Muchas gracias a Yolanda, Una Mamá sin Mala Leche, que me ha dado una gran sorpresa al concederme este premio tan chulo que sirve para conocernos mejor entre nosotras. Hace poco que la conozco, pero ya me tiene como fiel seguidora de su blog, donde nos cuenta su experiencia como mamá de Daniel, un precioso bebé, anécdotas de su día a día, recomendaciones y, algo que me ha llamado mucho la atención: tiene una sección de numerología tántrica que ha despertado mi curiosidad.
El premio viene acompañado de unas preguntas que paso a responder sin enrollarme más.
1. ¿Por qué empezaste el blog?
Para mi desahogo personal y por mi madre, que no quería perderse nada del crecimiento de mis peques a pesar de la distancia que nos separa. Es una forma increíble de tener más cerca a la familia.
2. ¿Cuál es el blog que más te inspira?
Muchísimos!!!! Llevo más de cinco años navegando por la blogoesfera maternal y sigo a más de 200. No me hagáis elegir aaarg!!
3. ¿Qué te parecen este tipo de premios?
Me encantan!!! Tremenda ilusión me hace que se acuerden de mí :D
4. ¿Cuál es tu ciudad favorita?
Por ahora Roma. Me pareció tan romántica, íntima y respetuosa con mi bolsillo de estudiante pobre...
5. ¿Cuál es tu cerveza favorita?
La tostada
6. ¿Cómo sería tu día perfecto?
Aquellos en el que lo pasamos bien juntos y todo son risas :D
7. ¿Cómo compaginas la vida laboral y familiar?
Ahora mismo estoy en el paro y sólo colaboro con algunas entidades siguiendo mi propio horario, así que concilio de forma inmejorable aunque con deficit económico en el bolsillo. ¡Siempre tiene que haber algún fallo!
8. ¿Cuál es tu juego de cartas favorito?
Madreeeee!! Pues hace mil millones de años que no juego con una baraja de cartas normal. En mi casa tengo a un friki extremo de los juegos de mesa y de cartas. Ya se me ha olvidado lo que es el parchís.
9. ¿Algún vicio confesable?
Muchos!! Pero hay uno que destaca. El chocolate con leche. Siempre caigo en la tentación. Y como tenga caramelo Ummmm
10. ¿Estás harta de contestar preguntas?
Con lo que me gusta a mí charlar. Que va, que va. Encantada de la vida. Sólo me falta hacer las preguntas a mí. Así que aquí van mis nominados jajaja
La bichera
Los niños de Bea
Cosas de Katy
O Cantinho de Piruli
De mamis
El blog de Bombones
Las cositas de Lucita y su hermanito
domingo, 30 de noviembre de 2014
sábado, 29 de noviembre de 2014
¿Y tú que le hiciste?
Daniel y yo vamos por el mal camino. No porque yo crea que él sea malo. Que va. Al contrario. Pienso que es un niño muy bueno. Le he visto hacer unas cosas preciosas como consolar a un amigo, defender a su hermano, compartir su tesoro... Pero tiene una vena malvada. Supongo que como todos. Lo que pasa es que me crispa cuando se porta mal "a posta". Me explico: él sabe perfectamente que hay algo que no quiero que haga y lo hace, o que eso le molesta a su hermano y lo dice, o que expresa algo desagradable sobre alguien que tiene al lado y no se corta ni un pelo, aún sabiendo que hace daño.
No sé si es una manera de llamar la atención o no, pero tengo claro que es un comportamiento que quiero eliminar de su carácter en la medida de lo posible. He pasado de las regañinas acompañadas de razonamientos sencillos, a gritos y castigos y, por último, consecuencias. ¿Lo has hecho para molestarme? Pues felicidades, has conseguido una mamá muy enfadada contigo para todo el día.
Y no sólo eso, ahora, cada vez que me cuenta algo malo que le ha pasado le pregunto casi sin darme cuenta "¿Y tú que le hiciste?".
"Mami, un niño me pegó en el recreo"
"¿Y tú que le hiciste?"
"Le rompí su hojita"
"Mal, mal ¡¡¡fataaaaal!!!"
"Mami, hoy me insultó un compañero"
"¿Y tú que le hiciste?
"Me tapé la nariz porque huele muy mal"
"¡Pero que falta de respeto es esaaaaa!"
"Mami, Iván me pegó una patada. Ríñele"
"¿Y tú que le hiciste?"
"Sólo le quité el coche, pero es que es míoooooo"
"....."
Evidentemente, el chiquillo empieza a pensar que le tengo manía y que nunca me pongo de su parte.
¿Hay alguna otra forma más justa de manejar esto?
No sé si es una manera de llamar la atención o no, pero tengo claro que es un comportamiento que quiero eliminar de su carácter en la medida de lo posible. He pasado de las regañinas acompañadas de razonamientos sencillos, a gritos y castigos y, por último, consecuencias. ¿Lo has hecho para molestarme? Pues felicidades, has conseguido una mamá muy enfadada contigo para todo el día.
Y no sólo eso, ahora, cada vez que me cuenta algo malo que le ha pasado le pregunto casi sin darme cuenta "¿Y tú que le hiciste?".
"Mami, un niño me pegó en el recreo"
"¿Y tú que le hiciste?"
"Le rompí su hojita"
"Mal, mal ¡¡¡fataaaaal!!!"
"Mami, hoy me insultó un compañero"
"¿Y tú que le hiciste?
"Me tapé la nariz porque huele muy mal"
"¡Pero que falta de respeto es esaaaaa!"
"Mami, Iván me pegó una patada. Ríñele"
"¿Y tú que le hiciste?"
"Sólo le quité el coche, pero es que es míoooooo"
"....."
Evidentemente, el chiquillo empieza a pensar que le tengo manía y que nunca me pongo de su parte.
¿Hay alguna otra forma más justa de manejar esto?
viernes, 28 de noviembre de 2014
Nuestra experiencia Johnson's Baby
El jabón me pareció fantástico. Con un olor muy agradable, una textura de seda y un enorme efecto hidratante. Me quedé como nueva. Al champú no le vi mucha diferencia al que he usado toda la vida. Hacía mucho que mi pelo no adquiría ese volumen y me gustó el efecto. Creo que volveré a él, por lo menos durante una época porque, cuando me da la vena, me compró uno alisante, o efecto ultrahidratante o con acondicionador, etc.
La primera vez que usé el jabón con los niños les pregunté que les parecía. Del pequeño no saqué más que la repetición constante de "bieeeeeen" y un intento de comérselo. Pero el mayor me dio mucha más información. "Me gusta mami. Es suavecito y ¡azul! El azul está bien. Y huele muy bien. Mira mamá, mira como huele. ¿Puedo ponerme más?"
En cuanto al champú... No saqué nada en claro, porque odian que les lave la cabeza desde que son muy chiquitines. Es ponerles agua por el pelo y ponerse a chillar como becerros. Al pequeñajo le calmé y luego le puse el champú con un masajito de cabeza que le relajó muchísimo. Como este champú no pica si se cuela algo en los ojos el peque estaba feliz. Pero volvió a emperretarse en cuanto empecé con el aclarado. Me temo que, simplemente, no soportan que les caiga agua por la cabeza. El mayor, ni escuchaba lo que le decía y de lo único que se preocupaba era de rogarme, una y otra vez, que le pusiera la mano en la frente para que no le cayera agua por la cara. Mientras le secaba, le expliqué que ese champú no picaba si se le metía en los ojos y me dejó loca cuando me preguntó si podía meterse un poco en los ojos para comprobarlo. Inmediatamente le dije que no. Experimentar es bueno, pero no hay que pasarse. Daba gusto acariciarles el pelo cuando se les secó.
La crema de pañales aún la uso con Iván porque sigue usando pañal por la noche y tiene la piel muy delicada. Así que cada dos por tres les salen rojeces que le molestan. Le unto un poco de crema y le alivia muchísimo. Ésta, en concreto, no es nada pastosa y se aplica con mucha facilidad.
En definitiva, me sigue pareciendo una marca inmejorable con respecto a la calidad precio. Da mucha calidad de producto a un precio muy asequible.
Nota: el baño de espuma lo hago con el jabón para hacer burbujas de esta misma marca. ¡Les encanta!
jueves, 27 de noviembre de 2014
¡A jugar con Pac Man!
Cuando Iván se levantó de la siesta el domingo, les di de merendar a los dos chiquillos, les vestí y les llevé al lugar al que les había prometido desde esta mañana, aunque no creía que lo merecieran mucho. En el centro comercial de La Vaguada, han habilitado varios espacios al famoso personaje de televisión Pac Man y is niños estaban deseando visitarlo.
Lo primero que encontramos en nuestro camino fue un fotomatón, pero debía de estar roto, porque no había manera de que hiciera la foto. Nada desanimados seguimos nuestro camino hacia lo que de verdad anhelaban: la zona de videojuegos. Como aún no era la hora estaban las pantallas apagadas, pero los peques se lo pasaron pipa con los dibujos del suelo y admirando los juguetes expuestos. Tuvimos suerte y llegamos los primeros a la cola antes de que abrieran de verdad. El organizador los situó en una pantalla, les dio un mando a compartir y me dijo que eran turnos de cinco minutos ¡entre los dos! Los peques se iban pasando el mando de uno a otro un poco a regañadientes, pero al menos lo compartían. Yo creo que el chico les dejó un poquito más al final, pero pronto llegó el momento de dejar el mando. Afortunadamente, nos informaron de que un poco más adelante habían montado un stand para hacer manualidades y les convencí muy rápido.
En nuestra siguiente parada nos tocó esperar diez minutos a que se acabar el turno de los que estaban dentro. Los diez minutos más largos de mi vida. Los chiquillos estaban incontrolables y se portaron fatal. Cuando levantaron la cinta roja respiré tranquila. Incluso pude charlar una rato con una amiga que me encontré en la cola. En el stand no sólo tenían varias opciones de manualidades con purpurina, pegamento, tijeras... y todo lo que pudieran desear los niños, También podían probar los juguetes de su adorado Pac Man. Iván no se separó de la mesa de juguetes. Miento, se separó una vez, porque se había dado un golpe en la nariz y vino a buscarme para que le diera mimitos. eso sí, sin soltar al muñeco.
Daniel en cambio, pintó, recortó, pegó algodones, decoró... Y cuando se cansó de tanta manualidad jugó un rato con los juguetes y acabó sentado viendo los capítulos del limoncito amarillo. En esta ocasón les dieron media hora para que disfrutaran con tranquilidad.
Entre pitos y flautas se nos hicieron las mil. En cuanto se les acabó el tiempo de juego, les regalaron unas caretas y les invitaron amablemente a volver otro día. En cuanto me vieron me tiraron sus caretas y me exigieron que se las montara en ese mismo instante. Yaaaaa. Y eso hice por no oirlos todo el camino. Estaban felices con sus caritas de Pac Man.
"Vamos a volver. ¿Verdad mami?" Pero la mami se lo estaba pensando dos veces recordando esos diez minutos de espera en los que casi rompen la cinta roja, empujaron a los niños, se pegaron entre ellos...
Lo primero que encontramos en nuestro camino fue un fotomatón, pero debía de estar roto, porque no había manera de que hiciera la foto. Nada desanimados seguimos nuestro camino hacia lo que de verdad anhelaban: la zona de videojuegos. Como aún no era la hora estaban las pantallas apagadas, pero los peques se lo pasaron pipa con los dibujos del suelo y admirando los juguetes expuestos. Tuvimos suerte y llegamos los primeros a la cola antes de que abrieran de verdad. El organizador los situó en una pantalla, les dio un mando a compartir y me dijo que eran turnos de cinco minutos ¡entre los dos! Los peques se iban pasando el mando de uno a otro un poco a regañadientes, pero al menos lo compartían. Yo creo que el chico les dejó un poquito más al final, pero pronto llegó el momento de dejar el mando. Afortunadamente, nos informaron de que un poco más adelante habían montado un stand para hacer manualidades y les convencí muy rápido.
En nuestra siguiente parada nos tocó esperar diez minutos a que se acabar el turno de los que estaban dentro. Los diez minutos más largos de mi vida. Los chiquillos estaban incontrolables y se portaron fatal. Cuando levantaron la cinta roja respiré tranquila. Incluso pude charlar una rato con una amiga que me encontré en la cola. En el stand no sólo tenían varias opciones de manualidades con purpurina, pegamento, tijeras... y todo lo que pudieran desear los niños, También podían probar los juguetes de su adorado Pac Man. Iván no se separó de la mesa de juguetes. Miento, se separó una vez, porque se había dado un golpe en la nariz y vino a buscarme para que le diera mimitos. eso sí, sin soltar al muñeco.
Daniel en cambio, pintó, recortó, pegó algodones, decoró... Y cuando se cansó de tanta manualidad jugó un rato con los juguetes y acabó sentado viendo los capítulos del limoncito amarillo. En esta ocasón les dieron media hora para que disfrutaran con tranquilidad.
Entre pitos y flautas se nos hicieron las mil. En cuanto se les acabó el tiempo de juego, les regalaron unas caretas y les invitaron amablemente a volver otro día. En cuanto me vieron me tiraron sus caretas y me exigieron que se las montara en ese mismo instante. Yaaaaa. Y eso hice por no oirlos todo el camino. Estaban felices con sus caritas de Pac Man.
"Vamos a volver. ¿Verdad mami?" Pero la mami se lo estaba pensando dos veces recordando esos diez minutos de espera en los que casi rompen la cinta roja, empujaron a los niños, se pegaron entre ellos...
miércoles, 26 de noviembre de 2014
Cupcakes de cartulina
El domingo decidí que no se podía repetir lo del día anterior, aunque yo seguía muerta de sueño y con mal humor, y los chiquillos irritables y cabezones. Esto se arregla teniéndolos entretenidos. Les saqué unas reglas para hacer letras y formas geométricas que parecieron llamar su atención. Pero les duró bien poco. Pronto volvían a mis faldas en busca de ideas. Les mandé de no muy buenas maneras a la habitación de los juguetes a que se buscaran la vida, pero enseguida me arrepentí.
Fui a buscarles y les prometí que les iba a preparar una actividad muy chula, pero tenían que dejarme tiempo. Hace unos días, Daniel descubrió la agenda blogger que me he decorado a mi manera y le encantó la página en las que había hecho cupcakes con trozos de cartulina de colores. Me mejoró el diseño con sus dibujos y me pidió hacerlas él también. Tenía esa idea en la recámara y era lo único que se me ocurrió en ese momento.
Los enchufé a la tele con la esperanza de que me dejaran recortar bizcochos, toppings, cremas y las cápsulas de papel. Pero allí los tuve interrupiéndome todo el rato. Y yo intentando comprenderles y cargándome de paciencia. Por fin tuve listos los recortes y los posters dónde los iban a pegar. Les di pegamento y gomets redondos y ¡ale! a crear.
Al poco Daniel me pidió los rotuladores. No vi ningún inconveniente en dárselos, pero me enfadé muchísimo cuando no los quiso compartir con le hermano. Hasta tal punto llegó la cosa, que el chiquillo mayor anunció que él ya no iba a hacer más magdalenas. Tan trágica me puse yo que acabó por reanudar su actividad lo más rápido que pudo. Que si se creía que mi tiempo no valía nada, que ya lo había perdido preparando la actividad y que ahora era una falta de respeto terrible que no las quisiese hacer, que nunca jamás me pidiera nada... Y más lindezas del estilo.
Me fui a la cocina muy triste, porque estaba inmersa en hacer la cocina, y al rato vino a buscarme mi niño mayor. "Mamiiiii, que sí que he hecho las magdalenas. ¡Ven a verlas!" Me subió mucho la moral que viniera a animarme. Les habían quedado a los dos preciosas. Aunque las de Iván eran más bien abstractas.
Cuando dije que había que recoger para poner la mesa no les gustó ni un pelo y empezaron de nuevo las protestas y las malas caras.
Se portaron tan mal que Iván acabó en la cama antes de que se tomara la fruta y yo me metí en la mía antes de que Daniel se tomara la suya. Así que el mayor quedó al cargo de su padre para que yo pudiera recuperarme un poco de la mala noche.
Fui a buscarles y les prometí que les iba a preparar una actividad muy chula, pero tenían que dejarme tiempo. Hace unos días, Daniel descubrió la agenda blogger que me he decorado a mi manera y le encantó la página en las que había hecho cupcakes con trozos de cartulina de colores. Me mejoró el diseño con sus dibujos y me pidió hacerlas él también. Tenía esa idea en la recámara y era lo único que se me ocurrió en ese momento.
Los enchufé a la tele con la esperanza de que me dejaran recortar bizcochos, toppings, cremas y las cápsulas de papel. Pero allí los tuve interrupiéndome todo el rato. Y yo intentando comprenderles y cargándome de paciencia. Por fin tuve listos los recortes y los posters dónde los iban a pegar. Les di pegamento y gomets redondos y ¡ale! a crear.
Al poco Daniel me pidió los rotuladores. No vi ningún inconveniente en dárselos, pero me enfadé muchísimo cuando no los quiso compartir con le hermano. Hasta tal punto llegó la cosa, que el chiquillo mayor anunció que él ya no iba a hacer más magdalenas. Tan trágica me puse yo que acabó por reanudar su actividad lo más rápido que pudo. Que si se creía que mi tiempo no valía nada, que ya lo había perdido preparando la actividad y que ahora era una falta de respeto terrible que no las quisiese hacer, que nunca jamás me pidiera nada... Y más lindezas del estilo.
Me fui a la cocina muy triste, porque estaba inmersa en hacer la cocina, y al rato vino a buscarme mi niño mayor. "Mamiiiii, que sí que he hecho las magdalenas. ¡Ven a verlas!" Me subió mucho la moral que viniera a animarme. Les habían quedado a los dos preciosas. Aunque las de Iván eran más bien abstractas.
Cuando dije que había que recoger para poner la mesa no les gustó ni un pelo y empezaron de nuevo las protestas y las malas caras.
Se portaron tan mal que Iván acabó en la cama antes de que se tomara la fruta y yo me metí en la mía antes de que Daniel se tomara la suya. Así que el mayor quedó al cargo de su padre para que yo pudiera recuperarme un poco de la mala noche.
martes, 25 de noviembre de 2014
Llega la realidad aumentada a los cuentos infantiles
Pero vuelvo al tema, que yo soy muy propensa a despistarme con la mosca que pasa volando y si empiezo a fantasear no termino.
El caso es que me pareció una gran idea introducir códigos de realidad aumentada entre las páginas de un libro para niños de tres a seis años, pero había algo que me preocupaba un poco. ¡El argumento! Normalmente, cuanto más efectos especiales tiene la película que voy a ver peor es el guión. ¿Sucedería lo mismo con este nuevo tesoro de la literatura infantil?
Cómo no lo tengo en mis manos, me he tenido que conformar con leer el argumento, la nota de prensa, el modo de lectura... Y me ha impresionado. Podemos seguir la historia de una manera tradicional, pero si nos bajamos la App gratuita para Apple o para Android, y usamos un dispositivo móvil, los personajes cobran vida y todo se vuelve más emocionante. Tres dimensiones, sonidos y mucha interactividad entre las páginas y el pequeño lector.
¿Y de que va? Pues la historia también promete: Un zapatero que, harto de ser menospreciado por su oficio, emigra a otras tierras donde se le aprecie más. Y vaya si lo consigue. Con los clientes tan exclusivos que le salen no es para menos: Las botas de un ogro, las gastadas zapatillas de las bailarinas hijas de un rey, un zapatito de cristal al que le hace falta un arreglillo... ¿Os suenan de algo?
En definitiva, Boolino me ha dado una idea de regalo original y con muchísimas posibilidades para estas Navidades. Y Menos mal, porque estos niños de hoy en día ¡tienen de todo! Una ya no sabe cómo acertar. Desde luego, en cuanto mis hijos se enteren de que necesitan la tablet para leer esta historia se van a mostrar más que interesados. ¡Esta generación digital me da mil vueltas!
Un fin de semana lleno de virus, sueño y mal humor
Este fin de semana no ha sido un camino de rosas. Mas bien
al contrario. Yo creo que Raúl, que acababa de llegar de un viaje, se pensaría
por qué no compró los billetes de vuelta un poco más tarde.
Los chiquillos no es que estuvieran malitos, pero sí tocados
y eso se traducía en irritabilidad, mal comportamiento y actos de rebeldía a
raudales. Si le sumamos a esto que no me dejaron dormir por las noches, que yo
tampoco estaba muy católica y que tenía los nervios de punta, la cosa pintaba
muy mal.
El sábado nos levantamos todos regular. Iván desayunó y se
metió en la cama de nuevo. Yo hice lo mismo porque no podía abrir los ojos. Así
que Raúl decidió cancelar la cita que teníamos con las abuelas para comer. El
panorama era bastante desalentador.
Me levante porque no me quedaban más cáscaras para hacer la
comida, pero Iván no amaneció hasta la hora de comer. Cuando fuimos a buscarle.
Abrió los ojitos y me pidió el desayuno. “¡Pero si ya has desayunado! Ahora
toca comer” le expliqué. La diferencia debió ser enorme para él porque torció
el morro y me la montó parda. A partir de ahí me tuve que ocupar de los dos,
mientras el padre curraba en el estudio. Fue un día muy largo y lleno de
gritos, peleas, discusiones, etc, etc.
Cuando llegó por fin la noche. Estaba deseando meterme en la
cama y olvidarme de todo.
lunes, 24 de noviembre de 2014
Intercambio de tiburones
Mi hijo mayor tiene un nuevo mejor amigo. Afortunadamente
conozco a la madre de nuesytras largas jornadas de parque, pero a causa de
extraescolares y obligaciones varias no coincidimos en horarios, con lo que nos
estaba resultando muy difícil hacer felices a los niños en su deseo de quedar
en una casa u otra.
Muchas tardes salían del cole clamando por no separarse,
pero, por una cosa o por otra, no podíamos plegarnos a su voluntad. El día que
le tocaba piscina a Daniel, por fin ocurrió el milagro. Raúl estaba de viaje y
yo no tenía ningunas ganas de ir con los dos y que el más pequeño me la montara
parda, así que informé a la mami del amigo del mayor, que, por fin, esa tarde,
podíamos quedar. Y así quedamos.
Cuando se lo dije al mayor, daba botes de alegría. Menos mal
que la cita era tarde, porque justo en el momento en el que nos íbamos
descubrimos a los chicos de la actividad del huerto regando y nos unimos a
ellos para alegría de los peques. Se pusieron como sopas, pero se lo pasaron en
grande con sus regaderitas.
Aún nos dio tiempo de correr a casa, cambiarles de ropa y
que se sentaran tranquilamente a merendar.
Entonces fue cuando Iván empezó a quejarse de nuevo de dolor
de tripa. Le hice un masajito reparador y empezó si diarrea. Fue como seis
veces la baño. La verdad es que es un campeón, porque no se le escapó ni una
vez. Por si las moscas, le puse pañal. Pero él venía a pedirme ir al baño
siempre que notaba la necesidad. Estoy muy orgullosa de mi niño mayor.
El amigo de Daniel llegó a casa con un tiburón tigre de
plástico muy chulo en sus manos y huevos kinder para los niños. A Iván se lo
guardamos para más adelante. Resulta que el peque está fascinado por los
tiburones. Así que le encantó el azul enorme que les compré en una ocasión en
la que empezaba a trabajar de nuevo y quería compensarles una poco que iban a
ir al campamento de verano y al pueblo con su padre y abuelas.
Al principio los peques jugaron con los juguetes tan
felices, pero no tardaron mucho en pedirnos pantallas: la wii, la tablet, el
ordenador… Y se engancharon a tope. Hubo alguna que otra bronca por los turnos,
pero entre la mami del amigo y yo lo íbamos solventando. En realidad, entre
unas cosa y otras no nos dejaron charlar a gusto y mi café acabó quedándose
frío en la taza. Al final iba a tener razón el amiguito cuando le soltó a su
madre que no hacía falta que viniera jajaja
Al final quedamos en que teníamos que volver a tomar café
juntas, pero …¡sin niños!
El caso es que los chiquillos se lo estaban pasando tan
bien, que el amigo no se quería ir a casa. Para convencerle sugerí que le
prestáramos unos días al tiburón azul. Algo así como lo que hacen con la
mascota de clase. Los dos niños empezaron a entusiasmarse y la cosa acabó con
intercambio de tiburones por una semana. Con lo que aquí tenemos al tiburón
tigre, conociendo al resto de animales de plástico.
Cuando se fueron, Daniel empezó a quejarse también de dolor
de estómago e Iván tenía un poco de fiebre. Rápidamente les bañé, les puse el
pijama, les preparé unas suaves tortillitas francesas, les conté un cuento por
cabeza y me quedé junto a ellos dándoles la mano hasta que se durmieron. Cuando
se encuentran mal, hay que mimarles un poco.
sábado, 22 de noviembre de 2014
Problemas con el chupete
Parecía que íbamos hacia delante y, de repente, ¡otra vez me pide el tete! No tanto como antes, pero en cuanto me descuido va a por él. Porque es muy listo y sabe donde los dejo. Y si no están donde siempre pone esa carita que conmovería al más tirano y me suelta un sentido "Pofiiiiiiii" que ablanda a las piedras.
¿Y qué puedo hacer yo contra eso? Primero: intentar desviar su atención, pero si no lo consigo... Sí, señores: le doy el preciado tesoro. Y el peque lo chupa con fruicción y deleite, casi compulsivamente. Lo bueno es que al rato se cansa y me lo da con un "toma mami, guadalo". Porque para cogerlo sabe muy bien dónde está, pero recoger y ordenar ya son palabras mayores.
El caso es que, supongo, que si ha vuelto a caer en su adicción a la silicona ¡algo hay! O está muy cansado, o triste o se encuentra mal. A la semana de pedirme por primera vez el chupete empezó a quejarse de dolor de tripa de vez en cuando, pero sin dejar de zampar bollos. A la siguiente semana y tuvimos casos de caca blanda, pero sin llegar a mayores. Una vez regularizado su estómago, se sigue quejando de dolor de tripita cuando ve en el plato algo que no le gusta. Conclusión: Ahora lo que tiene es cuento.
Así que, en resumen, el culpable de su recaída chupetil es un virus de estómago que ha atacado en mayor o menor medida a los compañeros de su clase. Lo malo es que ahora que el virus ya se ha ido, sin grandes consecuencias de salud, el mal hábito persiste. ¿Tenemos que seguir indagando el motivo? O simplemente es que toca volver a empezar porque se ha vuelto a acostumbrar al efecto relajante del tete.
Yo por si acaso se lo estoy poniendo cada vez más difícil para que acceda a él, pero sin pasarme por si es una caso de gran necesidad y aún no hemos dado con el motivo real.
¿Y qué puedo hacer yo contra eso? Primero: intentar desviar su atención, pero si no lo consigo... Sí, señores: le doy el preciado tesoro. Y el peque lo chupa con fruicción y deleite, casi compulsivamente. Lo bueno es que al rato se cansa y me lo da con un "toma mami, guadalo". Porque para cogerlo sabe muy bien dónde está, pero recoger y ordenar ya son palabras mayores.
El caso es que, supongo, que si ha vuelto a caer en su adicción a la silicona ¡algo hay! O está muy cansado, o triste o se encuentra mal. A la semana de pedirme por primera vez el chupete empezó a quejarse de dolor de tripa de vez en cuando, pero sin dejar de zampar bollos. A la siguiente semana y tuvimos casos de caca blanda, pero sin llegar a mayores. Una vez regularizado su estómago, se sigue quejando de dolor de tripita cuando ve en el plato algo que no le gusta. Conclusión: Ahora lo que tiene es cuento.
Así que, en resumen, el culpable de su recaída chupetil es un virus de estómago que ha atacado en mayor o menor medida a los compañeros de su clase. Lo malo es que ahora que el virus ya se ha ido, sin grandes consecuencias de salud, el mal hábito persiste. ¿Tenemos que seguir indagando el motivo? O simplemente es que toca volver a empezar porque se ha vuelto a acostumbrar al efecto relajante del tete.
Yo por si acaso se lo estoy poniendo cada vez más difícil para que acceda a él, pero sin pasarme por si es una caso de gran necesidad y aún no hemos dado con el motivo real.
viernes, 21 de noviembre de 2014
¡¡Demasiada autonomía nocturna!!
En vista de que estoy que me caigo y mis ojeras ya no pueden ser más oscuras, el papá de las criaturas ha decidido tomar cartas en el asunto. A mí me ha aleccionado con el discurso de "No pueden depender tanto de ti" y a los críos les ha bombardeado con la política de "Hazlo tu mismo".
No lo veo mal, pero la realidad es que, cuando se despiertan y lo ven todo tan oscuro, lo primero que se les pasa por la mente es llamar a mamá. La razón: no ven nada y les asusta.
Cuando los metemos en la cama les dejamos la luz del baño de enfrente a su habitación encendida por petición expresa de los chiquillos. Y cuando nos acostamos se la apagamos. Si se despiertan en medio de la noche se la suelo volver a encender para que se duerman tranquilos. Todo esto viene a cuento porque me he dado cuenta de que, cuando la luz está prendida, me llaman mucho menos. Beben ellos solitos el agua, se tapan a su manera, Iván se busca el chupete y si no lo encuentra coge el otro que hay en la repisa de la pared...
Pero si está la luz apagada no dan pie con bola y acaban por llamarme entre lagrimones y sorbos de moquetes. Ni Raúl ni yo somos partidarios de incrementar sus malos hábitos y la cuenta de la luz con esta mala costumbre. Así que normalmente, me tocan malas noches hasta que me canso y le doy al interruptor mandándolo todo a la porra frita.
Una noche, oí como el mayor se levantaba de la cama, se dirigía al baño, hacía pis y... ¡No se volvía a su cama! Cuando lo intercepté estaba a punto de darle al botón de encendido en el mando de la tele. "¡Pero si son las cuatro de la mañana!" Exclamé horrorizada al verle tan dispuesto a comenzar el día. "¿Y?" Me contestó tan pancho. Mis explicaciones no le convencieron nada y al final le arrastré muy contrariado hacia su habitación. Espero que se volviera a dormir, aunque cuando sonó mi despertador vino raudo y veloz a mi encuentro con una sonrisa de oreja a oreja "¿Ya me puedo levantar? ¿Ya es de día?" ¿Habría dormido algo desde las cuatro? Nunca lo sabré
No lo veo mal, pero la realidad es que, cuando se despiertan y lo ven todo tan oscuro, lo primero que se les pasa por la mente es llamar a mamá. La razón: no ven nada y les asusta.
Cuando los metemos en la cama les dejamos la luz del baño de enfrente a su habitación encendida por petición expresa de los chiquillos. Y cuando nos acostamos se la apagamos. Si se despiertan en medio de la noche se la suelo volver a encender para que se duerman tranquilos. Todo esto viene a cuento porque me he dado cuenta de que, cuando la luz está prendida, me llaman mucho menos. Beben ellos solitos el agua, se tapan a su manera, Iván se busca el chupete y si no lo encuentra coge el otro que hay en la repisa de la pared...
Pero si está la luz apagada no dan pie con bola y acaban por llamarme entre lagrimones y sorbos de moquetes. Ni Raúl ni yo somos partidarios de incrementar sus malos hábitos y la cuenta de la luz con esta mala costumbre. Así que normalmente, me tocan malas noches hasta que me canso y le doy al interruptor mandándolo todo a la porra frita.
Una noche, oí como el mayor se levantaba de la cama, se dirigía al baño, hacía pis y... ¡No se volvía a su cama! Cuando lo intercepté estaba a punto de darle al botón de encendido en el mando de la tele. "¡Pero si son las cuatro de la mañana!" Exclamé horrorizada al verle tan dispuesto a comenzar el día. "¿Y?" Me contestó tan pancho. Mis explicaciones no le convencieron nada y al final le arrastré muy contrariado hacia su habitación. Espero que se volviera a dormir, aunque cuando sonó mi despertador vino raudo y veloz a mi encuentro con una sonrisa de oreja a oreja "¿Ya me puedo levantar? ¿Ya es de día?" ¿Habría dormido algo desde las cuatro? Nunca lo sabré
jueves, 20 de noviembre de 2014
El maestro Iván
Recuerdo que cuando Daniel empezó Infantil, le gustaba jugar a la escuela conmigo. Evidentemente, el maestro era él y yo la alumna. Hacer el papel de uno mismo en un juego no es tan divertido. Se sentaba en una mesa a garabatear papeles sin ton ni son y a mí me mandaba al recreo o a dormir la siesta porque él tenía mucho trabajo. Me pareció muy curioso en su momento.
Ahora es Iván el que me sienta frente a la pizarra de la habitación de los juguetes y me toma la lección. Una forma de jugar a las escuelas bastante más tradicional.
"Eta es la letra cantarina. Halo tú", "Muy ben", "Azi no, azíiiiiii". "Mía, la O es un zirculito"... Y así hasta que se cansa y entonces toca el repertorio de todas las canciones y poesías que está aprendiendo en clase. Porque no se puede negar que a mi niño pequeño le encanta cantar y bailar. En cuanto ve la oportunidad te regala "una canción muy bonita".
Ahora es Iván el que me sienta frente a la pizarra de la habitación de los juguetes y me toma la lección. Una forma de jugar a las escuelas bastante más tradicional.
"Eta es la letra cantarina. Halo tú", "Muy ben", "Azi no, azíiiiiii". "Mía, la O es un zirculito"... Y así hasta que se cansa y entonces toca el repertorio de todas las canciones y poesías que está aprendiendo en clase. Porque no se puede negar que a mi niño pequeño le encanta cantar y bailar. En cuanto ve la oportunidad te regala "una canción muy bonita".
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Cada zapato en su pie
El otro día, estábamos en el parque, como viene siendo habitual muchas de estas tardes, cuando una amiga se fijó en las playeras de Iván. Cuando eran de Daniel, hace ya un par de años, dibujé media cara en cada uno para facilitar que el peque se las pusiera en el pie correspondiente. Si lo hacóa bien podía juntarlas y obtenía una carita sonriente. Desgraciadamente, las playeras se le quedaron pequeñas enseguida y las dejó casi nuevas. Menos mal que tenían sucesor y ahora le toca al más pequeño usarlas a gusto.
A mi amiga le gustó tanto la idea que me aconsejó compartirla en el blog por si a alguien le ayudaba en algo. Lo cierto es que ya hablé de esto cuando trabajaba de Community Manager en Micropolix, pero no me parecía mala idea repetirme en mi pequeño espacio personal, así que ahí os dejo esta sencilla solución para alimentar la autonomía de los peques que empiezan su andadura en Infantil. Espero que os guste.
A mi amiga le gustó tanto la idea que me aconsejó compartirla en el blog por si a alguien le ayudaba en algo. Lo cierto es que ya hablé de esto cuando trabajaba de Community Manager en Micropolix, pero no me parecía mala idea repetirme en mi pequeño espacio personal, así que ahí os dejo esta sencilla solución para alimentar la autonomía de los peques que empiezan su andadura en Infantil. Espero que os guste.
martes, 18 de noviembre de 2014
De libros, cumpleaños y cocodrilos
El sábado decidimos darnos una salto a la biblioteca. Ya tocaba devolver los libros y hacía varios días que el mayor nos pedía ir insistentemente. Cogimos la mochila, los libros y allá que fuimos. Por el camino sufrimos una de las terribles perretas de Iván, pero eso no nos desalentó en absoluto.
Nada más traspasar la puerta de la sección infantil nos topamos con un precioso libro de firmas hecho a mano. Mis hijos se empeñaron en dejar su huella en él. Cogieron el boli, adornado en forma de pluma de ave, y se pusieron a "escribir" o algo parecido, porque yo no entendía nada de lo que iban plasmando. Al final tuvimos que pararles los pies para que no escribieran El Quijote en lenguaje garabato.
No fue difícil porque estaban deseando echar mano a libros interesantes. Y encontraron muchos. Tantos que al finalizar la jornada tocó elegir y decartar. Iván quería del espacio, Daniel de monstruos y de guerreros, mama de manualidades y actividades...
Tuvimos la suerte de encontrarnos a una amiga y a su hijo en la biblioteca y me descubrió un libro de experimentos para niños que tiene una pinta chulísima. Seguro que hacemos mucho. A Iván le enseñó un libro de pops up preciosos que le fascinó. Que pena que no se podía sacar. Era una verdadera obra de arte con unas figuras que sorprendían por sus detalles. Sobre todo el cocodrilo, que escondía un pájaro en la boca que pensamos que se iba a comer y en realidad le estaba limpiando los dientes. El peque se quedó muy desconsolado por no poder llevárselo en préstamos y le tuvimos que prometer que lo volveríamos a leer en nuestra siguiente visita.
Entre pitos y flautas, se nos hicieron las mil para comer e Iván y la mami se quedaron sin siesta, para gran pena de la segunda, porque las malas noches han vuelto. No tan infernales como en los malos tiempos, pero sí con consecuencias soporíferas para mí.
El caso es que esa misma tarde teníamos un cumpleaños que se celebraba en un parque y los chiquillos se morían por ir. Se lo pasaron bomba con el pintacaras, los sandwiches de nocilla, los columpios, los globos, los sacos de la carrera... Durante el pintacaras, hubo una anécdota graciosa. De repente mis dos chicos decidieron que querían pintarse de cocodrilo y pusieron a la mamá de los cumpleañeros en un apuro porque no se le ocurría el diseño, así a voz de pronto. Acostumbrada a estas extrañas peticiones, le cogí la pintura verde y me puse a pintarles yo misma. Mucho verde, más verde y mucho más verde, escamitas con el negro y dientes afilados blancos, que casi ni se notaban... Pero ellos felices, que era el objetivo.
A mitad de la celebración mi niño mayor empezó a portarse fatal y a liarla parda, así que consiguió ser el centro de las iras de sus dos progenitores y el causante de que tuviéramos que irnos antes de tiempo. Daniel fue todo el camino llorando y berreando porque no quería irse e Iván imitándole muerto de la risa.
Papá se metió al supermercado a comprar la cena y yo seguí camino adelante dejando mis espaldas regadas con lágrimas de cocodrilo. Por más que intentaba explicarle al mayor por qué pensábamos que se había portado mal, él no hacía más que negarlo todo. Al final nos llegó un delicioso olor a castañas que nos puso los dientes largos a los tres. La mami, que estaba deseando hincarles el diente, compró un cucurucho, a pesar de que su cerebro le decía que no lo hiciera por mil razones: se ha portado fatal, aunque Iván no tenga al culpa, dentro de nada tiene que cenar y no van a tener hambre, en el super las consigues más baratas... Nada, que las compré y me las comí yo casi todas. A los chiquillos les daba una mitad de vez en cuando, pero como estaban muy charlatanes no se daban cuenta de que el reparto estaba siendo de lo más injusto.
A pesar de todo, devoramos la cena cuando Raúl nos la puso delante, porque estaba buenísima. ¡Pura gula!
Nada más traspasar la puerta de la sección infantil nos topamos con un precioso libro de firmas hecho a mano. Mis hijos se empeñaron en dejar su huella en él. Cogieron el boli, adornado en forma de pluma de ave, y se pusieron a "escribir" o algo parecido, porque yo no entendía nada de lo que iban plasmando. Al final tuvimos que pararles los pies para que no escribieran El Quijote en lenguaje garabato.
No fue difícil porque estaban deseando echar mano a libros interesantes. Y encontraron muchos. Tantos que al finalizar la jornada tocó elegir y decartar. Iván quería del espacio, Daniel de monstruos y de guerreros, mama de manualidades y actividades...
Tuvimos la suerte de encontrarnos a una amiga y a su hijo en la biblioteca y me descubrió un libro de experimentos para niños que tiene una pinta chulísima. Seguro que hacemos mucho. A Iván le enseñó un libro de pops up preciosos que le fascinó. Que pena que no se podía sacar. Era una verdadera obra de arte con unas figuras que sorprendían por sus detalles. Sobre todo el cocodrilo, que escondía un pájaro en la boca que pensamos que se iba a comer y en realidad le estaba limpiando los dientes. El peque se quedó muy desconsolado por no poder llevárselo en préstamos y le tuvimos que prometer que lo volveríamos a leer en nuestra siguiente visita.
Entre pitos y flautas, se nos hicieron las mil para comer e Iván y la mami se quedaron sin siesta, para gran pena de la segunda, porque las malas noches han vuelto. No tan infernales como en los malos tiempos, pero sí con consecuencias soporíferas para mí.
El caso es que esa misma tarde teníamos un cumpleaños que se celebraba en un parque y los chiquillos se morían por ir. Se lo pasaron bomba con el pintacaras, los sandwiches de nocilla, los columpios, los globos, los sacos de la carrera... Durante el pintacaras, hubo una anécdota graciosa. De repente mis dos chicos decidieron que querían pintarse de cocodrilo y pusieron a la mamá de los cumpleañeros en un apuro porque no se le ocurría el diseño, así a voz de pronto. Acostumbrada a estas extrañas peticiones, le cogí la pintura verde y me puse a pintarles yo misma. Mucho verde, más verde y mucho más verde, escamitas con el negro y dientes afilados blancos, que casi ni se notaban... Pero ellos felices, que era el objetivo.
A mitad de la celebración mi niño mayor empezó a portarse fatal y a liarla parda, así que consiguió ser el centro de las iras de sus dos progenitores y el causante de que tuviéramos que irnos antes de tiempo. Daniel fue todo el camino llorando y berreando porque no quería irse e Iván imitándole muerto de la risa.
Papá se metió al supermercado a comprar la cena y yo seguí camino adelante dejando mis espaldas regadas con lágrimas de cocodrilo. Por más que intentaba explicarle al mayor por qué pensábamos que se había portado mal, él no hacía más que negarlo todo. Al final nos llegó un delicioso olor a castañas que nos puso los dientes largos a los tres. La mami, que estaba deseando hincarles el diente, compró un cucurucho, a pesar de que su cerebro le decía que no lo hiciera por mil razones: se ha portado fatal, aunque Iván no tenga al culpa, dentro de nada tiene que cenar y no van a tener hambre, en el super las consigues más baratas... Nada, que las compré y me las comí yo casi todas. A los chiquillos les daba una mitad de vez en cuando, pero como estaban muy charlatanes no se daban cuenta de que el reparto estaba siendo de lo más injusto.
A pesar de todo, devoramos la cena cuando Raúl nos la puso delante, porque estaba buenísima. ¡Pura gula!
lunes, 17 de noviembre de 2014
JuegaTerapia y sus bellísimo Baby Pelones
Madresfera nos invitó a asistir a una presentación muy especial de la mano de JuegaTerapia, una fundación cuyo lema lo dice todo de ella "La quimio jugando se pasa volando...". Tiene un objetivo muy claro: hacer felices a los niños enfermos. Por poner un ejemplo, son los que tuvieron la maravillosa idea de hacer jardines para que los niños jugaran en las azoteas de los hospitales.
Ahora han hecho realidad otra genial idea: comercializar unos muñecos adorables con el fin de ayudar a sonreír a los peques enfermos con cáncer y concienciar a toda la población de la importancia de esta situación. ¿Cómo? Presentándolos sin pelo.
Para estos chiquillos el hecho de que se les caiga el pelo a los veintitantos días de comenzar con la quimio es traumático y necesitan mucha ayuda para aceptarlo. Los Baby Pelones son una manera magnífica de hacerles comprender que todos los que les rodean pensamos que son los más bonitos del mundo con pelo y sin pelo.
Muchos famosos se han sumado a este proyecto diseñando pañuelos con mucho mensaje: besos, cometas multicolores, lunares, corazones... Y entre todos destaca el de María, una niña diagnósticada con un cáncer que ha puesto su granito de arena con un pañuelo repleto de flores que ella misma ha pintado. Rossy de Palma, Amelia Bono, Alba Carrillo, Vicky Martín Berrocal y Pablo Ibáñez, el hombre de negro son el resto de los diseñadores.
La presentación estuvo repleta de risas infantiles, porque los protagonistas de la campaña estaban allí animando el ambiente. Sobre todo el pequeño Mario, que nos invitaba a aplaudir, interrumpía constantemente a la ponente con saludos intempestivos y hacía efectos especiales soplando sobre el micrófono, que sostuvo entre sus manos durante toda la jornada. El peque se pegó como una lapa al Presidente de Honor de Juegaterapia, El hombre de negro, que diseñó el pañuelo que lucía: negro y con un mensaje claro y conciso "Yo soy fuerte. No tengo miedo". Daba gusto verle jugando y mimando a los peques, que le tomaron el pelo imaginando que, de repente, se convertía en El hombre de rosa.
Los Baby Pelones surgieron de la mente de la Presidenta de la fundación, Mónica Esteban, tras lidiar con la angustia de una niña de catorce años que de repente se vio pelona y extremadamente fea. Arregló la situación con unos bonitos pañuelos que levantó la autoestima de la chiquilla y la hizo ser un poquito más feliz. A partir de ahí no paró de pensar en cómo podía ella ayudar a los niños a verse tan preciosos como los veía ella. La respuesta vino en forma de un muñeco pelón que transmite infinita ternura. El juguete cuesta 11,90 euros y se pueden encontrar en Juguettos, El Corte Inglés, Mothercare y deMartina.com, entidades que se han volcado en el proyecto. Otras instituciones que han colaborado para hacerlo realidad han sido Comunica+A, el fotógrafo Ángel Álvarez, José Madrid, creativos publicitario y AGA Ediciones. Da gusto que se implique tanta gente en una causa tan bonita como es hacer felices a los niños.
Antes de irnos nos regalaron un Baby Pelón a cada uno de los asistentes, que en un principio pensé regalar a alguna niña de la familia, pero nada más tenerla en mis manos cambié de idea y he decidido quedármela yo. Primero, porque así me recuerda constantemente a los pequeños valientes que luchan día tras día contra sus enfermedades y, segundo, porque me tiene enamorada.
Pensaba que mis hijos no iban a hacerle ningún caso, y así ocurrió con Daniel, que desde el principio la etiquetó como juguete de chicas. Pero Iván me sorprendió abrazándolo encantado todo el rato que estuvo viendo la tele esa tarde.
Ahora han hecho realidad otra genial idea: comercializar unos muñecos adorables con el fin de ayudar a sonreír a los peques enfermos con cáncer y concienciar a toda la población de la importancia de esta situación. ¿Cómo? Presentándolos sin pelo.
Para estos chiquillos el hecho de que se les caiga el pelo a los veintitantos días de comenzar con la quimio es traumático y necesitan mucha ayuda para aceptarlo. Los Baby Pelones son una manera magnífica de hacerles comprender que todos los que les rodean pensamos que son los más bonitos del mundo con pelo y sin pelo.
Muchos famosos se han sumado a este proyecto diseñando pañuelos con mucho mensaje: besos, cometas multicolores, lunares, corazones... Y entre todos destaca el de María, una niña diagnósticada con un cáncer que ha puesto su granito de arena con un pañuelo repleto de flores que ella misma ha pintado. Rossy de Palma, Amelia Bono, Alba Carrillo, Vicky Martín Berrocal y Pablo Ibáñez, el hombre de negro son el resto de los diseñadores.
La presentación estuvo repleta de risas infantiles, porque los protagonistas de la campaña estaban allí animando el ambiente. Sobre todo el pequeño Mario, que nos invitaba a aplaudir, interrumpía constantemente a la ponente con saludos intempestivos y hacía efectos especiales soplando sobre el micrófono, que sostuvo entre sus manos durante toda la jornada. El peque se pegó como una lapa al Presidente de Honor de Juegaterapia, El hombre de negro, que diseñó el pañuelo que lucía: negro y con un mensaje claro y conciso "Yo soy fuerte. No tengo miedo". Daba gusto verle jugando y mimando a los peques, que le tomaron el pelo imaginando que, de repente, se convertía en El hombre de rosa.
Los Baby Pelones surgieron de la mente de la Presidenta de la fundación, Mónica Esteban, tras lidiar con la angustia de una niña de catorce años que de repente se vio pelona y extremadamente fea. Arregló la situación con unos bonitos pañuelos que levantó la autoestima de la chiquilla y la hizo ser un poquito más feliz. A partir de ahí no paró de pensar en cómo podía ella ayudar a los niños a verse tan preciosos como los veía ella. La respuesta vino en forma de un muñeco pelón que transmite infinita ternura. El juguete cuesta 11,90 euros y se pueden encontrar en Juguettos, El Corte Inglés, Mothercare y deMartina.com, entidades que se han volcado en el proyecto. Otras instituciones que han colaborado para hacerlo realidad han sido Comunica+A, el fotógrafo Ángel Álvarez, José Madrid, creativos publicitario y AGA Ediciones. Da gusto que se implique tanta gente en una causa tan bonita como es hacer felices a los niños.
Antes de irnos nos regalaron un Baby Pelón a cada uno de los asistentes, que en un principio pensé regalar a alguna niña de la familia, pero nada más tenerla en mis manos cambié de idea y he decidido quedármela yo. Primero, porque así me recuerda constantemente a los pequeños valientes que luchan día tras día contra sus enfermedades y, segundo, porque me tiene enamorada.
Pensaba que mis hijos no iban a hacerle ningún caso, y así ocurrió con Daniel, que desde el principio la etiquetó como juguete de chicas. Pero Iván me sorprendió abrazándolo encantado todo el rato que estuvo viendo la tele esa tarde.
sábado, 15 de noviembre de 2014
Una situación comprometida
Imaginaos un día de cole normal. Llegamos a las escaleras del edificio de los mayores y donde debería estar la fila de la clase de Daniel no hay nadie. "¡Yujuuuu! Soy el primero" Exclama el niño entusiasmado. Pero de repente, otro peque baja las escaleras disparado y aclara que el ha llegado antes, pero que estaba en lo alto de la escalera. Los dos se miran a los ojos con inquina y se enzarzan a puñetazos y tirones.
Evidentemente, como madre de uno de los implicados no puedes irte a dejar al otro chiquillo en el edificio de los pequeños y dejar que se maten. Los separé y me dispuse a intentar arreglar el problema. Misión imposible. Los dos estaban erre que erre con que tenían la razón. Y yo no podía ponerme de lado de nadie. Mi hijo me miraba decepcionado por no apoyarle completamente, pero no hubiera sido justo sin que el otro chiquillo tuviera a su madre a su lado.
Por su parte, Iván se rebullía entre mis brazos deseando ir a su clase y sin entender que pasaba. "¡¡Pero que mas da ser el primeroooo!!" Exclamé agobiada viendo que en cuanto me daba la vuelta, los dos implicados volvían a retomar el lenguaje de los tortazos. "Porque el primero le da la mano ala profe" me explicó compungido el compañero de clase de Daniel. Lo que a nosotros no puede parecer una tontería, para ellos es lo más importante del mundo, así que hay que ponerse en su lugar.
Visto, lo visto. No me quedó más remedio que quedarme con ellos hasta que apareció su maestra. Le dije a grandes rasgos que habían llegado a la vez y se disputaban el primer puesto porque no tenía tiempo para entrar en detalles. Gloria los miró con cariño y les dijo muy dulcemente que si había pelea los dos iban a acabar en la cola. Los dos le devolvieron una mirada vidriosa y creo que al final les dio la mano a los dos. Pero no estoy segura porque en ese momento sonó la campana que indicaba el inicio de las clases y me tocó correr al otro edificio para dejar al más chiquitín.
Conclusión: creo que he decepcionado a mi hijo y a su compañero por partes iguales y metido en una situación un poco tensa a su profesora. A eso nos llevan las buenas intenciones a veces...
Nota: Después de escribir este post le pregunté a mi hijo sobre el tema y me encontré a la madre del otro niño. Por lo visto acabaron los dos a la cola de la fila. Según Daniel, él obedeció de inmediato y, según la madre del otro niño, el compañero la lío parda y casi se escapa del cole. Luego estuvo todo el día llorando. Pobrecito. Si yo hubiera sido mi hijo, y le conociera, le hubiera cedido el primer puesto para que no se llevara el mal rato.
Evidentemente, como madre de uno de los implicados no puedes irte a dejar al otro chiquillo en el edificio de los pequeños y dejar que se maten. Los separé y me dispuse a intentar arreglar el problema. Misión imposible. Los dos estaban erre que erre con que tenían la razón. Y yo no podía ponerme de lado de nadie. Mi hijo me miraba decepcionado por no apoyarle completamente, pero no hubiera sido justo sin que el otro chiquillo tuviera a su madre a su lado.
Por su parte, Iván se rebullía entre mis brazos deseando ir a su clase y sin entender que pasaba. "¡¡Pero que mas da ser el primeroooo!!" Exclamé agobiada viendo que en cuanto me daba la vuelta, los dos implicados volvían a retomar el lenguaje de los tortazos. "Porque el primero le da la mano ala profe" me explicó compungido el compañero de clase de Daniel. Lo que a nosotros no puede parecer una tontería, para ellos es lo más importante del mundo, así que hay que ponerse en su lugar.
Visto, lo visto. No me quedó más remedio que quedarme con ellos hasta que apareció su maestra. Le dije a grandes rasgos que habían llegado a la vez y se disputaban el primer puesto porque no tenía tiempo para entrar en detalles. Gloria los miró con cariño y les dijo muy dulcemente que si había pelea los dos iban a acabar en la cola. Los dos le devolvieron una mirada vidriosa y creo que al final les dio la mano a los dos. Pero no estoy segura porque en ese momento sonó la campana que indicaba el inicio de las clases y me tocó correr al otro edificio para dejar al más chiquitín.
Conclusión: creo que he decepcionado a mi hijo y a su compañero por partes iguales y metido en una situación un poco tensa a su profesora. A eso nos llevan las buenas intenciones a veces...
Nota: Después de escribir este post le pregunté a mi hijo sobre el tema y me encontré a la madre del otro niño. Por lo visto acabaron los dos a la cola de la fila. Según Daniel, él obedeció de inmediato y, según la madre del otro niño, el compañero la lío parda y casi se escapa del cole. Luego estuvo todo el día llorando. Pobrecito. Si yo hubiera sido mi hijo, y le conociera, le hubiera cedido el primer puesto para que no se llevara el mal rato.
viernes, 14 de noviembre de 2014
Tranquilos en casa ¡por fin!
Después de un fin de semana tan movido, el lunes, feriado en Madrid por ser La Almudena, llegó el tiempo de descansar, por fin. Nos levantamos relativamente tarde, porque Daniel, a eso de las nueve ya estaba en pie. Las nueve es muy tarde tratándose de él.
Empezamos el día desayunando, sin ninguna prisa, las galletas que hicieron el papá y el mayor la tarde anterior. Una forma muy dulce de comenzar.
Mientras Raúl trabajaba desde el despacho, yo intentaba hacer algo en la casa, pero mis peques eran incapaces de jugar solos. Venían cada dos por tres a exigirme alguna actividad. Daniel se empeñó en hacer postales para sus amigos Guille y Luis. Recorté cartulinas blancas por la mitad, les di los gomets redondos que había pedido Iván por haber rellenado su panel de buena conducta, lápices, gomas y ¡ale! a crear. Por fin pude recoger un poco mientras los chiquillos garabateaban a placer. Pero no duró mucho. Enseguida se cansaron y volvieron a acudir a mí.
Entonces se me ocurrió sacar el coche impreso en 3D del Imaginarium. Tenía dos porque la primera carcasa no encajaba con las ruedas y me enviaron una segunda. En realidad yo ni lo había comprobado y no me enteré de nada hasta que nos enviaron la segunda carcasa y un email con al explicación. Me vino de perlas porque así podía poner a los dos a pintar sin peleas.
Les encantó la actividad. Estuvieron muchísimo rato pintando, mezclando colores, admirando su trabajo... La única pega es que tuve que estar muy atenta para que los pinceles no apuntaran a sitios indebidos y tampoco pude entregarme a las tareas del hogar.
Cuando terminaron sus obras de arte, les di las cajitas donde venían por si también querían decorarlas. Daniel acogió la idea con entusiasmo, pero Iván decidió que el tiempo de pintar ya había terminado para él y eligió jugar con los juguetes.
A mí me tocó multiplicarme para atender a los dos. Así de salto en salto, llegó la hora de la comida. menos mal que eran sobras y sólo había que recalentar.
Por la tarde, tras la siesta de Iván. Raúl propuso jugar a un juego de mesa, que de mesa no tenía nada porque en realidad se jugaba en el suelo y de una forma muy dinámica. Lo pasamos muy bien, a pesar de los momentos tensos en los que los niños decidían pasar de las reglas y hacer lo que les daba la gana.
Por la noche se empeñaron en que les pusiera las ruedas. el problema es que sólo había ruedas para Daniel y yo no me veía con el tiempo suficiente para hacer el montaje con calma, así que me puse a pensar, a pensar y al final les hice una montaje cutre con ruedas de Lego a los dos. La cosa coló un par de días. Pero a Daniel no se le olvida el tema. Así que le he pedido al padre, que es más manitas que yo, que se las ponga en cuanto pueda para que el chiquillo disfrute plenamente de su juguetes. Espero que el pequeño se conforme con sus ruedas de Lego o a os reyes les va a tocar traer otro coche.
Empezamos el día desayunando, sin ninguna prisa, las galletas que hicieron el papá y el mayor la tarde anterior. Una forma muy dulce de comenzar.
Mientras Raúl trabajaba desde el despacho, yo intentaba hacer algo en la casa, pero mis peques eran incapaces de jugar solos. Venían cada dos por tres a exigirme alguna actividad. Daniel se empeñó en hacer postales para sus amigos Guille y Luis. Recorté cartulinas blancas por la mitad, les di los gomets redondos que había pedido Iván por haber rellenado su panel de buena conducta, lápices, gomas y ¡ale! a crear. Por fin pude recoger un poco mientras los chiquillos garabateaban a placer. Pero no duró mucho. Enseguida se cansaron y volvieron a acudir a mí.
Entonces se me ocurrió sacar el coche impreso en 3D del Imaginarium. Tenía dos porque la primera carcasa no encajaba con las ruedas y me enviaron una segunda. En realidad yo ni lo había comprobado y no me enteré de nada hasta que nos enviaron la segunda carcasa y un email con al explicación. Me vino de perlas porque así podía poner a los dos a pintar sin peleas.
Les encantó la actividad. Estuvieron muchísimo rato pintando, mezclando colores, admirando su trabajo... La única pega es que tuve que estar muy atenta para que los pinceles no apuntaran a sitios indebidos y tampoco pude entregarme a las tareas del hogar.
Cuando terminaron sus obras de arte, les di las cajitas donde venían por si también querían decorarlas. Daniel acogió la idea con entusiasmo, pero Iván decidió que el tiempo de pintar ya había terminado para él y eligió jugar con los juguetes.
A mí me tocó multiplicarme para atender a los dos. Así de salto en salto, llegó la hora de la comida. menos mal que eran sobras y sólo había que recalentar.
Por la tarde, tras la siesta de Iván. Raúl propuso jugar a un juego de mesa, que de mesa no tenía nada porque en realidad se jugaba en el suelo y de una forma muy dinámica. Lo pasamos muy bien, a pesar de los momentos tensos en los que los niños decidían pasar de las reglas y hacer lo que les daba la gana.
Por la noche se empeñaron en que les pusiera las ruedas. el problema es que sólo había ruedas para Daniel y yo no me veía con el tiempo suficiente para hacer el montaje con calma, así que me puse a pensar, a pensar y al final les hice una montaje cutre con ruedas de Lego a los dos. La cosa coló un par de días. Pero a Daniel no se le olvida el tema. Así que le he pedido al padre, que es más manitas que yo, que se las ponga en cuanto pueda para que el chiquillo disfrute plenamente de su juguetes. Espero que el pequeño se conforme con sus ruedas de Lego o a os reyes les va a tocar traer otro coche.
jueves, 13 de noviembre de 2014
De paseo por el centro de Madrid
Los chiquillos se lo pasaron genial. Les dieron ceras y un menú coloreable. Además el salvamanteles también traía actividades para que hicieran. Antes de irnos, Daniel pidió otro a la camarera para llevárselo a casa, de tanto que le gustó. Encima la comida les encantó: fingers de pollo para Iván y filete ruso para Daniel. Nosotros nos pedimos platos más elaborados que no quisieron ni probar. Para terminar deliciosos postres, todos con algo de chocolate.
Al salir, los peques estaban tan activos que decidimos dar una vuelta por el centro. Les llevamos a varios columpios diferentes, donde se lo pasaron genial. A Raúl se le ocurrió acercarnos al Palacio Real para que vieran las estatuas de los jardines, que sabíamos que les iban a gustar. También sugirió llevarlos al templo de Devod y los peques saltaron del entusiasmos. desde que escucharon una canción que habla de los los tesoros del Antiguo Egipto y las momias de los museos a los que les hemos llevado les ha surgido un repentino amor por esta época y lugar.
Se lo recorrieron alegremente y se disgustaron bastante cuando les dijimos que no íbamos a hacer la enorme cola para entrar. Pero se les fue el enfado en cuanto descubrieron a los equlibristas que estaban practicando justo al lado. Uno de ellos daba unos saltos impresionantes y siempre volvía caer en la cuerda. Parecía algo increíble. Uno de ellos, montaba a los niños en una cuerda elásticas y les ayudaba a mantener el equilibrio. Estos dos bichillos se apuntaron enseguida y les encantó la experiencia. Los tuvimos que alejar de allí arrastrándoles entre gritos de protestas. Menos mal que encontramos otra cosa que también llamó poderosamente la atención: un grupo de espadachines con espadas laser (estilo star wars) practicando. Desde luego, es increíble la de cosas que puedes llegar a ver dando una vueltita por el centro.
Cómo ya nos parecía demasiada paliza para los chiquillos, aunque ellos no acusaban el cansancio, decidimos regresar pasando por delante de la estatua de Cervantes y sus célebres personajes Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza. Los peques se lanzaron a la estatua del hidalgo caballero y me hubiera encantado tener una foto de ambos con tan ilustre señor, pero la gente se metía en medio, aunque estuviera a dos pasos de los chiquillos, así que era imposible. Me rendí y les llamé para meternos por fin en el metro y llegar a casa para preparara baños y cenas.
Si pensaba meterlos pronto en la cama estaba equivocaba. Daniel estaba empeñado en hacer galletas con Papá en ese mismo momento. Y su progenitor también parecía tener muchas ganas de meterse en la cocina. Iván, en cambio, se enganchó a la tele hasta que lo metí en el baño.
Esa noche nos tomamos las galletas de postre y estaban realmente deliciosas. Los dos reposteros ha prometido volver a hacerlas.
miércoles, 12 de noviembre de 2014
Todos a bailar con María Bimbolles
El domingo por la mañana fuimos a ver "María Bimbolles, el musical", el primer espectáculo que aúna teatro, canciones y coaching infantil para desarrollar la inteligencia emocional. Tenía muchas ganas de llevar a los niños, aunque Daniel al principio me lo puso difícil. Después de las emociones de los días anteriores estaba cansado y no le apetecía salir de casa.
Llegamos al teatro Reina Victoria y ya había bastante gente. En la puerta nos recibió un gran baúl en el que los niños metía papelitos doblados con sus miedos escritos. A mis chicos les gustó tanto ese rincón que estuvieron un buen rato garabateando, en el caso del pequeño, y escribiendo con dificultad, en el caso del mayor, sus terrores más ocultos: zombis y vampiros. ¿A alguien le extraña?
En la taquilla nos encontramos con Silvia, Sweet Valentina, que fue una de las ganadoras del sorteo que hice hace poco en el blog. Vino con la preciosa Valentina que no paró de bailar durante todo el espectáculo. A los míos les costaba un poco levantarse del asiento, pero seguían las canciones y los bailes con gran interés. La obra nos encantó. Mantiene el interés de los peques en todo momento cambiando de registro cada poco: canciones, diálogos con el pirata Nicolás o Diego el Demonio, magia, bailes, risas... Y todo para encontrar el calcetín mágico que ha perdido la protagonista y que al final llega a ser lo de menos en esta historia. Me llamó mucho la atención su particular forma de hacer desaparecer enfados. ¡Me encantó! Por cierto, que el ratón quitamiedos se llevó el baúl para hacer desaparecer los temores de los pequeños para siempre.
Cuando salimos, lo primero que me dijo Daniel fue "Menos mal que me has obligado a venir mami. ¡Me ha encantado!" y fue directo a darle un beso a María Bimbolles que había salido al hall del teatro para encontrarse con su público. También le dijo algo, pero nunca sabré lo que fue. Iván fue tras su hermano a plasmarle el beso en la mejilla a la protagonista de la historia que acabábamos de ver.
Los peques salían bailoteando, cantando y comentando lo que más les había llamado la atención. Mi idea era coger el metro, comer en casa y pasar la tarde tranquila, pero Raúl se fijó que se nos había hecho tarde y que lo mejor era comer por la zona... Y al final todo el día fuera.
Llegamos al teatro Reina Victoria y ya había bastante gente. En la puerta nos recibió un gran baúl en el que los niños metía papelitos doblados con sus miedos escritos. A mis chicos les gustó tanto ese rincón que estuvieron un buen rato garabateando, en el caso del pequeño, y escribiendo con dificultad, en el caso del mayor, sus terrores más ocultos: zombis y vampiros. ¿A alguien le extraña?
En la taquilla nos encontramos con Silvia, Sweet Valentina, que fue una de las ganadoras del sorteo que hice hace poco en el blog. Vino con la preciosa Valentina que no paró de bailar durante todo el espectáculo. A los míos les costaba un poco levantarse del asiento, pero seguían las canciones y los bailes con gran interés. La obra nos encantó. Mantiene el interés de los peques en todo momento cambiando de registro cada poco: canciones, diálogos con el pirata Nicolás o Diego el Demonio, magia, bailes, risas... Y todo para encontrar el calcetín mágico que ha perdido la protagonista y que al final llega a ser lo de menos en esta historia. Me llamó mucho la atención su particular forma de hacer desaparecer enfados. ¡Me encantó! Por cierto, que el ratón quitamiedos se llevó el baúl para hacer desaparecer los temores de los pequeños para siempre.
Cuando salimos, lo primero que me dijo Daniel fue "Menos mal que me has obligado a venir mami. ¡Me ha encantado!" y fue directo a darle un beso a María Bimbolles que había salido al hall del teatro para encontrarse con su público. También le dijo algo, pero nunca sabré lo que fue. Iván fue tras su hermano a plasmarle el beso en la mejilla a la protagonista de la historia que acabábamos de ver.
Los peques salían bailoteando, cantando y comentando lo que más les había llamado la atención. Mi idea era coger el metro, comer en casa y pasar la tarde tranquila, pero Raúl se fijó que se nos había hecho tarde y que lo mejor era comer por la zona... Y al final todo el día fuera.
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