céntimos el vaso, ainsss).
Para colmo de bienes, ¡llegó una visita! Y allá que fue Daniel a captarla para que visitara el mercadillo gastronómico. Eso sí, con las medidas de seguridad que dicta el protocolo Covid-19. Los peques corrieron a pos sus mascarillas y se lavaron muy bien las manos para atenderla.
Total, que Iván casi se sacó cuatro euros con la tontería y Daniel menos de dos porque de vez en cuando usaba sus ganancias para tomarse una limonada fresquita en el puesto de su hermano. Cuando le propuse a Daniel comprarle lo poco que le quedaba por la diferencia se negó. "Si lo divertido ha sido hacerlo mamá. No te preocupes", me dijo.
Como se nota que tiene todas las necesidades cubiertas, pero también me gustó que se lo tomara como el juego que es. En cambio el otro puso en marcha su personalidad Midas y ahora está todo el tiempo tratando de convencerme para participar en nuevos proyectos para ganar más y más dinero, que quiere ahorrar y esconder en algún lugar seguro para que "no se pierda... O me lo robe alguien, ejem".
Le he dejado claro que como juego de un día está bien, pero que se deje de historias y juegue sin ánimo de lucro. Por supuesto su propuesta de recibir una paga diaria ha sido denegada ipso facto.
Por cierto, en premio a su espíritu emprendedor esa tarde merendaron helado. Al final, a Daniel le vino de lujo el supercastigo para pasar una tarde divertidísima.